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La íntima relación entre los tatuajes y la religión en América Latina

En su artículo de investigación Te llevo bajo la piel, el sociólogo y sacerdote jesuita explora los vínculos entre los tatuajes y las prácticas religiosas en tres ciudades: Córdoba, Lima y Montevideo

Dragones, peces, leones, serpientes, tigres, perros, panteras. Árboles, cascadas, flores de cerezo, nubes, estrellas. Dioses y monstruos. Puñales, pistolas, balas, cruces, flechas, glifos, dagas. Corazones. Barcos, velas, anclas, escudos. Figuras mitológicas, personajes históricos, criaturas de ficción. Emblemas patrióticos y religiosos. Emblemas amorosos o eróticos. Retratos de seres queridos. Inscripciones en pali, japonés, chino, copto, alfabeto romano. Los tatuajes parecen ser cada vez más populares. Realistas, abstractos, geométricos; old school o tradicionales; new school o graffiti; neotradicionales, góticos, punteados, maoríes o japoneses. Figuras y representaciones que convierten al cuerpo en un museo, un catálogo imborrable de experiencias, acontecimientos y creencias. Los tatuajes, se dice, llevan a la piel lo que la persona porta en su fuero interno.
Gustavo Morello es argentino, sociólogo y sacerdote jesuita. Magíster en Ciencias Sociales por la Universidad Nacional de Córdoba y doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires, se desempeña como profesor en el Departamento de Sociología de la universidad jesuita Boston College, en Chestnut Hill, Massachusetts. Sus principales trabajos exploran la transformación religiosa en América Latina y en su libro Dónde estaba Dios. Católicos y terrorismo de Estado en la Argentina de los setentas aborda los complicados vínculos entre la religión y la violencia política.
Hace algunas semanas, en el marco de un ciclo de conferencias organizado por la Universidad Católica del Uruguay (UCU) sobre el fenómeno de la religiosidad desde las ciencias sociales, Morello presentó, vía Zoom, la síntesis de un trabajo por el que últimamente recibe muchas consultas: Te llevo bajo la piel, artículo de investigación publicado por primera vez en octubre de 2020, en el que estudia el escenario religioso contemporáneo a través de los tatuajes. "Parece que es el tema más cool que he investigado: mis cuñados, mis amigos, que nunca dan mucha bola a lo que hago, me preguntan cosas sobre los tatuajes", comenta entre risas.
Para Morello es importante tener en cuenta que los tatuajes son, en general, una elección estética. Las personas los tienen porque les gustan. No todos los tatuajes son significativos y no todos los tatuajes significativos tienen una connotación religiosa o sacralizan algo. Lo que hace que un tatuaje sea sagrado no es la imagen sino el proceso que atraviesa la persona: "El proceso de diferenciación y selección de una experiencia específica entre muchas, que ordena el mundo del sujeto y su narrativa al respecto", explica. "Hay tatuajes que tienen un significado religioso incluso cuando no son diseños religiosos".

Gustavo Morello es profesor en el Departamento de Sociología en la Boston College, Massachusetts

¿Cuándo empieza el tatuaje a asociarse con la religión?
Hay una tendencia en la investigación científica que señala que el tatuaje fue traído por los conquistadores ingleses cuando se encontraron con tribus de las islas del Pacífico. Hay otra corriente que señala que esto empieza en el Imperio romano, con la costumbre de tatuar a los esclavos y a los soldados. Los romanos tatuaban a los esclavos y a los soldados para que no se les escaparan. También se tatuaba a los criminales. De ahí viene lo de levantar la mano en un juicio. Cuando vas a declarar ponés una mano sobre el texto, que puede ser una Biblia, y levantás la otra para que vean que no está tatuada. Si levantabas la mano y se veía el tatuaje entonces eras reincidente. En el año 100 a. C. hubo un emperador romano que empezó a tatuar a los cristianos del mismo modo que se tatuaba a los esclavos y los soldados, haciéndolos propiedad del emperador. Los cristianos, a su vez, empiezan a tatuarse imágenes que los identifican como propiedad de Cristo. En este caso el tatuaje tiene esta condición reversa, de revertir una situación de poder, algo que también se ha visto en mujeres que han sufrido abuso y que luego se tatúan una imagen que refiere a ese abuso. Cuando alguien ha sufrido un dolor, cuando otro se ha apoderado de tu cuerpo, el tatuaje aparece como una reivindicación del poder sobre tu propio cuerpo.

Es en parte lo que sucede con otro fenómeno mencionado en la investigación. Los hijos y nietos de los sobrevivientes del Holocausto judío que se tatúan el número dado a sus antepasados como memorial.
En Córdoba había abuelas armenias, sobrevivientes del genocidio armenio, que tenían tatuajes que no mostraban, eran marcas de esclavitud. Con el judaísmo pasa lo mismo. Los nietos pasan a reproducir el número, ni siquiera es un tatuaje con mucho ornamento, es el número nomás, la marca de esclavitud de sus antepasados. Es algo muy fuerte. Los hijos de los sobrevivientes -y el judaísmo en general- rechazan la posibilidad de tatuarse y los nietos, en cambio, se tatúan. Y la razón por la que se tatúan es incontestable: mantener la memoria. Y en eso, el judaísmo, que hace un culto de la memoria -y en eso, la Shoá lo ha marcado-, no puede hacer mucho. No sé si después se hacen otros tatuajes, el tatuaje tiene esta cosa adictiva, así que no descarto que después se hagan otros. Este efecto reivindicativo está presente desde los primeros años del tatuaje. En el siglo V, cuando se produjo una escisión en el cristianismo en Medio Oriente, hubo un grupo que empezó a tatuarse cada vez que iban a Jerusalén. El signo ahí era doble: por un lado, probar que habían hecho la peregrinación y habían estado en Jerusalén y, por otro, mostrar que esa peregrinación los había transformado, que habían pasado por una experiencia espiritual y ya no eran las mismas personas.

¿Qué imágenes se tatuaban en esas peregrinaciones?
Se tatuaban la figura del pez y la cruz de Jerusalén, principalmente. También sirenas, la estrella de Belén, la imagen de un cordero, la representación con una cruz, tres coronas y una estrella.

¿Cómo se hacían esos tatuajes?
Se hacían con unas pequeñas tablitas, piezas de madera en las que se tallaba la imagen que, como en un sello, se mojaba con tinta y luego se ponía sobre el cuerpo, dejando una impresión sobre la piel. El tatuaje se hacía con tintas y agujas a partir de esa impresión. En las iglesias no había bancos, la gente entraba y salía, aquello era un ritmo muy de mercado. Afuera estaban las mesas, donde se hacían los tatuajes, mesas de 10 personas, y aquello era un festival de sangre y tinta que, con el tiempo, cuando la gente empieza a tener conciencia de los problemas de higiene, empieza a caer en desuso.

De todas formas, todo el tiempo, en todas partes, hubo gente que se tatuó. "Muchas veces tenían que ver con oficios de riesgo. Marineros, soldados, gente que trabajaba en las minas", dice Morello. "Yo tengo 54. Crecí en Córdoba. Si veía a alguien con tatuaje, era un marinero, algo superextravagante en ese contexto. Y eran tatuajes muy básicos: un ancla, la palabra madre, alguna cosa así. Creo que la generación siguiente empieza a ver más tatuajes, por ejemplo, con los moteros de la Harley-Davidson".

La palabra tatuaje o la operación de tatuar tiene su origen en la expresión tátau, proveniente de Tahití y Tonga. Significa "marcar" o "golpear". Al español llegó a través del francés tatouage. Ötzi, también llamado Hombre de Similaun u Hombre de Hauslabjoch, la momia de un hombre que data del 3370 a.C., conserva las marcas de más de sesenta tatuajes. Hace 5.000 años, en el antiguo Egipto, el tatuaje era una práctica extendida entre personas con conocimientos religiosos y miembros de la clase alta. En Mesoamérica, estas modificaciones corporales fueron importantes en muchas tribus y culturas, muestra de valor y estatus, aunque también se usaban como castigo. En Nueva Zelanda los tatuajes se llaman ta moko, y prácticamente equivalen a los escudos de armas de las familias europeas de la Edad Media. Nanaia Mahuta, actual ministra de Relaciones Exteriores de Nueva Zelanda es conocida, entre otros asuntos, por tener un moko kauae, un tipo de tatuaje tradicional que se hace en el mentón y que solo llevan las mujeres maoríes.

Nanaia Mahuta, ministra de Relaciones Exteriores de Nueva Zelanda, luce un moko kauae, un tipo de tatuaje tradicional que solo llevan las mujeres maoríes

Como la esencia misma de un tatuaje, que atraviesa varias capas de piel, el hábito de marcarse el cuerpo con tinta también traspasa distintas capas de la sociedad. Deportistas, artistas, personajes mediáticos y celebridades lucen figuras antes asociadas exclusivamente a lo exótico, lo marginal o lo criminal. Paris Jackson luce tatuajes que remiten al hinduismo, Bella Thorne lleva alas en la espalda, Rihanna tiene a la diosa egipcia Osiris en el pecho y, entre varios tatuajes más, un halcón egipcio en un pie, cubriendo un viejo tatuaje que se hizo en 2006. Justin Bieber, David Beckham y Lionel Messi tienen imágenes cristianas en diferentes tramos del cuerpo. Aron Gunnarsson, capitán de la selección de Islandia, tiene el escudo de su país cubriéndole la espalda.
En Japón, los tatuajes siguen fuertemente asociados a la vida criminal y las personas que los portan generalmente no pueden ingresar a las piscinas públicas, algunos gimnasios, bares o restaurantes. En Irán, Emiratos Árabes Unidos y Turquía, los tatuajes no están bien vistos por ser considerados daños autoinfligidos (que lo son).

En su investigación establece un paralelismo entre los tatuajes y las tradiciones religiosas, en especial cuando se mencionan tres elementos esenciales: reflexión, ascetismo y compromiso duradero, además del aspecto narrativo.
Por lo general, la decisión de hacerse el primer tatuaje se considera durante dos años de reflexión, a veces más, a veces menos. Las personas se toman un tiempo para decidir si se tatúan o no y qué se tatúan. Aunque también hay tatuajes intempestivos, que tienen algo de arrebato místico. Punto dos: los tatuajes duelen, más o menos, pero duelen. Es decir, implican un proceso ascético, de penitencia. El tercer punto es que nadie se tatúa pensando en sacarse el tatuaje: hay un compromiso duradero. El aspecto narrativo es similar al de las prácticas religiosas: los tatuajes son narrativas encarnadas que algunas personas usan para contar su historia en sus propios términos.

Menciona además otro elemento en juego, el comunitario.
Es clave. Incluso cuando son prácticas personales profundamente incorporadas, los tatuajes no son individualistas. Los demás suelen estar implicados. Eso es una demostración de la importancia de la comunidad. La mayoría de la literatura enfatiza, y con razón, el aspecto superpersonal e íntimo del tatuaje (es una decisión tuya, es tu cuerpo, es tomar posesión de tu cuerpo, reconquistarlo), pero también es integrador. Es interesante ver cómo empiezan a aparecer los otros en el relato. El tatuaje a veces refiere a otra persona. Este tatuaje, que muestra una flor, no es solo una flor: es mi hija. También aparecen los otros animando a hacerse el tatuaje. Los amigos que acompañan a la persona que se va a tatuar. Otras veces lo que la persona se tatúa es un dibujo que hizo un amigo, especialmente para esa ocasión. A veces el tatuador es conocido o es amigo. Entonces, hay una dimensión de comunidad en torno al tatuaje, que sin dejar de ser individual no es individualista. La comunidad es la que te define qué es lo sagrado y qué no. Y eso es algo que va más allá del gusto estético: te tatuaste dos flores, a mí no me gustan, pero esas flores no son solo flores, son tus hijos, entonces no digo nada, no me meto. Tal vez tenés tatuado algo que te pasó. Tal vez el tatuaje es horrible, pero es el recordatorio de que superaste un cáncer. El tatuaje comunica, algo que es básico de la experiencia religiosa. La experiencia religiosa es una experiencia de comunidad y de formación de comunidad. No estoy diciendo que esto es una nueva religión o que todos los tatuajes son manifestaciones místicas o religiosas. Digo que esta expresión, para algunas personas, puede ser una expresión religiosa y que tenemos que mirarla como tal. Hay que hacer justicia con esta otra forma de alimentar lo religioso, una forma que no es tradicional.

 

RITUALES COTIDIANOS

Para Te llevo bajo la piel se utilizó una muestra tomada de un conjunto de entrevistas más amplio que se dio en el marco de un proyecto de investigación sobre la religión en América Latina, un trabajo enfocado en la religión vivida, entendida como las prácticas que la gente lleva a cabo como forma de recordar, compartir, actuar, adaptar y crear relatos a partir de los cuales viven (lo que la socióloga Meredith B. McGuire define como vivencia religiosa, que "nace de las prácticas que la gente usa para transformar estos relatos en acciones cotidianas").
"Se ha producido un gran cambio cultural en la forma que se vive lo religioso, un cambio que ha vaciado los templos y ha desplazado la religión del espacio público", comentaba el investigador durante la conferencia vía Zoom, actualmente disponible en el canal de YouTube de la UCU. "Aunque, en América Latina, esto no significa que haya menos religión que antes o que la secularización haya borrado por completo la religión de la vida social. Hay una religiosidad distinta, en ámbitos no habituales, que aparece permeando ciertas zonas de la vida cotidiana".
Por tal motivo, tres equipos de investigadores, ubicados en Lima (Perú), Córdoba (Argentina) y Montevideo (Uruguay) indagaron en las costumbres y los hábitos, en materia de religión, de 253 personas, alrededor de 80 por país. La mayoría de los encuestados son millennials, es decir, nacieron entre 1981 y 1993 (o 1996, dependiendo del organismo consultado). "Yo no hice las entrevistas. Yo soy cura. Y, como cura, preguntando de religión, puedo impactar mucho en el entrevistado. No lo dejo hablar con libertad, lo condiciono mucho. Por eso las entrevistas las hicieron los diferentes equipos en cada ciudad", advierte Morello.
En la muestra hay tatuajes con figuras religiosas "obvias de la cultura latinoamericana": tres imágenes de Cristo, una de la Virgen María de Guadalupe, una gárgola y el monograma de una orden religiosa católica (más precisamente, el I.H.S. de los jesuitas). Un encuestado, que emigró de Perú a Argentina, se tatuó un león en la espalda, pero luego de hacerse evangélico y cambiar su nombre no solo no se identifica con el tatuaje sino que además siente rechazo. Una chica de Lima lleva una caricatura de un gato hecha por Silvia Plath. "Su tatuaje ni siquiera trata sobre la poesía de Plath. Se trata de su madre", explica Morello.
Tatiana, argentina, se había criado como católica, dejó la Iglesia después de la secundaria, se declaró atea durante un tiempo y luego, durante el transcurso de una enfermedad grave (artritis reumatoide), entró en contacto con el budismo. "Encontró en el budismo una forma de ser consciente de su cuerpo", explica el autor. A partir de ese acercamiento, Tatiana vio su enfermedad como un mensaje de su cuerpo. Y ese mensaje dice: "Préstame atención". Se tatuó la palabra "Creo", inspirada en una canción de Callejeros y también por "un grupo de amigos que la desafiaron". Su tatuaje, dice Morello, es una forma de reclamar su cuerpo. "Al entintarlo, ella tiene el control sobre cómo modificar su cuerpo y ella administra el dolor que puede soportar. Tatuándolo, ella tomó las decisiones sobre su cuerpo, no su enfermedad". Este tatuaje representa un caso de "espiritualidad humanista", apunta el sociólogo: "Una apreciación de los valores humanistas que pueden o no relacionarse con una realidad suprahumana, pero que en cualquier caso apuntan hacia algo más allá del individuo".
"Los encuestados articulan sus vidas, les dan sentido, a través de valores que son tanto religiosos como humanistas. Tres encuestados evangélicos materializaron su compromiso religioso adquirido rechazando los tatuajes que se habían hecho en el pasado. Otros tatuajes sacralizan relaciones específicas, como la maternidad, la paternidad y la hermandad", explica Morello en su artículo. "A través de los tatuajes diferencian y dan un significado especial a las relaciones que tienen tanto con los seres humanos como con los poderes suprahumanos. Son relaciones que les ayudaron a convertirse en quienes son, que les ayudan a narrar sus propias historias a los demás".