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Uruguay, con sus poco más de tres millones de habitantes y 176.215 kilómetros cuadrados de superficie, ubicado entre dos gigantes y bastante al sur en el mapa, siempre se las ha ingeniado para llamar la atención del resto del mundo. El caso del fútbol es, quizá, el más emblemático. Fue sede del primer Mundial en 1930, sorprendió con el histórico Maracanazo en Río de Janeiro 20 años después y, aunque con altibajos, nunca dejó de promover futbolistas que se destacaron a escala internacional.
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Los más recientes son Suárez y Cavani, pero antes hubo varios más. Y lo que sucede en el fútbol también pasa, a otra escala y con otro nivel de difusión, en otras áreas. La cultura es una de ella. El Oscar para Jorge Drexler hizo historia, pero sin necesidad de premios de ese calibre también son conocidos en el mundo por su trabajo Hugo Fattoruso, César Troncoso, Natalia Oreiro o Fede Álvarez, por nombrar solo algunos.
Esta semana fue el turno de la moda. El nombre que sobresalió en los medios internacionales y también los locales fue el de la uruguaya Gabriela Hearst, que para quienes trabajamos en periodismo, y sobre todo en periodismo vinculado a moda, ya es un nombre conocido, pero que quizás para muchos recién está empezando a sonar. Hearst, uruguaya, nacida en Paysandú, vive y trabaja hace años en Estados Unidos. Tiene una tienda en Nueva York, en 2020 fue elegida mejor diseñadora de moda femenina por el Consejo de diseñadores de moda americanos (CFDA, por su sigla en inglés) y hace pocas semanas fue nombrada directora creativa de Chloé, cargo que durante años ocupó Natacha Ramsay-Levi. Hearst cultiva el perfil bajo, aunque tiene una presencia activa en redes, sobre todo en Instagram, donde difunde su trabajo. El miércoles 20, en la ceremonia de investidura del nuevo presidente de Estados Unidos, Joe Biden, la uruguaya fue la encargada de vestir a la primera dama, Jill Biden. No fue la primera vez que lo hizo, ya había diseñado para ella durante la campaña y para el primer debate presidencial. De todas maneras, ser la elegida para un día tan emblemático no es un mojón menor en su carrera.
En Estados Unidos, la ceremonia de transferencia de mando es una fiesta multitudinaria en la que se celebra la democracia en su sentido más amplio. Esta vez se sabía que iba a ser diferente, pero seguramente no tanto como lo terminó siendo. A la pandemia, que registra uno de sus momentos más severos, se sumó la crisis política que generó el asalto al Capitolio del 6 de enero por parte de partidarios de Donald Trump. Los operativos de seguridad se reforzaron y solo hubo mil entradas disponibles para asistir a la ceremonia en Washington -que se realizó bajo estricto protocolo sanitario-, cuando en el pasado había hasta 200.000 boletos.
En ese contexto, cada gesto llevó un mensaje detrás, desde las palabras de los discursos políticos hasta la elección de los artistas invitados. Y el diseño de los trajes no fue la excepción. El caso de la creación de Hearst, que la primera dama lució en la ceremonia de la noche, fue uno de los más claros. La diseñadora explicó que la idea detrás del vestido y el tapado era mostrar la unidad. Pero el detalle que más llamó la atención fue el bordado, que representaba las flores de cada estado de Estados Unidos, con la flor de Delaware -el estado del presidente y la primera dama- a la altura del corazón. También se supo que estaba hecho de materiales reciclables y a partir de un proceso sustentable.
Más allá de las banderas políticas -y de lo previsible que puede haber resultado para algunos ver su nombre asociado al nuevo presidente demócrata-, el talento de Hearst fue reconocido por el mundo entero, dentro y fuera de la burbuja de la moda. Puso a Uruguay en el mapa una vez más, como otras veces lo hizo Suárez con sus goles, José Mujica con su imagen del "presidente más pobre del mundo", Drexler con su Oscar, Natalia Oreiro con el éxito de sus canciones en Rusia o hace pocas semanas Gonzalo Moratorio con su reconocimiento en la revista Nature.
Ahora fue el turno de Hearst, su nombre y su lugar en la moda internacional, pero seguro que habrá más. De hecho, además de una nota que recorre los looks -y el mensaje detrás de cada uno de ellos- en la asunción de Biden, en este número tenemos una entrevista con una uruguaya que también está marcando la cancha en lo suyo. Se llama Marjorie Spitalnik y desde hace años se dedica a crear muñecas de peluche de mujeres icónicas de la historia, como Marie Curie o Amelia Earhart.
La colección se llama Little Rebels, ya se fabrica en serie, fue distinguida en los TAGIE Awards, uno de los premios más importantes de la industria, y está nominada a los TOTY, el equivalente a los Oscar en el mundo de los juguetes. En una parte de la charla con Juan Andrés Ferreira, Marjorie cuenta que cuando le anunciaron que era la ganadora de los TAGIE lo primero que pensó fue que había un error. Habla del "síndrome del impostor", como se le llama al malestar psicológico que sienten las personas exitosas que no pueden asimilar sus logros. El dato curioso es que los estudios indican que es más frecuente en mujeres que en hombres, y que está asociado al alto nivel de autoexigencia y el miedo al fracaso, pero eso es tema de otra columna. Lo cierto es que casos como el de Hearst y Spitalnik aparecen más seguido de lo que uno podría imaginarse. Solo hay que saber verlos, y darles tiempo para que cosechen sus frutos.