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Enzo Vogrincic: “A mí me gusta actuar, donde esté actuando voy a estar bien”

Antes de interpretar a Numa Turcatti en La sociedad de la nieve, Enzo Vogrincic estaba haciendo teatro con amigos en Montevideo, buscando los muebles para hacer las obras. Si no lo convocan nuevamente para una película, volverá a las tablas
Editora de Galería

Esta entrevista fue publicada originalmente el jueves 28 de diciembre.

Una en mil. Esas eran las probabilidades de que Enzo Vogrincic tenía de convertirse en uno de los chicos que cayeron el 13 de octubre de 1972 en la cordillera de los Andes. Claro que mientras recibía monólogos para interpretar en su casa frente a una cámara casera y los enviaba a los encargados de reclutar a los actores, no lo sabía. No sabía mucho del proyecto, de hecho. No sabía que el español J. A. Bayona (El orfanato, Lo imposible) estaría a la cabeza, no sabía que él terminaría convirtiéndose en Numa Turcatti, no sabía que pasaría 14 días sumergido en la nieve solo para filmar una escena, no sabía que terminaría recorriendo el mundo de festival en festival, no sabía que estaba ante la oportunidad que muchos actores esperan toda una vida.

El rodaje duró cuatro meses y el cronograma iba de lunes a sábado. La locación fue Sierra­ Nevada, en España. Las condiciones de la cordillera de los Andes hacían inviable filmar en el lugar del accidente: “Fuimos a filmar con Bayona mano a mano y un equipo muy chiquito de montañistas, pero era imposible, es realmente peligroso. De hecho, nos fuimos y al otro día cayó una avalancha donde estábamos filmando”, cuenta Enzo, que todavía se está recuperando de una experiencia transformadora. La película fue una odisea de principio a fin. Bayona empezó a trabajarla hace 10 años, pero lograr la financiación para una película hablada en español uruguayo no es tarea sencilla. El idioma y el acento eran cosas a las que el director no estaba dispuesto a renunciar. Primera batalla, de muchas, ganada. Esas peripecias son hoy parte del anecdotario. Desde entonces el proceso siguió con el nivel de detalle y perfeccionismo que define al director español.

La película, ya estrenada en cines, que estará disponible en Netflix a partir del jueves 4 de enero, no ha dejado a nadie indiferente. Ni en los festivales (ganó el Premio del Público en el Festival de San Sebastián), ni a las academias de cine: hasta el momento ha recogido 13 nominaciones al Goya 2024 y está entre las 15 preseleccionadas para ser candidata a Mejor película internacional en los Premios Oscar.

El actor, formado en la Escuela Multidisciplinaria de Arte Dramático (EMAD) de Montevideo, tenía al momento de audicionar para La sociedad de la nieve solo una película en su haber, 9, de los directores Martín Barrenechea y Nicolás Branca, en la que interpreta a un futbolista agotado del asedio de los medios y con deseos de escapar del ambiente.

Después de varios pedidos para hacer la entrevista presencial —a fin de cuentas Vogrinic­ es uruguayo—, la conversación terminó siendo por Zoom, conectando a una periodista en Montevideo con el actor en Londres, solo una de las escalas de la gira de promoción que lo llevará también a Madrid, Los Ángeles y Nueva York. “Estoy yendo y viniendo. Cuando estoy en Montevideo apenas me da el tiempo de ver familia, amigos, las plantas y volver a salir”, dijo el actor.

¿Qué estabas haciendo antes de ser reclutado por Bayona?

Reclutado es una buena palabra. Estaba trabajando en teatro, básicamente; soy actor de teatro desde los 18 años (ahora tiene 30). Antes de la película estaba haciendo teatro con amigos, buscando los muebles para hacer las obras.

¿Cómo llegaste a audicionar para la película?

Fue muy fortuito, una cosa increíble. Yo estaba haciendo con Sergio Blanco una obra, Cuando pases sobre mi tumba, y en una gira en que nos fuimos tres días a Buenos Aires una de las directoras de casting de la película vio la obra, porque es fanática de Sergio, y me vio. Terminó la obra, pidió mi mail y me mandó el casting. Así que fue suerte y coincidencia.

¿Y cómo fue el proceso de casting?

Siete meses duró. Lo primero era un monólogo sin información, solo un monólogo, y tenía una semana para mandarlo en video. Me empecé a obsesionar. En ese momento vivía con la que era mi novia, Sofía Lara (también actriz), y ella me ayudaba. Tiré 10 grabaciones el primer día, al otro día las miré y no me gustaban, tiré 10 más. Y así fui buscando hasta que encontré una toma que me gustó. Yo pensaba: mando esto y ya está, y quedaré y seré parte de la película, o no, pero ya está. A las dos semanas: “Hola, muchas gracias, acá va otro monólogo”. Ahí empezó un proceso de siete meses, larguísimo, de etapa tras etapa, donde de a poco iba teniendo más información, de a poco iba sabiendo. Recién sobre el final me enteré para qué personaje y la importancia­ que el director­ iba a darle a ese personaje dentro de la historia. O sea que todo el casting fue siempre sin saber demasiado.

¿Y los monólogos que te enviaban estaban vinculados a la película?

Sí, pero con los nombres cambiados, por ejemplo. Hablaban de cierta espiritualidad y de algo cercano a la muerte. Desde el primero dije: esto es sobre los Andes.

¿Cómo te preparaste para el papel? ¿Tuviste muchas reuniones con los sobrevivientes, con la familia de Numa?

Fue un proceso largo, de mucha investigación. Algo sabía sobre la historia, había visto muchas entrevistas antes del casting. Era una historia que ya manejaba. Eso me ayudó. Pero después empezar a construir a Numa, que es una persona que yo no tenía registrada dentro de la historia, que no estaba en mi mira, fue complejo, porque no tenía un material que pudiera ver para poder imitar algo o entender algún gesto. Conocí a los hermanos de Numa, espectaculares, un amor. Me llevaron a conocer la casa donde vivían antes, hicimos un tour recorriendo cada habitación y ellos se iban acordando de anécdotas, historias. Fue espectacular ver a los hermanos contándome sobre él, recorriendo la casa, todo muy fuerte, y a través de los detalles iba viendo la personalidad. Cuando me contaban que él cruzaba el muro y le gritaba a la vecina no sé qué, y caminaba por ese muro, un muro alto, me empecé a imaginar su personalidad. Después hablé con amigos de Numa, que me contaron viajes que hicieron con él, experiencias. Todo el mundo me contaba cosas tan espectaculares que a veces se hacía difícil poder ver a la persona con sombras y luz porque era solo la luz.

Cuando conocí a los sobrevivientes me pasó otra cosa muy distinta. Todos los actores tuvimos una cena con ellos y cada uno se iba presentando y diciendo qué personaje hacía. Cuando yo les decía “hago de Numa” me daban un abrazo en silencio, muy fuerte; no me abrazaban a mí, abrazaban a Numa. Yo sentía el abrazo para él. Y dije: “¿Qué habrá tenido esta persona que dejó algo que es indecible? Una cosa que los que lo conocieron solo necesitan expresar cariño y amor hacia él”. Ahí había un detalle interesante. Debía haber algo silencioso en su forma de ser que hacía que te quedaras en deuda.

¿Y cómo fue internamente interpretar a un personaje así?

Fue de las pocas veces que actuando toqué emociones reales. Para cada actor es diferente la experiencia de actuar, para mí es una experiencia supertécnica. La disfruto desde un aspecto más técnico. Pero con esta no tenías escapatoria, te tocaba la emoción sí o sí. Todo el tiempo estaba el vínculo con lo real. Todo el tiempo, mientras estábamos en una escena, estábamos pensando: esto pasó, esto lo vivieron. Eso no te deja afuera nunca.

Cuando los protagonistas de esta historia llegan al aeropuerto, en la radio suena Berch Rupenian. Están contentos, desbordan energía y entusiasmo. Se preparan para un viaje en el que jugarán un partido de rugby con un equipo chileno, pero más ansían ese viaje de amigos, de diversión. Es algo desolador para el espectador ver la liviandad con la que los viajeros se despiden de sus familias. Volverán en pocos días, no hay motivo para dramatizar ese adiós.

¿Cómo se vivían los días de rodaje? Las condiciones serían durísimas.

Había días espectaculares, de solcito en la montaña, muy disfrutables, y había días muy fríos. Había días que a la hora, dos horas, ya los pies no los sentías más y te faltaba todavía un buen rato. Estabas con ropa normal, sentado en la nieve, parado en la nieve, escarbando nieve. La nieve estaba todo el tiempo. A medida que iba avanzando el rodaje, como nosotros íbamos perdiendo peso también, íbamos disminuyendo la comida que ingeríamos, entonces de repente el hambre empieza a volverse parte de tu día a día. Tenés hambre todo el tiempo, todo el tiempo estás pensando en comida. Tenía una balanza en la habitación y me pesaba tres, cuatro veces por día. Era una obsesión. Terminaba el rodaje y muchos de nosotros íbamos al gimnasio a correr y a seguir bajando, a seguir gastando energía. Intenso. Pero al final, que las condiciones del rodaje fueran así de duras te ayudaba muchísimo, porque eran partes que no tenías que actuar: hacía frío, tenías hambre. Lo que al principio te genera una distracción, después se vuelve parte y te ayuda a concentrarte solo en lo emocional, que ya es bastante complejo de por sí.

¿Cómo fue la dinámica con Bayona? ¿Qué indicaciones te daba? ¿Cómo es su forma de dirigir?

Es un director espectacular. Tiene un entendimiento de las escenas muy profundo. Uno siempre iba con una idea de la escena, la empezabas a conversar con él y te la daba vuelta, y decías: claro, tiene razón. Al final él, al ser tan buen director, empieza a hacer más fácil tu trabajo, porque él avanza mucho, soluciona mucho, es muy bueno con las indicaciones. Teníamos a María Laura Berch, que era la coach y era quien entre toma y toma venía y se encargaba de la actuación; eso ayudaba muchísimo. No era solo J, ella también hacía de puente entre él y nosotros. Él no solo tiene una maquinaria gigante, muy milimétrica, sino que se permite improvisar. Había días que habías preparado una escena y caía con las hojitas con la escena nueva que había escrito la noche anterior, y tenías 10 minutos para leerla, charlar con él y empezar a filmar. Eso hacía muy vívida la experiencia.

Dadas las circunstancias y las condiciones del rodaje, se habrá creado mucha camaradería entre los actores.

Sí, con los actores nos hicimos amigos antes de filmar. Ensayamos dos meses, todos juntos, en Barcelona. Todos los días recorriendo Barcelona, comiendo juntos, subiendo de peso juntos, bajando de peso juntos. Te hacés amigo sí o sí. Ahora tengo veintipico de amigos nuevos con los que nos une una cosa muy especial. Y el ser amigos al filmar lo cambia todo, porque esta es una historia de amigos, entonces estar en el set y mirar y ver un amigo, y tener esa confianza, lo cambia absolutamente todo.

“Es un lugar donde vivir es imposible. Lo extraño acá somos nosotros”, dice la voz en off de Enzo, que es la de Numa, el último en morir en la cordillera. Hay momentos de esos en el día a día de los que se las apañan para sobrevivir, pero también hay risas cuando el optimismo le gana a la realidad. Hablan de lo que comerán al volver. “Un chivito del bar Arocena”, dice uno, y los demás coinciden. Mientras tanto, empiezan a comerse las costras de sus propias heridas.

¿Hubo una escena que fuera particularmente difícil?

Sí, claro, la avalancha. Toda esa secuencia duró unas dos semanas de rodaje, y nosotros teníamos un avión que es muy chiquito, para veintipico de personas­, más el cámara, más el sonidista. Cuando filmamos la avalancha, el espacio se redujo a la mitad: tenés el techo acá, te empieza a doler la espalda de estar todo el día ahí metido, tenés toda la ropa mojada, porque estás filmando encima de nieve. Son secuencias donde salís de la nieve a la superficie, o sea que te entierran en nieve y quedás ahí abajo, esperando, respirando despacito a través de la nieve, hasta que dicen acción y podés salir, y podés respirar. Se va volviendo real la angustia, la desesperación. Las manos se te congelan porque estás escarbando nieve, y después sentís como agujas en los dedos cuando vuelve el calorcito, o sea que preferís el frío que el calor. Así dos semanas. Eso fue duro. Nos íbamos enfermando. En esas dos semanas nos enfermamos mucho, yo filmé con fiebre. Hubo días en que tenía fiebre en el set y no importaba nada, porque al final todo te ayudaba. Después, cuando vi esas tomas, dije: “Qué buenas que están, tengo ojos de fiebre” (ríe).

¿Qué significó ser el narrador de la historia, la voz en off? ¿Cómo se trabajó ese relato?

Fue largo ese proceso. Durante el rodaje fui probando, fui grabando. Después grababa solo en mi casa, me iba escuchando de distintas maneras, y después unas 65 horas de estudio repartidas en un proceso de un año y pico. Unos ocho, nueve meses después de haber filmado trabajamos sobre la voz, y eso se fue profundizando cada vez más. Era ir a estudio, ver parte de las escenas y escuchar cómo iba quedando la voz mientras la escena iba transcurriendo. Mucho tiempo, muchos cambios, mucho ajuste. Bayona es un obsesivo, entonces a veces volvía a grabar porque él encontraba una palabra más indicada. Reemplazábamos­ una sola palabra, a veces una frase, a veces el final de la frase, a veces la intención, y ahí vas, frase a frase, 1.500 millones de tomas.

¿Qué aprendizaje considerás que te dejó la película como actor?

Toda la experiencia fue una escuela de cine. Estamos hablando de 140 días de rodaje, eso es loquísimo. Se filmaron unas 600 horas de material, que es un disparate. O sea que son horas acumuladas en el set, horas delante de la cámara, delante de lentes que no había visto nunca en mi vida. Unas grúas espectaculares, movimientos de cámara muy complejos, es todo aprendizaje. Yo había hecho solo una película, entonces el estar delante de cámara y el lenguaje de la cámara lo fui aprendiendo en las primeras semanas. Ya después te vas habituando. Hay un aprendizaje por contagio que no te queda otra que aprender. Tengo ganas de volver a filmar para ver cuánto de eso me quedó y poder aplicarlo. Además, estar con Bayona, escucharlo a él, comer con él… es un tipo muy generoso con la información, entonces todo el tiempo está sin darse cuenta tirando una data increíble que para uno es oro.

¿Y en lo humano qué te dejó?

Me quedan 25 amigos nuevos, que no es poca cosa. Y un montón de amistades que no son tan profundas pero amistades también: era un set de 300 personas, imaginate. Sí me pasa que en este proceso de dos años y pico me fui alejando un poco de mi vida normal. Mis amistades más cercanas ahora están un poco más lejos, y aunque la amistad es atemporal, y uno se reencuentra y todo surge, aparece de la nada como si no hubiera pasado el tiempo, sí los extraño y sí hay una distancia. Hay cumpleaños a los que no puedo ir, fiestas que me pierdo. Me tocó alejarme un poco de mi entorno más natural, del que estaba habituado, durante este período, pero ya volveré.

¿Estuviste en la proyección que se organizó para los sobrevivientes y las familias de los que no volvieron?

Llegué al final; no vi la función, pero sí llegué a la salida y les veía los ojos a todos cuando estaban saliendo y era muy fuerte. La familia de Numa abrazándome. Esa proyección fue muy especial. Pasan cosas muy locas ahí, porque pocas veces pasa que una película se conecte tanto con la realidad y pocas veces se puede ver ese efecto en la realidad. En este caso, que toda esa parte de la historia está tan viva todavía, tan vigente, ver el efecto de la película en la realidad es algo que yo nunca había experimentado. Es muy fuerte, porque familias que de repente no se hablaban hace muchísimos años se están abrazando, y entendiéndose mutuamente, y comprendiendo la dimensión de lo que vivieron. Gente diciendo: “No sé si lloro por mi hermano, que falleció, o lloro por vos”. Se volvió casi terapéutica la película para esas familias, porque estaban todas juntas, viendo eso y entendiendo todos una cosa muy zarpada.

La película va bien encaminada para el Oscar. ¿Cómo la ves y cómo lo vivís?

Yo siempre trato de no ir mucho hacia adelante, normalmente en mi vida trato de no alejarme demasiado del momento en el que estoy. Lo intento. Lo del Oscar es una cosa imposible para uno como actor en Uruguay, es una cosa inimaginable. Entonces trato de no pensar demasiado en eso, como que no es mi problema ese. Voy disfrutando cada etapa. Todo el viaje fue espectacular, así que para mí son todos regalos. Cada cosa que sucede con la película es un regalo. Si sucede el Oscar, será otro regalo más, delirante totalmente como cada etapa de esta película.

Decís que te enfocás en el presente, pero capaz que un poco pensás en tu proyección a futuro a partir de la película.

En algún momento lo pienso, en algún momento se me pasa por la cabeza la idea de que ojalá esto sea una ventana para más proyectos, o que sea más fácil el proceso de un casting­, ojalá. Pero la verdad es que es algo imposible de predecir, porque nunca se sabe nada, todo sucede solo, todo se va dando de una manera misteriosa. Lo voy disfrutando, veremos qué pasa. Capaz que no vuelvo a hacer una película en la vida. Capaz que vuelvo al teatro y me dedico a eso, que también me hace feliz. A mí me gusta actuar, donde esté actuando voy a estar bien.

Fotos: Netflix