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En la última película de Pedro Almodóvar, Madres paralelas (que se estrenó recientemente en Netflix), la protagonista, interpretada por Penélope Cruz, en una de las escenas viste una remera que dice en negro sobre blanco We should all be feminists (Todos deberíamos ser feministas). Nada en esa escena es casual (seguramente como cada detalle en ese y todos los filmes del director español). Para empezar, Penélope interpreta a Janis, una fotógrafa de moda independiente y madre soltera por elección. Para seguir, en el momento en que la lleva puesta está enseñando a cocinar a su coprotagonista, Ana, interpretada por Milena Smit, otra madre soltera bastante más joven que ella. Y para terminar, no se trata de una prenda cualquiera sino de uno de los statements feministas más famosos de la industria de la moda, y sin dudas el más famoso de Dior.
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En 2016 Maria Grazia Chiuri se convirtió en la primera mujer en acceder al cargo de directora creativa de la maison francesa y este diseño fue parte de su primera colección allí. La frase elegida es, además, un homenaje al libro homónimo de la escritora y activista nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie, basado a su vez en una charla TED. Con todos esos ingredientes, la camiseta no demoró mucho tiempo en volverse viral. La usaron y mostraron —en señal de apoyo a los derechos de las mujeres— figuras del espectáculo como Natalie Portman, Jessica Chastain, Rihanna y Jennifer Lawrence. Hoy sigue estando disponible en dos versiones (que cuestan alrededor de 600 euros), y aunque su precio exclusivo y excesivo despertó las críticas, es cierto que en estos años fue fuente de inspiración para que otras marcas, colectivos y diseñadores crearan sus propios manifiestos feministas y los estamparan sobre una tela (iniciativa que, por supuesto, también llegó a Uruguay).
Más allá del significado que puede tener este hecho para la industria de la moda (que podría ser tema para otra columna), elijo quedarme con el significado que hay detrás de esa frase. Con la elección de sus palabras, pronunciadas en aquella famosa charla TED en 2013, convertida en libro después y traducida al castellano en 2015, Adichie deja claro que ser feminista casi no es una elección, sino una forma de vivir en la sociedad del siglo XXI. “Hoy me gustaría pedir que empecemos a soñar con un plan para un mundo distinto. Un mundo más justo. Un mundo de hombres y mujeres más felices y más honestos consigo mismos. Y esta es la forma de empezar: tenemos que criar a nuestras hijas de otra forma. Y también a nuestros hijos”, escribió esta mujer nacida en 1977, que no odia a los hombres y a la que le gusta maquillarse y usar tacos altos (para ella misma, aclara).
El disparador que la inspira y con el que seguramente muchas mujeres se sintieron y sienten identificadas (entre ellas, yo) es que hasta hace no tantos años el término feminismo estaba cargado de connotaciones negativas. Hoy se habla de feminismos y de las distintas formas en que las mujeres (que a veces son las que tienen la mirada más dura) se pueden sentir parte del concepto. No hay una única forma de ser mujer ni tampoco hay una única forma de ser feminista, ni siquiera una forma correcta de serlo. Se puede ser feminista y disfrutar de la cocina. O se puede ser feminista, amar a un hombre y querer ser madre. O ser feminista y elegir no depilarse ni usar soutien. Feminismo es, en definitiva, sinónimo de libertades e igualdad. Si las restringimos, entonces, cualquier lucha pierde sentido.
En los últimos meses —sin que fuera ex professo—, escribí sobre sororidad, maternidad, deconstrucción y también sobre cómo, a través de los procesos que se despiertan al hacer semana a semana esta columna, me descubrí más feminista de lo que creía. ¿Cómo no serlo si estoy convencida de que merecemos igualdad de derechos y oportunidades? ¿Cómo no serlo si por la misma tarea estamos peor remuneradas? ¿Cómo no serlo si la maternidad puede condicionar nuestra carrera profesional? ¿Cómo no serlo si sigue habiendo casos de femicidios a diario? ¿Cómo no serlo si las situaciones de abuso laboral, sexual pero también psicológico, siguen sucediendo?
Y, aunque ya lo imaginaba, editando la nota central de este número me di cuenta de que no estoy sola en ese camino de autoconocimiento. Entrevistamos a seis mujeres de tres áreas profesionales y dos generaciones bien distintas. Las historias, anécdotas y reflexiones referidas a las cuestiones de género que surgieron en las charlas no tienen desperdicio. Que en el edificio anexo del Palacio Legislativo se hubieran olvidado de hacer baños para mujeres o que en el BROU ellas no pudieran representar más del 30% de la plantilla de empleados son solo algunas de las grandes cosas que cambiaron en los últimos 25 años. No ser discriminadas para un cargo por ser madres o descartadas para llevar adelante una ronda de inversión o una lista al Parlamento por el mero hecho de ser mujer son otras. Algunas de las entrevistadas contaron que siempre se sintieron feministas, otras que lo fueron incorporando con los años; pero todas lo confirmaron en el proceso. En 2022, parece que no hay otra forma de vivir y crecer. No es que todas deberíamos ser feministas, sino que todas podemos serlo. n