En un club parisino colmado, el autor de "La náusea", abriéndose paso a codazos, hizo una encendida defensa de una corriente de pensamiento que sigue vigente y que no había surgido de la academia.
En un club parisino colmado, el autor de "La náusea", abriéndose paso a codazos, hizo una encendida defensa de una corriente de pensamiento que sigue vigente y que no había surgido de la academia.
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acá"No es que creamos que Dios existe, sino que pensamos que el problema no es el de su existencia. Es necesario que el hombre se encuentre a sí mismo y se convenza de que nada pueda salvarlo de sí mismo, así sea una prueba válida de la existencia de Dios. En este sentido, el existencialismo es un optimismo, una doctrina de acción, y solo por mala fe, confundiendo su propia desesperación con la nuestra, es como los cristianos pueden llamarnos desesperados".
Jean-Paul Sartre terminaba así su conferencia El existencialismo es un humanismo en el club Maintenant de París, el 29 de octubre de 1945. La charla se publicaría en un libro un año después sin que su autor, ya un reconocido intelectual de 40 años, lo aceptara ni lo pudiera impedir. La escena quedaría inmortalizada en la novela La espuma de los días de Boris Vian (1947): un lugar desbordado, público sofocado, sillas rotas, gente empujándose como buscando mejor ubicación en un ring-side, gente dispuesta a aplaudir todo lo que el orador tenía para decir, gente que a todas luces no tenía ni idea de lo que se estaba diciendo y un protagonista abriéndose paso a codazo limpio hacia el estrado. Hace 75 años y una semana que el existencialismo, si bien nacido en el siglo XIX, vivía lo que sería su Fecha Patria y su manifiesto.
Y si el existencialismo era una fe -algo casi contradictorio-, Sartre -y también su pareja, Simone de Beauvoir- pasaba a ser su profeta. "El hombre está condenado a ser libre", dijo en uno de los pasajes más logrados de esta conferencia en los que dedicó buena parte a defenderse de las críticas provenientes del marxismo -con el que se sentía cercano- y del catolicismo -con el que no quería saber nada.
Los orígenes. Definir a esta corriente es harto difícil. Se suele apelar a lo básico: que la existencia del individuo precede a su esencia, la realidad al pensamiento, la voluntad a la inteligencia y que todo gira en torno a ese mismo individuo, arquitecto de su propio destino. También se suelen consignar las críticas habituales: que apela a la quietud y al pesimismo, que hace énfasis en los costados negativos de la vida, que no considera el verdadero rol de la sociedad y la comunidad, que apenas refleja la crisis del liberalismo burgués posguerra, y que es, lisa y llanamente, una anarquía disfrazada.
La mejor definición radica en su propio nombre, sugiere el licenciado en Filosofía Javier Mazza, coordinador docente del Departamento de Humanidades de la Universidad Católica. "Es una filosofía centrada en la existencia, como experiencia y como vivencia. Está la famosa frase de Sartre: 'La existencia precede a la esencia'. Además, hay que entender desde dónde venía la filosofía por entonces, que era más especulativa, en algún punto separada de la experiencia cotidiana del ser humano en el mundo", agrega, consultado por Galería.
El danés Søren Kierkegaard, quien murió en 1855 a los 42 años, es considerado uno de sus padres; fue crítico del idealismo, se centró en la subjetividad y la responsabilidad del individuo y terminó sus días -pese a su formación religiosa- cuestionando a la Iglesia de su país. Más conocido, el prusiano Friedrich Nietzsche insistió luego con el nihilismo, el rechazo al cristianismo y el cuestionamiento a las convenciones morales; falleció en 1900 a los 55 años. Hay quien también ubica en este territorio al escritor ruso Fiodor Dostoyevski -que describió como pocos la sociedad de la Rusia zarista del siglo XIX- y al pesimismo del filósofo polaco-lituano Arthur Shopenhauer, nacido en 1788.
El horror del nazismo, de las bombas atómicas en Japón y de la sangre derramada en dos guerras de alcance mundial casi consecutivas provocaron que 1945 fuera un año fértil para que el existencialismo tomara por asalto al mundo, en contraposición al racionalismo -y si algo le había faltado al mundo en esas décadas fue razón- y al empirismo.
"Eran momentos donde la angustia existencial estaba muy presente", indica Mazza. Y posturas que podían llamarse "pesimistas" como las de Sartre, De Beauvoir y (en menor medida) Albert Camus se ubican a la cabeza de ese nuevo pensamiento.
Presentación de credenciales. En esa Francia que se lamía las heridas, los escritores y filósofos Marc Beigbeder y Jacques Calmy habían fundado el Maintenant. Sartre ya era famoso internacionalmente por novelas como La náusea (1938) y ensayos como El ser y la nada (1943). Divisor de aguas, ya era una étoile o un enfant terrible según la perspectiva del observador. En ese 1945 además había cofundado la revista Les Temps Modernes (Los tiempos modernos) junto con su pareja. La charla se preveía exitosa, pero superó los pronósticos.
Los testigos afirmaron que Sartre dio la conferencia de pie y con las manos en los bolsillos, que dificultosamente llegó al estrado y que su ponencia comenzó una hora después de las 20.30, cuando estaba prevista. El filósofo mexicano de origen ecuatoriano Bolívar Echeverría escribió en su texto El humanismo del existencialismo, publicado por la Universidad Nacional Autónoma de México, que el francés "comienza inseguro, se gana al público poco a poco y termina entre grandes aplausos". Y resalta lo que realmente fue: "Un acontecimiento crucial".
Este experto afirmó que más que una charla magistral lo de Sartre fue una suerte de defensa jurídica. El autor de La náusea fungía como abogado del existencialismo tratando de descalificar todas las acusaciones que le caían desde derecha e izquierda. "Son acusaciones de todo tipo que, sin embargo, se resumen todas ellas en una sola: la acusación de antihumanismo". Echeverría recopila expresiones muy duras como las de Pierre Emmanuel (poeta e integrante de la Résistance), que tilda al existencialismo como "infecto" y "enfermedad del espíritu, incurable", o el filósofo Henri Lefebvre, que lo define como "un fenómeno de podredumbre que está completamente en la línea de la descomposición de la cultura burguesa".
El existencialismo también pagaba el precio de ser una corriente filosófica que no surgía desde "los canales habituales", al decir de Mazza. O sea, no nace en las universidades ni en ningún otro ámbito académico. Y no necesariamente llevaba a un pesimismo inexorable: "También se puede pensar que si no hay reglas, si todo vale, ¡hay que largarse a vivir la vida!".
"El hombre es el único que no solo es tal como él se concibe, sino tal como él se quiere (...). El hombre no es otra cosa que lo que él se hace. Este es el primer principio del existencialismo. (...) Queremos decir que el hombre empieza por existir, es decir, que empieza por ser algo que se lanza hacia un porvenir, y que es consciente de proyectarse hacia el porvenir. (...) El primer paso del existencialismo es poner a todo hombre en posesión de lo que es, y asentar sobre él la responsabilidad total de su existencia. Y cuando decimos que el hombre es responsable de sí mismo, no queremos decir que el hombre es responsable de su estricta individualidad, sino que es responsable de todos los hombres", dijo Sartre en algunos de sus pasajes más recordados.
Si bien no puede hablarse de nacimiento, sí es una suerte de presentación de credenciales y definición. Mazza lo explica así: Kierkegaard y Nietzsche eran dos outsiders y renegados del mundo filosófico; el primero era un bicho raro, danés y católico; el segundo "era un loco de la guerra hasta que lo desempolvó (el filósofo alemán Martin) Heidegger, que además estaba asociado con el nazismo". Flaco favor le hacía esto al movimiento. Así, Sartre era un padre mucho más apropiado.
El auge de este movimiento se alcanzó en las décadas de 1960 y 1970, hasta que el posmodernismo comenzó su reinado. Mazza señala que es una corriente con una actualidad muy interesante, con una variante aún más humanista, en el que podría encontrarse a Ortega y Gasset, así como sus vertientes cristiana, agnóstica y atea. En la tecnología, agrega este docente, puede encontrarse un ejemplo: "Cuando los artefactos tecnológicos están al servicio de tu proyecto de vida, no hay problema; ahora, cuando tenés tecnología solo por tenerla, vas perdiendo el foco de tu vida auténtica, de tu vida consciente".
Hoy los distintos "ismos" -tal como cantaba John Lennon en Give Peace a Chance- tienen un significado muy relativo en el cotidiano de la gente. Sin embargo, el existencialismo ha estado presente en varias expresiones culturales. Mazza destaca el libro La desaparición de los rituales, del coreano Byung-Chul Han. El cine ha regalado joyas que han mantenido vivo su legado: El séptimo sello (Ingmar Bergman, 1957), La última noche de Boris Grushenko (Woody Allen, 1975), La delgada línea roja (Terrence Malick, 1998) o Birdman (Alejandro González Iñárritu, 2014). Esta corriente, bien humanista, bien de la calle, lejana a la academia, ya se ganó su paso a la inmortalidad.