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La obra sin estilos ni ataduras del pincel neurótico de Ignacio Zuloaga

Recordando sus días de reconocido diseñador de mobiliario, el pintor uruguayo comparte la matriz de su obra
Redactora de Galería

Este hombre vive dentro de su propia exposición, con su esposa, uno de sus hijos, y los otros hermanos y nietos itinerantes. Además tiene un perro, Marshall, que a pesar de su imponencia —es un pastor alemán de manto negro— parece estar muy acostumbrado a ese extravagante entorno que se esconde detrás de una fachada construida con las piezas del frente de una vieja tienda con estilo londinense.

Durante el día la puerta siempre está abierta. Como buen anfitrión, al ingresar en su casa-atelier (mejor dicho, atelier-casa) lo primero que Ignacio Zuloaga ofrece al visitante —después del shock visual— es la posibilidad de usar el baño: tras un estrecho pasillo entre cuadros, telas y más cuadros, su amable hijo Rodrigo tuvo que correr más de uno para que la entrada a un prolijo pero pequeño tocador se volviera visible. 

Es como si no hubiera más lugar donde poner piezas suyas y, sin embargo, Zuloaga se las arregla siempre para encontrarle sitio a su próximo trabajo. “El caos organizado”, dice, y entre el despliegue de su obra, cajas de envío, una exagerada cantidad de pinceles, pinturas Winsor & Newton y un gato, recibió a Galería en esa, su guarida, donde la iridiscencia de las pinturas se da la mano con el reposo que transmite un espacio de madera decorado con antigüedades. 

Viviendo así, no separa el trabajo de su vida, pero no le molesta. Hace 35 años que su familia vive en La Barra de Maldonado, aunque sus padres eran de San Carlos y él de Montevideo. Inspirado por sus años de diseñador mobiliario y la “música trastornada”, Zuloaga hoy se dedica enteramente a lo que mejor le hace. Y le sale tan bien, que de sus cuadros se puede escuchar una conversación o ver venir una silla corriendo.

¿Qué pasa con Punta del Este y el arte?

Tiene un encanto especial, te lo digo yo que hace un montón de tiempo que vivo acá. Lamentablemente es un montón porque ya tengo un montón de años (se ríe). Yo a La Barra la conocí cuando el puente era de madera, la ruta era de pedregullo y el camino a Manantiales era una huella. Inviernos donde lo único que pasaba era un ómnibus de la Onda. Pero es eso; la costa oceánica es preciosa, Maldonado es encantador desde Solís hasta José Ignacio, y aparte de la belleza, tiene turismo. Eso facilita la comercialización del arte, porque en definitiva, es de lo que uno vive, de vender cuadros. Entonces con toda la movida artística de las galerías, Casapueblo, el Museo Ralli, lo de Atchugarry, atraés, eso. Se volvió un lugar de arte. 

¿Cuántas pinturas tiene en su atelier?

Calculo que unas 1.500, con las telas y con todo. Pero hay una cantidad que se van, porque son encargos. 

En su casa atellier, ubicada sobre la ruta 10, km 159, en La Barra, Zuloaga guarda alrededor de 1500 obras entre pinturas figurativas y abstractas, y telas. En su casa atellier, ubicada sobre la ruta 10, km 159, en La Barra, Zuloaga guarda alrededor de 1500 obras entre pinturas figurativas y abstractas, y telas.

¿Dónde más se pueden encontrar cuadros suyos?

Justo estoy por entregar 50 cuadros a un coleccionista de acá, uruguayo, que siempre me compra un montón. Los guarda, no sé qué hace. Tiene varias propiedades, los pondrá por todas las casas... Vendí a otros países también, a Japón, Alemanía, hay en exposiciones de Argentina, en Brasil, varias, en Estados Unidos… Y aparte de pagarle impuestos, tengo mucha obra donada al Estado. Hay un cuadro grandote en el Palacio Legislativo del Desembarco de los 33, uno de Artigas y las Instrucciones del año 13 en Presidencia, José Pedro Varela en ANEP… Hice un contenido más histórico en algún momento, una serie con la gesta artiguista, cuadros relacionados con la Independencia… En las intendencias de Maldonado y Rocha hay mucha cosa también.

Hay un artista español, muy conocido, con su mismo nombre y apellido, que eclipsa un poco su búsqueda en Internet…

¿La complica, no? Yo aparezco debajo de él usualmente. Lo curioso es que hay un parentesco, era hermano de mi bisabuela. O al menos eso me han dicho, capaz es una leyenda familiar. De hecho cuando fui a España, visitamos el Museo de Arte Reina Sofía y estaba cerrado, sería fuera de horario o no correspondía el día, no sé, la cuestión es que cuando les dije el apellido lo abrieron especialmente y me dejaron pasar. Habrán pensado que era de la familia, porque el tipo murió en 1945. Yo había ido a ver su obra. Ese Zuloaga era de la escuela de la España negra, oscura…

Y lo suyo es una explosión de color. ¿De qué escuela? 

De la mía. Zuloaguismo. El estilo es enemigo de la creatividad, te volvés su prisionero si tenés uno. Por suerte no tengo ninguno. Me adapto y cambio, y quisiera seguir cambiando. No hice cursos, pero sí es cosa de familia. Mi tío era pintor, y siempre lo veía trabajar. En casa había libros y las cosas de pintura de mi padre, y de muy chico ya visitábamos a los amigos de él, una cantidad de pintores: Edgardo Ribeiro, Sergio Curto… Yo siempre pintaba, quizás más como aficionado, hasta que en los años 80 empecé a hacerlo de forma más contundente hasta el 2000, ahí ya no hice otra cosa más que pintar.

¿Qué más hacía antes?

Mi padre trabajó para importantes mueblerías como Walmer y Monegal, entonces yo a mis 16 años ya trabajaba como dibujante y diseñador de mobiliario. Diseñé para el Capitán Miranda, en el Astillero Rosendo. Hice sus cuatro camarotes presidenciales y el casino de oficiales. Lo conocí cuando era una chatarra; el primer capitán, que se apellidaba De Souza, lo fue transformando para ser un buque escuela y quedó, como un velero sin quilla, con un contrapeso de cemento. También hice muebles para el (Radisson) Victoria Plaza, para el edificio de Presidencia en Punta del Este…

¿Y cómo se pasa del dibujo técnico a la pintura más surrealista?

No es que diera un salto, me harté de atender a los clientes. Pero lo que yo hago también tiene técnica. En muchos cuadros uso la perspectiva… Lo curioso es que aparece bastante mobiliario, porque algunas pinturas son de cuando todavía diseñaba y se ve que lo tenía demasiado incorporado. Ahora, también hago abstracto, figurativo, porque si te reiterás con un tema terminás quedando atrapado. Yo uso técnicas mixtas, que no son óleos, y eso ya es otro lenguaje. Me gusta la diversidad, no repetirme mucho. Encontrar una fórmula de éxito es una trampa para los pintores, ¡se empiezan a copiar a sí mismos!

¿Y a usted no se le agotan las ideas?

Paso por distintos períodos. Lo único claro es que, como decía Picasso, la inspiración cuando llega te tiene que agarrar trabajando. Entonces yo siempre estoy pintando. Y cuando no se bien qué, me pongo con los encargos, que te facilitan las cosas porque no tenés que pensar el tema, es hacer lo que te pidieron. Y muchas veces me pongo a trabajar en eso y aparecen las ideas, entonces estoy haciendo una pintura mientras ya estoy pensando en el próximo cuadro. Ahora en el verano terminé 100 obras en técnica mixta para las habitaciones de un hotel de acá de La Barra, y me cansé. Aunque eran abstractos neutros (viste que los temas y los colores a veces son comprometidos para los dormitorios) me quedé sin ideas y agotado físicamente, me costó retomar.

¿Cuánto tiempo le toma una obra?

Toda la vida (risas). Porque una obra no es un cuadro, es el conjunto del trabajo, entonces no terminás nunca desde que empezaste a pintar. Ahora, fuera de broma, cada cuadro me tomará por lo menos una semana, por los tiempos de secado. Aunque no parezca, los abstractos también llevan lo suyo, porque hay que mirarlos y pensar qué es lo que vas a hacer sin pintar, o sea, resolverte. Si metés una mancha, de qué color… Eso también es tiempo. Pero yo trabajo en varios a la vez. Mientras unos se secan, avanzo en otro, siempre teniendo en cuenta que cada cuadro no se compone por partes, es todo un conjunto. Los que se hacen diferente son los más grandes, que los podés trabajar primero de abajo, después volvés arriba... Pero con ese tamaño llevan por lo menos tres capas de pintura y demoran más en secar. Se empieza a pintar por el fondo, las luces (primero se pinta con amarillo, porque es un color que se ensucia muy fácil), y lo último son los personajes. 

Las escenas y esos personajes, ¿de dónde son?

Son creadas por mí. Bueno, seguramente las vi alguna vez, evidentemente he estado en museos, en bares… Pero nunca agarré una foto. No me valgo de modelos, salvo que el trabajo lo requiera, como algún retrato, pero el modelo distrae. Mis personajes son anónimos, estereotipos. Por eso siempre los repito. Las figuras son similares en todos mis cuadros pero no es a propósito, solo que no me fijo mucho. 

También repite la misma paleta.

Sí, los oscuros son excepciones, y no tiene nada que ver con mi estado de ánimo, que me puede cambiar cinco veces en un ratito. Pintar no es una catarsis. Pero no logro evitar que los cuadros se llenen de colores, aunque a veces me quiera moderar.

¿No hay drama?

La procesión va por dentro. Además, no soy de angustiarme o sufrir mucho. En mis épocas de mueblero sufría más, cuando me metía a inaugurar los locales de los shoppings, que había que terminar los diseños de 15 de estos en 90 días… Ahí me sometía a un estrés importante. Pero ahora la pintura no deja de ser terapéutica. Vivir de ella es ganar en salud, es una disciplina sensacional. Aunque algún cuadro dramático sí que hay; hay uno de la cúpula militar entrando al Palacio Legislativo cuando se dio el golpe de Estado. Y te voy a decir una cosa: el drama está mucho mejor visto que la comedia en las disciplinas artísticas, pero tampoco puedo ser otra persona que la que soy. 

¿Cuánto tiene de psicodelia toda esa impresión de colores?

Tiene un toque de psicodé, mis cuadros son medio neuróticos. Yo siempre pinto con música, y escucho mucho a todos esos de la psicodelia americana: Jimmy Hendrix, Frank Zappa; es música bastante trastornada, que te da como un impulso medio automático y psíquico. Entonces vos ves a la silla y tiene movimiento: las patas son las piernas; los reposabrazos, los brazos…

Claramente le gusta provocar.

Es que si el arte es un lenguaje, una comunicación de valores (en toda su amplia gama de acepciones), hay que comunicar algo; si no, no llega. Y es bueno provocar un poco para no volverse conformista y aburguesado. Lo pictórico tiene que cargar con algo de transgresión. Transgresión sin exagerar, porque cuando se exagera después lo artístico queda enterrado por lo otro. Así es como venden una banana pegada con cinta a una pared por 120.000 dólares. Eso es más transgresión que arte. Aunque alguna cosa tendrá que yo no me llego a dar cuenta, pero sigo prefiriendo ver el Guernica de Picasso. La transgresión es temporal, pero los valores que transmite un cuadro como ese son eternos. Un arte con valores propios trasciende todas las épocas.

¿Ser abuelo lo hizo bajar un cambio?

Las décadas que van pasando te bajan un cambio (risas). Soy consciente de que el tiempo que tengo es menos que cuando tenía 35 años. ¡Y cómo se gana peso con el tiempo! Por más que trates de controlarte, es difícil. Leí hace poco a una nutricionista: el hombre cada 10 años gana 10 kilos de promedio, aunque coma lo mismo. 

¿Qué proyectos tiene hacia adelante?

Seguir pintando y disfrutando de la vida, de mis nietos. Me interesaría hacer alguna muestra importante en Montevideo.

¿Con qué ojos ve el progreso de esta zona? 

No me molesta, porque está creciendo bien. El asunto es preservar la faja costera, no construir arriba del mar ni estas líneas de edificios que se te asientan y te tapan toda la vista desde la ruta. Pero tampoco se puede frenar el desarrollo, nosotros precisamos que haya industria, sobre todo de la construcción, que te traen los apartamentos para poner cuadros y muebles. Cantidad de gente trabaja de eso. Acá (en La Barra) hicieron un edificio gigante, como de 30 pisos. Me pareció raro al principio, y van a hacer como seis o siete iguales. Después razoné: ¿Y si en vez de un edificio viniesen 50 casas? No te queda bosque. De esta manera la gente está apilada hacia arriba en un terreno de no más de 10.000 metros cuadrados, entonces es preferible, por lo menos te queda un árbol. Hay que preservar el arroyo, la costa y lo verde, pero tampoco podemos paralizarnos en el tiempo y ser nostálgicos. Yo por lo menos no lo soy.