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Ser padres en tiempos de igualdad

Cada vez que mi papá me felicitaba a mí o a mi hermana por alguna cosa —tanto por un logro profesional como por algo que hubieran dicho o hecho nuestros hijos— nosotras le respondíamos con un “qué hijas te mandaste”, frase a la cual él solía replicar con una sonrisa pícara. Los tres asumíamos —en ese lenguaje de complicidad y pocas palabras— que, en el acierto o en el error, en mayor o menor medida, por genética o por transitiva, él tenía parte de la responsabilidad sobre las mujeres en las que nos habíamos convertido. Como madres y padres, un trabajo en construcción y diario, es difícil medir las consecuencias que tendrán nuestras acciones, dichos y actitudes a largo plazo. Sin embargo, también creo que quienes nos embarcamos en esta tarea somos cada vez más conscientes de ello. Dicen que nada es gratis. Y probablemente sea cierto. Por eso, ser padres hoy —en la acepción más amplia posible del término— es aun más complejo que antes. Y los varones, buceando en este océano llamado nueva masculinidad (también en construcción y revisión constante), la tienen bastante difícil.

Hace ya más de 10 años, el argentino Sergio Sinay publicó el libro Ser padre es cosa de hombres, que si bien en los anaqueles de las librerías está bajo el rótulo de “autoayuda” hoy podría entenderse más como un manual sobre la tan mentada “nueva paternidad”, con conceptos como el amor de padre, el sentido de la masculinidad para los propios hombres y los prejuicios y creencias que existen en los núcleos familiares. El trabajo, además, incluye el tema que decidimos abordar desde la revista para este número del Día del Padre: los desafíos de los varones que hoy crían a las mujeres del futuro. “Siempre ha existido la idea de que los padres deben mostrarse ante sus hijas fuertes e invulnerables, lo que, en realidad, es mostrarse distantes e inaccesibles. Sin embargo, aunque ese modelo persiste, hay padres que ya no temen perder masculinidad o autoridad por acercarse emocionalmente a ellas”, dijo Sinay consultado por el diario Clarín hace un tiempo.

En la nota que hizo Leonel García esta semana, la psiquiatra Natalia Trenchi va en la misma línea, aunque advierte que el cambio no es tan generalizado como se cree y que, como suele suceder con estos fenómenos, queda mucho paño por cortar. “Todavía hay hombres y mujeres apegados a los roles tradicionales, ellos delegando la crianza y ellas acaparándola. Existen menos pero todavía existen. Romper ese modelo ha enriquecido en primer lugar a los niños”, opina.

Hoy, es difícil cruzarse en el camino de la vida con chicas que no se declaran feministas y quieran —con militancia y lucha si fuera necesario— un mundo más igualitario, plasmado tanto en las oportunidades laborales como en la sexualidad. Desde los adultos, el cambio claramente no pasa solo por la propuesta de juego, con aquella división arcaica de las muñecas para ellas y la pelota para ellos, sino por los temas de conversación cotidiana, las actividades que se promueven fuera del horario escolar, el abanico de opciones para estudiar; en definitiva, por tener una mente y un corazón más abiertos para la diversidad de pensamientos y elecciones.

Los cinco testimonios que recogimos para este número son fiel reflejo de estos cambios. Desde Roberto Musso, integrante de El Cuarteto de Nos, que cuenta por qué escribió el tema No Llora en 2014, cuando su hija Federica tenía menos de tres años y cómo hoy ella le sigue mostrando una nueva forma de ver la vida, hasta el artista plástico Gastón Izaguirre, que como padre de una niña y un varón adolescentes apunta a inculcarles el respeto por el otro y el cultivo de la autoestima, buscando siempre la felicidad en uno mismo y no en satisfacer a los demás.

Los cambios de mentalidad y actitud entre los niños y los adultos pueden no ir al mismo ritmo, pero lo cierto es que unos traccionan a los otros. En los padres varones, la figura del sobreprotector —o “guardabosques”, como se los solía llamar—, y la voz de la autoridad dieron lugar al rol de cuidador, donde la firmeza se mezcla con la ternura. Todo en su justa medida, porque salir del molde tampoco implica ser los esclavos de las nuevas (y rebeldes) princesas, advierten algunos expertos. Como decía Albert Einstein, dar el ejemplo no es la principal manera de influir sobre los demás; es la única manera.