A lo largo de los siglos los clásicos han sido modificados, censurados o cancelados; una reciente crítica a la versión de Disney de Blancanieves reaviva el debate, mientras los expertos coinciden en que las obras también son un reflejo de su era
A lo largo de los siglos los clásicos han sido modificados, censurados o cancelados; una reciente crítica a la versión de Disney de Blancanieves reaviva el debate, mientras los expertos coinciden en que las obras también son un reflejo de su era
Accedé a una selección de artículos gratuitos, alertas de noticias y boletines exclusivos de Búsqueda y Galería.
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáBlancanieves, tanto el personaje como el cuento de hadas homónimo, ha dado sorpresas este año. Disney anunció en junio que la nueva versión live-action, que comenzará a filmarse el año próximo, tendrá a Rachel Zegler en el papel principal. La polémica, expresada por no pocos fans, radica en que la actriz, hija de una colombiana, no tiene la piel "blanca como la nieve", característica central del personaje. Muy poco antes, el 1º de mayo, dos periodistas californianas, Katie Dowd y Julie Tremaine, publicaron un artículo en el SFGate de San Francisco en el que cuestionaron a la versión cinematográfica de 1937, que fue el primer largometraje animado de Walt Disney, por el "beso no consensuado" que el príncipe le da a la doncella, presuntamente muerta por una manzana envenenada, embelesado por su belleza. Esa postura tuvo ecos, apoyos y críticas, en todo el mundo, entre quienes consideraron que es una representación más del zeitgeist u otra expresión más de la cultura de la cancelación.
Las censuras a los clásicos son un clásico en sí, resume a Galería Virginia Mórtola, escritora, psicoanalista y máster en Libros y Literatura Infantil y Juvenil por la Universidad Autónoma de Barcelona. Lo que en algún momento fue modificado por violento, hoy ocurre por sexista y tóxico. "Es que cada generación cuestiona lo que le molesta", agrega.
Y vaya que esta generación y el espíritu de los nuevos tiempos se han hecho sentir. En enero de este año, Disney anunció que retiraba del catálogo infantil de Disney+ (su plataforma de streaming) animaciones clásicas como Peter Pan (1953), Dumbo (1941), La dama y el vagabundo (1955), El libro de la selva (1967) y Los aristogatos (1970) debido a estereotipos racistas ahí presentados y que en su momento no le llamaron la atención a prácticamente nadie.
"El contexto de recepción de una obra no puede cuestionarla ignorando su contexto de producción", opina la docente de Literatura Dinorah López Soler, especializada en literatura infantil y comunicadora radial. "Yo puedo en todo caso, si me quiero centrar en el beso, reflexionar sobre el beso, pero no eliminarlo. A partir de ahí se darán instancias de argumentación y eso es fundamental. La lectura siempre tiene que ser un acto libertario. De otra forma, siempre vamos a estar poniendo en primer plano nuestro presente frente a toda obra del pasado", agrega.
Roja como la sangre. Caperucita Roja, otro cuento de hadas clásico y sumamente popular, que curiosamente no ha tenido su consabida versión en largometraje animado de Disney, es un relato de transmisión oral que comenzó teniendo un trasfondo religioso. El primer registro escrito es de 1023 en el poema De puella a lupellis servata, atribuido al diácono Egberto de Lieja, que habla de una pequeña que se salva de ser devorada por una manada de lobos gracias a que está recubierta por una manta de bautismo obsequiada por su padrino. El mensaje es claro: solo Dios puede salvar a una persona indefensa de la maldad.
Luego se popularizó una versión muy sangrienta y muy popular transmitida de boca en boca por campesinos franceses durante el medioevo, una época muy violenta, de mucha pobreza y de altísima mortalidad infantil. Esta habla de un canibalismo inocente de la niña, que sin saberlo se come la carne y bebe la sangre de su abuela, muerta por el lobo, que la convida haciéndolo pasar por estofado y vino. Charles Perrault recogió más tarde ese relato y lo tituló Le Petit Chaperon Rouge en su libro Histoires et contes du temps passé, avec des moralités, de 1697. Como era un autor que pensaba en su público, y su público era la Corte Real, eliminó buena parte de la truculencia, pero no dejó un final feliz y sí una oda a la virginidad y al comportamiento recatado que se esperaba de una damisela: Caperucita llega a la casa de su abuela, ya devorada por el lobo, el lobo -sin disfraz ni nada- convence a la confundida adolescente (ya no es una niña) a meterse en la cama con él, lo que ella hace, desnudándose, para luego ser devorada. Aquí se introduce la famosa línea "Para comerte mejor", de inocultable connotación sexual, previo a que el animal se la coma, al menos en el sentido literal.
La versión de los hermanos alemanes Wilhelm y Jacob Grimm, de 1812, es la más popularizada al día de hoy. Caperucita Roja, Rotkäppchen, vuelve a ser una niña, vuelve a tener el diálogo archiconocido con el lobo, que ahora sí está disfrazado como su abuelita. La diferencia mayor, empero, es el final feliz: un cazador -hombre, faltaba más- es quien salva a la pequeña y a la vieja, que terminan el cuento vivas. El que muere es el lobo, abierto en canal por el héroe.
Hoy hay mil versiones oficiosas en las que el lobo huye o que incluso se arrepiente de lo que hizo y termina siendo amigo de la abuelita, de Caperucita y del cazador. Nada extraño, si se piensa que se está en el mismo mundo donde hasta al pícaro Elefante Trompita de la canción ahora le hacen "muchas cosquillitas" y no "chas chas en la colita".
"Los cuentos y sus reversiones son todos hijos de su tiempo. Siempre hay un contexto histórico que lo avala y también avala las modificaciones", afirma Daniel Nahum, profesor de Literatura en el Instituto de Profesores Artigas (IPA) y de Literatura Infantil en el Instituto de Perfeccionamiento y Estudios Superiores (IPES).
Esas modificaciones (evolución es un componente biologicista que poco tiene que ver con eso) tienen que ver con los cambios culturales de las sociedades y la concepción que se tenga en el momento de la infancia y del niño, agrega Mórtola. Por caso, está Hansel y Gretel, otro de los relatos orales recogidos por los hermanos Grimm en 1812. En la época en la que surgió esta historia, la Edad Media, no era raro que los padres campesinos dejaran a sus hijos en el bosque a su suerte para que se hicieran adultos de golpe, para no tener más bocas que alimentar o por ambas cosas. "De hecho, los Grimm transformaron a la mamá de Hansel y Gretel en una madrastra, porque les parecía muy duro que fuera una madre la que incitara al padre a abandonar a los hijos". De cualquier forma, afirma la experta, eran historias destinadas a toda la familia "porque en esos momentos no estaba tan diferenciado el espacio adulto del infantil".
Para López Soler -quien entre 1997 y 2020 condujo Había una vez en Radio Uruguay, un espacio dedicado a la literatura infantil y juvenil- lo que hoy "verdaderamente sería impensable" serían historias con mensajes "totalmente explícitos, a nivel de sentencia, donde se determina qué es lo que tiene que hacer un niño". Una moraleja -Dios es nuestra única salvación; señorita, cuidado con un hombre desconocido; solo un hombre puede resolver un problema mediante la acción; el verdadero destino de una mujer es casarse- hoy sería totalmente anacrónica.
Si bien el concepto de literatura infantil es muy reciente, lo que siempre se consideró como tal es un insumo para el análisis social de las distintas épocas. Es que hasta hace muy poco -Nahum ubica el quiebre a mediados del siglo XX- esta estuvo mucho más vinculada a la educación que al entretenimiento. "Cuando una sociedad decide qué educación quiere, manifiesta unos principios éticos que se trasladan a la literatura infantil. A partir de ahí se da la reversión constante, adaptándose a las sensibilidades y modelos desde la Edad Media hasta la posmodernidad", dice este docente.
Censurando censuras. La versión que la mayoría del mundo occidental conoce hoy de los cuentos de hadas proviene de las películas de Disney, ya de por sí versiones muy pasteurizadas y acordes a la mentalidad conservadora del Estados Unidos de mediados del siglo pasado (y del propio Walt Disney). Hoy serían totalmente anacrónicos; pero qué decir de los recogidos de la tradición oral.
La Blancanieves que recogieron los hermanos Grimm, Schneewittchen, no se despierta con un beso de amor sino gracias a la torpeza de un siervo real. Blancanieves está muerta, debido a la manzana envenenada que le ofreció su malvada reina madrastra disfrazada de bruja. Aun muerta es tan hermosa (¡?) que siete enanos patriarcales hasta el paroxismo -la dejaron vivir con ellos en el bosque siempre y cuando se dedicara a las tareas de la casa-, no se animan a enterrarla y la dejan en un ataúd de oro y cristal para poder verla siempre (¡¡??). Un apuesto príncipe pasa por ahí y se enamora de la mujer muerta (¡¡¡???) al punto que exige a los enanos que se la dejen llevar con él (ah, bueno...). Los enanos acceden, por supuesto, porque una cosa es un señor y otra un grupejo de plebeyos, que encima apenas levantan un metro del suelo. El príncipe ordena a sus sirvientes que la carguen, pero uno de ellos es tan descuidado que tropieza y hace que el ataúd caiga al piso. La sacudida hace que Blancanieves escupa el trozo de manzana envenenada que tenía atragantado y recupere la conciencia. Por supuesto que todos terminan felices menos la malvada reina, que muere de una forma por demás espantosa: obligada a bailar hasta morir con unos zapatos de hierro incandescentes. Precioso final para que un niño se duerma tranquilo.
Y así, hay mil ejemplos. En el Rapunzel de los Grimm, el héroe queda ciego tras pincharse los ojos con arbustos espinosos. El Pinocho de Disney (1940), además de un final hermoso, le regaló al mundo un personaje secundario muy protagónico como Pepe Grillo; en el Pinocchio original (1882-1883), de Carlo Collodi, el muñeco no solo jamás se vuelve un niño de verdad sino que muere ahorcado, acusado de ser ladrón. Si se habla de La Bella Durmiente, tanto en la película de Disney (1957) como en la versión de los Grimm (1912) la princesa se despierta con el beso del príncipe, obviamente, no consensuado; pero en el original Sol, Luna y Talía con el que el italiano Giambattista Basile recogió esta historia de la narrativa oral en 1634, el rey (ya no príncipe) que la encuentra, y que para más datos ya está casado, no solo la besa sino que la deja embarazada estando dormida; o sea, la viola.
"Siempre se cuestionó a los clásicos su crueldad. Pero esa censura sobre los clásicos recién comenzó a discutirse en 1976 con (el psicólogo infantil) Bruno Bettelgeim en su Psicoanálisis de los Cuentos de Hadas", cuenta Mórtola. Este texto resultó ser una defensa de estas historias, cuando el siglo XX entraba en su recta final y no se hablaba de culturas cancelativas, en el entendido (muy resumido) de que la vida está llena de dificultades y hay que superarlas y no evitarlas, y de que son fundamentales para el pasaje a una vida adulta. "Lo que perdura es aquella historia que le habla a cualquier humanidad, en cualquiera de sus etapas, y que toca los temas verdaderamente importantes como la soledad, el amor, la importancia del otro", reflexiona por su parte López Soler sobre la causa de que todavía se siga hablando de estas historias.
"La censura es cruel en todas las sociedades y genera una incomodidad social de base", afirma Nahum. "En el caso de Blancanieves, lo mejor es que el beso siguiera existiendo y que también se pueda argumentar la incomodidad, porque a los niños además de enseñarles a leer hay que enseñarles a interpretar. No es válido creer que todo es maravilloso. Además, las modificaciones por lo general solo son en algunas cosas, porque la estructura permanece. De hecho, ¡todas las telenovelas de la tarde son variaciones de La Cenicienta!".
La Cenicienta, justamente, ha tenido un largo y sinuoso camino, cuyo origen algunos sitúan en Europa y otros en Asia. La versión más conocida en esta parte del mundo es la del largometraje animado de Disney, de 1950, basada en la versión de Perrault, de 1697. Curiosamente, la visión posterior a la del francés, la de los Grimm de inicios del siglo XIX, es la más cruda: las hermanastras de la bella Cenicienta no solo se mutilan horriblemente los pies en su afán de ponerse el zapatito, sino que quedan ciegas a picotazos por obra y gracia de los mismos pajaritos que tan amorosamente siguen a la heroína. Esta termina siendo la mujer más feliz del mundo porque consigue lo que en la sociedad en la que comenzó a ser popularizada y por la que transcurrió sucesivamente era el sueño impuesto para toda fémina: casarse con un hombre poderoso y adinerado luego de superar un montón de penurias. En todos los canales se pasa una historia que, palabras o circunstancias más o menos, se resume así.
López Soler espera que Rachel Zegler haya sido escogida para interpretar a Blancanieves "por sus condiciones actorales y no por ser latina". De ser esto último, agrega, entonces la corrección política "primó por sobre el arte". Y ese mensaje quizá no sea tampoco el mejor.