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Debe haber pocas mujeres en el mundo, fuera o dentro de la política, que no la admiren. Jacinda Ardern rompió todos los esquemas y las barreras. A los 37 años se convirtió en primera ministra de Nueva Zelanda y en la gobernante más joven del mundo. Sabemos que Nueva Zelanda es un país particular, con una mentalidad bastante avanzada en algunos aspectos, pero así y todo fue un logro para esta mujer y para todas las mujeres. Esta feminista, laborista y progresista no solo rompió ese techo de cristal que le imponía su juventud, sino que entró al poder con los pies bien plantados, sin pedir disculpas por estar allí. Con esa actitud fue que nombró como ministra de Relaciones Exteriores a una integrante de la etnia maorí, Nanaia Mahuta, quien lleva orgullosamente un tatuaje tradicional en su rostro (hasta hace unos años quienes tenían tatuajes debían ocultarlo para ir a trabajar), y a un vice primer ministro y ministro de Finanzas declarado abiertamente gay, Grant Robertson. Es partidaria del matrimonio igualitario y de la liberalización de las leyes contra el aborto. Quedó embarazada y siguió en su cargo, tuvo a su hija y logró compatibilizar trabajo con maternidad, y no se le movió un pelo cuando tuvo que llevar a su bebé a una Asamblea de la ONU. Probablemente no debe haber sido porque no tuvo con quién dejarla, sino porque quiso jactarse de ser mujer, y no ocultar nada que hiciera referencia a esa condición. Fue un manifiesto feminista que todas las mujeres del mundo aplaudimos.
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Hay que estar bien segura de lo que una es para tomar ese tipo de decisiones sin vacilar, convencida de mantener firme el objetivo de querer cambiar el mundo.
Para alcanzar el puesto que ocupó desde donde envió todos estos mensajes claros y contundentes al planeta, lo que la hizo ser casi una estrella internacional, tuvo que ser una gran estratega. No debe haber sido un juego fácil. Y parece ser que, siendo fiel a su estilo, con su renuncia vuelve a dar un gran golpe.
Como explica la nota que Leonel García escribió para este número, la versión oficial es que renuncia porque ya no tiene más energía para seguir en su cargo. Nuevamente impacta por lo humana —como ella misma quiere dejar claro en su anuncio de dimisión—, por mostrar “debilidades” y por ser honesta y sensata al esgrimir un motivo personal, algo muy poco común entre políticos, y mucho menos entre jefes de Estado. Consultado por Leonel, el doctor en Ciencias Políticas Daniel Buquet sostiene que puede ser que Jacinda se sienta sobrecargada, pero esta jugada tiene más que ver con darle mayores chances en las próximas elecciones a su partido, que viene perdiendo apoyo popular. Con la gestión que Ardern hizo de la pandemia, que incluyó la vacunación obligatoria y el cierre total de fronteras por largos períodos, hoy el país enfrenta una crisis económica y social que no la está dejando bien parada. Un paso al costado de ella y un cambio de líder pueden salvar a su partido de una futura derrota.
Una jugada maestra de Jacinda. Está claro que no puede revelar sus verdaderas intenciones porque estaría exponiendo su estrategia ante sus adversarios, lo que la haría una pésima jugadora. No es de extrañar para una mujer que ha demostrado que no le faltan agallas. Y lejos de parecer algo negativo, bañado de un tinte de ambición, se puede considerar una actitud alineada con sus convicciones. Para llegar a donde llegó y hacer lo que hizo tuvo que ser valiente y corajuda. Y para renunciar, también. Pero, sobre todo, inteligente. Comprometida con su causa, su partido, sus ideales, la renuncia es un sacrificio personal para beneficio de su partido, pues con sus correligionarios en el poder ella puede seguir trabajando en favor de los temas que le interesa que se traten en las altas esferas mundiales, mostrando esa actitud y esa imagen frente a la comunidad internacional de que las mujeres no tienen que pedir permiso para ser mujeres, y que si entran a un lugar donde nunca han estado no tienen que parecerse a los hombres o mostrarse menos femeninas para ser dignas de estar allí.
Jacinda es consecuente en su estrategia para llegar a donde tiene que llegar y es capaz de hacer lo que tiene que hacer para luchar por sus convicciones. Ahora da un paso atrás seguramente para tomar impulso. Porque a diferencia de muchos otros gobernantes que se aferran al sillón del poder como garrapatas provocando graves crisis políticas y económicas en sus países, esta mujer tiene la visión y la inteligencia de ver más allá de sus propias narices. Es probable que el poder no le guste por el poder en sí, como suele suceder, sino por las posibilidades que le da para hacer las cosas que ella considera que se tienen que hacer. Tomando esta decisión, que no debe haber sido fácil, no solo le da chances a su partido de recuperarse sino que se da chances a ella misma de volver en algún momento. Eso sería un gran triunfo para la sociedad neozelandesa y para el mundo, que necesita más mujeres líderes como ella.