La portada de un libro es, ni más ni menos, el primer encuentro que el lector tiene con ese conjunto de hojas y palabras. La tapa debe ser fiel reflejo de lo que el lector va a encontrar escrito dentro del libro. O no. También puede sorprender, sugerir, despistar. Una tarea para nada sencilla y a la que se dedica la diseñadora gráfica e ilustradora Lucía Boiani, de 30 años, desde 2015. “La ilustración da la posibilidad de hacer todo. Escapa de las palabras”, asegura a Galería desde su apartamento en Ciudad Vieja. “Es una forma de felicidad. Con lo visual podés despertar muchas chispas, sin ser explícito, que a su vez despiertan pensamientos”, concluye. Es por eso que, explica, la ilustración es de las mejores herramientas para encargarse de la portada de un libro. Porque tiene el poder de reflejar emociones y conceptos.
Hace ya algunos años que la ilustración es tema de interés y conversación en Uruguay. Y se podría decir que hoy está viviendo un momento de ebullición en los rubros más diversos. Se la ve en paquetes de productos variados, desde pasta y galletas hasta bebidas alcohólicas o prendas de ropa. Llegó primero a las tapas de vinilos y ahora también está en los libros, ya sea narrados, de poemas o ensayos. A contracorriente de muchos que defienden la idea de no juzgar un libro por su tapa, cada vez hay más lectores que sí reparan en ese detalle y lo valoran. Aquellos libros con una tapa ilustrada son más que un texto. Los acompaña un conjunto de trazos y colores pensados, el resultado de meses de trabajo y conversaciones entre quien ilustra, el autor y el editor del texto.
Lucía Boiani está rodeada de libros desde los 20 años. De manera paralela a sus estudios de diseño gráfico en la Universidad ORT, en 2012 comenzó a trabajar en Casa Editorial HUM dentro del Departamento Administrativo. Ocasionalmente diseñó el interior de algunas publicaciones, pero no fue hasta 2015 que comenzó a dedicar su tiempo completo al diseño de las portadas de libros como encargada de arte y diseño. En estos años lleva hechas más de un centenar y medio de cubiertas para distintas editoriales, uruguayas e internacionales, además de colaborar con medios como Lento o Sotobosque. También formó parte del equipo detrás de la publicación de la poesía completa de Idea Vilariño y los cuentos completos de Paco Espínola. Una vez recibida de diseñadora, se encargó de atender a los clientes de Librería Lautréamont, local que se ubica debajo de Casa Editorial HUM.
Hoy, además de su trabajo fijo como portadista editorial en HUM, donde mezcla la ilustración y el diseño, Boiani se dedica a pensar la identidad de marca o el diseño de comunicación digital de varias firmas, como Vermouth Rooster, Montevideo al Sur, Librería Montevideo y La Mascotte.
Donde más puedo ilustrar es en el formato de narrativa. El rol que juega la ilustración en poesía y en los ensayos es distinto. Busco que lo que ilustre dialogue con el texto. El trabajo es un ida y vuelta, una conversación entre el autor del libro, su editor y yo. Arranco con una lectura. No es una en la que me levanto y me tomo un café mientras leo, sino una leída rápida, un scan. En esa lectura busco conceptos, reparo en el lenguaje que usa el autor y en pequeños detalles de la historia. Me gustan mucho las cotidianidades, por eso trato de entender bien qué se describe del ambiente de la novela. También anoto palabras del texto que me parecen características de este. No me gusta ser literal a la hora de ilustrar. Por eso busco la forma de trasladar estos conceptos y palabras a algo que las represente bien. A partir de esa etapa, empiezo a bocetar y le muestro al autor mi primera propuesta de portada. Ahí se da una conversación de muchas idas y venidas.
¿Qué tanta libertad tiene al ilustrar estas portadas?
En HUM tengo mucha carta libre. Confían en mí, puedo experimentar con lo que quiera. Más que nada en la primera propuesta. Después de esta, conversamos entre todos y se va armando la portada de manera colaborativa. En esa conversación me dicen si mi primer boceto funciona, que al autor le gusta y tengo que seguir por ese camino, o no y hay que agarrar por otro lado. Por ejemplo, en Ganar y perder (2021), de Jorge Alfonso, la portada es un gato con un lápiz víbora. Inicialmente yo había hecho lo mismo pero con un perro rabioso. En una de nuestras conversaciones, él me dijo que le encantaba pero que se identificaba mucho más con los gatos. Probé la ilustración con ese cambio y la verdad es que quedó mucho mejor con un gato. El ida y vuelta entre mis propuestas y lo que tiene para decir el autor, está buenísimo.
¿Alguna vez le pidieron algo distinto a su estilo?
Muchas veces. Trabajo con otras editoriales y en algunas me cuesta más que en otras. Si bien es el mismo rubro, no todas buscan la ilustración. En esos casos me cuesta más acertar. Cuando más me cuesta es cuando el cliente no logra expresarse o cuando yo no logro entender lo que quiere. Todo funciona cuando hay diálogo, porque yo tampoco voy a ceder y hacer algo que no tiene nada que ver con mi trabajo.
¿Cómo es el proceso de ilustrar para poesía?
La mayoría de las veces los autores vienen con algo pensado o hay algún disparador bien claro que determina su tapa. Por ejemplo, en la portada de Donde anida el rayo (2021), de Amanda Berenguer, usé el estilo de su autora para armar la tapa. Ella usa mucha poesía visual, ordena palabras de manera distinta a la convencional y me inspiré en eso. Otro ejemplo es un libro de Tatiana Oroño que estamos por sacar. Busqué una obra que le gustara a ella, que fuera delicada, cuidada, que es por donde va su poesía. Encontré una obra de Alfredo Ghierra y a Tatiana le gustó. Ese trabajo de buscar artistas para generar una portada me encanta. No siempre me corresponde a mí esa tarea, ahí salgo del rol ilustradora y me voy al de diseñadora. Algo similar sucede con el ensayo, que es de corte mucho más rígido, los autores traen alguna imagen ya pensada y no siempre apuntan a la ilustración.
¿Qué materiales utiliza para diseñar?
Hace cuatro años comencé a experimentar con lo artesanal y analógico. Esas herramientas dan otro tipo de expresión, distinta a lo digital. En esa etapa hice muchas portadas experimentales. La tapa del libro de Felipe Polleri, Los teléfonos de papel (2018), es un collage de fotografías recortadas. En ese proceso fueron surgiendo bocetos y él me dijo que le copaba ponerlos en el libro, los pusimos al final y él le puso títulos a cada uno. Esa experimentación está buenísima. Hice otras portadas con fotografías intervenidas, acuarelas, pasteles... Pero hoy en día ya no trabajo mucho con lo análogo. Hago todo en digital, con Photoshop e Illustrator. Estoy tan metida en lo digital que quiero retroceder un poco, volver un poco a lo manual. Es una de las razones por las que me voy a Madrid a estudiar un curso de ilustración en La Escuela Minúscula.
¿Por qué cree que la ilustración está ganando terreno en lo que son las portadas de libros?
Hay una proliferación de la ilustración en todos lados. Hoy vas a comprar un paquete de fideos y las marcas más arriesgadas están apostando a eso. De alguna manera creo que es una vuelta a esa herramienta de expresión, creo que siempre hay una nostalgia de otras épocas. Es un ciclo que vuelve y que se repite en todos los rubros culturales. En su momento pudo ser la fotografía o la tipografía. Son necesidades de expresión de las generaciones que van cambiando.
¿De qué manera cree que la ilustración logra expresar emociones?
Con la ilustración todo es posible. No lo siento con el collage, con ese formato no me siento tan libre como me siento con la ilustración. Con ella puedo hacer un corazón putrefacto, derritiéndose con la última llama de la vida. Esa es la tapa de Derretimiento (2007), de Daniel Mella. La ilustración da la posibilidad de hacer todo. Escapa de las palabras. Es una forma de felicidad. Con lo visual podés despertar muchas chispas, sin ser explícito, que a su vez despiertan pensamientos.
¿Qué opina del “no se puede juzgar un libro por su tapa”?
A esa frase le agregaría: “dependiendo de quién diseñó” (ríe). La tapa es la ventana de todo libro. Es verdad que puede haber un texto horrible con una tapa muy buena o un texto tremendo con una tapa terrible. Si se puede juzgar o no, depende de cómo el lector recibe el mensaje de lo que está en la tapa; y de cómo el diseñador logró, o no, comunicar ese mensaje. Como diseñador hay que lograr expresar lo que está dentro del libro.
¿Cómo describiría su estilo de ilustrar?
Si bien sé que tengo una impronta, no me gusta que mi estilo marque mucho cada trabajo. Creo que todo proyecto de diseño tiene que tener su propia voz y yo tengo que encontrarla. No puedo poner mi voz para que un proyecto hable. Podría decir que mi impronta se caracteriza por aludir a la cotidianeidad y hacer uso de metáforas visuales. En cuanto a los colores, uso paletas superacotadas, no uso más de tres tonos en cada portada, y casi siempre hay un color oscuro que es protagonista.
¿Se considera artista?
Tengo un tema muy grande con las etiquetas. Ponerles nombre a las cosas es limitarlas. Siento que si no tengo una escapatoria expresiva personal en lo que es ilustrar, odiaría lo que hago. Armo collages por placer, en la pandemia me compré unos bastidores y me interné dos meses a pintar en el campo de mi madre. Estoy todo el tiempo inventando proyectos. A fin de año hice unas remeras con mis ilustraciones, después saqué una serie de serigrafías. No sé, ¿qué es ser artista?
Además de las portadas de libros, trabaja en proyectos de identidad visual de marca. ¿En qué se diferencian esos procesos creativos?
Me gusta mucho el branding pero siento que me cuesta más. Con la ilustración me siento más cómoda porque es lo que hago todos los días. El branding me encanta porque se trata de darles voz a las cosas. Me gusta mezclar ilustración con branding, que una marca no tenga solo un logo sino que tenga toda una identidad visual sólida. Eso se puede lograr dependiendo de las marcas, hay algunas más rígidas que otras, en las que es más difícil de hacer uso de la ilustración. El poder que tiene esta herramienta es impresionante, porque no se necesita una palabra, lo único que habla es lo visual y eso se lee como 60.000 veces más rápido que una palabra.
¿Cómo ve la escena de la ilustración en Uruguay?
Están pasando cosas hermosas. Hay cada vez más gente que se anima a experimentar con la ilustración desde su formación de diseño gráfico. Ser diseñador es tener en cuenta el formato de cada pieza y luego poder aplicar la ilustración. Pensar en eso, para mí, hace que el mundo sea más hermoso. Si voy a diseñar un cartel de una parada o el paquete de unas galletitas haciendo uso de la ilustración, y conozco los límites de esa pieza, el diseño va a comunicar mucho mejor. Si se piensa en el formato, el mensaje detrás del diseño y la ilustración, es mucho más claro. El camino del ilustrador es uno más experimental, de talleres y práctica por cuenta propia. Envidio mucho a esa gente que ilustra desde chica. Por eso me cuesta decir que soy ilustradora, porque siento que no tengo esa habilidad que mucha gente tiene desde la infancia.