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Bordar
en tiempos modernos
es un arte de resistencia, asegura Virginia Sosa Santos en la
introducción de su libro El
poder del bordado,
un manual que pretende ser una aproximación a un arte que ha dejado
huella a lo largo de la historia. En su manifiesto agrega: “Bordar
es un ritual que nos ayuda a conectar con nuestro espacio interno y
que, en la repetición de esos gestos ancestrales, nos vincula
genealógicamente con todos los tiempos. Es un acto artístico
poderoso y simbólico que nos muestra la capacidad de cambio sobre el
devenir histórico esperado. Un lenguaje vivo que desafía la
vorágine moderna para invitarnos a recuperar un tiempo primordial y
sagrado: el presente”.
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La
idea del libro tuvo como semilla a una artista brasileña que vino a
Montevideo a dar un taller y trajo una publicación casera. Virginia
escribía mucho en redes sociales, por lo que le pareció buena idea
hacer algo independiente. Pasaron los meses y un editor de Penguin
Random House se puso en contacto con ella para plantearle la
posibilidad de hacer un libro. Había empezado a hacer un taller de
escritura y cuando se lo propusieron, le pareció “alucinante” y
quiso encararlo de la manera “más honesta posible”. Esa
honestidad radicaba en relacionar la mística, el bordado y una
perspectiva de género, pero el desafío era cómo hacerlo
disfrutando del proceso.
En
total, escribir el libro le llevó tres veranos, que fue el tiempo
que le podía dedicar de forma exclusiva. Como era una actividad no
remunerada, y siendo artista y trabajadora independiente, tenía que
saber administrar los tiempos para que fuese una tarea fuera de los
horarios de trabajo. Además, en ese mismo momento empezó una
maestría, por lo que tenía aún menos tiempo para dedicarle al
libro. El momento que encontró fue durante los veranos en los que no
funcionaba Nuevo Reino, un espacio de difusión, enseñanza e
investigación de prácticas textiles, que es a la vez su estudio.
Allí dictan clases, se venden productos y se organizan jornadas de
bordado comunitario.
Sobre
su manifiesto y el significado de la resistencia del bordado, aseguró
que el libro se gestó en mucho tiempo, casi los mismos que puede
llevar uno de sus trabajos con hilo y aguja. Al ser una persona
ansiosa, el bordado le enseñó a trabajar con una cadencia que le
permite estar “en el aquí y ahora”. Un tiempo que “te conecta
con lo biológico, que no se puede acelerar”. Por la sociedad en la
que vivimos, las personas intentan automatizar y acelerar todos los
procesos, pero “el bordado tiene un tiempo natural”.
“Cuando
la aguja atraviesa la tela es en el tiempo presente”. Es el momento
justo, ese en el que nada pasa más lento o más rápido de lo que
debería. “Creo que es un acto de resistencia porque estamos
viviendo momentos hiperacelerados, con una cantidad de información
bombardeándonos. Tampoco nuestra cabeza para”. Cuando Virginia
borda, puede “mirar hacia adentro” en un acto reflexivo. “El
flujo de pensamiento es menos denso y eso me permite reflexionar
sobre cosas que a lo mejor no son las más felices”. Pero siempre
necesarias de ser sopesadas.
Aguja
con carácter político. Para
esta bordadora, su actividad también es un contenedor que a lo largo
de la historia fue cambiando su carácter de acuerdo a quién usaba
la aguja; cada momento social le dio una particularidad. Por ejemplo,
en la época victoriana fue tomado como una técnica del género
femenino. En otros tiempos, las mujeres se reunían para subvertir
las imposiciones que se hacían sobre ellas. “El bordado tiene
varias capas, como todas las técnicas. Tenemos un medio que está
promoviendo la hegemonía de lo femenino y lo tomamos para
contraponer ese mensaje. De ahí es que forma un carácter político,
porque estamos tomando al medio para hacer el mensaje”.
El
libro explica que el bordado ha servido a lo largo de la historia
como un lenguaje secreto, como el caso de las colchas hechas por
mujeres prisioneras en Singapur, después de la ocupación japonesa
en 1942. Estas colchas estaban hechas con restos de ropa vieja que
las mujeres, muchas de ellas británicas de clases privilegiadas,
bordaban con imágenes cargadas de simbolismo.
Según
Virginia, en la actualidad es considerada como una actividad pasiva,
que la hacen mujeres con aspiraciones domésticas, “como si lo
doméstico y lo pasivo fuera malo. Si no sos un sujeto activo e
hiperproductivo, sos algo menor. Si se usa el bordado para hablar
desde otro lado, no es menor”.
Hecho
artístico y emprendimiento. A
pesar de que para Virginia se trata de una actividad artística, ella
también ha logrado vivir del bordado. ¿Cómo lo hizo? Abriendo
muchos frentes. “Cualquier artista en Uruguay tiene un mercado muy
chico. Esto es algo muy específico que ya está subvalorado y lleva
muchas horas de trabajo. Sin embargo, es posible vivir de esto. Fui
abriendo muchas aristas; enseño porque, además de que me gusta, es
una manera de obtener ingresos”, comentó la artista.
De
todas formas, aseguró que para poder vivir del bordado hay que ser
consciente y saber de cosas que no tienen que ver con la labor sino
con los negocios. “Si se quiere hacer de esto un hecho artístico,
tenés que saber de arte, si lo querés hacer como emprendedora, te
tenés que transformar en eso”.
Virginia
sugiere pensar qué se quiere vender, crear una estrategia en torno a
eso y tratar de hacerlo lo más redituable posible. Ella hace
amuletos y colgantes, ya sabe cuántas horas le lleva producir y, a
partir de eso y de los materiales que necesita, puede ponerle un
precio a su trabajo. Una de las cosas que tiene en cuenta es que sean
productos competitivos, la diferencia la hace ella con sus puntadas.
Sus creaciones son piezas únicas que hacen que los clientes las
elijan.
“Una
de las características que hace del bordado un arte no muy apreciado
es su historia en América Latina. Ahora se aprecia mucho más porque
se entiende que lleva tiempo y se tiene en cuenta que es algo único,
pero todavía no está tan inserto. Para mí, lo importante es
valorizar la técnica. A un pintor nadie le cuestiona cuánto tiempo
le llevó pintar un cuadro, porque lo que está en juego es la
creación en sí misma. El bordado carga con la división entre el
arte y el oficio”.
Sobre
la vieja discusión entre el arte versus la artesanía, Virginia dice
que ella se considera una artesana que trabaja con un arte, pero
piensa que esas categorías ya están caducas. “Qué es arte y qué
es artesanía es una discusión muy grande, pero que viene desde
antes de la Revolución Industrial, un momento en el que tenía
sentido. ¿Por qué la artesanía sería menor? Hay que entrar a
desmenuzar esas categorías, qué están representando, si el arte es
lo canónico y la artesanía se hace como una reproducción en la que
no hay pienso”.
Como
docente, lo que le interesa es bordar con gente y “generar una
comunidad”. Empezó a dar clases con la idea de poder compartir con
otras personas, y se fue despertando en ella algo mucho más grande
que fue ocupando espacios en su vida.
Las
personas con las que borda forman un círculo de confianza muy grande
donde pasan muchas cosas de lo personal a lo colectivo. Su función
es la de tratar de ampliar la técnica. “Al menos yo trato de
enseñar desde un lugar donde se abran varios pliegues y que cada uno
se pueda meter en ese lugar que le interesa”.
Los
últimos cursos los inició con premisas que sirvieron de
herramientas moderadoras como el tarot y la astrología, de ahí el
lado místico que tomó la actividad. A principios de este año
empezaron haciendo un amuleto. A partir de una carta de tarot, a cada
participante le tocó un arquetipo en el que debió trabajar. “Lo
redirigimos hacia una palabra que fue bordada y la trabajamos del
otro lado para hacer el amuleto”.
Virginia
confiesa que sufrió la incomodidad de ser una mujer bordadora porque
tenía una construcción de lo femenino que estaba “bastante
errada”. Sentía que no correspondía con lo que era ella. Después
de pensarlo mucho, se dio cuenta de que lo que estaba corrido era su
propia construcción de lo femenino. Había jerarquizado cierta
manera de ser mujer basada en lo que la sociedad le había mostrado.
Ahora entiende que bordar encierra mucho más que el simple acto de
seguir las puntadas.