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La ciudad como una tableta de chocolate

Editora Jefa de Galería

El cambio climático es cada vez más evidente, más palpable. Alrededor de todo el planeta, la naturaleza se defiende ferozmente de los ataques que viene recibiendo de parte de la humanidad durante los últimos 260 años, desde el inicio de la Revolución Industrial. Las actividades humanas han sido el principal motor del cambio climático, debido principalmente a la quema de combustibles fósiles, como el carbón, el petróleo y el gas, lo que produce gases que atrapan el calor. Pasamos de sequías a inundaciones sin escalas; incendios forestales, olas de calor que matan a las personas, tormentas intensas.

No se puede pensar un futuro sin tener en cuenta que cada acción debe reducir ese impacto sobre el calentamiento global. Dicen los expertos que ninguno de nosotros veremos los efectos de esos cambios que implementamos hoy, pues revertir esta situación puede llevar el mismo tiempo que implicó llegar hasta acá, más de dos siglos. 

Entonces, tendríamos que ponernos el objetivo de pensar cómo achicar la huella de carbono con cada acción que adoptamos, individualmente, pero sobre todo colectivamente. Hoy tenemos el deber de que todo lo que fabricamos y consumimos sea amigable con el medio ambiente. Sin duda, debe ser una condición ineludible de lo nuevo. Pero también debe ser el proceso por el que deben pasar todos los elementos preexistentes que no lo son. Todos. Y esto incluye a la mismísima ciudad: Montevideo.

Que una ciudad sea ecológica no quiere decir que recicla su basura y tiene cada vez más ómnibus eléctricos. Es entender la ciudad como un ecosistema donde el ciudadano y la naturaleza sean el centro de la planificación: los problemas urbanísticos tienen que abordarse desde la conexión entre los habitantes y su entorno. Esto es urbanismo ecosistémico.

Así lo explica la periodista Milene Breito Pistón en la nota que escribió para este número, en la que entrevista al asesor experto en urbanismo Salvador Rueda, un simpático catalán, muy reconocido en su rubro, que visitó la ciudad invitado por la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo. En su estadía en la ciudad hizo importantes observaciones y dejó excelentes recomendaciones que ojalá se empiecen a tomar en cuenta por parte de las autoridades departamentales, que se reunieron con él y lo nombraron “visitante ilustre”.

El gran problema que tiene Montevideo es que no fue planificada. Fue creciendo sin un plan. A las zonas periféricas primero llegaron los pobladores y luego los servicios. Primero se instalaron las personas y atrás llegó el almacén, después un supermercado, una farmacia, más tarde una línea de ómnibus, luego el saneamiento, y así fue creciendo la zona urbana, sin un pensamiento estructurador y previsor detrás.

Y como la idiosincrasia uruguaya lo indica, una vez que las cosas son de una manera, no se cambian. La ciudad sigue creciendo sin planificación urbana y sin adaptarse de manera ecológica a las modificaciones que ha tenido en las últimas décadas.

Montevideo cambió y, sin embargo, sigue teniendo las mismas líneas de ómnibus con los mismos recorridos y casi las mismas frecuencias de hace 50 años. Se agregaron algunas, sí, especialmente para las zonas periféricas, pero no mucho más. Y como deja bien claro el experto catalán, el transporte público determina la vida de las personas, sus acciones, que pueden no ser consecuentes con la idea de sustentabilidad. Como el sistema de transporte público es malo y deficiente, los que tienen la suerte de tener auto lo usan aunque no quieran hacerlo porque no tienen otra opción, lo que va en contra de la idea de reducir el consumo de combustibles fósiles. Mientras que los que no lo tienen, tienen limitado su acceso a ciertos sectores de la ciudad, lo que Rueda ve como un acto de segregación social.

La idea del urbanista catalán de la ciudad como una tableta de chocolate, formada por supermanzanas delineadas por el sistema de transporte público que se interconectan, en lugar de una estructura radial que obliga siempre a ir hasta el centro para llegar a otro punto equidistante, parece tener mucho más sentido.

Probablemente, si en Montevideo existiera un sistema de transporte público eficiente y cómodo, la gente usaría mucho menos su auto, las calles estarían menos congestionadas, se consumiría menos combustible y la atmósfera estaría muy agradecida, tanto como nosotros.

El transporte público es solo un aspecto desde donde pensar la ciudad con una perspectiva ecológica; hay muchos, pero es el más importante, puesto que es generador directo de los gases de efecto invernadero, y es el que afecta más directamente la vida de las personas. Es cuestión de pensar, planificar y ejecutar.