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Los besos que extrañamos (y los que no)

Mientras que el beso romántico viene sobreviviendo a la pandemia, hay otros -los sociales, los burocráticos, los que se dan porque sí- que están en peligro de extinción

Mientras que el beso romántico viene sobreviviendo a la pandemia, hay otros -los sociales, los burocráticos, los que se dan porque sí- que están en peligro de extinción

En mi casa tengo un "rincón Pinterest", como bromea cada vez que le muestro una foto la directora de arte de la revista, Florencia Méndez. Allí hay un pupitre antiguo que compré hace algunos años por Facebook, un ficus al que cuido tanto como a mis hijos para que no se seque y un póster de Kiss II, una de las obras más emblemáticas de Roy Lichtenstein, comprado en una tienda frente al Centro Pompidou de París. Florencia -con su ojo entrenado- también dice que tengo demasiadas cosas, que tengo que deshacerme de varias, pero eso es tema para otra columna.

A partir de la nota que escribe Patricia Mántaras para este número sobre el diverso y abundante menú de besos que damos en la vida -y sobre cuáles estamos extrañando en estas semanas de distanciamiento social- me di cuenta de la estrecha relación que la mayoría de nosotros tiene con los besos, muchas veces sin tener plena conciencia de ello. Uno de los datos más ilustrativos de la nota es el de un estudio de la Butler University, que descubrió que 90% de las personas recuerdan más detalles del primer beso romántico que del primer encuentro sexual.

Es que hay infinitos tipos de besos y seguramente nadie lleve la cuenta de cuánto ha besado en su vida, pero seguramente mucho. En la introducción de su último libro, Beso feroz, Roberto Saviano sostiene que cada beso es único y que eso se debe no solo a cómo nos los damos sino a cómo surgen, la intención que los origina, la tensión que los acompaña, a cómo los recibimos o cómo los rechazamos. Mientras que Charles Darwin, en su calidad de naturalista, asegura que el beso es un impulso innato escrito en los genes, varios estudios sostienen que el beso romántico no es universal, sino que se trata de un hábito aprendido.

Y esa revelación cobra sentido al ver que, en las distintas disciplinas artísticas, el beso es el símbolo del amor por excelencia. En el cine está documentado cuál fue el primer beso francés (apasionado y con lengua) e incluso cuál fue el beso más largo (que no ocurrió hace tanto tiempo). En la serie Sex and the City hay un capítulo entero dedicado a analizar a un mal besador y sus consecuencias. En la literatura está desde el cuento de Antón Chéjov, titulado El beso, hasta la novela más reciente de Saviano, pasando por obras como Rayuela y su emblemático capítulo 7 y la sutil descripción de El gran Gatsby, de F. Scott Fitzgerald.

En las artes visuales también está más que presente. La serie del estadounidense Lichtenstein es solo un ejemplo. La obra El beso, de Gustav Klimt, parte de la colección permanente de la Galería Belvedere, en Viena, es una de las más famosas. Su porte -mide 1,80 m por 1,80 m-, el uso del dorado, la mezcla entre formas geométricas y flores, y la ternura de ese contacto apenas visible, es sublime. En la fotografía, hay besos para todos los gustos. Robert Doisneau inmortalizó varios momentos en la París de posguerra. El beso del Hotel de Ville, fotografía en blanco y negro tomada en 1950, y una de las más reproducidas de la historia, también tiene una cuota fuerte de polémica. La imagen no fue casual y parte de la realidad parisina, como solía capturar Doisneau. En 1988, con 76 años, el francés tuvo que revelar que, para cumplir con el encargo de la revista Life, había contratado a una pareja de actores, novios en realidad, para posar en varios escenarios de la ciudad. Hubo escándalo y juicio por parte de la protagonista, Françoise Delbart, que reclamó a Doisneau por derecho de imagen. Según declaraciones de la hija del fotógrafo, El beso... arruinó los últimos años de su vida. Sin embargo, lo que él terminó calificando como una imagen "superficial, comercial y prostituida", para muchos sigue siendo sinónimo del amor a pesar de las circunstancias.

Mientras que este tipo de besos viene sobreviviendo a la pandemia, hay otros -los sociales, los burocráticos, los que se dan porque sí- que están en peligro de extinción. Para el filósofo uruguayo Luca Beviacqua, las conductas inherentes al saludo se explican por lo que se podría definir como "razones de continuidad", o sea, porque siempre se hizo así, porque es la mejor manera de hacerlo o porque el costo de cambiar es demasiado alto. Ahora, coronavirus mediante, el parate forzado, el distanciamiento voluntario y la posibilidad de analizar qué vida queremos tener se impusieron al statu quo. El beso de amor parece estar a salvo. El beso prescindible, en cambio, quizá se haya ido para siempre.