Del mismo modo que, históricamente, grandes artistas
uruguayos cruzaron el charco para encontrar el triunfo, muchos argentinos
hicieron el camino inverso. Sin embargo, la irrupción de espectáculos porteños
en la escena montevideana este año, si bien responde a cuestiones similares a
las que se han repetido en el pasado —básicamente coyunturales relacionadas con
la economía y la política—, pareció un fenómeno más abrumador que otras veces.
El director teatral Mario Morgan explicó a Galería que esto no es más que
una percepción resultado de un “parate total” en la actividad teatral durante
tres años de pandemia. Para la productora de espectáculos Valeria Piana, era
esperable que los elencos porteños, que tenían una enorme disponibilidad debido
a esta pausa, se autoconvocaran en Uruguay, un país “estable” y “habilitado”
durante el coronavirus, sumado hoy a “la necesidad de laburar” y “lo que rinde
llevarse la plata”. Espectáculos que se agotan en una sola función o se
mantienen en cartelera durante solo un fin de semana en Buenos Aires, pueden
llegar a estarlo hasta más de 10 días en Montevideo, ciudad que se incluye casi
que como una provincia más en las giras. La plaza uruguaya resulta muy
interesante porque no hay otro público en América Latina tan interesado en las
artes escénicas como este.
Esto, sumado a que cuando “las papas queman” más,
“vienen los Tinelli”, la escena montevideana se colmó de productos más
comerciales y “menos exigentes” culturalmente, apuntó Ahunchain. Una cosa son
los espectáculos dentro del teatro comercial, que muchas veces no requieren más
que un micrófono o una pantalla led, y otra los más “culturosos”. Los primeros
tienen una convocatoria masiva que viene de otros medios de difusión que poco
tienen que ver con el teatro, como las redes sociales o la televisión. Los shows
de Susana Giménez en Enjoy no tienen las mismas ambiciones artísticas que Bufón,
de Gustavo Garzón, que trajo a Chéjov al Teatro El Galpón. Según explicó el
coordinador de INAE, hay una “disociación absoluta” entre el público que asiste
a uno u otro espectáculo. La distinción tiene mucho que ver con el nivel
sociocultural de las personas. Los espectáculos comerciales atraen a un público
sociocultural bajo, y cuando se trata además de personas de bajos recursos,
incluso se paga la entrada en varias cuotas a través de tarjetas de crédito,
cuando “con una cuota sola podrías llegar a ver dos espectáculos uruguayos”.
Entonces, hay diferentes públicos
dependiendo del tipo de espectáculo y la sala que convoca. “La Comedia Nacional
tiene un público propio con exigencias propias, que son muy diferentes a las
del teatro independiente, que a su vez se diferencian con lo que demandan salas
privadas como el Teatro Metro”. Es decir que quien pagó la entrada para ver a
Susana Giménez difícilmente vaya a La Gaviota a ver Slaughter de María
Dodera.
Susana Giménez presentó Piel de Judas en Enjoy Punta del Este
Salas más, salas menos. Esta invasión argentina podría llegar a ser una amenaza
si “se genera una competencia que desborde” el mercado, opina Piana, pero en
Uruguay no se produce tanto teatro de revista o comercial, por lo que la
situación se regularía sola: “Vino El Equilibrista, de (Mauricio) Dayub,
y es un agradecimiento”. Ahora bien, qué sala trae cuál función debería
resolverse por un tema de capacidades y no por el afán de generar más
ganancias. No todo el teatro es igual, apunta Morgan. “Hay propuestas
argentinas que jamás podrían ser realizadas acá por falta de recursos
técnicos”, como Piaf, de Elena Roger, que convoca a más de 5.000
espectadores. “Nosotros no tenemos salas con esa capacidad ni tanto público que
asista”. Cada espectáculo busca las salas que le son más convenientes. Sin
embargo, cuando el productor uruguayo busca propuestas argentinas para llenar
un espacio, transforma la sinergia entre ambos países en un negocio comercial
que busca lo que le sirva al propio productor en detrimento de la función, que
siempre está pensada para un tipo de sala con determinadas características que
van desde el número de público, dimensiones hasta posibilidades técnicas.
Afortunadamente, la diversidad de
salas (independientes, municipales y estatales) permite que el público se
distribuya sin perjudicar la programación de ninguna y generando una amplia
propuesta cultural. El Teatro Metro, que tiene una de las salas más grandes de
Montevideo con casi 1.000 localidades, trae aquellos espectáculos que tienen
“más salida” en Buenos Aires, contó a Galería Beatriz Hermida, su
directora ejecutiva. A pesar de su capacidad, no compite con el Teatro El
Galpón y su sala de 800 butacas, porque se dedican a perfiles artísticos
diferentes.
Mauricio Dayub en El equilibrista
Desde su reapertura después de la pandemia, el Teatro
Metro cada mes trae por lo menos una producción argentina a “sala llena”. En lo
que va del año van alrededor de 14 “obras y no obras” presentadas. Hermida hace
esta distinción porque hay espectáculos teatrales junto con otro tipo de
actividades, como fue el caso de Palabra Plena del psicólogo Gabriel
Rolón.
“A ellos les sirve muchísimo, con
una función acá recaudan tres funciones de allá”. En parte gracias a este impulso
argentino, Hermida vio cómo el ecosistema “de la vuelta” del Metro revivió:
bares y restaurantes acompañan los días de funciones del teatro.
Ahunchain subrayó la importancia
de, cuando se trata de salas estatales, destinar recursos en aquello que sea un
aporte más favorable a la comunidad cultural. “Cuando uno maneja recursos
públicos tiene que ser muy cuidadoso. Ahí no vale decir: es popular, pongámoslo
ahí para que se llene. Hay que pensar con criterio de gestor cultural,
jerarquizando las propuestas artísticas”.
Hermanos en escena. Nombres como
China Zorrilla o Natalia Oreiro resuenan en todo el Río de la Plata, no por ser
uruguayas ni haber desarrollado gran parte de su carrera en Argentina, sino por
haber ocupado un espacio que faltaba. “No había una actriz con las
características de China, con ese instinto de comedia único y que no le
importara hacer de vieja”, señala Morgan. Para él, el punto de arranque es
claro: “Hay que ubicarse en los propósitos”.
¿Se trata de una profesión o es solo un hobby?
Argentina fue la respuesta para Jorge Monteagudo, actor, director y guionista
uruguayo radicado en Córdoba desde 1998. En un festival teatral de Santa Fe
conoció a su pareja y de a poco se dejó absorber por la ciudad argentina que le
dio la oportunidad de dedicarse 100% a las artes escénicas mientras en
Montevideo trabajaba en un supermercado.
Si bien ya tenía la agrupación Con Perdón de Los
Presentes, que posteriormente sufrió un desprendimiento con el nombre Bacalao,
en Córdoba fue donde más performances y espectáculos pudieron llevar a
cabo, al punto de formar su propio colectivo que ya lleva 21 años de actividad:
Teatro Minúsculo.
Si bien es interesante para el desarrollo del teatro
local aprender de los parámetros de calidad de las producciones argentinas y lo
profesionales que son a la hora de manejar la comunicación y la prensa, es
innegable la percepción negativa que tiene el uruguayo sobre su propia
capacidad cultural. Este “complejo de pueblo chico” lleva a que se valoren
mucho más aquellos artistas que viajan, tienen resonantes éxitos y vuelven
convertidos en grandes figuras, que a los que ya lo son sin reconocimiento “por
estar acá en la vuelta”, lamentó Ahunchain.
Es “perfectamente compatible” con la animosidad y los
roces que existen entre uruguayos y argentinos, sobre todo, por parte de los
primeros. En esa constante mirada para el costado es donde aparece otro
complejo, el de “hermano chico que tiene celos del más grande”. Esos son los
prejuicios que hay que romper para Ahunchain. ¿Cómo? Mostrando el trabajo y
talento de actores y actrices uruguayas. El teatro nacional no solo está a la
altura, sino que es competitivo internacionalmente, asegura el coordinador del
INAE.
Soledad Sylveira y Verónica Llinás estuvieron dos veces en Montevideo con Locas de remate
Gustavo Kreiman, un actor cordobés al que cuatro años en
Montevideo le “lavaron” el cantito, decidió empezar la Tecnicatura en
Dramaturgia de la Escuela Multidisciplinaria de Arte Dramático (EMAD) en 2019
en lugar de estudiar en Argentina. En el marco del taller de Gabriel Calderón
escribió Nadie es la patria, que se estrenó posteriormente en el Teatro
Solís. Eran siete escenas autónomas que exploraban la idea de la identidad
uruguaya y cómo a veces “le sirve más al otro que al que la habita”. Fue el
mismo Calderón quien pidió a Kreiman “un poco más de palo” y que hiciera uso de
esa “mirada del vecino que viene de afuera” para “decir cosas que de acá no van
a salir”.
Kreiman aceptó el desafío y
compartió con Galería las observaciones de su obra, desde lo más cívico
hasta lo más conformista del uruguayo.
Además de ver en el país una “plataforma fértil” para
“experimentos”, mientras en Argentina son “tantos países en uno” que se vuelve
muy difícil asegurar el éxito de algo nuevo, Kreiman destaca que en Montevideo
se aplaude a los que se suben a cantar a los ómnibus. Pero la obediencia y
respeto “excesivo” a instituciones y normas tiene su contracara: el uruguayo
nada lo cuestiona, “se la banca y agacha el lomo”.
Del otro lado de la orilla hay un “exceso de vitalidad”,
según Kreiman, mientras de este lado parecería que hasta con la vitalidad
habría que ser mesurado. “Los uruguayos están acostumbrados a guardar el
corazón en el sótano”, dice una parte del libreto, “no lo tienen en el living
ahí, expuesto”, y hay que atravesar pasillos, habitaciones y escaleras para
encontrarlo. Cuando lo hacés, “aparecen cosas increíbles”, menciona el actor.
“Los fantasmas de los uruguayos se
confunden con los propios uruguayos, y cuando caminan por la calle ni ellos
saben quién es el uruguayo y quién el fantasma”. Kreiman se refiere así a los
antepasados, muertos, las víctimas de violencia y desaparecidos que le pesan a
Uruguay. Mientras el argentino “se toma un fernet con el fantasma” o “lo caga a
trompadas”, al uruguayo no le va tanto eso de la interacción directa. Le
alcanza con saber que está ahí, lo lleva consigo. Este país, sobre todo su
capital, es muy gris para Kreiman; tanto “que si hubiera un fantasma no te
darías cuenta”. Todo esto, lo bueno y lo malo, el uruguayo tiene la posibilidad
(y de hecho, lo hace) de convertirlo en libro, obra de teatro, crónica o
película. Pero resulta que, en contrapartida, la escena montevideana “es
colorida, fértil y diversa”.
Lo curioso es que nadie le dijo nunca a Uruguay que le
tocaba ser el hermano pequeño, “nosotros nos lo pusimos”, señala Ahunchain, a
partir de la mirada “paternalista” de los argentinos, también en el ámbito
teatral. Valeria Piana asegura que en Uruguay hay un teatro excelente, pero “lo
porteño”, en general “tiene mejor marketing que nosotros”.
Monteagudo contó a Galería que, aunque Córdoba
tiene una gran afinidad por la cultura uruguaya y podrían ser grandes
consumidores de sus propuestas, casi no llegan sus espectáculos a excepción de
algunas murgas. La distinción tiene que ser clara: mientras la calle Corrientes
está apabullada de gente, en ciudad de Córdoba solo uno de cada 10 cordobeses
va al teatro y apenas un 7% participa del público en ferias o exposiciones de
artes visuales.
El tipo de sociedad claramente marca una diferencia en los
tipos de teatro. La de Argentina es una “sociedad enferma, que vive psicótica”,
descarga Kreiman, en la medida en que entiende por psicosis una desconexión
absoluta con la realidad. Su país la tiene porque se deja gobernar por “un
delirio de representación que los hace creerse más importantes de lo que son’’,
y el choque entre “lo que se creen” y “hasta dónde” llegan tiene “enormes”
costos sociales y psíquicos, pero “el argentino que lo deja todo se va a sacar
la piel sin reparar en los costos”, lo que genera productos culturales
“maravillosos”.
Y es que “tienen que pegarla”; lo que los motiva es eso,
una suerte de vínculo tóxico con la trascendencia, mientras que en Uruguay el
teatro es un oficio que se trabaja desde lugares con menos snobismo y la sana
competencia. El público rioplatense suele ser un público muy ávido de ver y
conectar, pero “en eso nos va mejor a nosotros (los uruguayos)”, aseguró
Kreiman, porque la salud mental de los argentinos influye. Para Monteagudo, el
teatro en cualquier parte del Río de la Plata lucha por esto: la convocatoria
del público. “Generalmente actuamos para colegas”, cuenta, a excepción de las
obras más comerciales. Pero si se analiza la situación del teatro en términos
de estas últimas se incurre en el error: “No se puede pensar que un producto es
mejor solo porque sus actores provienen del medio televisivo. Ya hace tiempo
que Uruguay está empezando a ser invadido por estos formatos porteños y eso sí
lo veo realmente peligroso”.