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Las batallas que vale la pena dar

Contrariamente a lo que podría pensarse a priori, discutir es sano para las relaciones de pareja

Contrariamente a lo que podría pensarse a priori, discutir es sano para las relaciones de pareja

Quienes me conocen saben que no me gusta confrontar. Busco y apuesto a la conciliación, aun cuando sé que puede no ser el mejor camino o la solución definitiva. A veces, incluso, cuando soy consciente de que tengo razón y que, en el frente de batalla, saldría victoriosa. Será mi forma de ser, será que soy de Libra -un chiste recurrente entre los más cercanos en la redacción-, será mi historia, o será una combinación de todas ellas. Así que al leer la nota que con su prosa tan humana Patricia Mántaras escribió para esta semana, fui combinando la sonrisa culposa con la intención de cambiar para la próxima. La nota en cuestión trata sobre las peleas de parejas y cómo, contrariamente a lo que podría pensarse a priori -que es perjudicial para la relación, signo de que las cosas no funcionan o el anticipo de que el final está cerca- discutir es sano y hasta hace bien.

Per se, pelear no parece ser un indicador fatal de nada. Lo que sí importa es cómo son esas peleas, desde el volumen al que va escalando la conversación, hasta las palabras que se usan o la postura corporal. Discutir, de hecho, podría ser una oportunidad de decir las cosas, de analizar sentimientos y sensaciones, de darle información al otro sobre lo que nos pasa o nos molesta. Y así, en el hipotético caso de estar peleando bien, se puede ir ajustando la relación y estableciendo pequeños acuerdos. "Pelear o disentir es parte del proceso de construcción de una pareja, y cómo gestionar el conflicto es uno de los pilares para que perdure en el tiempo", explica la licenciada en Psicología Lorena Estefanell en la nota. Porque no hay que olvidar, y también ella lo dice, que cuando uno elige una pareja también está eligiendo su personalidad, sus creencias, sus manías y un largo largo etcétera. Ella los califica como "problemas perpetuos", una expresión dura que nos permite hacernos a la idea de que son cosas que no van a cambiar o dejar de existir, sino que simplemente se pueden ir conversando o... tolerando.

Mientras leía, me venían a la mente mis propias peleas de pareja, mis errores más frecuentes (y los del otro, por supuesto) y frases del tipo "pero lo de ustedes no son peleas, en casa sí que vuelan los techos". Que haya gritos o algún tipo de agresión física seguro es un indicador de que las cosas no van bien, pero no es lo único.

Según Estefanell, una de las cuestiones más relevantes es, aun en el fragor de la batalla, no dejar que las emociones fagociten la razón, e intentar que los argumentos de la discusión tiendan a reparar en vez de a romper. Ambos escenarios son difíciles de lograr, pero no imposibles. A lo largo de la nota, los expertos van dando algunas pistas de qué cosas hacer y cuáles evitar. Escritas en negro sobre blanco quedan bastante claras y pueden resultar una ayuda cuando la ira, el orgullo o el hastío están ganando la pulseada. Una de las joyas es el recuadro en el que el psicólogo Gustavo Ekroth analiza tres escenas memorables de tres películas emblemáticas. La de Escenas de un matrimonio, quizá por ser la más reciente o porque tiene menos artilugios de Hollywood, es de una crudeza tan real que aunque se vea más de una vez resulta difícil de digerir.

Aunque esta vez el tema está centrado en las relaciones de pareja, me resultó interesante descubrir -y dejar en evidencia- cómo la idea del enfrentamiento está asociada a sentimientos y comportamientos negativos. Y entonces, con naturalidad, el conflicto se convierte en un problema. Ese escenario, que está arraigado en la sociedad y viene desde que somos niños en la educación de la familia y el colegio, se consolida aún más en una sociedad políticamente correcta como la actual, que rechaza la confrontación, que se termina colando de forma violenta en las redes sociales tras el escudo del anonimato (pero eso ya es tema para otra columna). Hoy, el sentimiento que predomina y se valora es la empatía. Hay que ser comprensivo, buscar la unanimidad, adaptarse a las circunstancias y evitar los conflictos. Ocurre en la pareja, con los amigos, en el trabajo.

Sin embargo, las conclusiones de quienes se dedican a estudiar el tema pasan por otro lado. La clave es confrontar con calidad, argumentos y voluntad de construir. Dejar de lado el ego (en ese asunto las redes tampoco ayudan), junto con el orgullo y el resentimiento. Y si aparece el miedo, darle el lugar que se merece, el beneficio de la duda. Recientemente, la psicóloga y experta en negocios canadiense Liane Davey publicó el libro The Good Fight (Una buena pelea), en el que se dedica a describir la tensión que existe entre las empresas que necesitan conflictos para progresar y los trabajadores que están predispuestos a evitarlos. Davey asegura que las preguntas que surgen en el trabajo diario generan, como es previsible, situaciones de enfrentamiento, pero que lejos de evitarse son estas discusiones las que conducen a alcanzar las mejores soluciones y, en consecuencia, el éxito. Pensar afuera de la caja, defender ideales, hacer un comentario incómodo, animarse a disentir o a aportar una mirada diferente. En todos los ámbitos, al parecer, hay batallas que vale la pena dar.