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La sexualidad como objeto de consumo

Editora Jefa de Galería

En esta sociedad de consumo, todo el tiempo se está eligiendo qué es lo que gusta y qué se quiere consumir, siempre poniendo en práctica preferencias y decidiendo sobre lo que se lleva y lo que se deja. Esta actitud es tan cotidiana y habitual que se termina trasladando a otros ámbitos de la persona, hasta llegar al cuerpo, el suyo propio y el del otro. Entonces, lo que no gusta, lo que no va con lo que se usa también se desecha o se quiere cambiar. Si el “defecto” es propio, se intenta disimularlo y con las facilidades que ofrece hoy el mercado, se somete rápidamente a tratamientos (médicos o improvisados sacados de tutoriales de YouTube), hasta incluso llegar a la cirugía si es necesario y posible. Si el “problema” es del otro pero lo afecta directamente, está la opción de dejar de vincularse con esa persona.

Aunque parece llevado a un extremo, uno de estos casos se da con respecto al tamaño del pene, tema sobre el cual el periodista Leonel García investigó para un artículo que publicamos en este número.

Se entiende que es un órgano fundamental en la vida cotidiana de las personas sexualmente activas, y por eso se tejen sobre él todo tipo de situaciones, reflexiones y consideraciones. Pero de la nota se desprenden dos conceptos bien interesantes.

El primero es que algunas mujeres, siguiendo el falocentrismo masculino y con una fuerte tendencia a lo visual, le dan mucha importancia al tamaño del pene, y si no alcanza la medida que consideran aceptable entonces lo desechan, “no lo llevan”, como si fuera un jean en una tienda. Es entendible siendo que para ellas de ese factor depende su placer sexual y tienen derecho a decidir sobre eso, pero es muy posible que se estén perdiendo la oportunidad de explorar otro tipo de sexualidad, menos centrada en el falo, y más abarcativa, más rica, que busca y encuentra otras fuentes de placer antes no exploradas y que tal vez las lleve a lugares nunca antes visitados. Según explica la nota de Leonel, la mayoría de las mujeres prefieren sentir a ver, y se cuenta el caso de una que, al lado de un hombre no tan bien dotado como su pareja anterior, descubrió un abanico de placeres eróticos que no conocía.

A esto mismo deberían apuntar los hombres, a quienes el tamaño pequeño de su pene les afecta su autoestima. Y este es el segundo punto interesante del artículo: la gravedad que puede alcanzar esta condición a escala psicológica para algunos hombres, que llegan a lastimarse con el afán de tener unos centímetros más, y que incluso en ocasiones dejan de tener sexo por el trauma que les provoca.

Aunque lejos de minimizar el problema que sienten, los expertos hablan de que darle una medida al placer sexual es disminuirlo y recuerdan que el órgano sexual más poderoso es el cerebro. Allí es donde se juega todo, pues la sexualidad es muy vasta, contiene innumerables terrenos para ser explorados, donde entran todas las sensaciones, todos los sentidos y todos los juegos eróticos que desde el comienzo de los tiempos nos llegan a través de sabidurías milenarias a las que deberíamos prestar más atención.

Entonces, como el feo que es simpático, el hombre con pene chico puede desarrollar otras habilidades amatorias que provoquen en la mujer alcanzar un éxtasis que de otra manera, y con penes muy normales, tal vez nunca haya experimentado.

A veces parece que el sexo se redujo a un acto puntual, que se resuelve en unos breves 15 minutos para pasar radicalmente a otra cosa, cual trámite. Se consume, como se consume una serie, un plato de comida, un vino. Algo más que da placer en el día. Y punto. Pero la sexualidad en toda su extensión es una dimensión más de la existencia del ser humano, y consumida así es la manera más pobre y limitada que se pueda practicar. Además suele dejar un gusto a poco, a insatisfacción, con notas de frustración y algo de sinsentido.

Si de verdad se le dedicara tiempo y espacio a vivir la sexualidad en toda su amplia riqueza, no habría traumas por penes chicos ni por cuerpos poco voluptuosos, ni por otros rasgos secundarios que no hacen al verdadero placer de conectarse plenamente con otro cuerpo.