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Cuando escuché la palabra sororidad por primera vez, hace ya muchos años, no sabía lo que era. Alguien, otra
mujer, me la tuvo que explicar. No le di demasiada importancia, me pareció
bastante obvia, como esas cosas de toda la vida que de repente, un día, tienen
nombre propio. Sin embargo, con el tiempo no solo la empecé a escuchar más,
sino que también precisé usarla; el mundo, mi mundo, comenzó a sentir, a tener,
esa necesidad.
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La palabra, cuyo uso se popularizó en Argentina y
Uruguay en el último lustro, en realidad existe desde hace varias décadas y
sigue el mismo patrón lingüístico que fraternidad, pero con la raíz
latina soror (hermana) en vez de frater (hermano). En los años
70, la escritora estadounidense Kate Millet, referente del feminismo de la
segunda ola, utilizó la palabra inglesa sisterhood en su libro titulado Política
Sexual. Si vamos a la RAE —que incorporó el término en 2018—, la primera
definición es mucho más liviana de significado y solo dice: “Amistad o afecto
entre mujeres”. La segunda acepción va un poco más allá: “Relación de
solidaridad entre las mujeres, especialmente en la lucha por su
empoderamiento”.
Así, el término sororidad, que durante años fue
muy utilizado solamente entre quienes estudiaban temas de género, poco a poco
comenzó a sonar fuerte fuera de los círculos especializados. Al principio
generó resistencia, incluso entre las propias mujeres. En febrero de 2018, la
actriz argentina Malena Pichot tuiteó su visión de las cosas: “A las mujeres no
nos educaron con los valores de la amistad sino más bien para competir entre
nosotras. Por ahora tenemos que andar explicando qué es la sororidad”.
El tuit de Pichot fue recogido en un artículo de BBC,
que también citaba la visión de la antropóloga mexicana Marcela Lagarde,
pionera en el uso del término en América Latina. “La cosa no es ‘cómo nos
queremos’; la clave está en que nos respetemos, algo difícil porque no estamos
educadas en el respeto a las mujeres”, había escrito Lagarde en un artículo del
portal feminista español Mujeres en red. “La sororidad es un pacto
político de género entre mujeres que se reconocen como interlocutoras. No hay
jerarquía, sino un reconocimiento de la autoridad de cada una”.
Los últimos meses del año fueron, en mi caso, de
sororidad a pleno. Como si el aislamiento, la soledad y el dolor de la pandemia
la hubieran abonado e impulsado. Como si la incertidumbre y el miedo hubieran
sacado lo mejor de nosotras, de todas, y todo junto. Hace algunas semanas, en
un pequeño encuentro entre mujeres que trabajan en distintas áreas vinculadas a
la moda, uno de los temas centrales fue cómo crear redes de apoyo siempre es
beneficioso, que puede haber colaboración sin competencia, que conversar con el
otro es enriquecedor, en la coincidencia o el disenso. La tónica de esa reunión
se replicó un poco más acá en el tiempo, en un almuerzo con colegas de
distintos medios, donde confirmamos que —en mayor o menor medida, en algún
momento u otro— todas atravesamos problemas y dilemas similares. Y lo mismo
ocurre cada vez que las mujeres que llevamos adelante proyectos periodísticos
nos cruzamos en algún evento social, que este diciembre abundaron. La sensación
nunca es de rivalidad, siempre es de sororidad.
El éxito de podcasts como Cosa de minas y Concha,
por citar dos ejemplos cercanos de Argentina (de hecho, la presentación de Concha
por primera vez en Montevideo a fines de noviembre fue a sala llena), son
indicadores de una nueva realidad, incluso ya distinta a la que se refería
Pichot hace solo tres años. En entrevista con El Observador, Jimena
Outeiro, una de las creadoras del podcast, explicaba que su éxito no se
puede entender aislado, que forma parte de un movimiento de revalorización de
lo femenino, que mientras algunas mujeres se bajaban de las primeras olas del
feminismo otras se subían, que sus contenidos empezaron a resonar entre un gran
público y que la gente necesita y quiere escuchar hablar de ciertas cosas. Y
luego, mientras advertía que ellas no tienen un background teórico como
para definir su lugar dentro del movimiento feminista, disparó esta frase con
la que me sentí identificada: “Creo que no nos habíamos dado cuenta de lo
feministas que éramos hasta que empezamos a hacer Concha”.
Las mujeres no somos todas iguales, pero hay grandes
temas que nos atraviesan. Son preocupaciones, amores, ideales, dudas, desafíos.
Están en un podcast, un libro, la nota de una revista o una charla cara
a cara. Y esa realidad, que es cada vez más visible, nos basta para hablar un
lenguaje en común. Le podemos decir sororidad, o de la forma que tengamos
ganas.