
Federico Kukso (foto de Alejandra Lo´pez)
Dice el autor: "Nuestro vocabulario resulta ineficaz para calificar unos de los habitantes más antiguos del mundo y el universo. Los olores desafían a las palabras. El léxico olfativo es impreciso, inestable, subjetivo, emocional y marcado por el llamado trip of the nose phenomenon, equivalente olfativo de tener una palabra en la punta de la lengua. Nombrar y detallar un olor es un ejercicio difícil, siempre aproximativo, siempre frustrante". Y, más adelante: "Abundan las palabras para describir un sabor -amargo, dulce, agrio, salado, agridulce- y las sensaciones del tacto -suave, sedoso, rígido, rasposo- pero nos falta vocabulario para especificar un olor. A lo sumo, un aroma o efluvio es fuerte, rico, asqueroso, apestoso, agradable, horrible". Por lo general, apunta Kukso, suelen ser designados por la fuente de la que emanan: el olor del café, del pan, de la pintura fresca, del pasto recién cortado. En el ámbito de los perfumistas, la referencia proviene de la música. Para componer piezas aromáticas utilizan un dispositivo llamado órgano de perfumería, que sirve para ordenar los aceites esenciales, y trabajan con acordes: "olores agudos, graves, armoniosos, discordantes, sordos".
Odorama se editó en diciembre de 2019 y al mes siguiente ya tuvo su segunda edición. Exquisitamente escrito e impecablemente construido, el libro se compone de tres partes (pasado, presente y futuro de los olores) por medio de las cuales derrumba prejuicios, dinamita dogmas, ofrece datos asombrosos, historias fascinantes, estableciendo conexiones olfativas con los tres tiempos y las 10 direcciones, con el adentro y el afuera, con los demás y con uno mismo. "En cada respiro, el universo ingresa dentro de nosotros y nosotros ingresamos en el universo", apunta Kukso. "No hay separación". A continuación se encarga de desmostrarlo.
Olores de los tres tiempos. Odorama ingresa en esa dimensión esquiva de los olores y recrea el aroma del Big Bang, la Gran Explosión, el incandescente nacimiento del universo, se asoma al Big Blech, el Gran Eructo, la liberación de gases atrapados en el interior de la Tierra, fenómeno que dio paso a la entrada de las primeras formas de vida en el planeta, las cianobacterias. Rastrea las investigaciones que permiten dar una idea acerca del aliento de los dinosaurios y del aire que se respiraba en el neolítico. Indaga en el papel del olor en el viaje de Cristóbal Colón con destino a la India, uno de los sucesos fundamentales de la historia de la humanidad, y en el choque de sensibilidades olfativas que significó la conquista de América. Recorre, a través del olfato, la historia de grandes urbes como Londres, París, Nueva York y Buenos Aires. Introduce al lector en el nacimiento del perfume, de los desodorantes y de los enjuagues bucales. Indaga en el vínculo íntimo que los perfumes han tenido y tienen con lo sagrado, lo divino y lo espiritual. En el olor de los ángeles y el del infierno. Recorre el caos aromático del Palacio de Versalles, establece un registro de los efectos de la peste negra e invoca el olor del Titanic. Aporta noticias sobre la desodorización del mundo. Y datos y testimonios acerca de cómo huelen el espacio, la Luna y las estaciones espaciales. Y revela cuál es, hasta hora, el olor más adictivo del universo conocido (y tiene sentido).

Los cinco sentidos: olor, Jan Miense Molenaer, 1637
Entre los varios tramos notables de este libro se destacan los dedicados a la construcción cultural del olor, lo que hace que determinados aromas sean considerados agradables o desagradables. Así se expone, por ejemplo, la estigmatización y la discriminación odorífera, que el nazismo explotó con el concepto de "olor a judío", pilar del antisemitismo durante siglos. La política racista del olor en Estados Unidos llevó, entre otros fenómenos, a que las afroamericanas usaran más desodorantes genitales que cualquier otro grupo de mujeres. Ambicioso, minucioso y enciclopédico, no escatima en humor: hay apartados con títulos como Vientos del sur. Anatomía de las flatulencias o Recuerdos de Constantinopla.
Toda afirmación y todo dato que se presenta en cada párrafo lo hace secundado de una o varias fuentes, al tiempo que se conecta con otras tantas referencias que se ramifican, se reflejan y se proyectan de una manera que hace de Odorama la clase de libro que se subraya y se interviene con anotaciones en los márgenes. La clase de libro que conviene leer junto con una libreta en la que anotar títulos, nombres, sucesos, y continuar y ampliar la exploración una vez culminada la lectura.
Inciensos, aceites y ungüentos. Son curiosas las vueltas que ha tenido la evolución. El olfato es un sentido menospreciado y, sin embargo, fue el primero en desplegarse. Según el antropólogo Lyall Watson, el montículo de tejido olfativo situado encima del tendón nervioso se desarrolló hasta convertirse en lo que conocemos como cerebro: "Nuestros hemisferios cerebrales fueron originalmente pétalos de tallo olfativo. Pensamos porque olemos". Y porque olemos, creamos perfumes.

Durante las fiestas y celebraciones en el Antiguo Egipto, mujeres y hombres llevaban sobre la cabeza conos perfumados preparados con grasa de buey y esencias aromáticas. Los conos se derretían con el calor y el paso de las horas y desprendían aroma a lirios, jacintos, cardamomo, eneldo o menta
Antes que cosmético, el perfume fue un elemento sagrado en el Antiguo Egipto, donde se pensaba que era esencialmente de origen divino: salía de los huesos y los ojos de los dioses. Entre las deidades de la mitología egipcia se encontraban Nefertum, dios del perfume, y Shesmu, dios del vino tinto, el asesinato y los aceites aromáticos. Desde el nacimiento hasta mucho tiempo después de la muerte, los egipcios iban acompañados por perfumes: "Una momia perfumada era una momia agradable a los dioses", apunta Kukso. "Nunca hubo cadáveres más bienolientes como los del Antiguo Egipto".
A los egipcios les importaba oler bien. Se aseaban con grasa, natrón y cenizas. Se lavaban las manos y los pies antes de entrar en una casa. Se depilaban, hombres y mujeres, usando una crema hecha de huesos de pájaros hervidos y pulverizados, resina de goma, jugo de morera y pepino, que se calentaba y se aplicaba sobre la piel. Bajo las axilas se colocaban bolitas de resina de incienso y de terebinto o usaban polvo de algarroba, cáscaras de cítricos y canela. Aplacaban el mal aliento con una combinación de incienso, mirra y canela hervida con miel. Estas y otras preparaciones cosméticas figuran en bajorrelieves de los templos, en recámaras especiales destinadas a conservar ungüentos, aceites, incienso y otras elaboraciones. La Biblioteca Nacional de Viena conserva un papiro que detalla la fórmula de la pasta de dientes que usaban en el siglo IV a. C.
Durante mucho tiempo, en la Antigua Roma ir al baño era un acto social "como ir hoy al cine o a una fiesta", cuenta Kukso. Las cosas cambiaron con la expansión del cristianismo, cuyo desarrollo (el autor habla de "viralización") incluyó la asociación directa de los aromas dulces con la santidad y los hedores con la depravación. María Magdalena es la patrona de los perfumistas y Jesús, "el ser fragante por excelencia": la forma latina de Cristo proviene del griego Christos, que significa "el ungido".
Para los griegos, el perfume fue un regalo de los dioses. Kukso extrae una historia maravillosa sobre el origen divino del color y el aroma de las rosas. En Grecia, un cuerpo hermoso y limpio era el reflejo de una mente limpia. De ahí el auge de los baños públicos, que, como en Roma, eran espacios de socialización. No obstante, era habitual ver y oler excrementos y orina en las calles de Atenas. En los siglos V y IV a. C. existieron los koprologoi, recolectores de deshechos, que luego los vendían como fertilizantes a los granjeros que vivían fuera de la ciudad.
En Grecia, el uso de perfumes distinguía a ciudadanos libres de esclavos, y el único olor legítimo para un hombre era el del aceite que se usaba en los gimnasios. En las competencias deportivas, los atletas corrían y luchaban desnudos (la palabra gimnasio proviene del griego gymnasium, que a su vez proviene de gymos, que quiere decir "desnudo"), y lo hacían cubiertos de un aceite que, además de proteger la piel del sol y colaborar con el calentamiento y la flexibilidad de los músculos, los hacía verse estéticamente más atractivos. Al finalizar las competencias, removían el aceite y el sudor de sus cuerpos, generando una mezcla que luego se vendía como medicina para tratar inflamaciones.
En Problemas, Aristóteles desplegó 900 preguntas y posibles respuestas acerca de diversos temas, entre los que se encontraban los olores. "¿Por qué tiene la axila un olor más desagradable que cualquier otra parte del cuerpo?". "¿Acaso porque es el menos ventilado?". "¿Por qué todo huele más si se mueve?". "¿Por qué en invierno captamos menos olores?". "¿Por qué ningún animal huele bien excepto la pantera?".
El olor como red social. "Antes del telégrafo, del teléfono, de Internet, Facebook y Twitter, el mundo se comunicaba y conectaba a la distancia a través de los olores. Fue el comercio de mercancías de lujo -piedras y materiales preciosos, perfumes y esencias aromáticas- lo que conectó a culturas y sociedades lejanas no a través de cables de fibra óptica sino por medio de rutas del incienso, de la seda, de las especias", expone el autor. "Las rutas más transitadas fueron la de la mirra y el incienso, que se adentraban en Arabia; la de la seda, que unía Italia con el norte de China; y la de las especias, que llegaba hasta Somalia, India y Ceilán (Sri Lanka). Como un sistema nervioso central del mundo invisible que comenzó a extenderse tres mil años antes de Cristo, conectaron Europa, Asia y África, este y oeste, norte y sur".
Según el historiador británico William Woodthorpe Tarn, no había ningún culto en la Antigüedad que pudiera pasar sin incienso. "En los altares de todos los dioses del Imperio romano, desde Siria hasta Bretaña, se quemaba incienso de Yemen. Como los romanos y los egipcios, los judíos usaron incienso en sus ceremonias y oraciones. En hebreo al incienso se lo conoce como ketoret, cuya raíz es la palabra keser, que significa "enlace". El Talmud enseña que el olfato establece un enlace entre cuerpo y espíritu. Según la Cábala, es el sentido que realmente impacta en el alma. En China todavía existe un ritual en el que el incienso es usado como vía de comunicación con el mundo de los muertos y los espíritus.
El cuerpo humano es "una sinfonía desafinada de olores", que sean agradables o desagradables depende de distintos factores, especialmente los culturales. El impacto del marketing y la publicidad ha sido -continúa siendo- inquietante. Kukso cita a Ruth Winter, autora de The Smell Book: Scents, Sex and Society (1976): "La conciencia sobre nuestro cuerpo y el de los demás se nutre constantemente de anuncios en televisión y revistas. Nos dicen literalmente que apestamos: que nuestras bocas, nuestras axilas y nuestros genitales necesitan productos especiales para que seamos aceptados socialmente. Como resultado de esta percepción, hacemos lo imposible para reprimir los olores en nuestro mundo". Ocultar, disfrazar o anular la naturaleza aromática humana se ha vuelto una obligación social. "Y también una rutina diaria de maquillaje y negación de nuestra animalidad", sostiene Kukso.

"No importa si es soltera o casada. Se trata simplemente de un problema de mujer", anuncia la publicidad de 1972 del desodorante vaginal LYS íntimo
Aromas cósmicos. "La estación espacial huele a cárcel, una combinación de basura, olor corporal y antiséptico", explicó el astronauta Scott Kelly. "Cada vez que abría la escotilla desde el interior de la Estación Espacial Internacional y le daba la bienvenida a los cansados astronautas, un olor peculiar me hacía cosquillas", recordó el astronauta e ingeniero químico Don Pettit: "Me di cuenta de que ese fuerte olor emanaba de los trajes, cascos, guantes y herramientas de mis compañeros. Es difícil de describir porque no se parece a nada que conozcamos. Lo mejor que puedo decir es que es un olor metálico dulce bastante agradable. Me recordó a los humos que salen de un soplete a la hora de soldar. Ese es el olor del espacio".
La astronauta italiana Samantha Cristoforetti regresaba de sus caminatas espaciales sintiendo un olor rancio. Según la turista espacial Anousheh Ansari, el espacio huele a galletas de almendras. Para el astronauta estadounidense Reid Wiseman, desprende un aroma de "ropa mojada después de un día de nieve". Alexander Gerst escribió: "Huele a una mezcla entre nueces y las pastillas de freno de mi moto". Louis Allamandola, de la NASA, sostiene que el espacio huele como una carrera de automovilismo o la pista de aterrizaje de un aeropuerto, "una combinación entre metal caliente, humo de diésel y asado". Dice Kukso: "La culpa la tendrían unos compuestos olorosos llamados hidrocarburos policíclicos aromáticos, moléculas que flotan en todo el espacio y que podrían haber tenido mucho que ver en la aparición de las primeras formas de vida que poblaron la Tierra. Se los encontró en restos de cometas, meteoritos y polvo espacial". El olor de nuestros orígenes.
"Quien dominaba los olores, dominaba el corazón de los hombres", escribió Patrick Süskind. "La primera condición para conocer un país extranjero es olerlo", dijo T. S. Eliot. "Sería odioso si las cosas no olieran: no serían reales", sentenció el poeta y crítico de arte británico Adrian Stokers. Las páginas de Odorama están regadas de referencias a los olores en distintas disciplinas artísticas, especialmente en la literatura. No falta una de las novelas más populares de las últimas décadas, El perfume (1985), de Süskind, autor germano "capaz de envolver al lector con sus descripciones de los efluvios de una París inmunda y con todo un arsenal de recursos para invocar el evanescente reino de los olores".
Y en una de las tantas citas que figuran en Odorama se encuentra una atribuida al médico italiano del siglo XVII Bernardino Ramazzini, considerado el padre de la medicina ocupacional y precursor de la higiene industrial: "Un gran número de cosas se han dicho sobre los olores, pero una historia particular de ellos es aún necesaria". Esa historia, finalmente, ha llegado.

Odorama. Historia cultural del olor (Taurus, 2020). 432 páginas. Precio: 1.190 pesos.