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En la familia Iturria son todos artistas (y no es casualidad)

El pintor Ignacio Iturria tiene cuatro hijos: Nacho, Catalina, Antonia y Sebastián, y todos son creadores dedicados a distintas ramas del arte

El pintor Ignacio Iturria tiene cuatro hijos: Nacho, Catalina, Antonia y Sebastián, y todos son creadores dedicados a distintas ramas del arte

Para pintar, Ignacio Iturria se encierra en su taller durante horas. Muchas veces aprovecha el silencio de la madrugada y luego duerme hasta tarde. Es fiel creyente de aquella frase de Pablo Picasso: "Si llega la inspiración, que me encuentre trabajando". Y cuando está solo frente al lienzo se entrega por completo, porque no conoce otra manera de crear. "Antes de ser Ignacio, soy Iturria", confiesa a Galería. "Yo jamás tuve dudas, no tuve ninguna duda de nada. Cada pincelada es un paso adelante, nunca para atrás. No escucho opiniones que me vayan a modificar el camino. Sí estoy atento a lo que está pasando. Hay una obstinación, incluso llego a ser obsesivo. Tenés que estar loco para dedicarte al arte. Todos los excesos, que en la vida son malos, acá son buenos. ¿Dónde puedo ser obsesivo? Dentro de un cuarto sin jorobar a nadie".

Esa imagen solitaria, del artista absorbido por su obra, es difícil de conciliar con la idea de una vida familiar. Y, sin embargo, Ignacio Iturria logró hacerlo junto con su esposa, Claudia Piñón. Para él, esa es una de sus más grandes hazañas. Si cada hogar es un mundo, el de los Iturria es uno de vocación, creación, constancia y esfuerzo, pues sus cuatro hijos son artistas.

El mayor, Ignacio -en adelante Nacho, como le dicen, para evitar confusiones-, tiene 39 años, es guitarrista, forma parte de la banda Croupier Funk y toca junto con Mandrake Wolf; Catalina (38) es diseñadora de indumentaria y tiene su tienda enfocada en la moda lenta en Cadaqués (España); Antonia (36) estudió abogacía, pero terminó por dedicarse a la fotografía -tal vez el oficio más similar al de su padre, pintar pero con la luz-; Sebastián (27) es actor, se formó en Nueva York y en Madrid, y acaba de coprotagonizar una serie que se emite en la televisión española.

"La posibilidad de tener un mundo romántico está clarísimo que existe porque lo vivimos", dice el patriarca de la familia y cada hijo, por su lado, afirma que fue vital para su desarrollo artístico el tener un padre que les hiciera ver "que era posible".

Familia Iturria. Foto: Adrián Echeverriaga.

Fomentar la vocación. "Lo mío es contagioso", asegura Iturria ante la pregunta de por qué cree que todos sus hijos salieron artistas, aunque confiesa que en algún momento se cuestionó si aquello que estaba contagiando era bueno o malo. Llegó a la conclusión de que era lo primero. Incluso el sereno de su casa aprendió a pintar viéndolo a través de la ventana y aprovechando viejos pomos de pintura que él descartaba.

Es que conversar con el artista de 71 años es refrescante. Con la misma sensibilidad con la que pinta, observa el mundo. Por momentos su mente va más rápido que sus palabras y salta de un tema al otro, lo que vuelve la charla aún más interesante. Así pasa de hablar de la importancia de crear cosas entrañables a contar que le gustaría tener una casa en cada barrio y vivir diferentes vidas de diferentes personas. "Yo en la pintura siempre me estoy planteando juegos nuevos, porque si no tenés cuentas pendientes", suelta al final de la reflexión.

Son esas charlas las que tiene con sus hijos y en las que se refugia Catalina cuando está con falta de motivación. "Las conversaciones con él son siempre muy inspiradoras. También el verlo todo el día, el compromiso, las horas de trabajo, pero sobre todo las charlas. Te dan ganas de irte corriendo a trabajar, a ponerte con tus cosas, te vuelve a dar la ilusión, te sube, te eleva, todo es fantasía y quiero jugar en ese mundo. Cuando estás con dudas y hablás con él enseguida te vuelve a llevar a ese mundo de juego, de entrega. Ese es uno de los fundamentos de la escuela Casablanca, el fomentar la vocación artística, así que imaginate la cantidad de gente que ha dejado todo para dedicarse al arte. Es como que ves que es posible. Yo siempre crecí creyendo que no había otra chance que no fuera hacer lo que te gusta", explica la diseñadora.

Casablanca es la escuela de arte que abrió Iturria en 2002 junto con su esposa, Claudia, después de haber tenido la oportunidad de participar en colonias de artistas en el exterior. Además, es un proyecto que tiene que ver con su infancia. En un momento su madre, que había sido directora de la Scuola Italiana, se quedó sin trabajo -en la década de los 70- y empezó a dar clases particulares en la casa familiar. "Ella arrancaba en la mañana con una taza de té, interminable, y era la una de la mañana y seguía trabajando. Había una forma de entrega, de docencia, con amor", recuerda. También vivió el apoyo de su padre, que se dio cuenta "muy tempranamente" de sus posibilidades. "Yo pintaba unas cosas que no me salían mucho, pero él me daba para adelante, tanto que él se puso a pintar para ayudarme a mí. Estuvimos pintando un tiempo largo juntos. Él siempre me decía: ‘aquí el artista eres tú, yo lo que tengo es paciencia'".

En 2002, Iturria decidió crear un espacio para fomentar la vocación en diferentes áreas como pintura, fotografía y música, y difundir arte. "La fundación es la aplicación de un concepto que tenemos, que es fomentar las vocaciones. Empecé a dar clase, a estar más cerca de la fundación y en un campo que tenemos en Rosario me dedico a ir con los alumnos para que puedan convivir conmigo, saber lo que son 24, 48, 72 horas viviendo a un ritmo que no tiene hora", asegura el artista, que también ha organizado retiros creativos en Miami y El Salvador.

Ignacio Iturria. Foto: Adrián Echeverriaga.

En ese entonces, cuando nació Casablanca, Nacho estaba en Londres, adonde había viajado para aprender más sobre los procesos de producción y grabación de música, algo que había notado que le faltaba cuando hizo su primer disco. En comparación con la escena londinense, Montevideo, en esa época sobre todo, no ofrecía demasiadas posibilidades a los músicos. "A mí me costó mucho volver a Uruguay, me tiró mucho la escuela de Casablanca. No había nada así en el país en su momento. Cuando papá nos mostró esta casa empezamos a ensayar acá con mi banda, a organizar toques, fiestas. Ahora, 20 años después, tenemos esta escuela que todavía sigue funcionando. Yo me siento reorgulloso de esto, es algo que estamos haciendo día a día con mucha dedicación y con toda nuestra pasión. Es un lugar que parece un paraíso. Más allá de las trabas, Uruguay es un lindo país para hacer cosas, aunque tal vez no está tan sólido el camino del artista", explica.

De la misma manera que Ignacio aprendió de su madre a dar clases, Nacho lo hizo de su padre. "Lo veo trabajar a él con alumnos de esa manera entregada, dando todo lo que tiene para dar, y esa manera se me fue pegando, capaz porque lo siento como mi ídolo. Veo que es por ahí, porque también veo la transformación de las personas, no me lo contó nadie".

Y, de alguna u otra forma, toda la familia Iturria gravita alrededor de este espacio y de la docencia. Por ejemplo, Antonia, que es fotógrafa, se formó en Casablanca. Siempre le había gustado esa idea de capturar momentos con su cámara, que llevaba a todos lados. Pero no fue hasta que tomó clases con Roberto Fernández que terminó por enamorarse del oficio. Juntos montaron un estudio y un cuarto de revelado en la misma fundación, que marcó un antes y un después en su vida. Años después, al ser madre, decidió enfocarse más en la escuela. "Este primer año me quise dedicar a estar un poquito más con mi hijo y dejé un poco de lado la fotografía. Di más clases, investigué y leí más. Revisé archivos, imprimí algunas cosas. Tuve tiempo de pensar proyectos para desarrollar después".

La influencia de su padre en su profesión está bien clara. "Creo que mis fotos tienen mucho que ver con la obra de él en el sentido de que son paisajes y escenas de la vida, y él tiene de eso en sus cuadros. De a poco fui viendo sus temáticas y sin darme cuenta las llevé a mis fotos", asegura Antonia. Y no solo en el resultado de la obra, sino en la manera de aproximarse a su arte. "Verlo a él trabajar en su estudio, a cualquier hora, con ese amor, pasión y dedicación me marcó. Me di cuenta de que me pasaba lo mismo. Cuando saco fotos me salgo un poco de mí, veo que tengo como una energía que es el doble de la que tengo siempre. Después lo empecé a acompañar en sus viajes y a sacarles fotos a sus cuadros".

La constancia. Iturria habla mucho de la importancia de fomentar la vocación, pero también de la constancia, y es una característica que todos sus hijos repiten por separado. Haber visto los sacrificios -y frutos- del trabajo de su padre los marcó para siempre.

"Lo que vimos siempre en casa es que no hay diferencia entre el trabajo y la vida, va todo junto. Papá está todo el día dedicado a eso. Aunque no esté pintando está observando y mirando, ya lo ve todo con otros ojos. Absorbimos eso, ver las cosas con otro cariño, con otra sensibilidad. También absorbimos esa dedicación, y que no es tan fácil, son horas y horas. Eso se complica un poco con la maternidad, estoy tratando de reconectar y volver a concentrarme", dice Catalina.

La diseñadora marca una diferencia entre ella y sus hermanos, que dedican cada minuto libre a su vocación. Sin embargo, al escucharla es evidente que ella también tiene la pasión de los Iturria y un proceso creativo similar al de su padre. Catalina rara vez boceta sus piezas, sino que suele dejarse guiar por la intuición y los materiales, prueba hilos y telas, incluso descartes que rondan en su taller, intentando no desperdiciar nada. Las composiciones textiles que crea son dignas de colgar en una pared e Ignacio se lo ha dicho. "Mi padre siempre me dice que las cuelgue, que las exponga, para mirarlas no hacia abajo como uno trabaja, más hacia adelante, como si fuera un cuadro. De hecho, me agarra muestritas y me las pone en marcos", cuenta.

Por su parte Sebastián, el menor de la familia, se refiere a la constancia por encima del talento. "Siempre es bueno tenerlo, pero con trabajo igual se puede llegar lejos. Siempre tuve ese sueño de ser actor y creía que era superposible a través del trabajo". Según cuentan, a él siempre le gustó actuar frente a los otros y en los veranos organizaba shows en los que participaban sus hermanos y otras familias. También hubo una época en la que alquilaba una película por día y se aprendía casi de forma obsesiva los nombres de todos los actores, actrices y directores.

En pleno viaje por Europa con su familia se le "dio vuelta la cabeza" y decidió que quería ser actor. "Yo tengo que ir a estudiar a otro lado e intentar lograr mi sueño", pensó. Aplicó para estudiar en la Pace University de Nueva York, y un año después, papeles y audiciones mediante, fue aceptado, contra todo pronóstico. "Me acuerdo de que cuando Seba se estaba mudando a Nueva York me dijo que no estaba seguro y yo le dije: ‘desde que te recuerdo, te recuerdo como actor así que dale para adelante, porque oportunidad para ir para atrás vas a tener. No tengas miedo'", recuerda su hermano mayor.

Sebastián se formó durante cuatro años en la universidad explorando diferentes técnicas y estilos. Fue una época fermental en una de las ciudades más vibrantes de Estados Unidos, donde nunca faltaban los proyectos para crear. Sin embargo, en el último año, Donald Trump asumió la presidencia y el ambiente empezó a estar cada vez más caldeado. Su visa de trabajo se complicó y decidió emigrar a España, su segundo hogar, para continuar formándose. Allí apareció su primera gran oportunidad, un papel en Mercado central, una serie de RTVE en la que encarna a Lucas Ortega, un uruguayo.

"Yo antes le tenía envidia a mi padre porque él se encierra en un estudio, está solo y pinta. En la actuación tenés que tener gente que te filma, dependés de muchas personas. El escritor también está solo, a mí me encanta eso, la soledad y el estar concentrado. Pero me di cuenta, hace poco, que el actor también tiene eso. Siendo actor tú tenés tu momento solo en tu cuarto, preparando un personaje, armando cosas en tu cabeza, visiones, análisis, estudiando la época, mirando documentales", reflexiona Sebastián, e Ignacio acota con orgullo: "Es una disciplina de constancia bestial. Seba está todo el día preparándose".

"Ese mundo fantasioso que involucra lo que es dedicarte al arte para nosotros era una fantasía realizable por tener el ejemplo de nuestro padre que lo pudo hacer. Hay que saberlo entender a un padre así, artista. Más allá del afecto que le tenés, es un referente de lo que vos querés hacer. Nuestro padre nos hablaba de darle para adelante, de darle ‘siempre al mismo clavito', que es una frase muy típica de él. Se nos fue dando el camino de forma natural, siguiendo la aventura y la filosofía de su método, que no sé si es el mejor, pero es nuestro espejo y acá estamos, toda la familia envuelta en este camino artístico", concluye Nacho.