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Los Juegos y sus atletas, tan geniales como humanos

Muchas veces perdemos de vista que los atletas que tanto admiramos son seres humanos que, cuando salen de la cancha o bajan del podio, tienen los mismos problemas que el común de los mortales

Los vemos meter goles en el momento menos pensado. Los vemos correr 800 metros en poco más de 1 minuto y 40 segundos. Los vemos saltar vallas que superan por casi 50 centímetros su altura. Los vemos nadar como si estuvieran bailando suspendidos en el aire. Los vemos formar un ángulo recto con su espalda, estirar sus piernas hasta el infinito, gritar, festejar, llorar. Para quienes seguimos sus pasos desde el otro lado de una pantalla o, en el mejor de los casos, desde las gradas de algún estadio, los deportistas de alta competencia son seres de otro planeta. Son ídolos, son líderes, son ejemplo, son motivación. Así los miramos y admiramos. Y así, también, muchas veces perdemos de vista que son seres humanos que, cuando salen de la cancha o bajan del podio, tienen los mismos problemas que el común de los mortales. O algunos de ellos.

La semana pasada, a pocos días de comenzados los esperados y postergados Juegos Olímpicos de Tokio 2020 (que por la pandemia de coronavirus se están jugando en 2021, con estrictos protocolos y sin público), la gimnasta artística estadounidense Simone Biles, considerada la mejor del mundo después de sus logros en Río de Janeiro 2016, se bajó de la competencia debido a un bloqueo mental que le impedía rendir como ella -y su público- estaba acostumbrada. "Trato con los demonios que hay en mi cabeza. (...) Tengo que concentrarme en mi salud mental", dijo en conferencia de prensa. La gimnasta, de 24 años, decidió no competir en las finales de barras asimétricas y de salto. Días después se dijo que podía estar padeciendo twisties, una condición que genera problemas para vincular el cuerpo en relación con el suelo mientras el atleta está en el aire.

Para ese entonces, el tema ya estaba sobre el tapete: la salud mental de los deportistas es tan importante como el estado de sus músculos, su capacidad pulmonar o su ritmo cardíaco. Sin embargo, es un capítulo al que se le presta poca atención y del que casi nadie habla. De a poco, el caso de Biles dejó de estar solo y se fue sumando, con matices y diferencias, a otros como el de la tenista japonesa Naomi Osaka. Consultado para la nota que publicamos esta semana, el médico deportólogo Edgardo Barbosa no duda al asegurar que todo lo referido a salud mental "es capital" en el rendimiento de un deportista. "Y las presiones son más altas a más alto rendimiento, como le pasó a esta gimnasta. Hay un punto en que si la salud mental no acompaña se tira por la borda todo el esfuerzo previo".

Sin embargo, hablar de los problemas emocionales, tratarlos y comprenderlos todavía no es moneda corriente, ni siquiera en el mundo desarrollado, ni siquiera en los ámbitos más educados y calificados. "Es que para muchos, hablar de salud mental es sinónimo de locura, cuando el que va al psicólogo puede ir por un tema de malestar, de estado de ánimo y de autoestima", le dijo el psicólogo deportivo Christian De los Santos a Leonel García para la nota. Por eso, entonces, la decisión y las palabras de Biles son más valiosas todavía.

Hace unos meses, a partir de la edición de un libro titulado No me digas loco. 33 historias para comenzar a hablar de salud mental, también abordamos el tema. El trabajo recopila testimonios de escritores y artistas estadounidenses que sufrían alguna enfermedad de esa índole y pedían no ser catalogados a partir de ese único aspecto. "La depresión no me define, porque no se puede definir a una persona con una sola palabra", decía uno de ellos; otro escribía: "La sociedad continúa considerando a la enfermedad mental como un rasgo definitorio de la gente". Y allí es cuando entran a jugar y a pesar la desinformación, los estigmas, la discriminación, el rechazo y la vergüenza.

No es absurdo pensar que cuando quien está en esta situación es alguien famoso, un ídolo o referente, un ser supuestamente infalible cuyo accionar está siendo juzgado permanentemente, la presión -propia y ajena- se dispare. Tampoco es casualidad que el tema arremeta en medio de los JJ.OO., uno de los eventos deportivos más exigentes del mundo que llega un año después de lo previsto y tras vivir una pandemia donde muchos deportistas no pudieron entrenar, competir o incluso retirarse en tiempo y forma. "Dentro de lo psicológico hay un montón de angustia que a nivel social y general todavía no conocemos los efectos. Hay que ver el grado de resiliencia de cada deportista, el grado de pérdida de cada deportista, algunos de los cuales perdieron familiares o estuvieron en terapia intensiva", dijo a CNN Juan Manuel Brindisi, psicólogo clínico de selecciones nacionales en la Asociación de Fútbol Argentina (AFA). La pandemia, coinciden los expertos, descompaginó la vida cotidiana, la familia, la pareja, el trabajo y también el deporte.

Pero como los Juegos Olímpicos suelen ser tierra fértil para las sorpresas, el martes, cuando buena parte de la revista ya estaba en la imprenta, Biles compitió en la final de barra de equilibrio con la actitud firme y calmada de antes. Se la vio sonriente y rodeada por su equipo, que no dejaba de abrazarla. Logró el tercer puesto y una medalla de bronce. Con esta suma siete preseas olímpicas, un récord que comparte con Shannon Miller como la gimnasta de Estados Unidos más condecorada en los JJ.OO. Al cierre de esta edición todavía quedan algunos días de competencias. La de Biles parece ser una historia dura con final feliz. O al menos una historia que informa y empodera.