Rodeado de una gran colección de objetos y anécdotas, y con una imponente vista desde la ladera del cerro San Antonio, Paolo Bergomi conversó con Galería sobre su particular casa-museo, la historia de su familia y las viejas épocas del balneario.
¿En qué consiste la exposición del Museo de Arte de Piriápolis?
Este año la muestra se llama Una casa, una historia y cuenta el momento histórico que vivía el mundo cuando Francisco Piria construía su gran sueño. Con el MAP asumimos el desafío del rescate y la preservación de una cultura cada vez más fugaz.
¿Por qué lo creó?
Nuestro objetivo siempre fue el de difundir la cultura, especialmente el diseño y la arquitectura. El museo es una acción filantrópica, de acceso gratuito para promover la cultura del diseño, de Piriápolis y la arquitectura. Tenemos un acervo interesante de piezas de diseño, gráfica y mobiliario que cada año vienen a ver muchísimas personas. Inauguramos a principios de febrero con una reunión en la terraza y estamos hasta el 1 de marzo.
El objetivo entonces es dar a conocer la historia de Piriápolis y su patrimonio arquitectónico para tomar conciencia.
Sí, pretendemos concientizar a la gente. Tenemos una filosofía que algunos no entienden, pero no cobramos entrada, no tenemos ningún subsidio y tampoco lo queremos. Cuando abrimos nos decían que teníamos intereses ocultos, que podríamos llegar a manejar la cultura de una manera distinta… vamos a reconocer que hay un ambiente un poco particular en esta ciudad, hasta vinieron a apretarnos con la prensa. Pero yo soy patrimonialista, estoy en el tema, tengo tesis sobre patrimonio y como miembro de Icomos (Consejo Internacional de Monumentos y Sitios) me enervan los tipos que, por ejemplo, sacan la ventana náutica, como había muchas casas acá, y ponen una ventana cuadrada de aluminio. En el museo tengo en exhibición dos cumbreras que estaban en una casa de Piria en la rambla, a la que tiraron abajo una noche sin decir nada, son reliquias que se tiran. Piriápolis ha perdido parte del patrimonio art déco por la desidia y el desconocimiento.
¿Qué se puede encontrar en el MAP?
La primera sala está dedicada a la historia de la casa, construida por el arquitecto Alfredo Jones Brown en 1904, a las anécdotas de Piria y de la familia histórica argentina de Díaz Vélez, los propietarios anteriores. Nosotros somos los terceros propietarios. Estamos muy contentos porque antes solo el 20% de los visitantes eran jóvenes y ahora ya son la mitad del público que viene.
¿Cuál es la anécdota de la familia Díaz Vélez?
Fue así: la señora Díaz Vélez venía de una familia noble en la Argentina, compró la casa a Lorenzo Piria, hijo de Francisco. Lo que la señora nunca imaginó es que una de sus hijas se iba a enamorar del cuidador de caballos, un señor de Pan de Azúcar. Se casaron en secreto y cuando ella se enteró abandonó muy disgustada la propiedad dejando todo como estaba, hasta la mesa puesta. No tenemos claro qué pasó con la hija, pero pasaron los años y el yerno fue el único que quedó vivo como legítimo heredero y decidió vendérmela en 1977, después de 20 años de abandono. Estaba completamente destruida, saqueada, la primera tanda de reconstrucción nos llevó 10 años.
¿Dónde consigue los objetos que expone?
En nuestros viajes, yo soy coleccionista, especialmente de piezas de principios del 900 en adelante. Colecciono fundamentalmente gráfica y objetos.
¿Hay muebles originales de la casa?
Sí, esta vitrola es tan pesada que no la pudieron robar y los discos son míos, tengo 4.000 en mi colección, pero ahora no los puedo escuchar, estoy esperando que algún alma caritativa nos done un cabezal. Y el baúl de viaje también es de la casa. Esa escultura de cabeza de fundición es mía, soy diseñador industrial y escultor con aluminio de la empresa metalúrgica de diseño que tenemos.
¿A qué se dedican?
Producimos diseño para hoteles, hospitales, señalización para aeropuertos. Vendemos en todos lados, en Argentina, en Ecuador y en varios países más. En Uruguay tuvimos un local en la calle Blanes, en lo que fue el triángulo del diseño en su momento.
¿Cuándo surgió la idea de hacer un museo en su casa?
Once años después de comprar la casa pensamos que Piriápolis necesitaba un museo. Mi esposa, Beatriz, es mosaiquista, mi padre era escultor y tuvo su atelier acá, entonces le propusimos la idea a la comuna y a otras instituciones. En aquel tiempo la ciudad tenía más valor histórico que hoy por las construcciones que había y que tiraron abajo. Todos aplaudieron, les pareció fantástico pero el proyecto quedó en un cajón, nadie hizo nada. Entonces en el año 2000 lo hicimos nosotros. Primero invitamos a artistas de la zona, luego hicimos muestras de artesanías latinoamericanas y así seguimos. También tenemos el taller de Beatriz, que está haciendo un mosaico muy grande para donar a la ciudad. Se llama Los argonautas y es un homenaje al espíritu incansable y creativo de Piria. Lleva más de dos años de trabajo.
Tenemos una sala que muestra la evolución tecnológica de 1920 a 1940 que se daba en el mundo mientras Piria construía la ciudad. Por ejemplo, en Italia Don Bialetti en el 35 inventaba la cafetera, pero también hay una plancha a alcohol, un proyector de imágenes impresas en vidrio, una minimáquina de escribir Underwood o un teléfono. Tengo un toallón que compré en The Grand Hotel de Rímini, que es uno de los hoteles en los cuales se inspiró Piria y donde se filmó Amarcord (1973), de Federico Fellini.
También mostramos un trozo de papel tapiz Bauhaus con el que estaba tapizada la casa. Encontramos dos rollos iguales. Es una pieza de colección de la época en que vivía Lorenzo Piria. También hay un sector destinado a los juguetes que tiene muñecas, un monopatín, una bicicleta y colecciones de juguetes del mundo. Tengo El constructor, de 1932, una especie de lego de madera hecho en Argentina que armé durante la pandemia. Hay hidroaviones y autos de una serie de Texaco en homenaje a los medios de transporte que usaban en los años 30 y los juguetes diseñados por Torres García, incluso unos que me regaló el arquitecto uruguayo Enrique Cohe. Y la tercera sala contiene la colección histórica del museo, que relata el escenario doméstico de aquellos años. Hay una cocina que regalaba la compañía del gas de Argentina cuando se contrataba el servicio en los años 30. Es una pieza de diseño inglesa que entregaban desarmada en una caja de madera enorme y se armaba con bulones. Hay una churrasquita, de las primeras cosas que compré acá en Piriápolis peleando con una respetable señora en la feria. Ella la quería para cocinar y yo la quería para coleccionar. La cafetera de bar la encontramos tirada en el bosque, la llevé a Buenos Aires y la reconstruimos, y el monopatín lo traje de Estados Unidos. También hay una colección de botellas antiguas, de Crush, de Pepsi, de Limol y la famosa botella triangular de Campari diseñada por el arquitecto Fortunato Depero del año 36 que se sigue haciendo tal cual.
¿Cómo conoció Piriápolis?
Nosotros vivíamos en Vercelli, entre Torino y Milano, y a mi padre, que era director de la orfebrería francesa Christofle, lo enviaron a Buenos Aires en 1952. Un verano fuimos a Mar del Plata y cuando mi papá salió en pantalón corto lo paró la policía, quedó horrorizado, con la sangre en el ojo, hasta que unos amigos de la Embajada de Italia le contaron que en Uruguay había un lugar simpático que era como la costa de Génova, de donde Piria tomó la idea de hacer esta ciudad. Vinimos a Piriápolis en febrero de 1962 y me acuerdo que fuimos al cine y mi padre estaba feliz porque podía ir en pantalón corto como en Italia. Nadie le decía nada. Y desde ese momento Piriápolis conquistó nuestro corazón. Siempre pasábamos el verano acá y admirábamos esta casa, Les Mouettes, hasta que un verano estuvo a la venta. Tenemos una gran pasión por la casa. Mi padre pintó a mano unos paneles del vitraux porque los habían destruido para entrar a robar. Estos sillones son italianos, del lago di Como, es artesanía típica de la región, en mimbre, tienen un siglo, solo fueron retapizados.
¿Cómo empezó su espíritu de coleccionista?
Creo que ser coleccionista es de toda la vida. Mi hijo dice: “Los hallazgos de los Bergomi”, porque siempre juntamos cosas. Hay una carga familiar y lo digo con todo orgullo. Mi abuelo tenía patente de inventor de la República (de Italia) por sus máquinas agrícolas para motorizar la producción del campo, para la recolección del arroz, para todas esas cosas. Yo guardo sus medallas de oro y todas las cosas de familia. Mi bisabuelo tenía una grandísima fábrica metalúrgica en Milano pero con la crisis del siglo se fundieron. Ser coleccionista es casi genético. Como diseñador industrial, miembro de la Asociación Latinoamericana de Diseño (Aladi) y la mochila que llevo con mi padre y mi abuelo seguiremos hasta que las velas ardan. Mi hijo, que es ingeniero industrial, también está consustanciado con todo esto.
¿Y qué recuerdos tiene de aquel Piriápolis?
Tengo recuerdos realmente muy lindos de mi juventud en Piriápolis. Me acuerdo que estaba El Copetín, frente a esa confitería pintada de Torres García y en la noche había una pista de baile, se corrían las mesas, se levantaban los ventanales y entrábamos por la ventana, bien cosa de muchachada. Después había tres cines: el Miramar, el Festival Hall y el Cine Argentino, con gradas de madera, muy parecido al oratorio de Don Bosco. El Festival Hall era un cine grande y el Miramar, más pequeño, pero había tres programas para elegir. En algunos casos uno iba a la función temprana y salía corriendo para ir a la otra.
A la noche también había otro lugar de baile cerca del Festival Hall. Piriápolis tenía mucho movimiento, mucha juventud. Había muchas actividades que con el tiempo fueron cambiando. La rambla misma se fue, digamos, prostituyendo por los locales comerciales. Ayer tuve una reunión con el alcalde, cada vez que venimos tengo la costumbre de pedir una audiencia, y le fui a plantear algunos problemas que veo que hay que resolver. Dentro de poco mi esposa Beatriz donará su mosaico en honor a Piria que será un nuevo aporte a la belleza de Piriápolis.
Museo de Arte de Piriápolis. Av. de Mayo 843, tel: 4432 2375. De 18 a 21 horas hasta el 29 de febrero. Entrada gratuita.