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Facundo Balta: “Soy todo lo que soy antes de ser otra cosa, porque voy a ser otra cosa”

El multifacético artista uruguayo no golpea puertas, las derrumba, y se consolida en los escenarios de la música nacional impulsado por figuras como Rubén Rada, Jorge Drexler y Luciano Supervielle
Redactora de Galería

Esa noche había dormido poco. Se acostó a las cuatro de la mañana —porque había colaborado con un amigo en el Carnaval­— para levantarse antes de las ocho. Pero de las cuatro horas restantes habría dormido apenas dos. Dijo que estaba algo nervioso. Él. Nervioso. Él, que solo dos cafecitos más tarde se llevaría puesta una entrevista de más de dos horas comiendo bizcochos, no sin antes haber bailado en el medio de una redacción periodística cuando el reloj todavía no había dado ni las 10 de la mañana. “Tiró los (pasos) prohibidos”, diría en su fresca y descontracturada jerga centennial. Eso es Facundo Balta, un músico fresco y descontracturado de apenas 23 años.

Se crio en Barrio Sur. Es hijo de dos destacadas figuras del candombe, Gustavo Balta y Rosario Charo Martínez, por lo que no sorprende que desde muy chico tuviera un enorme interés por la música, que lo llevó a probar su potencial en el Carnaval de las Promesas, donde recibió varios premios a Mejor voz y Mejores arreglos corales y musicales.

El adjetivo de promesa lo acompaña desde entonces, aunque ya tenga razones de sobra para quitárselo de encima, sobre todo, cinco discos. Estuvo en la Orquesta Juvenil del Sodre, pero no era lo suyo. Allí no había lugar para la improvisación, no había lugar para ser Facundo Balta. Tampoco quería atarse al Carnaval. Aunque fuera tan irreverente como el Dios Momo, Balta también era multiartístico, multifacético, libre, y quería ir y volver de los lugares cientos de veces para siempre regresar al centro: él mismo.

Toca piano, trompeta, sabe de percusión, pero su instrumento favorito son sus raíces, emociones que transforma en beats. Su estilo es el rhythm and blues (R&B) latino, es sampleador (mezclador) desde 2014 y su primera escuela fue la del oído. Dice que vomita sus canciones, y si bien supo hacerlo, ya no escribe desde el miedo. Tampoco le gusta mirar el espejo retrovisor.

Hoy tiene más de 20.000 oyentes en Spotify y más de 14.000 seguidores en Instagram, después de haber compartido escenarios con Jorge­ Drexler (al ser su telonero en el concierto del Antel Arena), Ruben Rada (cantó en su show por su cumpleaños número 80) y Luciano Supervielle, además de integrar la prometedora grilla del Cosquín Rock 2024, que será el 20 y 21 de abril .

La música es tanto su bendición como su maldición en la vida, a la cual no le está preguntando nada, solamente intentando responderle con música y filosofía, amigándose con la ansiedad típica de cualquier persona atenta con el universo.

¿Ya dejaste de ser un emergente, “la promesa” del Carnaval a la que hay que prestarle atención?

(Se ríe) Creo que sí, siempre fui de no querer mirar hacia atrás. Me gusta la nostalgia pero no el abuso, estos conceptos son como la medusa, si la mirás mucho te quedás congelado. Yo siento que voy a estar emergiendo toda la vida, necesito sentir que tengo cosas por hacer. Y lo de promesa… Es que uno no le presta atención a las cosas hasta que pasa algo. Y todo lo que me pasó con Jorge (Drexler) hizo que la gente dijera: ah, también hace música por fuera. El carnaval­ es un arte hermoso, lo tenemos más fuerte culturalmente que cualquier otro país de Latinoamérica, incluso más que Brasil, opino, pero tiene un impacto tan importante que se come a sí mismo. Y es complejo a veces salir de esos lugares. Si un artista funciona en Carnaval­, la ven difícil que despegue hacia afuera y no esté atado a eso de alguna manera.

¿Tus padres te incentivaron a entrar en ese mundo? ¿Nunca sentiste la música como una imposición?

No, de hecho mis viejos nunca me invitaron a hacer nada. Era yo que estaba copado con la música. Pero no podía ser de otra forma, mamá quedó embarazada y subió al Teatro de Verano conmigo en la panza. Desde ahí empecé a vivirlo; ver cómo ellos, los músicos, ríen y lloran. Mi viejo tocaba o dirigía conmigo agarrado medio a lo gorila, a veces me dormía siestas en la funda de su piano… Yo miraba todo desde ahí arriba. Nací ahí, la música es mi manera de purgar, mi bendición y mi maldición. Me despierto y me acuesto pensando en eso.

¿En qué momento maduraste que querías tener una personalidad propia?

Lo mejor que tiene el carnaval es eso que me señaló Jorge una vez, su irreverencia. Es el espíritu del Dios Momo, que a mí me posee, pero justamente se trata de: ¿y si probamos diferente? Yo siempre quiero buscar la forma de hacerlo diferente pero que la gente lo entienda. No es como tener un negocio de panchos que un día vende chorizos y al otro hamburguesas, ahí nadie sabe lo que va a comprar. Lo que pasa que yo saco discos muy rápido, porque me aburren los procesos. Yo vomito, vomito, vomito, después arreglo y lo comparto con mis viejos, con mis amigos. Pero soy todas esas versiones, eso es lo que hay que entender. Mi primer disco lo hice en pandemia, dos meses arriba de la computadora, no tenía piano, con una guitarra con cinco cuerdas porque se le rompió la primera y no podía salir a comprar. Y ese también era yo. Tengo muchos defectos y pocas virtudes, pero de las pocas virtudes que tengo, el autoconocimiento de lo que puedo y no puedo hacer, de lo que sale bien y lo que no, es la más grande.

¿Pensaste alguna vez que tu nombre artístico no fuera Balta para terminar de desprenderte del Carnaval?

Pensé en que no tuviera nada que ver al principio. Tengo un apellido bastante particular. A mi viejo le dicen el Balta, a mi abuelo, mi bisabuelo­, y yo siempre fui Báltico, por Balta chico. Era toda una dinastía de músicos, directores de murga, percusionistas, guitarristas, todos Balta. Y me pregunté si eso significaba algo para mí y la verdad, después de masticarlo un tiempo, era una manera de honrar y de no olvidarme de mi raíz. Fijate que de chico me decían Coqui, Coquito, o Coquimbo. Pensé en ponérmelo pero había un montón de Coquis, además estaba Coqui Argento, no sé, era raro. Yo rapeé y rapeo, pero no tendría un nombre de MC tampoco. Estuve a punto de hacer la pedorreada de ponerme un número en lugar de una letra o alguna pelotudez así: f4cundo, facund0, ¿qué le pasaba? Después tenía que andar explicando: “¡Es Facundo­ pero la a es un cuatro!”. Y me iba a querer matar con 50, 60 años. Quise jugar también con mi segundo nombre y apellido pero Nicolás Martínez­ era más común todavía, entonces dije bueno, que quede así: Facu Balta. Era un nombre normal como Ruben Rada o Jorge Drexler, no quería una marca a lo Rosalía, Camilo­, Ozuna­. Había pensado en Balta solo, pero si llego a ser padre…

¿Ya estás pensando en que si tenés hijos se van a dedicar a la música?

Y para mí es muy difícil que no, pero ¡ojalá que no! Que tengan una carrera, un trabajo que les guste, estén tranquilos, laburen en caja y cobren por mes (risas).

Estuviste en la Orquesta Juvenil del Sodre, como trompetista. ¿Cómo fue esa experiencia?

Sí, lo mío más formal con la música en realidad empezó estudiando piano con cinco años. Me cambié de escuela a otra donde piano ya no tenía cupos y el plan fue anotarme igual pero a trompeta y después pasarme, porque a mitad de año siempre alguien se bajaba. Nunca más me pasé. Después de eso fui a la Escuela Municipal de Música y mi profesor, un tipo que fue como mi segundo padre, me sugirió tocar para orquesta. Ahí empecé con (la orquesta) El Núcleo, de Ciudad Vieja, primer trompeta, y ahí me tiraron la de audicionar para el Sodre. Cada cosa se daba enseguidita después de la otra y yo escuchaba y hacía, iba para adelante, siempre. No me paraba a mirar la foto grande, yo vivía el momento, era un monje budista pero que tenía una meta clara: tocar para la Filarmónica, ganar ese sueldo y mantener mis piquecitos, mi música, alrededor de eso. Audicioné y quedé, estuve tres años, fue hermoso.

¿Y por qué dejaste?

Terminó siendo muy plano. Bueno, nada es plano, todo es tan fractal y profundo como uno lo quiera ver. Pero no era el lugar. Yo sentía que sí, estaba creciendo y mucho, pero estaba creciendo fuera de mí, sin proyección propia. Tocaba repertorios creados por músicos y compositores de otro siglo, era un lenguaje muy poco creativo que dejaba poco lugar a la improvisación, y yo amo la improvisación, no me gusta lo rígido y nunca me gustó en música tener miedo a equivocarme, eso para mí no existe. El Sodre me enseñó muchas cosas, sobre todo lo que no quería hacer con mi carrera, pero el lenguaje de la “impro” no lo tenía. Yo escuchaba los violines y las cuerdas y me volaba la cabeza, siempre me quedaba con alguna partecita en mente que después convertía en base de algo porque me la imaginaba con un bajo así y un bombo asá. En ese momento con 14 años ya estaba sampleando­. Hacía beats y se los mandaba a unos amigos que rapeaban y después nadie sabía que estaban improvisando arriba de una base de la orquesta del Sodre.

¿De dónde sacaste esa mezcla de creatividad y espontaneidad, llamémosle “creatiespontaneidad”?

Amo. En realidad nadie me enseñó nada, mi padre se acercó con el piano ¡y era horrible enseñando! Yo le decía a mi mamá: “Sentate que toco para vos”, y tocaba cualquier cosa pero yo lo sentía. Aprendí ese lenguaje sin saberlo, no sabía de técnicas, buscaba un sonido. Mi viejo escuchaba muchísima salsa, y como en varios géneros latinos, estaban los pregones que eran esos estribillos donde el cantante improvisaba con lo que estaba pasando alrededor con el coro de dos niñas de fondo. Y yo iba a las comidas familiares, sacaba los timbales y me ponía a pregonar.

Un músico distinto…

Siempre fui medio outsider, y me gusta. Lo detesto también, porque te sentís solo la mayor parte de las veces. Todos tienen su kiosco y vos no tenés, pero agarrás un poquito de todos lados. Igual con el tiempo me di cuenta de que no soy tan raro, que somos muchos. Jorge es un outsider.

Hacés candombe y reguetón, pop, funk, trap, rap… ¿Cuál es tu género?

Es un poco de todo, son mis raíces mezcladas con qué sé yo. Intenté explicarlo, de hecho a mí también intento explicármelo y más o menos siempre llego a lo mismo. Hay un ritmo norteamericano, el rhythm and blues (R&B), ese de James Brown, Michael Jackson, Prince, que me encanta. Tiene una misma energía de creación que tiene que ver con el amor, es cero agresivo aunque tiene mucho de política, y es un ritmo sumamente afro. Yo hago música afro porque no me sale hacer otra cosa. R&B, bossa nova, rock, funk, latino… hago lo que sea pero siempre afro. Afro beat, afro pop. No le puedo escapar, me gusta mucho ese swing. Me pide que vaya por ahí cuando estoy creando. Es mi R&B latino. Pero no me quiero catalogar. En el momento en el que te catalogás perdés espacio, movimiento, marcás un norte que después no sabés si lo vas a querer, es como una suerte de promesa y me entristece.

Tocaste con Drexler y Rada antes de cumplir 23 años. ¿No es un montón?

(Se ríe) Un mon-tón. Y además fue rarazo, recién había sacado mi segundo disco (2021). Un amigo que jugaba conmigo a la pelota en Barrio Sur me había invitado a un toque, me presenté, toqué la trompeta. Resulta que ese amigo era hijo del primo de Jorge y me escuchaba, me hacía el aguante porque era del barrio. Después del toque me acosté a dormir, todo normal. Me despierto, agarro el celular y tenía un mensaje de Instagram de Jorge. “Me encantó lo que hiciste, increíble” y no le contesto. Entré al perfil a ver si era el posta. Era el posta. Lo dejo en visto. Y estuvo en visto un buen rato, porque no sabía qué ponerle. Salgo del cuarto y aprontamos el mate con mi madre. Le digo: “Ma, escuchame, me escribió Drexler”. La conversación fue así:

— ¿Y qué te dijo?

— Me dijo que le gusta mi música.

— ¿Y qué le pusiste?

— Que “gracias”.

— Ah, genial. ¿Tenés facultad hoy?

Estuve todo el día en un cumple. Volvimos a hablar con Jorge más tarde, me pasó el contacto. Después él se vino a hacer prensa, me agitó para ir a las llamadas, yo fui con los tambores, bailamos candombe toda la noche y al final se acerca con la idea de telonearlo en el Antel Arena. Ahí dije: ok, esto es en serio. Este tipo va en serio y yo tengo que empezar a ser más responsable con lo que pongo en una grabación porque te puede estar escuchando cualquier persona desde cualquier parte del mundo y no sabés. Con él hice el click de que tengo una responsabilidad, hasta ahora venía experimentando. Estaba viendo qué pasaba con distintos sonidos hasta que me gustara cómo se sentía, me parecía divertido, era un juego. El temita era que ahora yo no podía dirigir mi norte musical y de la vida en general a alguien ni a algo en específico. Pero después de todo esto, ¿cómo podía evitar pensar: “Esta canción le va a gustar a Jorge”? Por suerte me terminé abrazando a mí y a que el criterio no tiene que ser otro que el personal, porque en realidad me funcionó, es con lo que me conoció. No podía cambiar esa célula creativa, el hambre del principio y pensar en clave le va a gustar/no le va a gustar. Es un deseo que tengo, no es un miedo, que siempre tenga hambre de hacer cosas. Yo ya hice música desde el miedo, desde el necesito comer, pagar mis cosas, que me vaya bien, y después son canciones que no quiero cantar en vivo porque no me emocionan. El miedo tiene corta duración, ¿cuánto duran los hits ahora? ¿Dos semanas? Eso dura el miedo. En cambio el amor dura muchísimo más.

¿Y Rada? ¿Cómo es hoy tu relación con ellos?

Hoy se convirtieron en dos consejeros. De Jorge siempre quiero saber cómo hace para manejar el peso de todo, porque además tiene familia. Me dijo que intentara ir lo más liviano que pueda, porque el peso no es más que una ilusión, casi tanto como el sentido de control. Estoy intentando entenderlo, porque yo tengo a mi madre, hoy vivimos de esto los dos y no deja de ser una responsabilidad. Hay más cosas que divertirte. Tuve mucho miedo de dar pasos en falso, pero hoy entiendo que hay que pasar por los recovecos oscuros también. Lo más brutal con Jorge es eso, tomarnos un mate y que me cuente cómo hace. Cómo maneja las cosas. Eso es lo más importante, la cabeza de los artistas. Con Rada es otra cosa, porque somos afro y hacemos música afro. Pero yo no voy con ellos a hablar de sus canciones porque yo no voy a decir lo que dicen ellos, yo vengo a decir algo diferente porque nací en el 2000, hago mi propia música y tengo otro lenguaje. Si voy a hablar con ellos es para que un tipo como Rada, con todo lo que vivió, se siente, me diga “guacho”, me pegue dos cachetazos y suelte un: “No aflojes. Va a estar difícil pero no aflojes”. Ya está, no tengo ni que cantar con ellos.

¿Te sentís más compositor que cantante?

Primero soy performer. La composición es un aspecto rarísimo en mi vida porque ni yo sé cómo funciona, pero lo que más me gusta es improvisar. Entonces, tanto el lado performance­ como el lado creativo tienen eso, y es sumamente adictivo. Yo puedo pasar horas improvisando, entonces creo que eso siempre está primero, antes de crear, probás. Conocí el jazz con 16 años y me voló la cabeza cómo esos tipos haciendo lo mismo que yo hacía de niño, jugando con los sonidos y divirtiéndose, tocando una nota que no es así, sonaban tan bien. Para mí improvisar es estar vivo. A mí me gusta empezar por la percusión, los tambores, siempre me emocionaron. El tambor tiene su lenguaje y el repique puede ir, venir, pero siempre tiene adónde volver. Yo siempre me voy pero también encuentro la manera de volver.

¿Creés en la inspiración?

Creo que nada va a salir a la fuerza, pero si vos no te sentás delante de una hoja en blanco no vas a escribir nada tampoco. No pienso que de la nada te llegue una iluminación divina, tengo que tener el cuerpo y la mente dispuestos para entrar en el meollo creativo. Y eso es jodido. Yo soy imbancable, soy la peor compañía que pueda haber cuando estoy en modo hacer un disco. Soy el peor hijo, amigo, pareja, tío, vecino, soy un irresponsable afectivo. No te presto atención, te estoy mirando y te digo que sí, incluso capaz te contesto y después no sé ni qué me preguntaste. De repente me bajo de juntadas por quedarme con el bajo sacando unas líneas que después no me gustan y me enojo porque­ podría haber salido a tomar una.

En tu último álbum, Todo antes de irme, el concepto central es el de viaje y el protagonista el equipaje. ¿Tiene que ver con que te fuiste a Argentina a hacer algunos shows y probar suerte? ¿Cómo salió eso?

Increíble, un momento importantísimo para mi proyecto y un debut soñado que superó mis expectativas a un 200%. Y el disco podría haber sido por Argentina, pero en realidad lo hice justo antes de ir a visitar a mi padre (a España­) para publicarlo al volver. Era para ponerme como una fecha límite para trabajarlo, porque me pasa que me aburro de la personalidad del disco antes de tocarlo. Yo me voy de los lugares antes de irme. Siempre estoy ansioso, la cabeza me trabaja distinto y soy de preguntarme mucho qué soy yo. Con este disco descubrí que soy todo lo que soy antes de irme del lugar en donde estoy, soy todo lo que soy antes de ser otra cosa, porque voy a ser otra cosa. Me gustan las mudanzas.

¿Y qué más hay en tu vida además de la música?

Aparte del básquetbol, antes leía mucho. Ahora me tiene que interesar demasiado un libro para comprarlo. Casi siempre tienen que ver con cosas psicológicas, filosóficas. Me encanta la filosofía, estuve a punto de estudiar eso. Me gusta porque soy muy dubitativo y todo el tiempo estoy pensando en el porqué de las cosas, cuestionándolo todo, y la verdad que no me parece mal siendo que por mucho tiempo siempre anduve en piloto automático. Después empecé a preguntarme: ¿por qué me gusta lo que me gusta, la música, por qué soy lo que soy? Y estoy respondiéndome de a poco. No le voy preguntando cosas a la vida, le estoy respondiendo.

¿Qué fue lo último que leíste?

Todo sobre el amor de bell hooks. Es una escritora afro feminista estadounidense y yo pensé: una mujer negra —que es como ser mujer dos veces—, de Estados Unidos que escribe sobre el amor… Yo lo tengo que leer. Me gusta porque habla del amor como una responsabilidad. Yo crecí toda mi vida con el mensaje de mis abuelos y mis padres de que uno ama como puede. Y no, eso no existe. ¿Cómo podemos mejorar en algo que no sabemos qué es, que no lo podemos definir, que sale “como puede”? Me gusta eso de ver al amor como un trabajo, pero lejos de esa connotación supernegativa que tenemos todos de trabajo, que es un embole. Yo me trabajé mucho mi definición de amor, con la pareja, con amigos, conmigo mismo, pero sobre todo con mis viejos. Son de otra generación, tenemos más de 30 años de diferencia. Tuvimos que sentarnos a la mesa a destruir y construir un montón de cosas.

Y por último contame algo de Facundo. ¿Si no fueras tan ansioso, cambiaría tu realidad?

No te hacés una idea. De hecho, tengo un antes y un después en mi vida vinculado a eso, con mi papá y con un despertar medio espiritual. A los siete años decía que todos éramos ramificaciones de la misma cosa y que podía leer la energía de las personas como si me hubiera drogado con tripa (LSD), las entendía sin hablar, entendía conceptos como dolor o muerte, era un niño muy particular. Aprendí a leer sin que nadie me enseñe, no sé cómo. Mi viejo se fue a España­ cuando era muy chico y esa fue la primera vez que me pregunté: ¿por qué? Y cuando perdí todo ese lado espiritual apareció la ansiedad. Pero yo prefiero ser alguien ansioso a que la vida me pase por arriba sin darme cuenta de nada. Lo único que quiero hacer con mi ansiedad es controlarla y entenderla, creo que cualquier persona que esté un poco atenta con el universo tiene ansiedad. No es algo malo, es una buena señal de que estás vivo.

Próximos shows: 21 de abril, Cosquín Rock. Entradas por RedTickets | 24 de mayo, 21 h en La Trastienda. Entradas por Abitab entre 722 y 935 pesos.