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Moda: cambios sin marcha atrás

La moda debería ir -y lo está haciendo, aunque con resultados desparejos todavía- por el amplio camino de la inclusión.

La moda debería ir -y lo está haciendo, aunque con resultados desparejos todavía- por el amplio camino de la inclusión.

De manera recurrente, la moda suele venir acompañada por el adjetivo frívola. También se usan términos como superficial o irrelevante. Sin embargo, aunque estos conceptos siguen estando presentes en el imaginario popular, está demostrado que no debería ser así. Primero, porque se trata de una de las principales industrias a escala mundial, que da empleo a millones de personas y genera otros tantos millones de ganancias (pero ese sería tema para otra columna). Segundo, porque quienes desde hace décadas estudian la moda tienen más que probado que es una de las principales formas de expresión de los tiempos y su gente. Y tercero, porque lo que nos ponemos y cómo lo hacemos está íntimamente ligado a cómo nos cuidamos y cuánto nos queremos; básicamente, a la tan mentada autoestima.

Hace un par de semanas, en la nota que publicamos sobre el nail art también surgió el tema. Más allá de que el cuidado de las uñas existió desde siempre -o casi; hay datos de que Cleopatra se las pintaba con henna- y que cargan con el simbolismo de la defensa casi animal, querer verse las manos cuidadas, prolijas y lindas también es un gesto de amor propio. A partir de las declaraciones de la cantante española Rosalía, que más allá de la música tiene como sello llevar siempre uñas extravagantes, El País de Madrid consultó al profesor en Ciencia Política de la Universidad de Málaga Manuel Arias Maldonado, quien dijo que "las uñas cuidadas para gustar se presentan aquí como un adorno para gustarse. Cuidarse las uñas equivale a cuidar de sí". Rosalía fue más allá y en una nota con el británico The Guardian dijo: "Llevar las uñas largas es un símbolo radical de feminismo, muy extremo. Significa mucho más que ser guapa, es poder".

Esta semana, la inquietud de uno de los periodistas del equipo que se transformó en nota fue cómo se vinculan las personas ciegas con la moda. ¿Les interesa la ropa? ¿Cómo distinguen los colores? ¿Tienen preferencias? ¿Disfrutan de ir de shopping? ¿Están al tanto de las últimas tendencias? Para poder responder a estas preguntas salió de compras con Patricia, una mujer que quedó ciega a los 27 años, hace ya dos décadas. Con ella recorrió varios locales de 18 de Julio mientras conversaban sobre la experiencia, las dudas, los obstáculos y las ayudas. A Patricia, contrariamente a lo que los prejuicios podrían indicar, le interesa el mundo de la moda y el maquillaje, no le da igual qué ponerse y siempre está en busca de herramientas que la ayuden a sentirse bien y linda. "Hay gente con discapacidad a la que no le importa cómo se ve y está desarreglada. Como no ve, no le importa cómo está. Pero solamente no ve y el mundo sigue girando. Mi ventaja es haber visto", contó.

En Uruguay, alrededor de 4% de la población tiene algún tipo de discapacidad visual y se estima que cerca de 75% de la percepción sensorial proviene de la vista. "En general, el sentido de la vista es tan avasallante que a veces olvidamos que en el contacto con una prenda intervienen de manera importante otros sentidos, especialmente el tacto y el olfato", dice Verónica Massonier, licenciada en Psicología y especializada en moda. A través del tacto pueden conectar con las distintas texturas y con el olfato perciben ese aroma especial que tiene una prenda nueva, diferente a cualquier otro. Sin embargo, lo que destaca es que los no videntes que encuentren un momento de conexión placentera con el mundo de la moda estarán buscando allí lo mismo que las personas que pueden ver: "El anhelo hacia la renovación, el gusto por los materiales, el vínculo con lo nuevo".

La moda debería ir -y lo está haciendo, aunque con resultados desparejos todavía- por el amplio camino de la inclusión. La llamada ley de talles, que en Uruguay se viene discutiendo hace más de 10 años y de la cual este año se presentó un nuevo proyecto en el Parlamento, es un paso fundamental. Su objetivo es, básicamente, que la mayor parte de la población uruguaya encuentre talles -desde los más chicos hasta los más grandes- en las tiendas que están en el territorio nacional, algo que hoy no sucede. Para eso propone realizar un estudio antropométrico de la población uruguaya que deberá actualizarse cada 10 años. Así, la tabla de talles estaría ajustada a la realidad de cada momento. En julio, y tras una campaña con figuras de distintos ámbitos entre las que estaban la modelo Valeria Bonet y la cantante Vicky Ripa, el proyecto se presentó frente a la Comisión Especial de Género y Equidad.

Varios países ya tienen su ley de talles; en Argentina está vigente desde mediados de 2021. Y muchas de las consignas que plantean estas nuevas normas se van convirtiendo en una realidad en las tiendas y las pasarelas del mundo. En agosto, Copenhague fue sede de la Semana de la Moda, una de las ediciones más jóvenes y a la vez más cool de este evento que dirige los ojos del mundo hacia las últimas tendencias. Allí hubo colores fuertes, neón, metalizados; hubo medias con sandalias y shorts con gabardinas; y hubo modelos con todos los cuerpos, colores de piel y pelos. De todo eso también tenemos una nota en este número, que ilustramos con algunas fotos de street style de la uruguaya Romina Introini que confirman el movimiento. Porque hay cambios que, para fortuna de todos, ya no admiten marcha atrás.