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La llegada de Colón según el arte y los tiempos

Hace 531 años, llegó a suelo americano una expedición que cambió el mundo. El acontecimiento atraviesa el cine, la pintura, el teatro y la música y cada arte refleja los significados del suceso de formas distintas

El 6 de octubre de 1892 se estrenó en el teatro Carlo Felice de Génova, Italia, la ópera en cuatro actos Cristoforo Colombo, de Alberto Franchetti. La obra, libretada por Luigi Illica, se basaba obviamente en la hazaña del más célebre (presunto) hijo de esa ciudad, Cristóbal Colón. Y era parte de los eventos y acontecimientos que se estaban montando a ambos lados del océano Atlántico para conmemorar el cuarto centenario del descubrimiento de América, ocurrido el 12 de octubre de 1492.

Esta ópera es considerada la mejor de Franchetti, uno de los más destacados compositores de la época, y ensalza las virtudes más humanas del descubridor en pos de la ciencia y el conocimiento, pese a la oposición inicial de integrantes de la Iglesia (es una obra bastante anticlerical). Está a tono con la inmensa mayoría de los eventos de la época tanto en Europa como en América, celebratorios, conmemorativos, casi hagiográficos, sobre su figura.

En ese mismo año el pintor español José Garnelo, que llegó a ser subdirector del Museo del Prado, presentó un inmenso óleo sobre lienzo de seis metros por tres titulado Primer homenaje a Colón. Aquí se ve a un magnánimo descubridor, secundado por sus hombres y por la cruz, tratado como una divinidad por los indios, inferiores en todo sentido.

Colón, que hace exactamente 531 años puso pie en la antillana isla de Guanahani, en las actuales Bahamas, era un hombre reverenciado. Todos los males que había arrastrado su llegada al continente —que eran evidentes y ya empezaban tímidamente a reseñarse, a tono con las nuevas sensibilidades— apuntaban a los españoles, portugueses, ingleses y franceses.

El genovés era, más que un marino y cartógrafo, un hombre de ciencia. Esa visión era un paso adelante: en El Nuevo Mundo Descubierto por Cristóbal Colón, de Lope de Vega, obra teatral de 1599, Colón es prácticamente un enviado de Dios, dechado de las mejores virtudes, y la inocencia de los indios generaría hoy más bronca que ternura.

<em> Ópera de Franchetti, en la que se destacan las virtudes más humanas del descubridor en pos de la ciencia y el conocimiento.</em>Ópera de Franchetti, en la que se destacan las virtudes más humanas del descubridor en pos de la ciencia y el conocimiento.

Las pinturas más conocidas sobre Colón, que nunca llegó a ser retratado en vida, siempre enaltecen su figura y su logro, ya sea tocando suelo en las Antillas, endiosado por los nativos, o con su llegada triunfal a España, reverenciado hasta por los reyes Fernando e Isabel. En un rápido repaso cabe el destaque a las obras de Sebastiano del Piombo (1519), John Vanderlyn (1847), Dióscoro Puebla (1862) o Antonio González Velázquez (en algún momento del siglo XVIII).

En el cine llegarían, ya en el siglo XX, las expresiones culturales más populares sobre el hecho. La francesa Le Vie de Christophe Colomb (Gerard Bourgeois, 1917) y la mexicana Cristóbal Colón, o la grandeza de América (José Díaz Morales, 1943) mostraron a Colón como un genio incomprendido, rodeado de todos los clichés: muerte miserable, burlas del ­establishment, y su presunto muy divulgado y poco documentado convencimiento de que la Tierra era redonda.

Más allá de que los convulsionados años 60 y 70 cambiaron la opinión de todos sobre todo, incluyendo todo lo que pasó después del histórico desembarco, los dardos apuntaban todavía más a las sangrientas acciones de las potencias europeas en América (que las hubo a raudales) que a las oscuridades del descubridor (que las tuvo y muchas). Canal 10 emitió en 1985 la miniserie ítalo-estadounidense Cristobal Colón, con un entonces desconocido Gabriel Byrne en el rol principal, y un elenco integrado por Faye Dunaway, Oliver Reed, Max Von Sydow, Ralf Vallone y Virna Lisi. Nuevamente, todo lo español fue malo (lo que hizo que la televisora TVE de ese país se negara a emitirlo), y Colón sale muy —demasiado— bien parado.

Hoy ni siquiera está claro dónde nació Colón. Y si a alguien se le ocurriera hacer un cuadro como el de Garnelo, no tardaría nada en ser carne de cancelación.

<em> La obra de José Garnelo</em><em> es el primer homenaje a Colón que, como la mayoría de sus homenajes, vista con ojos actuales puede ser objeto de gran crítica y hasta de cancelación. </em>La obra de José Garnelo es el primer homenaje a Colón que, como la mayoría de sus homenajes, vista con ojos actuales puede ser objeto de gran crítica y hasta de cancelación.

Dos superproducciones olvidables. De cualquier forma, el tono del quinto centenario fue muy distinto al del cuarto. Definitivamente, no se hablaba tanto de la unión de dos mundos ni de descubrimiento (¿qué tanto se descubre algo que siempre estuvo ahí?), sino de sometimiento. Colonización pasó a ser sinónimo de “dominación”. Quizá por ello, dos enormes superproducciones de Hollywood que se estrenaron con mucho ruido ese 1992 hoy están casi en el olvido. Tanto, que muchos las confunden.

Cristobal Colón: el descubrimiento, de John Glenn, se estrenó el 21 de agosto. Tenía a Mario Puzo como guionista (el mismo que escribió El padrino) y un reparto que incluía a Marlon Brando, Tom Selleck y una joven Catherine Zeta-Jones. En la piel de Colón se puso el actor francés Georges Corraface, quien no es recordado por casi nadie. El gobierno español les ofreció las réplicas oficiales de la Niña, la Pinta y la Santa María, las tres carabelas de la travesía histórica, más apoyo logístico. Claro que el resultado es bastante pochoclero, la recaudación en la taquilla fue desastrosa, y no se salvó ni un Brando barranca abajo haciendo uno de sus peores papeles (el del inquisidor Tomás de Torquemada, cuyo vínculo histórico con Colón se limitó al de ser contemporáneo), además de mostrarse furioso por la representación irrespetuosa que se hacía de los nativos americanos y del “insípido, suave e idiota” Colón que establecía el guion original en vez del “auténtico villano que era”, según dijo a Variety.

<em> Serie Cristóbal Colón, de 1985.</em>Serie Cristóbal Colón, de 1985.
<em>Serie Cristóbal Colón, de 1985.</em>Serie Cristóbal Colón, de 1985.

“No es políticamente correcta. Tampoco es cinematográficamente correcta, humanamente correcta ni históricamente correcta”, escribió el crítico Peter Rainer en Los Angeles Times. “Se nos ha prometido otra película sobre Colón este otoño (boreal). No puede ser peor que esta”, vaticinó por su lado Roger Ebert en el Chicago Sun-Times. Lo intentaron.

1492: La conquista del Paraíso, de Ridley Scott, se estrenó el 8 de octubre de 1992, a solo cuatro días del auténtico quinto centenario. Comparada con la anterior, se puede decir que fue una mejor película. Sí se la acusó de fomentar la “leyenda negra española” (a pesar de que también tuvo el apoyo del gobierno de ese país), mostrando un reino atrasado y temeroso que se enriquece exprimiendo al paraíso recién descubierto. De esto último, que tiene bases históricas, se excluye otra vez al propio Colón, cuya (muy buena) interpretación a cargo del también francés Gerard Depardieu lo muestra como un hombre digno de admiración. El elenco incluía a Armand ­Assante y ­Sigourney Weaver. Sin embargo, su rendimiento en boleterías fue aún más flaco que su antecesora.

Lo que más perduró de esta película es la banda sonora de Vangelis. Conquest Of Paradise es un ejemplo de que el latín macarrónico puede también ser un éxito mundial. Tan olvidadas quedaron ambas producciones que muchos todavía hoy hablan de “esa que unió a Brando con Depardieu y la música de Vangelis”.

Si de banda de sonidos se habla, en esta parte del mundo el quinto centenario fue denostado casi a coro.

<em> La conquista del paraíso, 1492. </em>La conquista del paraíso, 1492.

Sonidos del descubrimiento. En 1988, cuando faltaba muy poco para el quinto centenario, el trío pop español Mecano sacó su disco Descanso dominical. Entre las canciones que se habían preparado para este álbum estaba Cristóbal Colón. La letra, de José María Cano, era muy simple y carente de controversias, sobre un hombre de origen desconocido, la desesperación de la tripulación hasta que alguien avistó tierra, “un nuevo mundo se descubrió”, don Fernando y doña Isabel y el oro a España, y poco más. Finalmente, este tema fue descartado y recién se conoció en los últimos tiempos. Se ha especulado que no fue incluida finalmente porque no era una canción muy adecuada para los tiempos que corrían.

El disco Vasos vacíos de Los Fabulosos ­Cadillacs de 1993 fue el primer compilado de esta banda argentina. Además de tener sus canciones más conocidas incluía dos temas nuevos: Matador y Quinto centenario. Este último, un ska frenético, gritaba más que cantaba un sentimiento que calaba de forma fortísima en el que alguna vez fue considerado el Nuevo Mundo: “El v centenario, no hay nada que festejar / latinoamericano descorazonado / hijo bastardo de colonias asesinas / cinco siglos no son para fiesta / celebrando la matanza indígena”. Sobre el final llama a la “juventud de América” a no festejar nada.

Muy poco antes, cuando terminaba el año del quinto centenario, León Gieco editó Mensajes del alma. Este disco cerraba con Cinco siglos igual. Es una canción a la vez potente y melancólica, con piano, voz y versos de gran fuerza: “Libertad sin galope, banderas rotas / soberbia y mentiras, medallas de oro y plata / contra esperanza, cinco siglos igual. / En esta parte de la tierra la historia se cayó / como se caen las piedras aun las que tocan el cielo / o están cerca del sol, o están cerca del sol”. Tanto en esta como en la de los Cadillacs no hay menciones a Colón sino a las desigualdades, sangrías y saqueos que sufrió el continente desde que las tres carabelas vieron tierra.

Sí nombraron a Colón y a sus carabelas el dúo Larbanois-Carrero en 1992, presente en su compilado Antología (1993). Que el título responda al año en curso era toda una declaración de principios sobre la sensibilidad que imperaba: “Eran tres las carabelas de don Cristóbal Colón / y los indios que mataron treinta veces un millón. / A esos señores que hicieron quizás un mundo más grande / ningún Dios se les opuso ni el cóndor sobre los Andes. / Mala civilización, occidental y cristiana, / canto mi duelo en tu herencia esta lengua castellana. / En la América la nuestra de azúcar, cobre y café / No hay motivo para fiestas, ¿quinientos años de que?”. Tan fuerte es este último verso en forma de pregunta que muchos creen que este es el título de la canción (de hecho, hay canciones tituladas exactamente así, como la de los metaleros argentinos Tren Loco).

<em> Cristóbal Colón: el descubrimiento, de John Glenn, protagonizada por Marlon Brando, Tom Selleck y Catherine Zeta-Jones.</em>Cristóbal Colón: el descubrimiento, de John Glenn, protagonizada por Marlon Brando, Tom Selleck y Catherine Zeta-Jones.

Esta postura, vale aclarar, no se limita a músicos latinoamericanos ofendidos ante el eurocentrismo y el imperialismo cultural de siglos. Los españoles Ska-P y Mago de Oz le dieron duro al proceso en Cruz, oro y sangre (“Cada 12 de octubre mi desprecio y asco a la invasión. / Me niego a festejar, sí, la colonización”, 2018) y La conquista (“Hemos venido a cambiar / vuestros sueños por la fe / vuestro oro por tener / un dios y un rey a quien seguir”, 2003), respectivamente. Antes de estos, los metaleros alemanes Running Wild, que cantaban en inglés, presentaron Conquistadores (así, el título en español) en 1988: “Luchan, asesinan, violan bajo la bandera de la Santa Iglesia”.

Volviendo a 1992, ese año se vivió en Uruguay uno de los recitales más míticos que se produjeron en Montevideo. El 27 de junio, en la estación AFE, se presentó la banda de rock alternativa francesa Mano Negra. Vinieron al país como parte de los festejos de los 500 años del “encuentro de dos mundos” en el recordado buque Cargo 92. Eso no dejaba de ser curioso porque Manu Chao, el líder de la banda, sostenía que no había motivos para celebrar. “Para nosotros está claro que no hay nada que festejar. Para muchas razas y muchos pueblos, el encuentro entre Europa y América Latina fue terrible”, le dijo al periodista Daniel Renna del suplemento Rock de Primera del diario Últimas Noticias.

<em> 1492: la conquista del Paraíso, de Ridley Scott, que se estrenó el 8 de octubre de 1992. </em>1492: la conquista del Paraíso, de Ridley Scott, que se estrenó el 8 de octubre de 1992.

Paradójicamente, para muchos, lo que pasó esa noche también fue una “colonización”: el estilo de Mano Negra, que mezclaba rock, música francesa y africana, flamenco, ska, salsa, roots reggae y blues, caló tan hondo en el público uruguayo que nadie ignora que difícilmente hubieran surgido bandas como La Abuela Coca, La Vela Puerca y No Te Va Gustar sin esta presencia. Eran ocho, mucha más gente arriba del escenario que lo habitual hasta entonces, mixturaban un montón de estilos, tenían un notorio anclaje urbano y trajeron el concepto de fiesta, arriba y abajo del escenario. Nacía ahí el rock uruguayo de los 90.

No se sabe cómo se considerará, en la sociedad y en el arte, la importancia histórica de este episodio en el aniversario de los ­seiscientos años. Ya no hay lugar para la hagiografía (denominaciones como el Día de la Hispanidad o el Día de la Raza ya quedaron fuera de órbita, el concepto de “descubrimiento” también está demodé), pero el machaque en la idea del colonizador malo-malísimo contra el indio de pureza virginal corre el riesgo de convertirse en una caricatura que cansa. Películas como Apocalypto (Mel Gibson, 2006), situada en la selva centroamericana en el pasaje entre el siglo XV y el XVI, en plena conquista, demostraron otra realidad histórica que bien puede considerarse una tercera vía: no fue necesaria la llegada de los españoles para que los pueblos de lo que luego fue conocido como América se tiñeran de sangre por la ambición de las civilizaciones más poderosas, como la Maya.