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Por ser el mes que cuenta
con el Día Internacional de la Mujer, a lo largo de marzo se abordan de muchas
maneras alrededor del mundo los temas relacionados con la igualdad de género y
los derechos de la mujer. Se conocen los últimos estudios que muestran cifras
actualizadas, se plantean nuevas aristas en temas que aún no se habían pensado
con perspectiva de género, se reconocen esfuerzos, luchas y voces que trabajan
incansablemente para hacer de las vidas de las mujeres mejores vidas. Se
escucha a las militantes que persiguen con profunda convicción la
transformación de la sociedad, para que contemple con respeto, empatía e
igualdad de condiciones a toda una mitad de la población, la femenina.
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Hace años que
el movimiento feminista viene creciendo. Sin embargo, en los últimos tiempos,
con el acceso al poder de personas y regímenes más conservadores, que no
aceptan las desventajas a las que las mujeres en todos los ámbitos y en todos
los pueblos están sometidas, con las nuevas generaciones que parecen haber
nacido en un mundo bastante más igualitario que el que supieron sufrir sus
antecesoras y no logran comprender la importancia de la lucha por los derechos
de la mujer, sumado probablemente a otros factores, la fuerza feminista parece
estar perdiendo terreno. Deberíamos ya estar escuchando fuertes alarmas. Basta
solo con mirar hacia el costado y ver cómo ha cambiado el escenario de las
militantes feministas argentinas, que ya no se preocupan por los mandatos
estéticos femeninos; ahora pelean por el hambre y la pobreza que azota a las
mujeres más que a otros sectores de la población. Se dice, se sabe y está
estudiado que las mujeres son más pobres que los hombres.
Para que
estas diferencias sean cada vez menores, un ámbito clave donde las mujeres
deberían estar muy bien representadas, no solo porque son la mitad de la
población sino porque es donde pueden ejercer presión y poder para cambiar las
cosas, es en el Parlamento. No obstante, en Uruguay, el primer país de América
Latina donde una mujer pudo votar, la equidad política es un tema demorado. Hoy
está en el puesto 96 de la lista de países en relación con la participación
parlamentaria femenina. En una nota que publicamos en esta edición sobre el
tema, las cifras hablan del triste camino que viene haciendo Uruguay en este
sentido: en 1995 había 6,9% de mujeres en el Parlamento, hoy ese porcentaje
solo llega al 23%, menos de la cuarta parte, y lejos del índice en la región,
que es de 38,5%, que sigue siendo completamente insuficiente.
Como en todos
los ámbitos, en la política las mujeres se enfrentan a fuertes barreras para
poder avanzar en su carrera profesional. Tal como lo dejó bien claro el
presidente de la República, Luis Lacalle Pou, en el Desayuno deBúsqueda,
las decisiones importantes en política se adoptan en los asados. Esas reuniones
informales que suelen comenzar después de las 20 horas, son frecuentadas por
los hombres, mientras que las pocas mujeres del sector prefieren terminar la
jornada laboral e ir a sus casas a dedicarles tiempo a sus hijos. Ahora, surgen
varias interrogantes: ¿esos hombres no tienen también hijos? ¿No deberían estar
haciendo lo mismo que ellas? O en el otro sentido: así como ellos se permiten
llegar tarde a su casa por estar en una comida de camaradería donde se sabe se
deciden las cosas importantes, ellas también deberían sentir el mismo derecho,
sin miradas de reproche por dejar a los chicos a cargo del padre para poder
estar en el momento justo, en el lugar indicado. Claro que lo más sano para
todos sería que esas reuniones se hicieran en horarios de trabajo, para que
luego, tanto hombres como mujeres pudieran dedicar tiempo valioso a criar,
juntos, a sus hijos. Pero esa situación, como tantas otras, está tan
naturalizada que se da por sentado que la mujer no puede ir a esas reuniones
tanto como que el hombre sí puede, aunque ambos sean padres/madres de familia.
Es más que
lógico pensar que —con excepciones, claro está, porque también hay mujeres que
aún no han llegado a comprender ni de cerca el verdadero valor del movimiento
feminista— si las mujeres estuvieran representadas en igualdad de porcentajes
en el mayor espacio de poder de una sociedad como el Parlamento, que es donde
se redactan y aprueban las leyes, las barreras a las que se enfrentan en los
otros espacios empezarían a caer lentamente. Queda mucho trabajo por hacer. A
no bajar los brazos, nunca.