Más allá de las ideas que cada uno defiende, los legisladores jóvenes tienen mucho en común, sobre todo una manera de ver y entender el mundo
Más allá de las ideas que cada uno defiende, los legisladores jóvenes tienen mucho en común, sobre todo una manera de ver y entender el mundo
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáCon 46 años, el 1º de marzo Luis Lacalle Pou se convirtió en el presidente más joven de Uruguay desde el fin de la dictadura. De hecho, es el primer mandatario que nació y creció durante el régimen cívico-militar. Es, además, el primer hijo de un expresidente vivo en asumir este cargo. Su padre, Luis Alberto Lacalle, también fue uno de los presidentes más jóvenes del país, con 48 años al momento de la asunción. En la historia reciente, en cambio, la regla han sido presidentes "veteranos", como los han llamado no solo los analistas políticos sino también la gente de a pie: Jorge Batlle asumió con 72, José Mujica con 74 y Tabaré Vázquez comenzó su segundo mandato con 75 años y lo terminó con 80. Julio María Sanguinetti, dos veces presidente de la República, gobernó con 49 años la primera vez y con 59 en su segundo período.
En 2018, un año antes de las elecciones y tras conocerse los resultados de una encuesta de Equipos Consultores sobre preferencias de voto en la interna del Frente Amplio, Mujica pidió que no lo siguieran incluyendo como posible candidato y con tono risueño dijo que la lógica de la política uruguaya era difícil de entender. "Este país es una gerontocracia, el Partido Colorado levantó en la medida en que se presentó Sanguinetti. Hablan de renovación y después apuestan a los viejos".
Hay varias razones que pueden justificar estas conductas. Para empezar, que Uruguay es un país de viejos, dato objetivo de la realidad. Una de cada cinco personas tiene más de 60 años, la expectativa de vida es cada vez mayor y la tasa de natalidad es baja. En el ámbito de lo cualitativo, los uruguayos somos tradicionalistas (no necesariamente conservadores) y nos cuestan los cambios. Para ser diputado, por ejemplo, hay que tener más de 25 años; para ser senador, 30 años cumplidos; y para presidente, más de 35 (un requisito que se repite en países como Estados Unidos, por ejemplo). En Finlandia, la primera ministra, Sanna Marin, tiene 34 años.
En materia política, sin embargo, las elecciones de 2019 parecen haber marcado el fin de una etapa. Ninguno de los líderes de las últimas cuatro décadas terminaron peleando por la presidencia -Sanguinetti, de hecho, perdió la interna del Partido Colorado con Ernesto Talvi-, ni tienen cargos en el actual gobierno. Además de que presidente y vicepresidenta son más jóvenes que sus antecesores -Beatriz Argimón es 16 años menor que Lucía Topolansky-, en el gabinete la edad promedio bajó 12 años: de 68,6 a 56,6, según publicó El País. El caso del Ministerio de Economía y Finanzas es uno de los más notorios: Azucena Arbeleche tiene 49 años, mientras que Danilo Astori dejó esa cartera con 79.
En el Poder Legislativo, en cambio, el gobierno de Lacalle Pou trajo muchas caras nuevas, pero poca renovación sociodemográfica. Pese a que hubo 53 legisladores que se estrenaron en sus funciones, el promedio de edad, el nivel educativo y el número de mujeres se mantuvo casi igual al período anterior. Mientras que los diputados tienen un promedio de 50 años, el de los senadores asciende a 60; hay una mujer cada cinco legisladores y la mitad tienen formación universitaria.
Mucho de esa "foto" se trasluce en la nota que hizo Florencia Pujadas para este número, con algo así como la selección sub-35 del Poder Legislativo, donde quisimos presentar quiénes son, qué historias traen y qué proyectos tienen los legisladores más jóvenes. Allí hay un poco de todo, desde personas con tradición política hasta outsiders, profesionales universitarios, comerciantes o militantes. Pero más allá de las ideas que cada uno defiende, tienen mucho en común, sobre todo una manera de ver y entender el mundo. Uno de ellos, Nicolás Viera, diputado del Frente Amplio por Colonia, en cuya casa casi que no hay almuerzos sin una discusión política, decía que uno de los mayores desafíos de los jóvenes es "abrirse espacios en un mundo marcado por la gerontocracia política". Y agregaba, muy inteligentemente, que renovación no necesariamente significa cédula de identidad: "Son ideas y saber del mundo actual". Es que la juventud no es un valor en sí mismo. No es mejor ni peor que la experiencia. Una vez más, es un dato objetivo -y efímero- de la realidad. Sí es valiosa como herramienta, sobre todo cuando viene acompañada de ganas de hacer, construir, cambiar.