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Cómo los celulares transformaron la manera en la que consumimos arte

Hoy es casi impensable ir a un museo y no sacar una foto para subir a las redes sociales. Y eso no es necesariamente algo malo.

"...Y ahora van a tener unos minutos para sacar fotos". Con esa frase finalizaban la explicación de cada una de las obras los guías de Liminal, la retrospectiva de Leandro Erlich en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba). Enseguida, los visitantes -que escuchaban la descripción celular en mano- abrían la aplicación de la cámara, apurándose para tomar la mayor cantidad de fotografías posible hasta que los obligaran a moverse a la siguiente obra. De esta manera, a los pocos días de la apertura, Instagram se llenó de fotos de La piscina, el Nido de Nubes y El aula. Tal vez, esa intención que había declarado Erlich con sus obras de "cuestionar lo cotidiano y rever aquello que estamos tan acostumbrados a ver" se perdió en el camino, cuando las obras se convirtieron en uno de los escenarios más vistos y codiciados a la vez de las redes sociales. Sea cual fuera el motivo que llevó a los visitantes al museo, la muestra cerró a fines de octubre con 240.000 visitantes, lo que la convirtió en la más taquillera en la historia del Malba.

No es la primera vez que sucede algo así con muestras "instagrameables": la exhibición Infinity Mirrors de Yayoi Kusama en el museo ?Hirshhorn de Washington DC atrajo a 160.000 personas durante los tres meses que estuvo abierta en 2017. De acuerdo con cifras del museo, se compartieron unas 34.000 fotos en Instagram relacionadas con la muestra y las membresías del Hirshhorn aumentaron un 6.566 por ciento (sí, seis mil quinientos sesenta y seis). También está el ejemplo de Wonder, en la Renwick Gallery del Smithsonian, una muestra que abrió en 2015 con la curaduría de nueve artistas contemporáneos que incluía la obra Plexus de Gabriel Dawe, un arcoíris hecho de hilos que se hizo viral (algo que el museo supo capitalizar animando a los visitantes a subir fotos en los carteles en los pasillos, rompiendo con aquella tradición de "prohibido usar el celular"). En seis semanas tuvieron la misma cantidad de visitantes que en todo el año anterior. O la intervención de James Turrell en el techo del Guggenheim, que a pesar de que el artista solicitó a los asistentes que no sacaran fotos con los celulares, hubo más de 5.000 imágenes compartidas en Instagram, lo que lo convirtió en uno de los edificios más fotografiados del mundo."La foto es menos que la experiencia en sí", había dicho Turrell. Esto fue en 2013 y uno podría aventurarse a pensar que si se montara hoy, los números se multiplicarían exponencialmente.

El techo del museo Guggenheim intervenido por Turrell. Foto: AFP.

Lo que busca ese tipo de usuarios no es necesariamente arte, sino estética (entendida como lo vinculado a la belleza y el buen gusto), que es el principio que rige en Instagram. Lo cotidiano parece demasiado ordinario y aburrido como para ser retratado y los usuarios buscan entornos excepcionales que les otorguen la posibilidad de "generar contenido". Viendo esto, en los últimos tres o cuatro años han aparecido espacios que toman las características propias de un museo -como el dividir el espacio en salas temáticas- para montar experiencias inmersivas y altamente fotografiables, aunque sin pretensiones de exhibir arte. Los ejemplos abundan en Estados Unidos y en Europa: Museum of Ice Cream, In The Dream Machine (La máquina de los sueños), Color Factory o 29 Rooms, son algunas de las muestras itinerantes o fijas pero de tiempo limitado que han aparecido, cobrando entradas de hasta 40 dólares, un monto muy superior a lo que suelen pedir los museos. Y aun así, agotan las entradas. El año pasado, el Museum of Ice Cream abrió en San Francisco bajo la modalidad pop up y agotó las entradas de seis meses en tan solo 90 minutos.

"Es una nueva forma de ver arte", explica Fernando López Lage, artista, curador y director de la Fundación de Arte Contemporáneo. Esta nueva dinámica implica una actitud mucho más involucrada de parte del espectador, que deja de lado el carácter pasivo que tenía antaño y pasa a interactuar con las obras. Para esto es mucho más atractivo el arte contemporáneo, sobre todo las experiencias inmersivas y las instalaciones, que suelen estimular la participación del público. Y en el último tiempo ha aparecido un tercer interlocutor en ese diálogo: el celular.

Plexus de Gabriel Dawe. Foto: AFP.

Ese nuevo volumen de entradas y membresías permite a los museos financiar exposiciones menos taquilleras o investigaciones, que de otra manera no hubiesen podido costear. Entonces, por más que algunos críticos vean a este nuevo público como inferior, lo cierto es que representa una bocanada de aire fresco para instituciones que se habían quedado estáticas en el tiempo. "Lo que está sucediendo es que los grandes museos tienen poco acceso porque las propuestas son poco interesantes para el público en general, que sigue queriendo ver genios y eso no pasa más. Son definiciones del ser artista que se pusieron en cuestionamiento y se desarticularon. Pero en los museos ahora hay muchas cosas africanas, hay muchas cosas latinas, musulmanas. Y la gente no va. Entonces tienen que pensar qué hacen y eso implica determinadas estrategias", explica López Lage.

Usar el celular, ¿hace que disfrutemos menos? El uso extensivo de los teléfonos móviles en estos contextos puede parecer aterrador visto desde afuera (como un episodio de Black Mirror o alguna otra serie distópica), pero los estudios indican que tienden a aumentar la recordación de lo vivido y el disfrute. Paradójicamente, eso que nos da tanto miedo hace que estemos más presentes. "Hallamos que sacar fotografías aumenta el disfrute de experiencias positivas en diferentes contextos y con distintas metodologías", explica un estudio de 2016 de la Universidad de California, Yale, y la Universidad de Pennsylvania. Esa misma investigación también señala que tomar fotos lleva a una mayor recordación y a que se preste atención a detalles relevantes para la fotografía (al mismo tiempo que se omiten otros).

Entonces, el posible aspecto superficial que tiene esta nueva forma de consumir arte no tiene que ver con tomar fotos, sino con el objetivo y la predisposición con los que uno va a un museo. Sacar fotos o no, no es la cuestión; la diferencia la hace el tratar a las obras de arte como escenografía para Instagram o como piezas que disparan el pensamiento crítico o la emoción. "Hay formas de ver exposiciones muy banalmente, hay formas de referirse a ellas muy banalmente. Los miedos siempre están: cuando apareció la tele todos íbamos a quedar idiotas; cuando apareció la escritura todos nos íbamos a olvidar de las cosas. Cuando aparece una tecnología nueva que suplanta herramientas de la anterior, aparece el cuco", sostiene López Lage. Ese miedo al que refiere el director de la FAC se puede ver en el libro La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, de Walter Benjamin, publicado en 1936, en el que el escritor sostenía que "en la época de la reproducción técnica de la obra de arte lo que se atrofia es el aura de esta". Pero visto desde la perspectiva actual, la popularidad, en lugar de hacer que una obra pierda el aura, parece aumentarla (y como ejemplo está la Mona Lisa, que por más que está vista hasta de canto, sigue siendo la más fotografiada del Louvre).

Foto: AFP.

"¿Qué más quiero que los niños se saquen fotos con sus ceibalitas con las obras de Figari?", dice Enrique Aguerre, director del Museo Nacional de Artes Visuales (MNAV) ante la pregunta de si le parece bien que los visitantes tomen fotografías en el museo y agrega: "Es un patrimonio de todos los uruguayos, no solo de los especialistas. La magia de la obra está en la obra, no va a desaparecer porque alguien le tome una foto. Jugar siempre fue una puerta de entrada al arte. Además, la difusión acerca a la gente; ahora son los chicos que traen a los padres. Este es un museo vivo, abierto, inclusivo, el acceso a la cultura es un derecho humano y nosotros tenemos que ser lo suficientemente ingeniosos, y ahí juega la tecnología, para atraer a los públicos". Este año, el museo tuvo su propia muestra "viral", la de Pablo Picasso, a la que asistieron 185.000 personas, un récord absoluto.

Instagram como soporte

Las redes sociales han sido elegidas por varios artistas como soporte para crear obras de arte. Una de las pioneras fue la argentina Amalia Ulman, que durante seis meses en 2014 construyó una historia a través de posts en los que relataba las vivencias de una veinteañera buscando triunfar en la ciudad de Los Ángeles. Dejaba con su novio, se inyectaba botox, consumía drogas, sufría una crisis nerviosa y, tras tocar fondo, resurgía. El proyecto, titulado Excellences and Perfections, fue expuesto en la Tate Modern y la WhiteChapel Gallery de Londres, entre otros museos.

Otro ejemplo es Richard Prince, un artista contemporáneo de la corriente apropiacionista, que creó la instalación New Portraits. Esta consistía en posteos de Instagram de varias personas reales, impresos, que incluían un comentario desde el usuario de Prince. La instalación estuvo en la prestigiosa Gagosian Gallery de Nueva York y una de sus piezas se vendió por 36.000 dólares. La compradora fue nada menos que Ivanka Trump, que a su vez era protagonista de la imagen (aunque después Prince le devolvió el dinero cuando Donald Trump asumió como presidente).

Los museos y su rol en las redes

Para que los museos aprovechen la buena racha de una exposición en redes sociales no basta con hacer muestras "instagrameables", sino que sus propios perfiles tienen que ser espacios de difusión que permitan mantener un flujo constante de gente pagando entradas. En Uruguay, el MNAV es uno de los pioneros en ese sentido. Por ejemplo, en su web se pueden mirar casi las 6.700 obras de su acervo (algunas no están digitalizadas porque están en préstamo desde hace décadas) y descargar de forma gratuita los catálogos desde 1937 a la fecha. Eso, para Enrique Aguerre, es una prioridad. "No se trata de abrir un perfil en un sitio y dejarlo ahí. Si vas a tener redes en una institución, en un museo, es importante que las mantengas actualizadas y que la comunicación esté operativa. El público del museo excede a los visitantes del museo, porque les podés llegar a personas que, por ejemplo, viven en otro país", explica.