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En 1973 por primera vez una película de terror fue candidata al Oscar; en 2023 se estrena una secuela “verdadera” de El exorcista
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáRonald Edwin Hunkeler falleció el 10 de mayo de 2020, menos de un mes antes de cumplir 85 años. Había sido un destacado ingeniero de la NASA, donde trabajó por cuatro décadas, hasta su retiro en 2001. Como tal fue responsable de diseñar paneles resistentes a altas temperaturas, fundamentales para misiones como Apolo, con las que el hombre pudo llegar a la luna.
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Mucho antes de todo eso, Hunkeler había sido la inspiración para El exorcista, la novela de William Peter Blatty de 1971 y la película de William Friedkin, que está cumpliendo 50 años y es considerado el mejor filme de horror de todos los tiempos.
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Ronald fue durante muchos años Roland Doe, el seudónimo con que se conoció a un adolescente de 14 años de Cottage City, Maryland, que en 1949 fue sometido a una serie de exorcismos, 20 o 30 según las fuentes, por parte de sacerdotes jesuitas. Su cama se sacudía, los muebles de su habitación volaban, se escuchaban ruidos raros y escalofriantes y él sufría horribles convulsiones. Luego de tres meses todo paró.
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El caso tuvo trascendencia en la prensa: “Un sacerdote libera a un joven de las garras del demonio”, informó The Washington Post el 20 de agosto de 1949, en un artículo firmado por Bill Brinkley. El nombre del muchacho, cuya demonización parece haber tenido origen en su afición por la tabla ouija, no fue revelado hasta mucho después; de ahí que se lo conociera como Roland Doe.
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Por dos vías, el escritor y guionista Blatty llegó a esa historia. Una fue la nota del Post. La otra, más directa, fueron los comentarios del sacerdote jesuita Eugene Gallagher, profesor suyo en la también jesuita Universidad de Georgetown, que por supuesto tenía material a rolete. Desde entonces la idea le boyaba en la cabeza.
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Su novela El exorcista (The Exorcist), publicada por Harper & Roy en 1971, llegó a vender 13 millones de ejemplares y a estar 57 semanas en la lista de best sellers de The New York Times. Ahí se conocieron los nombres de los sacerdotes Damien Karras y Lankester Merrin, de la actriz Chris MacNeill y de su hija Regan, personajes del libro primero y de la película después.
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Shirley MacLaine ya era toda una figura en Hollywood, tres veces candidata al Oscar a Mejor actriz, cuando se devoró El exorcista. Amiga de Blatty, quien a su vez había escrito los guiones de varias películas de Blake Edwards, ella lo convenció del potencial de su libro para una película. No solo escribió un guion basado en su libro: también hizo de productor.
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El mismo año en que salió la novela, William Friedkin ganaba el Oscar a Mejor director por Contacto en Francia (The French Connection). Blatty, parado en los pedales, lo elige para la versión cinematográfica de El exorcista. Como el autor también es el guionista, es muy fiel al libro; las diferencias son detalles.
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No muchas compañías, empero, estuvieron dispuestas a agarrar viaje con el proyecto. Warner finalmente accedió y compró los derechos, pero tenía a varios nombres por delante de Friedkin para dirigirla, como Stanley Kubrick o Arthur Penn, pero el autor se mantuvo firme.
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Seleccionar el elenco fue todo un drama. De hecho, en el reparto final, salvo el sueco Max Von Sydow, que ya pasaba los 50 años y que se pondría en la piel del padre Merrin, no abundaban los nombres taquilleros. La Warner quería a Marlon Brando para ese papel.
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Para el padre Karras se barajó a Jack Nicholson, a Paul Newman (que lo pedía casi que a gritos) y a Stacy Keach, que fue escogido en una primera instancia; pero el director finalmente eligió a Jason Miller, un actor de teatro que tendría acá su breve pero brillante estrellato en el cine. Miller había tenido educación católica en su juventud, había estudiado para sacerdote y también había pasado —como Karras— por una fuerte crisis de fe. Encajaba de forma espectacular.
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Entre los roles femeninos, para Chris MacNeill, una actriz muy exitosa con una hija poseída por el diablo, Ellen Burstyn fue la elegida, luego de que por distintos motivos declinaran o descartaran a Audrey Hepburn, Anne Bancroft, Jane Fonda y la propia MacLaine.
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Regan MacNeill, la niña de 12 años que llenaría de pesadillas los sueños de medio mundo, fue interpretada por Linda Blair, que cumplió los 14 durante los más de 200 días de rodaje. El director, que la escogió entre 600 postulantes, le vio la mezcla justa entre intensidad e inocencia necesarias para personificar todas las partes. Y desde entonces, con su palidez, sus cicatrices, su voz distorsionada y dientes podridos, quedó como la síntesis de una persona poseída. El diálogo previo que hizo que el director se decantara por Linda para que fuera su Regan quedó para la historia. Le preguntó si había leído el guion y qué tenía que hacer. “Masturbarme con un crucifijo”, le contestó la niña. “¿Pero vos sabés qué es eso?”, le inquirió Friedkin. “¿Masturbarme? Sí”. “¿Lo hacés?”. “Sí, ¿vos no?”, cerró la chica. El puesto fue suyo.
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Tan marcada quedó Linda Blair por su actuación que no volvió a tener un protagónico de éxito nunca más. Tuvo problemas de peso, de adicciones y de salud mental. Fanáticos cristianos la acusaron de demoníaca (su actuación es imponente) y adoradores del demonio también la atacaron porque se “burlaba” de Satanás. A los 64 años, luego de participar en la cuestionada El exorcista II (1977) y la paródica Repossesed (1990, con Leslie Nielsen, el de La pistola desnuda), ahora se baraja que volvería por sus fueros...
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Warner pensó en un presupuesto de cuatro millones de dólares (considerado disparatado para una película de terror, un género “menor”) y 105 días de rodaje. Terminó superando los 12 millones y los 200 días. Por lo primero no habría mucho por lamentar porque esta película, más allá de ser considerada una obra maestra del género y de todo el cine, fue un brutal éxito comercial: recaudó más de 400 millones de dólares en todo el mundo. Lo bravo no fue verla, sino hacerla.
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Primero, lo macabro. Poco antes de comenzar la filmación en Nueva York se prendió fuego el set que hacía de la casa de la actriz y su hija. La única parte que se salvó de las llamas fue la habitación de Regan. Tres operarios murieron en ese incidente.
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Von Sydow perdió un hermano durante la filmación. También falleció el abuelo de Linda Blair. Un hijo de Jason Miller estuvo al borde de la muerte por un accidente de moto, pero al menos contó el cuento. Todo eso mientras se rodaba.
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Jack MacGowran y Vasiliki Maliaros, que interpretaban al cineasta Burke Dennings y a Mary Karras (la madre del sacerdote), respectivamente, ambos fallecidos en la trama, también murieron realmente antes del estreno, que en Estados Unidos fue el 26 de diciembre de 1973.
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Mercedes McCambridge le puso la voz a Pazuzu, que no era otro que el demonio mesopotámico que poseía a Regan. Al director le parecía que la voz maligna tenía que ser femenina. En 1987, 14 años después del estreno, su hijo, John Markle, mató a su esposa, a sus dos hijas y luego se suicidó. Dejó una nota donde la culpaba de sus penurias. Paul Bateson era un técnico en radiología que hizo de extra en la escena de la angiografía, realista y sangrienta. Este hombre terminó preso por asesinato y sospechoso de haber cometido otras seis muertes en ambientes gais neoyorquinos.
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Luego, lo complicado. Friedkin era un director de la vieja escuela y quería realismo. Quizá demasiado. El padre Karras debía tener una expresión aterrorizada frente a Regan ya poseída, pero no lograba una cara de susto acorde al horror frente a sus ojos. Entonces, el cineasta llevó escondida un arma al set y al momento de filmar disparó al aire. El miedo del actor Jason Miller fue real.
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En el rodaje había un cura jesuita auténtico, William O’Malley. No solo fue asesor técnico de la película sino que también interpretó al padre Dyer, quien al final le da la extremaunción a su colega Karras. Su cara tampoco estaba a la altura de lo que la escena requería, así que Friedkin le dio un cachetazo. “Así está mejor”, se limitó a decir. Y lo filmó.
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En otra de las escenas difíciles, Regan, ya poseída por Pazuzu, arrojaba violentamente a su madre, Chris. Para ello se le colocó un arnés a la actriz Ellen Burstyn. Pero el arnés falló y la mujer sufrió serias lesiones en la espalda. El alarido de dolor que se escucha en la película es completamente real.
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También fue real el asco que mostró Miller cuando Blair “vomitó” sobre él una sustancia viscosa. Era un puré de muy mal olor y de color verde (nadie quiso decir a partir de qué) que quien representaba al padre Karras no esperaba.
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El aliento gélido de la poseída Regan se debió a que el director mandó acondicionar el set a veinte grados bajo cero. Era una verdadera cámara frigorífica. Vale recordar que Linda tenía 13 años al momento de comenzar la filmación.
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Surtidos varios: durante el rodaje se escucharon ruidos raros, se caía parte del decorado y se perdían extrañamente metros de filmación. A las desgracias ya consignadas se le sumaron la de un sereno, que murió acribillado (en la calle, no en el set) por circunstancias nunca aclaradas.
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Se dice que durante las pausas, Friedkin —que tenía un sentido del humor muy particular— musicalizaba el ambiente con los sombríos violines que Bernard Hermann había compuesto como tema central de la película Psicosis (1960, Alfred Hitchcock). Si no asesinaron al director es porque tenía un Dios (o un diablo) aparte.
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Tantas cosas raras pasaron que la propia Ellen Burstyn llegó a sugerir que hicieran un exorcismo en el estudio. Al final, la cosa no llegó a tanto. El padre O’Malley se “limitó” a bendecirlo.
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Y ya que se habló de banda sonora, gracias a El exorcista el piano de Mike Oldfield en Tubular Bells quedó para siempre asociado a los más profundos sentimientos de terror. Al músico británico no le gustó el uso que le dieron, pero ayudó a que el disco se convirtiera en un éxito mundial.
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Lalo Schifrin, un compositor que ya por entonces tenía una tremenda fama mundial ganada gracias a Misión imposible o Harry, el Sucio, había compuesto una banda sonora para la película a pedido de Warner. Friedkin, que se creía Dios, la desechó.
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Varias escenas entraron en la historia del cine: el pedido de ayuda de Regan, la sangrienta masturbación con un crucifijo, el giro de 180 grados de su cabeza, su descenso como araña en la escalera (que, en rigor, fue añadida en la versión del director estrenada en 2000), la aparición de Pazuzu detrás suyo, la llegada del padre Merrin en la bruma de la noche a la casa de los MacNeill (que es el afiche de la película), el sacrificio del padre Karras… Si alguna película de terror merece el calificativo de obra maestra es esta (o Psicosis o El bebé de Rosemary).
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Cuando los ejecutivos de la Warner vieron el producto terminado, sus opiniones estaban dramáticamente divididas: o la consideraban genial o un desastre. Fue estrenada, sin preestreno, durante la temporada navideña de 1973 en unas treinta salas de cine de Estados Unidos. A los dos meses se exhibía en casi 400.
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En ese momento los estrenos no eran simultáneos en el mundo. Por caso, a Argentina llegó el 15 de agosto de 1974, a Alemania el 20 de setiembre de ese año y a Brasil el 11 de noviembre. A España llegó casi dos años después de su presentación oficial: el 1 de setiembre de 1975.
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En Uruguay El exorcista se estrenó en los cines 18 de Julio y California el 19 de agosto de 1974. Según la web especializada Cinestrenos, 100.563 espectadores la fueron a ver, aunque no fue sino la quinta película más vista del año. Eran épocas en las que el cine arrastraba multitudes.
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Películas como las dos Terrifier o la saga Saw, ejemplos del gore o el slasher, han saltado a la prensa por la cantidad de desmayos o huidas despavoridas de los espectadores de las salas de cine. Nada de eso es nuevo. Ya en 1973 El exorcista resultaba una experiencia demasiado fuerte para los espectadores, traducida en vómitos, histerias y colapsos nerviosos.
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En algunos cines se entregaban bolsas de papel para aquellos que no podían aguantar los vómitos; otros fueron más lejos y contrataron enfermeros y camillas para los que la película era demasiado. Por supuesto, las iglesias —casi todas— pusieron el grito en el cielo. Por supuesto también, se dispararon los pedidos de exorcismo en las diócesis de todo el mundo.
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Una mujer no pudo más del susto y salió corriendo del cine en el que estaba viendo la película. Perdió el equilibrio, se cayó y se rompió la mandíbula. Por eso demandó a la Warner, al entender que era suya la culpa por ofrecer al público tamaña monstruosidad. Obviamente, quedó en la nada.
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Éxito de público y de crítica, además de ranquear alto en cuanto listado de “mejores películas” de terror o no que haya en el mundo, no tuvo una cosecha de premios a la altura en los Oscar de 1974: solo ganó dos de sus 10 nominaciones, a guion adaptado y sonido. Había estado postulada como Mejor película, director, actriz (Burstyn), actor de reparto (Miller) y actriz de reparto (Blair). Nunca una película de terror había estado nominada.
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En los Globo de Oro le fue mejor, con cuatro premios de siete. Por supuesto, el Saturn a Mejor película de horror fue suyo.
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Una de prensa rosa: Blatty, el guionista, y Friedkin, el director, comenzaron la película siendo amigos, aliados y compinches. Pero para el estreno ya no se hablaban: el cineasta le había birlado la novia al autor. No se hablaron por décadas.
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Al autor no le gustaban los efectos especiales que Friedkin puso. Pero hay que decir que la cabeza giratoria de Regan entró en el imaginario colectivo mundial. En su momento sí se descartó la escena del descenso arácnido, para el cual se había contratado una contorsionista. Para 1973 no era posible borrar en la edición final digitalmente los cables que la ayudaban; para 2000 sí y por eso fue incluida en la versión de ese año.
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Además de imponer el clásico del niño diabólico o poseído —que muy pronto retomaría La profecía (Richard Donner, 1976), de incluir la temática religiosa o sexual en el horror, de tocar sentimientos atávicos, El exorcista generó secuelas. Las que fueron consideradas directas pasaron con más pena que gloria.
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Exorcista II: el hereje, de 1977, contó con otro director (John Boorman) y otro guionista (William Goodhart). Con 14 millones de dólares fue la película de presupuesto más caro de la Warner hasta entonces. Y más allá de la presencia otra vez de Linda Blair (Regan ahora es algo así como una experta cazademonios) y de una estrella como Richard Burton, el tiempo la dejó olvidada. Por algo fue.
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El exorcista III, de 1990, fue dirigida por el propio Blatty. Más basada en su novela Legión (1983) que en otra cosa, aquí reaparece el padre Karras, quien finalmente no habría muerto en la primera película (ay…). Hay quien, pese a todo, la elogia.
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En este 2023, con El exorcista llegando al medio siglo, con la muerte todavía fresca de William Friedkin (falleció el 7 de agosto), se está por estrenar la que es promocionada como su “verdadera” secuela. El exorcista: creyentes prevé estrenarse en octubre.
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El director es David Gordon Green (el que en 2018 retomó la saga Halloween), una de las productoras es Blumhouse (los de Actividad paranormal) y el protagonista es el ganador del Tony Leslie Odon Jr. Pero lo que realmente cambia la ecuación respecto a intentos anteriores es que esta película se presenta como la verdadera continuación de lo que le pasó a Regan con Pazuzu.
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La idea de los productores —Morgan Creek es la poseedora de los derechos— es muy de estos tiempos: armar una nueva trilogía con esta idea. Ya se habla de una inversión de 400 millones de dólares. Algunos ya se persignan.
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¿Qué se sabe de esta próxima entrega? Que a falta de una, ahora son dos las niñas poseídas por el demonio, Angela y Katherine son las nuevas Regan. Y ya que estamos…
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Vuelve el personaje de Chris MacNeill, interpretado por Ellen Burstyn. Su experiencia es lo que requiere Victor, el desesperado padre de Angela, para ver qué se puede hacer con su hija y su amiga. Por lo que se pudo ver en los trailers, bastante prometedores, es el encuentro de dos viejos conocidos: Chris y Pazuzu. Y capaz alguien más…
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Se ha mantenido hasta ahora bajo total secreto, no se la ve en los trailers, en los créditos ni en confirmación oficial alguna, pero Linda Blair estuvo en el proceso de creación de esta película. El director dijo en julio a Entertainment Weekly que Linda asesoró técnicamente en el rodaje y que el resultado “alude a ella de varias maneras”. Se rumorea que puede haber un cameo, o incluso algo más…
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Pero hay cosas que cambian: en Estados Unidos el estreno de esta nueva versión de El exorcista estaba previsto para el 13 de octubre. Sin embargo, como en ese mismo día llegaba a las pantallas Taylor Swift: The Eras Tour, sobre la gira de conciertos de esta cantante, los productores decidieron adelantarlo una semana, para el 6 de octubre. Resultó miedoso de los swifties, Pazuzu.