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El Hospital Maciel cumple 235 años y con su trayectoria se cuenta la historia de la medicina nacional

Cuna de la salud pública y testigo del nacimiento de la república, este edificio guarda algunos detalles importantes de la historia del país
Redactora de Galería

En el contexto de una Montevideo colonial, aún no existían los hospitales civiles, solo los militares. Pero ante el inevitable desarrollo de la ciudad, hacía falta atender las patologías más triviales además de los lesionados en plena lid, como catalogaban en la época a los heridos en combate. La montevideana era también una incipiente sociedad religiosa del siglo xviii donde el altruismo, que era casi un mandato, podía ocupar ese espacio.

El 17 de junio de 1788 —cuatro décadas antes de que Uruguay fuese independiente— la llamada Hermandad de Caridad instaló el primer hospital civil de Montevideo, con apenas 12 camas. Nació de la iniciativa del español Mateo Vidal, en representación del Cabildo de Montevideo, y del filántropo, saladerista y comerciante “negrero” uruguayo Francisco Antonio Maciel. Se llamó Hospital de Caridad (H. de C.) y estaba dedicado a aquellos que no podían pagar sus cuidados de salud.

El hospital pasó de no tener ni un solo médico oriental a convertirse en “el útero” de toda la medicina nacional, referencia en aquel entonces “cada vez que había epidemia de algo”, y al día de hoy en cirugía de tórax y neurocirugía. Así lo describieron a Galería los expertos Antonio Turnes y Juan Gil. Turnes es médico jubilado, miembro emérito de la Academia Nacional de Medicina y dos veces presidente de la Sociedad Uruguaya de la Historia de la Medicina. Gil cuenta que como médico jamás ejerció la clínica, pero dedicó su vida a ser historiador de la medicina.

Este es un año muy especial para ellos, porque además de participar en las celebraciones por el aniversario número 235 del Maciel —37 años más viejo que su propio país—, finalmente consiguieron la creación de una Comisión de Patrimonio del propio hospital.

La capilla de la Santísima Virgen María y el Patriarca San José, integrada a la infraestructura del hospital, se encuentra entre los edificios más antiguos de la Ciudad Vieja, junto con la iglesia Matriz y el Cabildo. Fue construida en 1798, en lo que era un terreno contiguo al H. de C. y restaurada en 1980, antes de ser declarada Monumento Histórico Nacional en 1995. Su fachada es de las últimas expresiones arquitectónicas en Montevideo de finales del siglo xviii. En una de sus columnas todavía se puede ver el hueco que dejó en 1807 una bala de cañón correspondiente a los bombardeos ingleses. Su inauguración contó con la participación del regimiento de blandengues de Artigas y en su interior tuvo lugar el primer ensayo del himno nacional.

Los guardapolvos rectos, portales en arco de medio punto, así como las columnas de mármol de un solo bloque, las escaleras de mármol de Carrara y la altura y disposición de los ventanales delatan la edad de todo el edificio, formado por seis patios interiores que articulan los diferentes espacios en bloques y tres niveles con entrepiso. Desde la última gran remodelación histórica en 1875, todo el edificio ha mantenido su aspecto neoclásico italiano, mandato del arquitecto José Toribio, hijo del único arquitecto académico de su época en el Río de la Plata, que diseñó el Cabildo de Montevideo.

Para completar la obra, a sus suelos ajedrezados también de mármol se le suman un retrato de Francisco Maciel en el anfiteatro Sagra, del pintor José Guth, y varias piezas escultóricas bajo el nombre de Los mendigos, de José Livi, autor de La Libertad de plaza Cagancha, el primer monumento de Montevideo.

Los Mendigos. Los Mendigos.

Los maestros doctores. Asegurar el primer personal a cargo, que además no era uruguayo sino español, italiano y francés, era muy costoso. Los primeros trabajos médicos se financiaban con corridas de toros, comercio de esclavos y montos circunstanciales como la histórica “limosna de las vacas” de las estancias Zuñiga y Secco; una donación de 150 vacas de cada dueño de campo para la comercialización de su cuero. Con eso alcanzaba para cubrir los 100, 150 y 200 pesos que médico, cirujano y capellán cobraban respectivamente, además de ir sumando para la lenta ampliación del terreno del hospital.

Mientras tanto, además del Hospital de la Marina funcionaba el Hospital de (Cornelio) Spielman, el más destacado de los cirujanos de José Artigas. Spielman estuvo a cargo de la organización de hospitales que prestaron sus servicios durante la resistencia a las invasiones, entre ellos el H. de C., que una vez consolidado sirvió además como centro de todo tipo de movimientos humanitarios como el Asilo de Huérfanos de Dámaso Antonio Larrañaga, el primer orfanato del país que posteriormente se trasladó a la esquina de San Salvador y Jackson, actual Facultad de Información y Comunicación.

Cuando por fin el personal fue suficiente y la infraestructura colmaba las expectativas, el índice de mortalidad del hospital rondaba el 20% y la nomenclatura de las enfermedades era muy diferente a la actual, con algunos diagnósticos desconocidos como “la desorganización uterina”.

En plena Guerra Grande, el Comercio del Plata anunció que médicos de Boston habían conseguido la insensibilidad pasajera de un paciente para que soportara el dolor de una intervención mediante el suministro de vapores de éter. El periódico estimuló a los profesionales locales a ensayar el recurso y en 1847 el cirujano francés Adolfo Brunel y el argentino Patricio Ramos, dos médicos refugiados en Uruguay, realizaron en el H. de C. la primera anestesia general del país, hazaña que todavía se recuerda con una placa a la entrada principal del Maciel.

Antes de eso, apenas se realizaban amputaciones bajo métodos todavía más arcaicos, como la ingesta de alcohol en dosis suficientes, o simplemente librado a la propia disminución de la conciencia que generaban la enfermedad o el dolor. “Cualquiera podía hacer una anestesia”, cuenta Turnes, con solamente una máscara “como si le pusieran (al paciente) un colador en la cara”. Con el tiempo la práctica se especificó hacia los estudiantes, hasta volverse una especialidad dentro de la medicina del siglo xx.

Nuevo sector de cuidados intensivos del Maciel. Nuevo sector de cuidados intensivos del Maciel.

El 1900 se abrió paso como un “momento extraordinario” para la actividad hospitalaria como consecuencia de la Primera Guerra Mundial. Para ese entonces, los primeros médicos uruguayos ya se habían recibido y eran un ejemplo a lo largo y ancho de América Latina.

El profesor Jorge Lockhart se tomó el trabajo de recopilar en 1982 la historia del Maciel en un libro con ese mismo nombre. En esas páginas asegura que los precursores de la escuela médica del país se formaron en el Hospital Maciel, y la dupla de eruditos en medicina Turnes-Gil también lo sostiene: desde Pedro Visca, pasando por Francisco Soca, Américo Ricaldoni, hasta el primer vicepresidente uruguayo Alfredo Navarro —médicos que hoy dan nombre a importantes avenidas de la ciudad—, todos pasaron por (o formaron) la escuela del Maciel.

El presente de la medicina en Uruguay le debe mucho a la vocación docente de Visca, según los expertos. Habiendo obtenido un doctorado de médico en París, volvió a Uruguay con la idea de establecer una Facultad de Medicina (fmed) que se fundó por decreto en 1875 (Visca fue decano en 1887) frente al H. de C., en un modesto local sobre la esquina de Maciel y Sarandí. Las clases se repartían entre el hospital y el local educativo, eran estrictamente teóricas y muchas veces se impartían alrededor de la cama del enfermo. A partir de ese concepto se construyó La Bombonera, una de las aulas históricas del Hospital Maciel —con gradas en semicírculo y un espacio central para la camilla con el paciente— a la que todavía acuden los estudiantes de Medicina circunstancialmente.

La Bombonera. La Bombonera.

Esa primera facultad comenzó a producir importantes generaciones de médicos como Pablo Scremini, quien, siendo discípulo de Ricaldoni y Soca, continuó con su cátedra de Clínica Médica e incursionó en nuevas especialidades como la cardiología. Casi todas las cátedras y especialidades de la medicina nacional de hoy remontan sus inicios a esa escuela, con médicos como Ricaldoni a la cabeza de neurología y Enrique Pouey como de referente de ginecología y obstetricia.

Los primeros trabajos con rayos x datan de 1896, en Alemania. Ese mismo año llegó el primer aparato a Montevideo para experimentación y ya en 1899 el laboratorio del H. de C. contaba con uno. Allí empezó a funcionar el primer centro de medicina nuclear del Uruguay, y fue el mismo Pouey quien de su bolsillo donó lo necesario para levantar el pabellón de radioterapia para la curación del cáncer genital femenino, y mandó comprar el primer gramo de radio para su funcionamiento, cuyo valor era equiparable a “construir un edificio entero de cero”, según los historiadores.

Otra figura a destacar del entrante siglo xx fue José Iraola, el cirujano con mayor actuación dentro del Maciel. Inició su actividad hospitalaria en medio de la Revolución de 1904, era rochense, se graduó de médico en Europa y se perfeccionó en cirugía en París. Volvió a Uruguay justo cuando el gobierno de José Batlle y Ordóñez creó para ese hospital el Servicio de Cirugía de Urgencias, el primero en asistencia pública del país y modelo de los servicios de urgencias posteriores. Iraola fue designado al frente de ese sector, que tiempo después lo impulsó a volverse Jefe de Cirugía del H. de C.

Luego, el primer decano del nuevo edificio de fmed sobre la avenida General Flores fue el profesor José Scosería, quien además de presidir la Comisión Nacional de Caridad y Beneficencia Pública (gen de la actual Administración de los Servicios de Salud del Estado), antes había liderado lo que se conocía como “el cuarteto de Urgencias”; cuatro jóvenes cirujanos (Manuel Albo, Garibaldi Devincenzi, Domingo Prat y el propio Iraola) que se convirtieron en maestros para ser sucedidos por otros cuatro, entre los cuales se encontraba el abuelo de Gil.

Turnes y Gil cierran el capítulo de los más destacados con una mención especial a Paulina Luisi, la primera mujer uruguaya con título en Medicina. Egresada en 1908 de la Universidad de la República y especializada en Dermatología y Enfermedades Venéreas en París, destacó por dos libros revolucionarios para su época: Otra voz clamando en el desierto (1948) y Pedagogía y conducta sexual (1950), que la posicionaron como una de las primeras activistas feministas del país, embanderándose con la inclusión de la educación sexual en las escuelas y la oposición a la prostitución y el proxenetismo. Llegó a ser jefa de la Clínica de Ginecología y Obstetricia, una de las primeras escuelas médicas instaladas por Pouey en el sector de mujeres del Maciel.

Donde religión y medicina se dieron y soltaron la mano. Un episodio importante de la historia del país también se cuenta a lo largo de la historia del Maciel. Gobierno e Iglesia iban tomados del brazo hasta que los valores de la religión comenzaron a entorpecer la docencia. La Hermandad de Caridad tenía una relación directa de dependencia con la Iglesia y con su jerarquía inmediata, el obispado de Buenos Aires, y requería de su permiso para funcionar, tanto como de la Corona. Esta institución comenzó como una cofradía para la recaudación de fondos para la atención de los más desvalidos, que por aquel entonces eran los condenados a muerte y los náufragos. No estaba directamente vinculado a la salud, sino a la protección social.

Los aspectos directivos y económicos del funcionamiento del hospital se fusionaron con la actividad religiosa. Las hermanas del Huerto llegaron de Italia en 1856 y cumplían funciones de enfermería, muy valoradas por los médicos, además de servir como “apoyo espiritual” de los enfermos. Fueron las encargadas del cuidado, higiene y alimentación de cada paciente y de todos los temas administrativos hasta hace no tanto tiempo. Turnes todavía las recuerda paseándose por los pasillos del Maciel con una llave colgando del cuello; durante sus prácticas siempre tenía que pedirles que le abrieran el armario de los medicamentos, utensilios y vendas sobre los que ellas llevaban el control.

Exposición de los primeros uniformes de la Escuela de Nurses. Exposición de los primeros uniformes de la Escuela de Nurses.

Las últimas hermanas todavía forman parte de “la fauna del hospital”, según los funcionarios, pero el aire de cambio sopló desde las primeras décadas del siglo xx, justo antes de que el H. de C. pasara a llamarse Hospital Maciel. El responsable de eso fue Scosería, a quien José Batlle y Ordóñez nombró presidente de la Comisión Nacional de Caridad y Beneficencia Pública, con nombre todavía muy católico. Siendo el primer responsable liberal y no creyente, puso el punto final a las salas con altares y decretó el retiro de todos los crucifijos.

El profesor encontraba en las pautas de conducta que se imponían demasiadas “trabas” para los estudiantes de Medicina, quienes no podían realizar sus prácticas adecuadamente a causa de “la moral religiosa”, donde todo el aprendizaje era a través de muñecos; se les ponía rejas a las salas de mujeres y ni las estudiantes de partera podían ver mujeres embarazadas ni partos reales, cuentan los historiadores.

La historia del Maciel es, además, testigo de la evolución de la moral, desde estos primeros tabúes levíticos hasta el uso de vidrios, transparencias y puertas abiertas de la actualidad “para que los pacientes sepan cuándo es el día y la noche”, explicaron los funcionarios.

Historias con otro color. Además de su función histórica, estos relatos de otras épocas también esconden una parte más mágica, mitológica. Desde el runrún de que a Batlle y Ordóñez lo llegó a atender una de las monjas hasta que el apéndice de Charles Chaplin se encuentra enterrado en el Patio de la Magnolia del Maciel.

La “tradición oral” —según la placa informativa que señala el punto exacto en donde se encontraba (¿encuentra?) el órgano del actor británico— dice que Chaplin estuvo en Montevideo entre febrero de 1909 y diciembre de 1910, como parte del elenco de varieté del productor Fred Karno. Durante ese período fue diagnosticado de apendicitis aguda e inmediatamente intervenido. Algunos dicen que fue operado en el Hospital Inglés, otros que pasó en el H. de C. La información en la placa se decanta por la primera opción, aunque subraya la cercanía que había entre los dos hospitales.

Más allá de algunos comentarios de Chaplin de dudosa trascendencia sobre la nariz del médico que lo atendió (que ponían en duda si este lo había operado con bisturí o con su propio órgano del olfato, detalle que hizo a algunos despiadados de la época barajar posibles nombres entre los médicos en funciones con la nariz más grande), no hay nada que pruebe que el apéndice del ícono más emblemático del cine se descompuso debajo de la magnolia centenaria que da nombre a uno de los seis patios del Maciel.

Pero esta no es la única historia que gira en torno a esa magnolia. Está comprobado que el poeta olimareño Lucio Muniz se atendió en las salas del Maciel y, con la sensibilidad de estar transitando por un problema de salud a flor de piel, le escribió una canción a esta planta, y se la dedicó al personal médico que lo cuidó. La llamó La Magnolia del Maciel, que “está encendida”, es un “banco de vida” y “sabe a colores”; con frases como “la tarde con su pincel le pinta flores”, se convirtió en un himno al optimismo del hospital.

A 235 años de su fundación, el Hospital Maciel es el referente nacional de intervenciones médico-quirúrgicas de mayor complejidad, además de ofrecer áreas de espera, salud mental y cuidados paliativos pioneras en el país, modernas e intervenidas por diferentes artistas. Atiende alrededor de 590.000 personas al año dentro de estas especialidades de tercer nivel de asistencia, y cuenta con más de 3.500 funcionarios que hacen posible la formación académica en sus salas.