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Durante una semana, James Turrell se levantó todos los días a las cuatro de la mañana para ajustar los últimos detalles de su obra más reciente, en José Ignacio. El artista estadounidense, de 78 años, está obsesionado con la luz y por eso entendía necesario poder ver cómo el amanecer interactuaba con su trabajo. En función de lo que observaba, alteraba mínimamente la programación de la iluminación de su obra, que va desde el magenta hasta el azul a lo largo de 40 minutos.
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Es que él no pinta la luz, su obra es la luz. Sus piezas no se pueden colgar ni reproducir, porque se trata de una experiencia inmersiva irrepetible. Son instalaciones site specific, en lugares remotos diseminados alrededor del mundo, desde Japón hasta Holanda y, ahora, Uruguay.
Turrell es considerado uno de los artistas contemporáneos más relevantes en la escena internacional y le fascinó la efervescencia de la escena del arte contemporáneo en Punta del Este. Ese fue uno de los motivos por los cuales aceptó el encargo de la familia Kofler, propietaria de Posada Ayana, en José Ignacio. “Una de mis aspiraciones es ser parte del tejido social, de la cultura de acá. Es un momento muy emocionante el que estamos viviendo (en Uruguay)”, dijo a Galería.
Después de un año y medio de trabajo remoto y 10 días ajustando detalles en el lugar, finalmente el artista inauguró Ta Khut. El nombre significa “la luz” en egipcio antiguo y consiste en una pirámide trunca con una cúpula de 42.000 kilos de mármol puro, proveniente de Italia. Para el resto de la estructura se usaron 30 toneladas de acero, 300 metros cúbicos de cemento y 285 metros cuadrados de granito. “Esta pieza representa la fusión de dos grandes tradiciones. Se puede ver la estructura piramidal del desierto de Gobi en China, de la cultura maya y de la egipcia. Unido a esto se puede ver la Stupa, que proviene del Tibet y se puede ver en Sri Lanka, Tailandia, China y Japón. Me encanta la idea de reunir lo efímero y lo físico a través de la luz como medio, con la luz interior y exterior”, contó el artista.
La obra Ta Khut el día que fue inaugurada. Foto: Pablo Kreimbuhl
Para entrar hay que subir una rampa, que parece conducir a un lugar secreto, sagrado. Dentro, se llega a una cámara de paredes curvas, de granito rojo —que recuerda al paisaje de Arizona, donde reside el artista—, y allí sucede la magia. Hay un gran banco que recorre todo el espacio e invita a sentarse y mirar para arriba, donde una abertura al exterior muestra el cielo de una manera nunca vista. La “boca” está rodeada por un halo de luces, que Turrell estuvo 10 días instalando, e interactúa con el cielo nocturno, cambiando de color gradualmente y, por consiguiente, alterando la percepción del color del cielo del espectador.
“Los artistas no somos performers, no nos alimentamos de la energía del público. Tu respuesta al skyspace es únicamente tuya. Lo que ves y sentís es asunto tuyo, espero que sea algo que te emocione, porque tiene que ver con lo que yo creo que es importante, que es mirar hacia arriba”, dijo a Galería. Si me preguntara qué me hizo sentir su obra, respondería que fue una experiencia sensorial indescriptible, sobrecogedora y hasta meditativa. La mirada, que suele estar fijada hacia abajo, hacia los celulares, se dirige hacia arriba, a la naturaleza. En un espacio único logra una conexión con lo más insondable y misterioso, que es el cosmos, algo que ha fascinado a la humanidad desde sus comienzos. La luz externa logra conectar con la luz interna.
Foto: Tali Kimelman
Una vida dedicada a la luz. Turell, hijo de un ingeniero aeronáutico, se recibió de piloto a los 16 años y desde entonces la aviación ha sido una de sus pasiones. Durante la guerra de Vietnam se registró como objetor de conciencia y, si bien no participó en el conflicto bélico, sí voló a Tíbet para trasladar monjes budistas perseguidos por China. Fue en sus años como piloto que se enamoró de los diferentes cielos que se pueden ver alrededor del mundo.
Más tarde estudió Psicología Perceptual, enfocándose en los procesos cognitivos y el efecto Ganzfeld, que estudia las alucinaciones visuales y auditivas. También se interesó por la astronomía, las matemáticas y la geología. Después de recibirse comenzó sus estudios en arte, pero fue detenido en 1966 por militar en contra de la guerra de Vietnam. Tras pasar casi un año en la cárcel, retomó sus estudios. En 1973 recibió un Master en Arte de la Claremont Graduate University.
Turrell lideró en California el movimiento Light and Space (Luz y espacio) en la década de los 60, junto con Robert Irwin, Mary Corse y Doug Wheeler. Allí comenzó a experimentar con el uso de la luz, aunque de una forma mucho más rudimentaria; en sus exposiciones cubría las ventanas para que solo algunos fragmentos de luz iluminaran el espacio.
“La Historia del Arte está entrelazada con el uso de la luz, lo podemos ver en las obras de Goya, Velázquez y Caravaggio. La luz no es el sujeto, pero su presencia es poderosa en todas estas obras. Yo creo en usar la luz como material para trabajar y así afectar la percepción. Mi obra no tiene imagen, no tiene objeto e incluso no hay un foco, un solo lugar para ver. Sin todo eso, ¿qué te queda? Lo que queda es la idea de mirar cómo mirás, de entender cómo percibimos”, reflexionó Turrell en entrevista con el Museo Guggenheim, previo a la retrospectiva que organizó el museo en 2016.
Aural, obra de Turrell instalada en Alemania en 2018. Foto: AFP
En la década de los 70, el artista comenzó a trabajar en sus skyspaces, una serie de espacios cerrados pero con aberturas en el techo que permiten un contacto directo con el cielo. Los padres de Turrell eran cuáqueros, algo que también se ve reflejado en sus obras, que emulan esos espacios de encuentro que caracterizan a la Sociedad Religiosa de los Amigos, donde se contempla en silencio hasta que el espíritu santo los motiva a hablar —de hecho, ha realizado espacios para esa congregación—. El carácter meditativo de los skyspaces, además, pueden ser interpretados como una forma pagana de conexión con Dios.
Turrell suele citar la parábola de la caverna de Platón para explicar que estamos viviendo en una realidad creada por nosotros mismos, subjetiva, en la medida en que los sentidos de los humanos son limitados y que existen contextos y normas culturales que transforman nuestra percepción. Por eso, el sencillo acto de ver el cielo a través de alguno de los 80 skyspaces de Turrell —sobre todo al amanecer o el atardecer— revela que, en realidad, nosotros creamos los colores que vemos y, por lo tanto, creamos la realidad que percibimos. “Mi trabajo es más sobre lo que tú ves que sobre lo que yo veo, aunque es producto de mi visión. Me interesa el sentido de la percepción del espacio; ese espacio donde sentís una presencia, una entidad, esa experiencia física que solo el poder del espacio te puede dar”, manifiesta en su página web.
James Turrell en José Ignacio junto a la familia Kofler. Foto: Pablo Kreimbuhl
Por qué José Ignacio. El nuevo skyspace de José Ignacio fue un proyecto encargado por Robert y Edda Kofler, la pareja de empresarios austríacos al frente de Posada Ayana, inaugurada en 2020. “Uno de mis sueños era tener un pequeño hotel en Ibiza, pero después de años viniendo a José Ignacio donde encontramos no solo una naturaleza hermosa, con estas playas prístinas, sino personas creativas y amables, Edda y yo decidimos cumplir nuestro sueño acá. Desde el comienzo supe que quería hacer algo especial y único para mostrar nuestra gratitud a este país increíble. Estuve pensando y contemplando qué podía ser, pero todo lo que se me ocurría no era exactamente lo que quería. Pero un día estaba esquiando en Austria y visité un skyspace de James Turrell, en Lech. Sentado allí supe inmediatamente que esto era lo que quería para José Ignacio”, contó Robert Kofler en la inauguración de la obra, el 20 de noviembre.
Más allá del encargo de los Kofler, a Turrell le atrajeron los colores vibrantes del cielo uruguayo durante el día, y el brillo de la Vía Láctea visible a la noche. De hecho, el Centro Galáctico, parte de la Vía Láctea, es reproducido en mármol azul en el centro del domo.
Si bien el artista ha trabajado con skyspaces alrededor del mundo, para él cada cielo es único. “El cielo de Uruguay es diferente porque tiene humedad en el aire, lo que suaviza la luz, eso lo hace más hermoso. Pero, además, acá no hay polución lumínica, entonces el cielo se ve con mayor claridad y el azul más profundo”, explicó Turrell. Y agregó: “Es muy diferente a Colomé, en Argentina, donde prácticamente no hay humedad. Acá hay una claridad, una frescura que altera la luz. Cada cielo es tan asombrosamente diferente. Por supuesto, el clima cambia a lo largo del año y eso me da un rango para que las condiciones atmosféricas transformen la obra”.