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Siempre nos quedará febrero

Editora Jefa de Galería

Se fue enero. El que suele ser mencionado como el mes más importante del verano. Muchos ya han vuelto de las vacaciones. Han paseado, tomado —sol y bebidas, algunas frescas, otras espirituosas—, comido, nadado, leído, dormido, caminado, reído, conversado. Las vacaciones son para dejarse llevar. Para no tener tiempo, ni agenda ni obligaciones.

El estilo de las vacaciones que elegimos, más allá de temas económicos, familiares y personales, está fuertemente determinado por el lugar que escogemos para pasarlas. La elección del balneario hace a la cuestión. Punta del Este ofrece varias alternativas. Los días en una casa con jardín en Pinares difieren de los que se pueden pasar en un apartamento en la parada 2 de la Mansa. De todas formas, en la mayoría de los casos esta opción de veraneo implica casi indefectiblemente el uso del auto para ir al supermercado (lo que conlleva tener que lidiar con el tránsito y el estacionamiento), la acumulación de sombrillas en la playa (y la escucha involuntaria de conversaciones ajenas), las colas en la rotisería y un sinfín de otras situaciones que no cambian mucho de la ya conocida rutina de ciudad. En Punta del Este, y especialmente en enero, es también donde se organizan todas las actividades del verano, entonces hay posibilidades de ir a partidos de tenis, rugby, polo o golf, campeonatos de surf, festivales de cine, conciertos de música, inauguraciones de exposiciones, aperturas de locales, fiestas, sunsets, y muchas cosas más. Tener la posibilidad de asistir luciendo divertidos outfits de verano es un gran plan de vacaciones para muchos.

En otro lugar del espectro veraniego se encuentran los que, con las vacaciones, se toman también distancia de la vida social y las ropas elegantes, del tránsito y de las colas en el supermercado. Los balnearios­ de la Costa de Oro tienen otro ritmo en ese sentido y ofrecen una vida más apacible. Calles de tierra, manguera en el jardín para sacarse la sal del cuerpo, fuegos encendidos en el parrillero, siestas largas o lectura a la sombra de un pino. Poco para hacer. Mucho para descansar.

Y luego están los más aventureros que salen en busca de la energía magnética del océano. Rocha tiene otro encanto que hace descender un escalón más los ritmos. La vida apacible de la costa canaria se vuelve ya casi en cámara lenta en la rutina rochense. Lo que para muchos puede ser desesperante, para otros es, precisamente, objeto de disfrute. Entre las opciones del departamento más esteño del país, se puede disfrutar tanto de un lugar como La Paloma o La Pedrera, más poblado y con alguna que otra actividad para hacer, o se puede optar por algunos de los antiguos poblados de pescadores, rústicos, salvajes, un poco hippies. Cabo Polonio siempre es una opción, aunque dentro de su inagotable magia, enero es un mes que se vive distinto. Los boliches están en pleno funcionamiento recibiendo turistas por el día, se escuchan toques de bandas o solistas que suenan en todo el cielo nocturno, y la playa está casi tan llena de sombrillas como cualquier bajada de Punta del Este.

Enero es el mes más intenso del verano. Por temperatura (aunque este año no fue tan caluroso), por veraneantes, por actividades, por movimiento. Pero siempre nos quedará febrero, que este año nos regala un día más. Un mes más tranquilo afuera de la ciudad porque la capital empieza a retomar actividades. Se lo tilda de más fresco, o más lluvioso, pero eso ya no es tan cierto. Febrero tiene una cadencia especial que si se la sabe encontrar es altamente disfrutable, claro que para aquellos que buscan un estilo febreriano de vacaciones. Solo ellos entienden de qué estamos hablando.