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El artista se inició en la escena montevideana como un fenómeno atípico, que por su sonido, búsqueda estética y ambiciones contrastaba con el resto; ahora está trabajando en Buenos Aires y por sacar su próximo disco
Foto: Adrián Echeverriaga. Locación: La Trastienda.
Paul Higgs es verborrágico. Para expresar sus ideas usa adjetivos barrocos, metáforas inesperadas y, si eso no le alcanza, alguna frase en inglés. Cuando se emociona abre sus ojos marrones y gesticula. Y se emociona a menudo, sobre todo cuando habla de la música, que es su vida. Cuando se sube al escenario saca a relucir todo su magnetismo y es un verdadero showman: corre de un lado al otro, se tira al suelo para un solo de guitarra, conversa con el público. Nada de esconderse detrás del micrófono y de su instrumento.
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Al momento de hacer esta entrevista, se está por ir a Buenos Aires, donde va a trabajar en un estudio de grabación, a hacer una residencia artística en un centro cultural y a tocar, a tocar mucho. Es la segunda vez que se va durante una temporada al otro lado del río. “La razón verdadera por la que me voy, la metafísica cósmica, es que Buenos Aires me está llamando, lo siento. Hasta hace un mes no tenía ganas de irme, sentía que la escena rioplatense había perdido el rumbo por completo. Pero ahora estoy muy motivado con ir para allá, con tocar”, cuenta a Galería mientras almuerza en un bar del Centro.
La génesis. Empezó a los 20 años (ahora tiene 28) con La Órbita Irresistible, una suerte de colectivo artístico que reunía a varias bandas —Algodón, Oso Polar, Piel y Viajes en la Superficie— con los que grabó una decena de discos. Hacer música de forma grupal los ayudó a empezar a tocar más rápidamente, llenaban los lugares con amigos y conocidos de sus diferentes círculos. Pero al mismo tiempo, tal vez, eso los aisló del resto.
La música y la búsqueda estética de La Órbita sacudió la escena local: sonaban y se veían como si fueran de otro lado, aunque algunas bandas uruguayas icónicas, como el Kinto, estuvieran dentro de sus influencias. Pero también estaban las contemporáneas The Strokes y Tame Impala, y los clásicos como Bob Dylan y Led Zeppelin.
No fue hasta el último disco de Algodón, Virtudes, que alcanzaron la masividad. Como dice Higgs, es más mesurado, más pop y algunos de sus temas, como Taj Mahal y Hoyo en uno, fueron parte del soundtrack del verano uruguayo de 2018-2019.
El cantante se convirtió casi en una figura mitológica, con su desenfado y su estética ecléctica: look a lo Frank Zappa, trajes de colores —diseñados por la madre, que en los 90 supo tener una boutique— y prendas contemporáneas combinadas con algo retro, de sus compras de segunda mano. Irse parece la progresión natural para la carrera de Higgs, que siempre fue un artista atípico para la escena montevideana. Tal vez demasiado colorido, demasiado grandilocuente o experimental.
Pero, después de grabar tanto, de tocar tanto, se cansó de sí mismo. Decidió hacer un “exorcismo de Paul Higgs” para grabar su próximo disco, que estrena en agosto.
“¿Qué era necesario para hacer un nuevo disco después de haber grabado tanta cosa en mi vida? Quitarme del medio, la conceptualización fue ‘el exorcismo de Paul Higgs’, sacar a ese personaje que se creó con el correr de los años. Me saqué el bigote, me corté el pelo. También empecé terapia. Empezamos a trabajar con mi terapeuta, Heber, la mesura, que es algo que nunca me vino muy fácil. Cuando después de muchos meses como un alfajor triple, por dos meses siempre hay alfajores en mi freezer. Ese trabajo lo apliqué a mi música, quería sacar del medio vicios y hábitos de ese personaje tan efusivo”, explica.
Un paso al costado. Otra parte de ese proceso fue la creación de Púrpura Discoteca, un sello hecho para impulsar a “artistas jóvenes y rarezas”. Ahí canaliza su lado más paternal: busca dar a otros el apoyo que recibió de sus padres, que siempre lo estimularon para que hiciera música. “No todos los jóvenes tienen un padre que toca desde 1965 (Lulo Higgs, de Días de Blues, entre otras bandas) y una madre que trabajó en diseño textil de moda y los puede ayudar a crear una estética. Y que además es escribana. Ellos me pudieron dar un montón de herramientas, como una guitarra buena en el momento justo. Bueno, yo intento hacer eso que hicieron mis padres por mí, por otras personas”, asegura.
El catalizador fue una fecha que compartió con la banda argentina Perras on the Beach, donde había muchísimo público joven, de 12 o 13 años. Esa noche se cruzaron Luca, Charlie y él. Luca le pidió una selfie, le contó que hacía canciones y quedaron en contacto. Apenas escuchó uno de sus temas pensó: “este nene es lo más”. Charlie, más comedida, simplemente lo empezó a seguir en Instagram y él se cruzó con su perfil. Ahí la vio tocando “una suerte de punteo egipcio” que le despertó curiosidad y le pidió que le mandara su música. Ni bien la escuchó, la llamó y le propuso grabar un disco.
“Tras una clásica gran frustración que me sucede cada tres meses —en los cuales pienso que lo que hago es absolutamente basura echada a un vórtice— me surgió la idea de afectar y fortalecer la cultura desde otro lugar, desde el cual no me exija tanto. Cuando yo era chico y me hacía amigos más grandes de la noche, de la cultura, mis viejos siempre estaban bastante al tanto. Eso siempre lo tengo en cuenta en Púrpura. Para los padres es importante ver que alguien se interesó en la música que hace el hijo, que es serio, que van a aprender, trabajar y disfrutar sin ningún tipo de presión”, asegura.
¿Le hace bien trabajar impulsando a otros artistas?
Es de las cosas que mejor me hacen en la vida. Es muy lindo, muy nutritivo. Hace años pienso que me gustaría tener hijos, todavía no he encontrado una persona con quien me alinee como para hacerlo. También te vuelve muy par, con Charlie que es con quien más he tocado, nos llevamos muy mal a veces y me tengo que recordar que tengo 10 años más que ella. Yo a su edad era igual de insoportable y menos talentoso. También tengo ganas de ver si encuentro artistas jóvenes en Buenos Aires.
Hay una parte de una canción que escribió con Algodón que dice “ser amigable, ese es el viaje”. ¿Ser así le ayudó a insertarse en Buenos Aires?
¡Sí, absolutamente! Me encanta hacer amistades. Soy muy propenso a hacer amigos y disponerme a escuchar. Además, hace que la puerta giratoria de la vida no se tranque. Tengo esa facilidad de hacer amigos en lugares opuestos y esa es una característica que ha ayudado a mi relacionamiento con esta dimensión. Siempre fui de ayudar a peers and colleagues que tienen mi edad pero tal vez no son tan duchos en cuestiones de organización, de lanzamiento y divulgación de su música, que no es que yo sea un as, pero tengo cierto grado de facilidad y de interés.
Su último disco con Algodón fue Virtudes, que es superpop y pasó a Astucia, como solista, que es mucho más experimental. ¿Cómo se dio esa exploración?
Si hago una visualización concisa de mi obra —ya que también tengo muchos discos que son grabados en mi cuarto, más vómitos de creatividad— Algodón era un grupo y tenía una dinámica en función de seis personas que todas tenían que estar alineadas, todas tenían que querer y que creer en que se cantase lo que se estaba cantando. Aún siendo yo quien llevaba música y letra. Por eso se pudo llevar a cabo ese disco de Algodón sin que fuera una psicodelia como lo fue luego Astucia, donde ya estaba solo y ya había retenido mucha vibración en pos de funcionar en un equipo. Además, ya estaba viviendo en Buenos Aires, con toda la épica, el disco representa el sonido de allá, las cosas que yo veía.
En una entrevista dijo que ya no se sentía cómodo con la etiqueta de “artista indie”. ¿Por qué?
Lo indie puede ser una corriente estética de la que no formo parte, porque lo que grabo no suena indie. Entonces cada vez me siento menos parte de esa etiqueta.
Pero muchas veces se usó para describirlo.
Sí, porque era una persona que trabajaba de forma independiente, que es otra forma de usar esa palabra. Lo que quiero es mejorar y hacer más eficaz la divulgación de mi música y profesionalizar mi trabajo. Eso implica alejarme de lo indie. Porque naturalmente continuaré siendo independiente, pero quiero crear una empresa con la cual pueda pagarles a las personas con las que trabajo. Por eso me siento cada vez más lejos de la escena indie, de la que formé parte, y que era más colectiva.
También había una estética diferente. ¿Recuerda cuándo empezó a experimentar en ese sentido?
Recuerdo un campeonato de fútbol en el que yo tendría 12 años, y se me ocurrió ir con una cresta. Esa fue mi primera decisión estética atípica para un ambiente adverso a ese tipo de experimentación. Por ese amor que tuve en mi casa nunca tuve mucho drama con expresar lo que se me antojaba con mi look. Aunque me acuerdo de ir a tocar a La Plata con un conjunto de chaleco y pollera que había comprado en Emaús y de las llamadas de mi familia por lo que me había puesto.
Pocos músicos uruguayos tienen esa búsqueda.
Taddei con cebras, nácar y rubí, la cosa más glam que existió en Uruguay. Pero se apagó, la idiosincrasia le tira agua. Yo fui a un liceo católico, al Christian (Brothers), entonces era el ambiente menos propicio para cualquier tipo de expresión. Pero creo que eso me hizo ser doblemente seguro de lo que quería. Además, mis viejos nunca fueron del ambiente cerrado de Carrasco, tenía una apertura a otros mundos, con mi padre tocando en el sótano de un boliche, el Crisis. Por tocar desde muy chico empecé a conocer a otras personas.
Foto: Adrián Echeverriaga.
¿Lo criticaron mucho por el lugar de donde venía? En su primer disco con Algodón habla de Punta Gorda, de la plaza Virgilio.
Mucho. Pero no soy de ponerme triste por esas cosas. Me enfurecía, pero como mucha rabia se extingue al rato. Lo aproveché para hacer música, como una canción que se llama Diminutivos.
“Opinarios de Youtube, cerebritos de sandía, separan la gente por cuánta plata tiene mami, odian la gente por supernova creativa”, canta.
Es divertido que las críticas tengan humor, como hizo Dylan con It’s alright Ma (I’m only bleeding) u otros tantos artistas. Ese tema lo hice re quemado porque habían comentado algo en Facebook.
¿Es de usar las canciones para procesar lo que le pasa?
Sí, por completo. En 2019 hice una canción que se llama Anclas que terminó ganando el primer Premio Nacional de Música. Para hacerla me tuve que sumergir en episodios traumáticos de mi infancia. Eso fue verdaderamente removedor, nunca había hecho algo así. Son momentos que creo son anclas emocionales que quedaron en aquel entonces, que luego con trabajo de terapia voy quitándolas y continuando una especie de avance. Esa canción es como la cúspide de ese asunto.
¿Cómo emerge después de eso?
Lo proceso y lo identifico, y al identificar algo ya un poco de poder le sacás. En este caso fue así, reconocí ciertos momentos y al reconocerlos los solté un poco. Dejan de estar in the back of your mind, les sacás el peso.
Ese proceso de tamizar la realidad se ve reflejado, una vez más, en su próximo disco, que aún no se estrenó. En él, le canta a Jazzie, una amiga de San Pablo que está triste por la pandemia: “Si esto demora ya sabés qué hacer, divertite o aburrite, no te olvides que te quiero y que más pronto que tarde nos vamos a ver”. También habla sobre la presión por hacer música más comercial, de estar cansado, de sus desventuras románticas. Sin revelar demasiado, el exorcismo de Paul Higgs suena muy bien. `
Agradecemos a La Trastienda por su colaboración en esta producción.