¿Te costó acercarte a un personaje transexual y de otra época?
El tema de la transexualidad me abrumaba mucho. Yo soy una persona hipernormativa porque soy una mujer cis, pero pude empatizar con ella por su historia desde el lugar de mujer. Ella se encuentra con abusos de poder, se siente mujer y ha tenido que sobrevivir a una guerra. Estamos hablando de una sobreviviente. Y el personaje me produjo empatía porque somos mujeres luchadoras que vivimos dentro de un sistema. En su caso evidentemente es extremo; ella sobrevive a una guerra y es esclava de los griegos. Pero yo, como mujer, siento que tengo un grito por dentro. Hoy esas mujeres pueden vivir en Barcelona, estar en El Raval, pasando por la guerra de Siria o en el Mediterráneo. Sí que siento lo duro que es eso. El texto también me chocaba porque ella tiene mucha testosterona, aunque le gusta ser mujer y habla de que su familia la apoyó cuando llevó a cabo la transición de género. Se enamora de una persona que la secuestra y la hace esclava.
Los textos de Sergio Blanco suelen cuestionar los roles y relaciones que la sociedad occidental establece como norma.
Totalmente. Kassandra también habla del amor que siente por su hermano. Ella se enamora de él y lo define como el amor romántico de toda su vida. Es una historia compleja.
Antes de estrenar, hiciste un viaje por Grecia para conocer su cultura. ¿Sergio Blanco te trazó un mapa con el camino que recorrió mientras escribía el guion?
Sí, lo hizo. Fue una herramienta que me sirvió para afrontar el universo que plantea el texto y el riesgo que tuve que asumir al acercarme a la complejidad del personaje. Yo le pregunté a Sergio si podía mostrarme el recorrido, porque sabía que había escrito Kassandra mientras caminaba por Atenas. Me parece increíble que un dramaturgo escriba una obra en su hotel de esta forma. Le dije que me copiara el mapa con los caminos que había hecho y me hizo muy bien. Estuve paseando por la Grecia clásica, la parte más histórica y lugares que en cierto modo me recordaban a todo lo que fue El Raval en Barcelona. Había puertas pequeñas con lucecitas que eran burdeles; cuando estaban prendidas significaba que estaba abierto. Fue heavy.
¿Fue un proyecto absorbente?
Fue muy duro y muy absorbente. Creo que es el trabajo y la preparación más absorbente que he tenido hasta ahora. Fue heavy metal en el buen sentido; me sentí -y siento- acompañada por el director, que me daba para probar y divertirme. Pero sí recuerdo que me iba a dormir repasando el texto porque la memorización era compleja. No quería que fuera un problema que no me permitiera trabajar bien. La obra la dividimos en escenas; ensayamos cinco o seis horas al día.
¿El hecho de que sea un unipersonal implicó una cuota extra de estrés?
Sí, pero a mí me gusta decir que no me sentí sola. Es una función que se hace con el público, que siempre es un ser muy presente y monstruoso a la vez. En esta obra hay una comunicación directa porque la necesitamos para tirar para adelante. Antes de una función me fijo quién va, qué edades llegan y cómo es el público de esa noche. Hay partes de improvisación y también está el idioma, que es un inglés macarrónico. Esta expresión quiere decir que es precario y en verdad es lo único que está entre el público y el personaje. Kassandra no tiene mucha idea de cómo es el inglés, pero se hace entender. Y Sergio tuvo la idea de que el público tradujera algunas palabras.
Sos conocida por aparecer en producciones y obras catalanas como Merlí. Ahora te subís al escenario en la piel de una refugiada que habla un inglés primitivo. ¿Cómo definieron el acento? ¿Fue difícil hacer una obra en otro idioma?
Pues fue un retazo. Tuve que hacer un gran proceso para desaprender el inglés, volver a entender las esencias y repetirlo de otra forma. Tenía que transmitir la necesidad de Kassandra de contar y de ser entendida. Tuvimos la gran suerte de que un chico sirio nos asesoró con el acento. Y escogimos este mismo acento para acercar la historia de Troya a lo que ocurre en el Mediterráneo.
Las últimas obras que hiciste tienen distintos perfiles, pero están vinculadas por sus cuestionamientos al género y el amor. ¿Te atrapan estas búsquedas?
Creo que me atrapa como nos atrapa a todos. La ternura de La Tendresa, por ejemplo, estaba llevada a un mundo shakesperiano, pero también exponía cómo podemos hacernos mejores los unos a los otros. El amor es el centro y creo que todos estamos -por la derecha y la izquierda- buscando encontrarlo. Ahí, creo, aparece el feminismo: es algo que hoy en día no se puede evitar y debemos de ir por ese camino. Vivimos en una sociedad capitalista y llena de abusos de poder donde es difícil que haya igualdad de oportunidades para hombres y mujeres. Todos deberíamos de ocuparnos de cambiarlo.
¿Cómo se traslada la necesidad del cambio en el mundo artístico?
Con decir "basta": basta de ver personajes con los que no empatizamos; basta de ver roles que no nos conectan; basta de ser todos, todo. No puede ser que todo esté tan estigmatizado.
En tus últimos trabajos se cuestionan roles, se cuentan historias fuertes y en tu discurso hablás del feminismo y de la necesidad del cambio. ¿Son estos temas los que te llevan a estar hoy sobre el escenario?
Yo parto de la base de que el actor o la actriz es un canal de expresión que está a favor de una historia. Es verdad que ahora estamos hablando de estos temas, pero puedo interpretar a un personaje en una obra sobre un problema familiar o una situación que nos pueda tocar. Yo siento que soy un canal y es brutal cuando aparece una obra o una ficción que da voz -de alguna u otra manera- y defiende un tema con el que estás de acuerdo. No quiero decir que esté de acuerdo con el personaje, eh, ni que sea activista. Pero sí me gustan las historias que puedan conmover, porque ahí estamos haciendo mucho como artistas. Aún considero que estoy en un terreno poniendo semillas porque este trabajo es de una carrera de fondo muy heavy y se tiene que ir con mucha calma. Siempre hay que tener calma. Y tengo tanto para aprender. El aprendizaje es algo que nunca para y me estimula.
¿Cómo hacés para trabajar en esa calma?
Uso las herramientas que tenemos todos. Intento cultivar mi terreno emocional para que la armonía venga de lugares cercanos. En el terreno artístico, que sí tiene cierta inestabilidad, se mezcla el trabajo con la inquietud, que es un bichillo superchulo de tener. Se da lugar para la creatividad y aparecen herramientas como la escritura, que es muy poderosa. También está el contacto con actores de otras generaciones. Yo tengo amigas actrices que tienen 70 años y me flipa cómo han estado viviendo 50 años de ser actrices. Creo que muchas veces se separa a los jóvenes de lo antiguo y se estigmatiza. Tenemos que pensar en cómo juntarnos y contar historias.
Elisabet Casanovas se formó en el prestigioso Instituto del Teatro de Barcelona, pero tuvo su primera experiencia con el mundo artístico cuando tenía 11 años. La pequeña catalana apareció en un musical de Sabadell, la ciudad donde nació, en un papel que recibió la euforia del público y confirmó sus inclinaciones artísticas. "Nunca es fácil descubrir una vocación. El sistema educativo no nos prepara para eso", repitió en más de una entrevista.
Años después de aquella experiencia, estuvo en roles protagónicos y secundarios en el teatro y en varios cortos audiovisuales. Sin embargo, el reconocimiento masivo llegó cuando se integró al elenco televisivo de Merlí, hace cinco años. Aunque no tenía demasiada experiencia con el lenguaje de las cámaras, Elisabet fue convocada para interpretar a Tània Illa, una joven un tanto ingenua y simpática que encantó a los fanáticos de la serie. "Los efectos que produjo fueron fuertes y tuvieron un impacto en mi carrera", dice. Con un reparto formado por actores como Carlos Cuevas, Francesc Orella y David Solans, la producción catalana sobre el vínculo entre un carismático profesor de Filosofía y sus alumnos tuvo tres temporadas y se volvió popular en Latinoamérica por su difusión en Netflix.
¿Cuál fue el mayor desafío de pasar del teatro a la pantalla con Merlí? Habías estado en algunas producciones audiovisuales, pero tenías más experiencia sobre los escenarios.
Entre el teatro y lo audiovisual hay mucha diferencia por el tono, el código, los personajes. Me cuesta quedarme en qué prefiero porque si es un proceso chulo, es lo mismo dónde sea. En el teatro sí me pasa que flipo; hay un proceso de laboratorio donde estás buscando cosas y luego las pones en común. En lo audiovisual se busca otra cosa. A lo mejor, quizás, se acerca a otro lenguaje porque la cámara lo capta todo y tienes que ser muy precisa. En la grabación ensayas una escena, luego la haces y, cuando queda bien, no vuelves a verla por seis meses. El teatro se vale por la repetición y la repetición.
¿Cómo recordás aquella experiencia en Merlí? Fueron tres años de crecimiento frente a las cámaras...
No puedo separar el hecho de que yo tenía 20 años y ahora tengo 25, porque ahí hay algo vital y de evolución propia de la edad. Pero sí es verdad que hubo un antes y un después en mi carrera. Yo agradezco haber podido estar en un proyecto tan chulo y con unos compañeros de los que he aprendido tanto. La esencia mía todavía queda, porque mis miedos, mis inseguridades y mis alegrías las sigo viviendo de la misma manera. A nivel profesional me ha abierto muchas puertas y estoy muy agradecida.
En las filmaciones de Merlí tenían un libro con las ideas de los filósofos claves para la historia occidental. ¿Qué descubriste cuando lo leíste?
Tuve una experiencia bastante dura y curiosa. Un día estábamos con Laia Manzanares y vimos que los libros de filosofía que nos daban para leer no tenían nombres de mujeres. Nosotras preguntamos si era antiguo, pero nos dijeron que estaba a la orden del día y era lo que se daba en las clases. Nos quedamos pensando "cuánto nos falta". Es que nos quedamos con una parte tan pequeña de la historia.
También conociste al sociólogo Zygmunt Bauman y te atrajo su concepto de la sociedad líquida.
Sí, me interesó mucho y veo en la sociedad lo que decía. Muchas relaciones son líquidas, sin valores demasiado sólidos. En el libro, y en Merlí, conocí a otros filósofos como Epicuro. Perdón por la incultura (risas). Él habla del placer y tiene ideas interesantes. Fue un gran proceso de aprendizaje.
¿Volviste a ver las temporadas de la serie?
No, porque creo que tiene que pasar tiempo para volver a verlo. Fue tan intenso y absorbente... Yo no soy de ver y rever y mirar. No, no. ¿Ves? Ahí aparecen las inseguridades de las que hablábamos antes. Me pone nerviosa.
Leí que eras muy autoexigente. ¿En estos años lo pudiste moldear?
A veces soy demasiado autoexigente, pero hay algo en mí que no me permite dejar de disfrutar. No soy obsesiva pero sí muy sufridora (risas). Me gustan los procesos de creación y los ensayos. A a veces pienso que a lo mejor con los años logro bajar la gravedad de todo.
Sos una actriz joven y millennial. ¿Por qué elegís mantener un perfil bajo en las redes sociales?
La verdad es que no me sé manejar muy bien en las redes. No lo juzgo para nada y creo que es algo que no podemos evitar. Sería totalmente raro decir que no existen; están presentes y mucho. Pero me parece que se canaliza mucha energía en las redes. No me interesa colgar cosas muy íntimas y siempre me pregunto para qué lo haces. ¿Porque en esta foto sales guapa y es guay? ¿Esta cena es muy chula y la compartes? Pues no. Aunque lo uso para dar voz a lo que estoy haciendo en el momento y para que la gente pueda verlo, prefiero canalizar mi energía en otra cosa.
Hay quienes dicen que en la actuación hay una búsqueda interna. ¿Estás de acuerdo?
No sé si es una búsqueda, pero sí tiene que ver con mi forma de ser. ¿Por qué hacemos este trabajo? ¿De qué forma lo queremos hacer? Los personajes viven cosas que tú no has vivido; hablan o discursan y eso te dimensiona. Claro que en escena aparecen cosas tuyas. Antes te decía que para mí un intérprete es un canal y cuando abres ese canal salen cosas internas y superinteresantes.