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Casi sin darnos cuenta, llegó diciembre. Y diciembre no es un mes más. Es como que cada uno de sus 31 días valiera doble, o triple, e incluso podría ser más generosa. Es el último mes del año, el que cierra un ciclo, aquel en el que uno quiere hacer y deshacer todo lo que estuvo antes o está por llegar, el mes de los reencuentros, las despedidas y los tan mentados balances. Así, hablando del caos que siempre implica el final de año y pensando propuestas para los últimos números de la revista, es que surgió la idea de hacer una nota con el tema. ¿Son necesarios? ¿Son recomendables? ¿Qué pasa si el saldo es negativo? ¿Se puede evaluar el éxito en la vida como si se tratara de un negocio rentable?
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No hay una única ni una correcta respuesta a todas estas interrogantes. Ya lo dice en los primeros párrafos de su nota Leonel García, después de haber consultado a varios psicólogos de distintas corrientes: más que necesarios o recomendables, a esta altura del año los balances son inevitables y ocurren per se.
Desde que tengo memoria hago listas que me ayudan a ordenar la vida. No siempre son de balance, también hay listas de tareas por hacer, listas con pendientes en la casa, listas de prioridades en la agenda médica, listas con deseos de regalos de cumpleaños, listas de cosas que precisan mis hijos, listas de gastos, listas de lugares para visitar en vacaciones y listas con destinos de viajes por hacer. Históricamente, también he hecho listas con pros y contras que involucran un cambio de trabajo, una mudanza o la decisión de embarcarme en algún proyecto. Aun en el proceso, reconozco que lo hago más por el ejercicio de poner las ideas en negro sobre blanco que por el resultado final. Como buena librana, suelo terminar inclinando la balanza hacia el lado que más me conviene o que, en definitiva, me hace más feliz.
A diferencia del balance contable de una empresa, en la vida la evaluación y el resultado siempre es subjetivo. Incluso de los fracasos, pérdidas y sufrimientos se puede sacar algo positivo. Cuando uno mira hacia atrás, todos los años involucran cierto grado de complejidad. Lo importante, coinciden los expertos, es concentrarse en las cosas que sí funcionaron bien y no despreciar ningún logro, por más pequeño que haya sido. Mariana Álvez Guerra, especializada en psicología positiva, también es partidaria de llevar al papel los puntos altos del año, y lo argumenta así: “El cerebro tiene la tendencia a fijarse en los puntos más pesimistas por un tema de supervivencia; lo positivo resbala, no se fija tanto”. Es como si nos hiciéramos, en definitiva, un poco de autoboicot.
Desde la perspectiva del psicoanálisis, la instancia del balance también tiene una arista racional: significa pasar raya y poder empezar a pensar en el futuro un poco más liviano de equipaje. “Pensar hacia atrás es también mirar hacia adelante un poco”, dice el psicólogo Nicolás Bagattini. Y aquí surge una máxima de los lugares comunes que aplica a la perfección y es válida en estos casos: cuando una puerta se cierra, más tarde o más temprano hay otra que se abre. Que no se haya alcanzado una meta, que una relación de pareja se termine o que un proyecto no salga como lo planeado, seguramente deje un aprendizaje e ideas nuevas dando vueltas en la cabeza. Porque, además, todo balance es un momento de introspección, de mirar hacia adentro y conocerse un poco más, con virtudes y miserias.
Lo que parece un poco desatinado —o incluso injusto— es que todo esto ocurra en diciembre, cuando el bombardeo emocional, cultural y comercial está en su punto más alto. Ignacio Alcuri lo dice muy claro: “Diciembre es el mes de querer que se me cumplan todas las expectativas… y hay muchas que no se cumplen”. Este año, marcado por la pandemia, tiene además características especiales para todos, parece un bloque de 20 meses en el que es difícil diferenciar qué ocurrió en 2021 y qué en 2020. Los golpes fueron duros y, en mayor o menor medida, afectaron a todo el mundo.
Ya que no se trata de una ciencia exacta ni de un balance de gestión para auditar, lo bueno es aprender a hacer la pausa, pasar raya y sacar provecho de los hallazgos. En definitiva, el calendario no es más que una construcción social de la medida del tiempo. Ahora es el turno de diciembre, pero no es para desesperar. En marzo se vuelve a hablar del comienzo de año. Y en Uruguay los engranajes empiezan a rodar realmente después de que pase el último ciclista. Para hacer un balance, es cuestión de tener la voluntad y el coraje; vivir el día a día hace el resto del trabajo.