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Las redes y el lugar de las disculpas

En Twitter, Facebook e Instagram poco importan la verdad y las explicaciones

En Twitter, Facebook e Instagram poco importan la verdad y las explicaciones

La semana pasada galería cometió un error. Fue un error grave, de esos que duelen incluso después de aclarado. Por falta de comunicación "sí, en los medios la mayoría de las equivocaciones que ven la luz son, paradójicamente, errores de comunicación" la foto que retrataba al artista Gastón Rosa con una de sus obras callejeras se publicó editada. Pero lo que faltaba allí no era algo casual, era parte fundamental de su obra. Se trataba de unos afiches de los detenidos desaparecidos durante la dictadura en Uruguay, varias piezas de papel pegado sobre una contundente pared verde esmeralda, seguramente en el marco de la Marcha del Silencio, que se había realizado de forma virtual unos días antes. Nos dimos cuenta de la confusión cuando esas páginas estaban armadas y sustituimos la foto por la correcta, pero por una serie de eventos desafortunados la versión que se envió a la imprenta fue la que estaba mal. El jueves, con la revista impresa, la noticia nos volvió a golpear.

La primera reacción fue hablar con el artista. Él entendió, pero quiso aclarar lo sucedido en su Instagram, donde está su comunidad de seguidores. Su posteo fue respetuoso y claro. Los comentarios que recibió, sin embargo, exudaban una indignación y un repudio hacia la revista que no se correspondía con el tono de las palabras del más perjudicado, el artista. Así ocurrió durante casi 48 horas, pese a que corregimos la versión digital de la nota y aclaramos que la foto editada se había publicado por error. No hubo muestras de comprensión, solo acusaciones de manipular la memoria, de editar la historia, de ser cómplices de la dictadura, de servidores de la derecha y un largo etcétera que apuntaba directamente al trabajo de un equipo de periodistas que, semana a semana, le ponen todo el profesionalismo y el corazón a lo que hacen, a lo que hacemos. En la noche del viernes varios personajes públicos, entre ellos el actual intendente de Montevideo, Christian Di Candia, compartieron -y condenaron- el error en sus redes sociales.

Así, decidimos que la fe de erratas que íbamos a publicar este jueves -que incluía nuevas disculpas y la publicación de la foto correcta en la versión papel de la revista- no podía esperar. Hicimos un posteo en nuestro Instagram. Pero tampoco fue suficiente. Más allá de las opiniones y sensibilidades personales, este hecho y sus consecuencias nos confirmó, como medio, que en las redes sociales poco importa la verdad y las explicaciones. En las redes morales -como las llama el personaje de Carlos Tanco, Darwin Desbocatti- importa la foto, ser el primero en comentar, el que tiene más seguidores, retuits o "me gusta". ¿La honestidad? ¿La empatía? Esas corren a discreción.

Esa misma semana, en medio del resurgimiento de la movida internacional Black Lives Matters, una reconocida marca de moda uruguaya también tuvo que pedir disculpas en sus redes. Al querer sumarse a la causa, malinterpretó una frase y la usó de forma incorrecta. En pocas horas se retractó y publicó una disculpa. Pero para ese entonces las críticas y los insultos se contaban por miles. Pocos días después, el comunicador Rafael Cotelo recibió una denuncia penal (por apología del delito e incitación al odio) por un cuplé humorístico de su personaje Edinson Campiglia, en el que calificaba a los riverenses como "retardados". Si bien el hecho no ocurrió en el mundo virtual -fue en un programa de radio-, las repercusiones, acusaciones e insultos sí se dieron allí. Cada uno de los involucrados pidió disculpas por separado primero; luego lo hizo el equipo en bloque. Sin embargo, el abogado y exdiputado blanco Fernando Araújo resolvió mantener su denuncia.

Sea una persona, una marca o un medio, la audiencia que hoy nos sigue en redes no es tonta y está informada. Para el periodismo, eso siempre es bueno, nos interpela y desafía. En la última década, son muchos los medios que ante un error y su consiguiente crisis de credibilidad y prestigio, salieron a pedir perdón. Lo hicieron El País de Madrid, la BBC, The Washington Post, The Guardian y muchos otros por publicar columnas homofóbicas, chistes de mal gusto, comentarios racistas, noticias falsas y fotos equivocadas. También es cierto que en el mundo virtual, desde el anonimato o el rótulo de influencer, es más fácil criticar, juzgar e indignarse.

En una nota sobre activismo en redes que publicamos en esta edición, el psicólogo Roberto Balaguer dice que el linchamiento social está vinculado con la necesidad de encontrar un culpable y entender los fenómenos. "Cuando pasa algo malo, nos gusta poder equilibrarlo. (...) Cuando uno ve que todo el mundo está diciendo una cosa, se envalentona y opina; la suma va prendiendo la hoguera. Son como los linchamientos en la plaza pública: la gente no tenía ni pruebas ni dudas, pero iba a que se hiciera justicia. Ahí está la humanidad en todo su esplendor", explica.

El año pasado, la publicista mexicana Ana María Olabuenaga publicó un libro titulado Linchamientos digitales, a partir de varios casos que habían ocurrido en su país. Allí no solo sostiene que las redes sociales "son como un tribunal moral" en el que se hacen juicios, sino que los pedidos de disculpas son vistos "como una afrenta adicional" que molestan y vuelven "aún más crueles los castigos que el condenado lleva en sus espaldas".
Por otro lado, las redes han permitido que personas que antes tenían pocas opciones de comunicar de forma masiva sus ideas o puntos de vista ahora puedan hacerlo fácilmente. Y no solo se pueden hacer escuchar, sino que -muchas veces- pueden obtener respuestas de esos nombres calificados a los que aspiraban llegar. De cierta manera, mientras se democratiza la capacidad de expresión algunos expertos en comunicación digital explican que también se genera "una especie de ajuste de cuentas". Acortar esas distancias tiene beneficios, pero también puede derivar en ataques o linchamientos.

La búsqueda constante de aprobación, tan propia de las redes en todos sus formatos, es otro de los ingredientes que aderezan esta potente ensalada. Y mientras la lluvia de comentarios envalentona a muchos a sumarse a causas que tal vez hasta ese momento no sentían como propias, la empatía se va alejando. En nuestra experiencia, admitir el error y pedir disculpas nos acercó al público de siempre. Los haters van a seguir estando y hay que convivir con ellos en las redes con la misma altura con la que lo hacemos en la vida real.