Es posible que antes de que termine la semana ya haya escuchado o mencionado al menos una de las siguientes expresiones. "No hay mal que por bien no vega". "Cuando hay hambre, no hay pan duro". "Lo que se hereda no se roba". "Más vale maña, que fuerza". Y hay más. Y están tan presentes que a veces ni se perciben. Martina Gadea Tornaría -más conocida en su rol de música- los reunió y los incluyó en un libro ilustrado, Dichos populares para niños, que se presenta como una "introducción a la tradición oral de la cultura". Según la autora, el libro puede ser una buena herramienta para trabajar en clase ("entre 3º y 6º nivel de primaria"), y en familia, espacio donde muchas veces esos refranes tienen una presencia similar a la de los muebles de la casa: están ahí, se usan, y por el lugar que ocupan y por cómo se usan también hablan de la familia y de sus integrantes. Por eso este libro, sostiene Gadea, también busca "establecer puentes entre los niños y los mayores (maestros, padres, abuelos) que hoy usamos diariamente estos dichos".
El libro está dividido en dos partes. En la primera se presentan los refranes, los dichos, cada uno de los cuales va acompañado de un texto explicativo, claro, sencillo, y una viñeta en la que se muestra una situación que ilustra lo que ese dicho quiere decir. "Los dichos populares enseñan importantes conocimientos. Y son útiles, pero no siempre ni en todas las situaciones", escribe la autora en el prólogo. Y así lo expone a continuación, tanto en el texto explicativo como en las viñetas, que son también de su autoría. De este modo, un dicho como "La unión hace la fuerza" puede servir, por ejemplo, para reflexionar acerca de los acuerdos de convivencia que forman parte de la vida en sociedad, un asunto, entre varios más, sobre el que Gadea manifiesta un amplio interés.
En la segunda parte, estos mismo dichos se integran al tejido narrativo de El cumpleaños del búho, un relato de ficción en el que también aparecen personajes presentes en los anteriores libros de Gadea, tales como el caracol de dos cabezas, el farol bichito de luz y los hermanos Luna, Felipe y Mariana. "Todos estos dichos y posturas de pensamiento o acción frente a situaciones de la vida muestran cómo las distintas opiniones pueden ser válidas o defendidas, que no hay una única manera de ver las cosas y que la pluralidad, la diversidad y la tolerancia no son ideas nuevas, sino que han existido desde los orígenes de la cultura", continúa. "Y que el festejo de las diferencias debiera ser algo que nos alegre y nos una, nos dé posibilidades, nos enriquezca y no que nos separe".
Dichos populares para niños es el cuarto libro escrito e ilustrado por Gadea, después de Cuentos para ver y leer antes de dormir (2014), Cuentos para ver y leer antes de dormir II (2015), ambos publicados por Alfaguara, y El reino de la feria (Planeta, 2016). También ilustró El libro de Amanda, de Alicia Fernández Bentancor, Claudia Hoffnung y Karin Schubert (Planeta, 2017). Antes publicó un poemario, Ilusa (2011). "Lo autoedité", cuenta durante una charla con Galería. "Es un libro chiquitito que lo imprimí en un local que se llama 4 Tintas, lo armé y lo pegué en casa, fue una cosa muy artesanal". Mientras, también se dedicó a la música editando los discos Volvé a jugar (2009) y Tierra (2012), ambos por Bizarro. Y antes, como con Ilusa, grabó en portaestudio El futuro es incierto, CDR que se lo pasó a Albert Pla cuando estuvo en Montevideo y se convirtió en la banda sonora del cantautor catalán durante su gira por Latinoamérica. "Soy de las personas que pone los huevos en diferentes canastas", dice entre risas. "Me pregunto qué será tener una única pasión".
Es licenciada en Psicología (Udelar), especializada en Psicoterapia Psicoanalítica. "Me gustaba la rama psicoanalítica porque, dijera Jürgen Habermas, tiene un interés emancipatorio. Es lo que me atrae, lo que me mueve: la emancipación del sujeto", resume. "El psicoanálisis es ideal: no tiene un modelo de sujeto en el que todo el mundo tiene que tratar de encajar sino que busca que cada uno encuentre relaciones democráticas intrapsíquicas. Esto de las relaciones de dominación que podemos ver entre hombres y mujeres o entre ciudadanos lo podemos ver también intrapsíquico, cuando uno no controla sus impulsos. Y en la sociedad de consumo, la gente no enferma por represión de sus impulsos sino más bien por la falta de control de los impulsos. Las nuevas patologías no son de traumas que hayas vivido sino de cosas que tendrías que haber vivido y no viviste. Son patologías del déficit. De la falta de control de impulsos".
Trabajó durante ocho años en Escuelas de Requerimiento Prioritario. "Me gustaba mucho el trabajo con niños", reconoce. "No sé por qué tengo la idea de que con niños es bueno que trabaje la gente joven. No es que me considere vieja, tengo 44, pero me parece que la gente que recién empieza, que es capaz, tiene mucha energía y menos carga de familia, incluso, es muy idónea, es muy cercana a la infancia. Capaz que no tenés tanta experiencia como madre o como padre, pero es lindo trabajar con niños cuando hace poco dejaste de ser niño".
No hace mucho terminó una formación en EMDR (Eye Movement Desensitization and Reprocessing), una técnica creada para tratar y curar el TEPT (trastorno por estrés postraumático), y que la reconoce como "recontra práctica", en especial en una época y una sociedad en la que "le gente necesita bajar sus perturbaciones de manera rápida". Actualmente, a la labor como psicóloga le suma su trabajo en Inmujeres, donde coordina la preparación de un programa de igualdad de género y empoderamiento de las mujeres, un proyecto en conjunto entre Inmujeres y el BID (Banco Interamericano de Desarrollo).
Hija del periodista y crítico cinematográfico Raúl Gadea y de la docente e historiadora Carmen Tornaría (exconsejera del Codicen y presidenta de la Fundación Plenario de Mujeres del Uruguay, fallecida en 2019), es pareja del exfutbolista, entrenador y escritor de literatura infantil-juvenil Daniel Baldi, autor de más de 20 títulos, entre ellos Mi mundial, éxito editorial que fue llevado al cine en 2017 con dirección de Carlos Andrés Morelli. La pareja vive en Pocitos junto con sus tres hijos (dos niñas, un varón).

¿En qué se reconoce hija de sus padres?
Somos cuatro hijos. Los cuatro muy unidos y superdiferentes. Mis padres siempre dijeron que sentían que hicieron bien las cosas porque éramos todos distintos. Como que no nos habían adoctrinado. Sin embargo, soy la que más me identifico a sus intereses. Tengo un hermano empresario que va a China y trae cosas, tengo una hermana arquitecta y un hermano diseñador gráfico. Yo, que seguí Psicología y que me interesa mucho la filosofía, y que soy de luchar bastante contra mis propios impulsos para tratar de desarrollar mi ser lo más que pueda, siempre en función un poco de los demás (no creo que el límite de mi yo sea mi piel sino hasta donde alcanzan mis acciones o las cosas que me afectan, que es un poco el concepto de Spinoza), tengo mucho en común con mis padres. Ellos tuvieron intereses similares. Mi padre es periodista, fue crítico de cine, escribió en Marcha, era wilsonista, estuvo como director del Sodre, como consejero del Sodre en dos períodos, porque siguió un tiempo con Carlos Julio Pereyra, aunque nunca tuvo un perfil muy político. Estuvo preso en la dictadura, no sé si entre uno y tres meses, es algo de lo que no se jacta. Yo fui quien abrió la puerta, con la persona que nos cuidaba en casa, cuando vinieron a llevárselo por unas cartas que se había escrito con Wilson. No sé si recuerdo más las anécdotas que me han compartido al respecto o el momento en sí. Mi padre sabe mucho de todo, es un placer hablar con él. En sexto de escuela, en primero de liceo, mi padre me daba libros. Me gustaba la poesía, entonces me dio para leer a Rubén Darío. Después me dio Las penas del joven Werther, de Goethe, que es una cosa trágica, romántica. Creo que crecí un poquito romántica. Después la vida me llevó por otros caminos. También me acercó a Salinger, Cheever, Dickens, Tolstói, Turguénev. Después, los filósofos -Cicerón, Confucio, Heidegger, Kierkegaard, Nietzsche- a él no le interesan tanto, los fui adquiriendo por otro lado, al igual que lo propio de mi disciplina, el Psicoanálisis.
¿Y la relación con su madre?
De pequeña la sentí como muy ausente en mi casa. Ella trabajaba todo el día: se iba de mañana y volvía de noche. Y de chica, tanto de ella como de mi padre, sentía que los libros eran un poco mis enemigos, me alejaban de ellos. Después terminé ejerciendo lo que en su momento criticaba. En mi casa, la dimensión nacional, del país, estaba muy presente en comparación con la dimensión familiar. Creo que eso era común en algunas familias. Con el tiempo tuve la oportunidad de darle una vuelta de tuerca al asunto y terminé siendo muy amiga de mi padre, lo siento así, muy amigo, y con mi madre tuve la oportunidad de trabajar con ella, y es otro agradecimiento que tengo con la vida (y siento la responsabilidad de devolver esto que la vida me dio). Trabajar con ella fue un placer inmenso. Ella es... Ella era una persona supergenerosa con su conocimiento. Opuesta a mi padre, hablaba poco. Y cuando hablaba, hablaba de lo que sabía mucho. Y era bastante afirmativa en lo que decía. Una mujer de acción. Comparto mucho los principios de vida que ellos tienen. Uno es la pluralidad. No solo la aceptación de las diferencias sino el festejo de las diferencias. El primer impulso que tenemos a veces, humanamente, es desear o esperar que el otro piense como nosotros. Pero, si podemos ir un paso más allá de eso podemos ampliar la mirada. Si todos quisiéramos las mismas cosas nos pelearíamos por las mismas cosas. Si todos pensáramos y sintiéramos igual querríamos los mismos novios, los mismos discos, las mismas cosas materiales, o sea: pelearíamos más. Si somos diversos, eso no es tan importante, es algo menor. A su vez, cuando uno está equivocado, si otro piensa distinto, tenés la chance, como sociedad, de que alguien tenga la razón, de que alguien pueda retomar el camino correcto. Entonces, la aceptación de la alteridad sería una seguridad para uno. Es muy importante esa aceptación porque va en contra de la idea de la dominación y de querer poner al que piensa distinto en una lógica subsidiaria de menor valor. Un poco por ahí creo que en casa teníamos esa línea. Y eso me une a mis padres.
Usted comenta que Dichos populares para niños tiene una parte académica y una parte de ficción, algo que a veces las maestras recomiendan que no se haga porque resulta difícil de categorizarlo. Aun así decidió hacerlo, ¿por qué?
Capaz porque es lo que faltaba (risas). O capaz porque soy un poco lo opuesto a ese que quiere una carrera y va para adelante hacia un lugar preestablecido. Siempre pienso que la vida es corta y que hay que disfrutarla lo más posible. Y cuando logro algo, por lo general el interés baja. Entonces me voy hacia otra área que también me interese y que no haya desarrollado. Esto de los dichos populares lo tenía en el debe. Lo tenía desde hace como cinco años dando vuelta y tuve un montón de traspiés hasta que al final lo saqué. Lo que pasó con los dichos populares es que yo los usaba en estos grupos de mujeres como dinámicas de presentación y vi lo valiosos que son. Me empecé a enamorar de los dichos y de la sabiduría popular. Me parecían herramientas muy útiles para conectar a los niños con los grandes. Además, veo el uso que les damos todos a los dichos populares todos los días. Me pareció que eran una buena herramienta de contenido para meter en el ámbito académico escolar que a veces falta. Primero busqué a ver si existía algo relacionado con dichos populares para niños en el mundo y no encontré. Después lo escribí. Y cuando lo hice me parecía importante que se pudiera usar en clase. Pensaba en el dicho en grande, la explicación del dicho de carácter un poco más concreto para que el niño lo entendiera, una ilustración en un formato estilo tira cómica. Pero me parecía poco porque a mí lo que más me gusta es la ficción, la parte más artística, y además quería meter a mis personajes de siempre, como el caracol de dos cabezas. Y ahí se me vino la idea de hacer las dos partes y mezclarlas. También surgió lo de hacerlo en un formato más pequeño, no un libro álbum para niños tan chiquitos sino para niños de 7 a 10 años, más o menos.

¿Cómo fue el trabajo de recopilación de los dichos?
En eso soy bastante concreta. No pretendo que las cosas que hago sean perfectas. Cuando me propongo sacar algo, me propongo ejecutarlo, realizarlo, y después que tome forma material, cobre vida, junte polvo y deje de gustarme con el tiempo. O sea: ni dormirme en los laureles ni pretender que algo me guste para siempre, pero sí sacarlo de mí para poder dedicarme a otra cosa. En ese sentido, llevaba años trabajando con los dichos populares en un contexto de nivel educativo medio y había varios dichos que manejaba con mucha familiaridad.
¿Fue muy difícil resolver cómo ilustrar, tanto con ejemplos como con dibujos, estos dichos?
Mi primer obstáculo fue que no soy dibujante profesional. Como en todo, salvo en psicología, soy autodidacta. Pensé en darle la primera parte, la de las tiras cómicas, a un dibujante y yo hacer las ilustraciones del cuento, que son más libres. Busqué una editorial para financiarlo pero en ese momento estábamos en una etapa de retraimiento de la industria. Traté de dibujar las tiras y vi que era muy difícil hacer a la misma persona en distintos movimientos, cambiar gestos, acciones, me di cuenta de que no podía hacerlo. Conseguí contratar a un dibujante que hizo algunas tiras. Pero él trabajaba en ilustración digital. Y si bien las tiras que hizo estaban buenas, rompían la continuidad con mis dibujos, que son todo lo contrario: los hago a mano, con lápices de sacar punta. Al final, este año, dije "los hago yo, como pueda". Y lo que pude hacer, en vez de una tira cómica, fue incluir toda la acción, con distintos globitos, en un mismo dibujo.
¿Hay alguno que le guste más que otro?
Algunos me encantan, como "Con el andar del carro se acomodan los zapallos". No todos los dichos sirven para todos los momentos. Y también la pluralidad de ideas está presente desde siempre. Hay dichos que se contraponen entre sí. Me gusta el poder que tienen como unidad mínima de transmisión de conocimiento en algo tan pequeño y tan sencillo, no como verdad absoluta. Hasta ahora sigo aprendiendo dichos. El otro día me dijeron uno que no conocía: "Para rascar y picar, basta con comenzar".