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Alejarse para crear: cómo funcionan las residencias artísticas en Uruguay

Las residencias artísticas ofrecen a pintores, fotógrafos y escritores un espacio en el que la creación se vuelve inevitable

Imagínese que le extienden la siguiente invitación: pasar cuatro semanas en una residencia a miles de kilómetros de su hogar. Le proveen de todo lo que necesita, desde comida hasta materiales para pintar, si así lo desea. Con el tiempo puede hacer lo que quiera; si gusta, madruga o duerme hasta tarde. Las exigencias son pocas, tal vez colaborar con la comunidad, charlar con un mentor o asistir a una cena. Pero, por el resto, sus obligaciones desaparecen y puede dedicarse a conectar consigo mismo, a leer o dormir. ¿No parece idílico?

De eso, a grandes rasgos, se tratan las residencias artísticas. Es un espacio para que creadores de diferentes disciplinas se alejen de la cotidianeidad y se dispongan a investigar, explorar o crear. “El objetivo no es hacer arte, sino entrar en ese fantástico estado que hace de la creación algo inevitable”, dijo el pintor estadounidense Robert Henri sobre el tema.

Las primeras residencias surgieron alrededor del 1900 en el Reino Unido y en Estados Unidos bajo el concepto de “colonias artísticas”, una forma espontánea de intercambiar con colegas con el apoyo de ciertos mecenas. Sin embargo, no fue hasta la década de 1960 que las residencias comenzaron a tomar una forma similar a la que tienen ahora, con el objetivo primordial de darles a los artistas un espacio alejado del ritmo de la ciudad para que puedan crear.

Hoy existen residencias dispersas en todas partes del mundo, desde Brasil a Japón. Con la profesionalización del arte se convirtieron en un verdadero oasis para los artistas, sobre todo aquellos que aún no pueden dedicarse a tiempo completo a su práctica y balancean el arte con otros oficios, como el diseño gráfico o la fotografía comercial. Actualmente, incluso, los residencias acarrean cierto prestigio y suman al currículum, de la misma manera que una muestra en determinado museo o galería de arte.

En Uruguay hay un puñado de residencias distribuidas a lo largo del territorio, está Campo Abierto, en Rivera, que busca la descentralización del arte —que suele distribuirse en áreas costeras— y el Espacio de Arte Contemporáneo en la ex cárcel Miguelete tiene su propio programa. Sin embargo, la mayoría están en el Este: Campo en Garzón, donde próximamente abrirá otra residencia, y FAARA en José Ignacio.

La nueva Marfa

En Pueblo Garzón la población es de unos 200 habitantes y existen siete espacios de arte —entre galerías y residencias— lo que da una proporción de 28 a 1. Por eso, los conocedores lo llaman “la nueva Marfa”, en honor a la ciudad desértica en el estado de Texas que es considerada como un hub de artistas. “Hay magia artística en el aire en este lugar. No sé qué es. Yo la tuve, la siento y otros también la sienten. Es una locura lo que está pasando”, explica Heidi Lender, fundadora de Campo, la primera residencia artística de la zona. 

Lender llegó a Garzón hace más de una década y casi de casualidad, pero el lugar la cautivó al instante y en pocos días ya había comprado un terreno. Se formó como periodista especializada en moda (trabajó en W Magazine y WWD), luego vivió en India, donde se formó como instructora de yoga y más tarde llegó a Uruguay, donde empezó a explorar su faceta artística con una serie de autorretratos. “Nunca me hubiese imaginado que iba a terminar acá, pero todos los caminos que recorrí, todas las cosas locas que he hecho, todo me llevó hasta acá. No tengo dudas de que esto es lo que tengo que estar haciendo. Nunca estuve tan contenta como lo estoy ahora y cuando vienen los artistas todo vale la pena”, cuenta a Galería con tono reflexivo.

Heidi Lender. Foto: Lucía Durán. Heidi Lender. Foto: Lucía Durán.

Cuando cumplía 50 años, Lender se dio cuenta de que ese viaje solitario de autodescubrimiento a través de la fotografía y la escritura estaba llegando a su fin. Era el momento de hacer algo más grande, algo que la trascendiera. Mientras miraba por la ventana se dio cuenta de que quería embarcarse en un nuevo gran proyecto: instalar una residencia artística en Garzón para que otros, al igual que ella, pudieran ver su arte revitalizado por un entorno único. 

Para aprender cómo montar una residencia, decidió aplicar a una ella misma y así experimentar de primera mano de qué se trataba. Quedó seleccionada para una en Wyoming, que tenía una visión similar a lo que luego iba a hacer Campo. Incluso el entorno era parecido, pero en lugar de un paisaje levemente ondulado había montañas y en vez de gauchos, cowboys. Sentada frente a su escritorio, junto a sus dos cámaras fotográficas, tuvo un momento de duda, en el que se cuestionaba si habían hecho lo correcto en seleccionarla a ella.

“Nunca sentí presión por producir nada, había tanta libertad que estaba sentada conmigo misma preguntándome qué estaba haciendo en ese lugar. Me daba mucha ansiedad, que es un sentimiento muy humano. Tuvimos una cena con los otros artistas y les dije: ‘Me estoy enloqueciendo’ y ellos me dijeron que en tres días todo iba a estar bien. Y así fue. En tres días estaba sacando fotos, no podía parar, saqué como 18.000 fotos. No me quería ir: me di cuenta de que era una artista. Obviamente soy una persona creativa, pero no sabía que era una artista. Yo no tenía que hacer nada, ellos me llevaban el almuerzo al cuarto, nos limpiaban la habitación, nos daban la cena. Fue el mayor regalo que recibí en mi vida, no solo el tener ese tiempo sino el sentirme apreciada como artista y creativa, que me dijeran: te valoramos y por eso te damos esto. Me di cuenta de que eso es lo que les quería dar a otros. Fue muy inspirador para mí”, recuerda.

Así, a fines de 2017 quedó inaugurado Campo, con su residencia llamada Air y su Artfest, un festival artístico y cena benéfica donde recaudan fondos para financiar las residencias. Los artistas son seleccionados por un consejo asesor, porque al ser nueva y tener tan pocos cupos —unos cuatro— sería casi injusto abrir las aplicaciones. Se trata de que en cada grupo haya diversidad de disciplinas, países de origen y género, porque en las diferencias se encuentra la riqueza. En cada edición se invita a un chef residente, que cocina para el grupo de lunes a jueves, enfocándose en experimentar con sabores y texturas. A los artistas no se les exige nada, tienen total libertad para hacer con su estadía lo que quieran. Eso sí, se los incentiva a que interactúen con la comunidad, ya sea haciendo un taller con la escuela local o creando una muestra. “No quiero ninguna presión en los artistas. No importa si necesitás venir y dormir, recrearte, leer o lo que sea que necesites para empoderarte y fortalecerte, que seas tu yo más creativo. Es lo más increíble del mundo el estar dándole esto a alguien. También implica un compromiso porque muchos no pueden irse de sus casas, o tienen familias u otras obligaciones. No es para cualquiera: a algunos artistas les gusta trabajar en su estudio, no quieren ir afuera”, cuenta.

Actualmente los residentes tienen sus cuartos y estudios en diferentes propiedades del pueblo, que son alquiladas por Campo, pero la visión de Lender es crear un campus con 16 habitaciones, 16 talleres y un restaurante para el chef residente. El edificio fue diseñado por el arquitecto Rafael Viñoly, cercano a la fundación, y en diciembre se van a presentar los planos en la cena benéfica que hacen todos los años. “He estado trabajando por cuatro años para llegar a este momento de presentar mi visión. Lo que yo proyecto para Campo es que sea una incubadora de pensamiento creativo. Que se pueda juntar un científico brasileño con un artista de China y un chef uruguayo y que puedan hablar del cambio climático desde una perspectiva creativa e intercambiar ideas”, afirma. 

Estudio del residente de Campo David Escobar. Foto: Lucía Durán. Estudio del residente de Campo David Escobar. Foto: Lucía Durán.

Duplas creativas

Amalia Amoedo es argentina, artista y una de las benefactoras de Campo. Este año, además, decidió crear su propia residencia de artistas. Tenía una casa de servicio en su propiedad de José Ignacio y decidió darle una nueva vida. Para eso, invitó a Violeta Mansilla, gestora cultural y abogada, a que fuera la curadora y directora de la flamante Fundación Ama Amoedo Residencias Artísticas (FAARA).

En lugar de llamar a un arquitecto para que remodele la casa —llamada Casa Neptuna— decidieron convocar a un artista, Edgardo Giménez, para que le diera su impronta al lugar. Giménez, que viene de la escuela del arte pop, incorporó formas geométricas de colores vibrantes en el techo y pintó el resto de la casa de un verde intenso, con una explanada en amarillo. Por un tiempo los vecinos estuvieron preocupados porque creían que se trataba de una discoteca. Sin embargo, por dentro es una casa minimalista, con dos cuartos y dos baños. Allí se instalarán en unos días las primeras residentes del programa, Sofía Gallisá Muriente (Puerto Rico) y Marcela Sinclair (Argentina).

Interior de Casa Neptuna. Foto: Lucía Durán. Interior de Casa Neptuna. Foto: Lucía Durán.

Las habitaciones son sencillas, tienen un escritorio que mira hacia el patio, una cama y una mesa de luz. La cocina es lo más espacioso del lugar, porque Mansilla entiende que es en ese ambiente en donde suelen “pasar cosas” —la directora ya tuvo una experiencia trabajando en la residencia artística del Estudio UV, en Buenos Aires. Cuando lleguen las residentes van a tener la heladera llena y un itinerario armado en función de sus necesidades, con charlas semanales con los curadores del programa y otros artistas de su interés.

“Es necesario para el artista tener ese tiempo de pensar un proyecto sin tener la presión de hacerlo ya, entregarlo, que haya una muestra, todo alrededor de un objeto. Sobre todo entendiendo el contexto latinoamericano en el que el artista hace mil cosas, no está todo el día en proceso de creación e investigación. El tiempo de investigación o de sentarse a ver qué se le ocurre es lo que yo encontraba que no había. La residencia es un lugar para venir a investigar o trabajar en algún proyecto o si quieren, pintar 20 cuadros. Ahora que las artistas ya están seleccionadas les pregunté sobre qué van a investigar, qué precisan y las dos me dijeron que precisaban tiempo”, contó a Galería Violeta Mansilla. 

Violeta Mansilla. Foto: Lucía Durán. Violeta Mansilla. Foto: Lucía Durán.

La Fundación Ama Amoedo les paga honorarios para apoyar sus esfuerzos artísticos y al final de la residencia los seis artistas —son tres ediciones de dos artistas cada una — participarán en una exposición grupal en Miami, en el marco de Miami Art Week 2022, con el objetivo de darle visibilidad a su trabajo.

“Siento que las residencias son como los congresos de médicos o abogados. Ese espacio de encuentro con otros colegas que no es en un ámbito comercial. En las residencias pasa algo de la cotidianidad que para mí en las prácticas artísticas es fundamental. Te hace pensar tu obra desde otro lugar. Creo mucho en los proyectos colectivos: todas las prácticas artísticas son conversaciones, puede ser con un colega, con el espectador, con un cuerpo de obra anterior. Las residencias son necesarias”, concluye Mansilla.

La mirada de los residentes

David Escobar (izq) y Marcos Lowy (der). Foto: Lucía Durán. David Escobar (izq) y Marcos Lowy (der). Foto: Lucía Durán.

“Para mí es compartir esto que es mi vida, mi pasión, mi trabajo, con los artistas. También les doy un espacio para que ellos compartan y les quito un trabajo, que es el de hacer la cena. Eso con respecto de mí hacia ellos. Para mí también es un regalo el tener tiempo para explorar nuevos platos y al ser solo cinco personas puedo tomarme el tiempo para hacer las cosas con mucho cuidado y delicadeza. Dos de las residentes son vegetarianas y una no come gluten, entonces tuve que adaptar los platos para hacer una preparación que sirva para todos. A veces les adelanto qué es lo que va a haber, pero normalmente es sorpresa. Ellos me dan su feedback porque yo me siento a comer con ellos, entonces lo veo en directo”.
Marcos Lowy, chef uruguayo.

“Las residencias son una lotería en el sentido que uno va y se puede encontrar con cualquier tipo de personas. No siempre empatizás de la misma manera, a veces hay gente que piensa muy distinto o es muy ensimismada, pero por lo general vamos un poco abiertos a eso, a ver lo que va a pasar. Vas como una esponja, a absorber lo que te rodea. Mi trabajo tiene que ver con lo site specific, con viajar, ver el territorio, conocer las costumbres. En ese sentido las residencias son perfectas para mí, hago dos o tres al año, viajo cuatro meses. He ido a residencias en las que estoy yo solo y a residencias en las que hay 10 personas. Hay gente que crea todo el año, yo tengo mareas, unas olas altas y unas olas bajas. Las residencias me sirven para dejarme llevar, observar, sentir, intuir, enamorarme del lugar. Todos estamos buscando la inspiración. Marcos, el chef, la encuentra todos los días y nos la comparte. Esta residencia tiene de particular que es un lugar muy pequeño, alejado de los centros, pero el arte llega acá, es una cosa un poco mágica”. 

David Escobar, artista plástico colombiano.