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Las dramaturgas Marta Pazos, de España, y Carla Zúñiga, de Chile, dirigen para la Comedia Nacional

Las directoras aportan su contundente óptica feminista a la nueva temporada teatral de la comedia, titulada otros Mundos, con sus obras Díptico y El público
Redactora de Galería

Varios años atrás era impensable que una obra de teatro tratara sobre violencia obstétrica o hablara de maltrato y abuso sexual en primera persona. Tampoco estaban bien vistos los protagonistas diversos, como una adulta mayor o una persona transgénero. Mucho menos que una escenografía incluyera una vulva roja de terciopelo de más de dos metros de altura.

Todo eso cambió cuando las mujeres comenzaron a habitar y transformar los espacios culturales accediendo a otras posiciones desde donde poder escribir y dirigir teatro. Así, dramaturgas como Marta Pazos o Carla Zúñiga se abrieron camino, primero dentro de sus países (España y Chile, respectivamente) hasta ser convocadas por compañías de todo el mundo.

Pazos es licenciada en Bellas Artes por la Universidad de Barcelona, dirige teatro y ópera hace más de 20 años y además es escenógrafa, fundadora de la compañía de teatro española Voadora. Colecciona varios reconocimientos en artes escénicas y audiovisuales y ha realizado conferencias, masterclasses y seminarios en ámbitos prestigiosos como el Museo del Prado de Madrid o el Institut del Teatre de Barcelona.

Zúñiga, por su lado, fue ganadora de los premios del Círculo de Críticos de Arte de Chile a Mejor dramaturgia en 2018 y 2020 por Un montón de brujas volando por el cielo —guion que adaptó a Uruguay— y a Mejor obra literaria (Yo también quiero ser un hombre blanco heterosexual) en 2019. Es una máquina de escribir textos teatrales. Con la primera obra publicada en 2009, ya tiene un repertorio de más de 30. Fundadora de la excompañía de teatro chilena La Niña Horrible, hoy también se dedica a la docencia en diferentes universidades de Santiago y realiza talleres.

Reunidas en un camerino monocromático gris claro del Teatro Solís, juntas eran la definición de contraste. Pazos llevaba un amarillo romperretinas, la sonrisa imperturbable y una postura curiosa y expectante. Zúñiga, con un adorable vestido de unicornios, negro, se mostraba un poco más abatida, pensaba las respuestas y no se esforzaba por disimular una furia contenida. Las dos destacaban la boca con un vigoroso labial rojo.

De los café-cabarets a viajar kilómetros para visibilizar y visibilizarse, las directoras fueron invitadas por la Comedia Nacional dentro del Mes de la Mujer y en el marco del lanzamiento de su temporada 2024, Otros Mundos. Zúñiga estrenó Díptico —una obra en dos partes que combina sus textos La violación de una actriz de teatro y Un montón de brujas volando— el 14 de marzo en Sala Verdi, y Pazos debutó el jueves 21 en Uruguay con El público, un texto de Federico García Lorca reversionado por Gabriel Calderón, en la sala principal del Teatro Solís.

Esta temporada de la Comedia Nacional se llama Otros Mundos; ustedes, ¿a qué mundo pertenecen?

Marta Pazos: Al mío. Tener tu propio mundo es un camino hacia el origen. Durante una etapa de tu vida que coincide con la juventud, siempre estás buscando referencias fuera, o intentando encajar en un sistema. Luego te das cuenta de que original es, por definición, quien tiene un origen. Entonces nos abocamos a la preservación del mundo interior y dejamos que el viaje sea hacia adentro, en un diálogo orgánico con el exterior, porque es lo que los y las artistas hacemos. Vamos tomando las cosas que nos impactan del mundo, lo pasamos por un proceso alquímico y volvemos a ponerlo en el mundo en forma de una cosa nueva. Y cuanto más coherente con una misma se es, ahí la voz propia deja de preocuparte porque sale natural, no podrías hacerlo de otra manera. Tu mundo sale para afuera cuando no te preocupas por exhibirlo.

Carla Zúñiga: Mi mundo es bastante deprimente, la verdad. Es un mundo de cosas bien oscuras pero de las que hay que hablar; escribir sobre eso me sirve para no enloquecer. Y el mundo de lo femenino, de la otredad, me interesa mucho. Venimos acostumbrados a que el héroe siempre es el mismo varón católico blanco heterosexual, entonces me gusta entrar en otros viajes, en otras estructuras, mostrar otras historias.

¿Y cómo se sienten trabajando en Montevideo con una compañía con 75 años de trayectoria?

C. Z.: Es muy diferente a Chile, y eso es lindo, dialogar con otras maneras de trabajar, con otras visiones de mundo. En mi país el aborto es ilegal, por ejemplo, aquí no, entonces hay algunos textos que suenan distinto, se resignifican las cosas. Y está bueno ver cómo una misma problemática se mira desde otra perspectiva, aunque siempre con mucho en común, porque hay algo latinoamericano que nos une.

M. P.: En mi caso, lo primero era lograr que el público uruguayo se sintiera interpelado. El texto de Lorca estaba escrito en 1930, había que hacer una reversión. ¿Y quién mejor que Gabriel Calderón para hacerla? Como mi formación es la pintura, quería hablar de un Lorca mucho más completo, como músico, dibujante, poeta, era una persona muy conectada con lo telúrico. Entonces Gabriel estudió el original y terminó por entregarme un libro donde las páginas de la izquierda tenían el texto de Lorca y las de la derecha apuntes suyos. Eran todas anotaciones con dibujos, es una obra de arte. Habla con el voseo pero se mezcla con el tuteo, algo muy de vosotros, que mantuvo la esencia de Lorca cuando lo escribió porque él no estaba en España, estaba de este lado del océano. Por eso para mí era muy importante venir a conocer, aprender y mezclarme. Estoy trabajando para la Comedia­ Nacional, que no es cualquier cosa, es una compañía muy prestigiosa. Muchos colegas me decían que iba a alucinar y así fue, con el elenco, que es de altísima calidad y todos muy comprometidos.

¿Cuál es el diferencial de una mirada femenina en teatro?

M. P.: Es otra forma de hacer. En dramaturgia el peso de la palabra era como un ladrillo, éramos textocentristas, interpretocentristas, pero con mujeres escribiendo o dirigiendo ahora ya no importa tanto lo que hago, sino cómo lo hago. Se le presta muchísima atención a la paridad tanto de personajes como en los equipos, a cómo se dirige un grupo, a ocuparse sin maternar, porque hay una tendencia muy grande desde el liderazgo a eso. Con nosotras, la perspectiva de género está en todo, te pones las gafas violetas y no te las puedes sacar nunca más. Antes se fomentaba mucho la competitividad entre nosotras porque había mucho menos trabajo para las mujeres, ahora hay una sororidad tan grande que el triunfo de una es el triunfo de todas.

C. Z.: Las formas son muy importantes, porque si a nivel contenido se denuncia algo pero después en el trabajo hay una violencia terrible... Que la mujer haga teatro tiene que ver con un punto de vista muy particular respecto a ciertas experiencias que pasamos solo nosotras. En Chile, al menos cuando yo estudié en la universidad, se daba una sola dramaturga, Isidora Aguirre, el resto eran puros hombres. Se enseñaba una forma de retratar personajes femeninos, la maternidad, el abuso, desde una mirada muy masculina. No es que los hombres no puedan hablar de feminismo, pero sí es importante dimensionar quién habla y desde qué lugar lo dice. Siempre me han dirigido hombres, es una de las razones por las cuales me puse a dirigir. Prefiero trabajar con mayoría mujeres, una se siente más segura, no puedo negarlo.

M. P.: Convertimos al teatro en el papa del “cuéntalo”, “no te calles”, “no estás sola”.

¿Consideran que estar escribiendo guiones o dirigiendo teatro las coloca en una posición de poder?

C. Z.: De alguna extraña manera, sí. Más que poder, es como un lugar de resistencia. No pienso escribir ninguna obra con un hombre de protagonista, cada hombre va a estar disfrazado de algo porque no quiero verlos. No me interesa escribir sobre ellos, poderosos, triunfadores, es muy fome (aburrido). Siempre trato de hablar de mi mamá, de la abuela, y de todo el poder que no tuvieron en sus vidas.

M. P.: Siento poder, pero tiene que ver con habitar un lugar que sí me pertenece. Y no uno que antes no me pertenecía y ahora sí. El poder es un espacio de posibilidad, de no tener miedo. Cuando salgo a la calle sola no tengo el poder y tengo miedo, pero cuando estoy en la marcha 8M por la 18 de Julio de Montevideo y no hay ningún hombre por la calle me siento poderosa. La gran revolución hoy como mujeres es habitar este momento, pero que la lucha vaya transformándose en otra cosa. Porque si no, es llegar a los lugares donde siempre habíamos deseado y no aprovecharlo, seguir con ese espíritu, esa energía conflictiva y violenta que sí, nos permitió llegar adonde llegamos pero ahora tiene que ser otra cosa. El poder también es saber utilizar tu privilegio ganado para cambiar las reglas.

Queda claro además que las mujeres son las primeras embanderadas con la diversidad en los personajes y elencos.

M. P.: Es que sí. Yo quiero un mundo diverso, por lo tanto, tengo que trabajar por un elenco diverso. Para eso es sumamente importante que haya mujeres escribiendo historias. Todo el tiempo hay que pensar si nuestra protagonista es una mujer embarazada, racializada, con diversidad de género, funcional, intelectual… No podemos tener una mujer obesa como protagonista y que su historia gire en torno a su obesidad. Se trata de abrir los castings y que no sea cumplir con la cuota por cumplir. A veces da mucha rabia no darse cuenta de que la tendencia fue escoger actrices todas rubias y de metro setenta, pero pasa. Tienes que estar revisándote todo el tiempo pero autocompadeciéndote, porque no eres una superwoman y también escribes desde una historia de sometimiento.

C. Z.: Una se castiga mucho por eso. Cuando se es feminista todo el mundo exige que lo seas al extremo, que seas lo más consecuente posible. Y en realidad estamos todas en un proceso de deconstrucción, de sacarnos algo que está muy arraigado de la cabeza. A mí me encanta ver distintos cuerpos en escena, pero en Chile hace no mucho las escuelas de teatro tenían una prueba de admisión que se daba en sostén y calzón, y si tenías sobrepeso no entrabas. También es todo un tema con los estudiantes queer y trans. La academia no está lista para eso.

M. P.: Está cambiando, no perdamos la perspectiva de que es un proceso pero ya está cambiando. Pasa hasta con Disney, que está apostando a otra clase de personajes porque había una mujer ahí empujando. Siempre es de la mano de las mujeres, porque vemos el problema. A partir de los 45 años, por ejemplo, cada vez se nos dan menos papeles, no hay muchos personajes para esa edad. Y pasa con todas las artes del mundo, de repente las mujeres construyen una gran carrera hasta sus 30 y pico, y después desaparecen hasta que cumplen los 50 y vuelven a resurgir. Luego descubres que qué casualidad que ese tiempo coincida con el nacimiento de sus hijos hasta que se independizaron.

¿Qué esperan del público cuando termina una obra suya?

M. P.: El público es diversidad, entonces yo no puedo tener la osadía de esperar que sienta nada. Como artista sí me gustaría que la obra los interpelara, que les ofrezca una experiencia, que no se vayan como entraron. Aunque sea que se retiren enfadados a mitad del espectáculo porque no les ha gustado nada, pero hasta eso quiere decir que los interpeló de algún modo. Y no olvidar que una es la primera espectadora de su propia obra.

C. Z.: Yo me he encontrado con mucho fracaso cuando quería que siempre les gustara la obra. Luego pasé a plantearme, junto con otros directores: “Bueno, ¿quién quiero que se enoje con esto?”, ¡y era un absurdo! La gente se ríe de cosas que una puso con otra intención y te descoloca. Me fui dando cuenta de que una no tiene manejo sobre eso. Siempre terminaba fracasando cuando quería que mi madre entendiera algo que le quería decir con una obra mía. Nunca entendía lo que yo quería. Llegué a pensar que el teatro en realidad no servía para nada hasta que lo comprendí como un lugar de encuentro, donde una mujer que fue abusada vaya a ver la obra y entienda que se está hablando de eso, sentada junto a un tipo cualquiera del público que no termina de entender nada. Y si alguien no le cree, seguro va a haber otra allí sentada a la que también le pasó.

M. P.: Carla y yo somos madres biológicas, pero nuestras obras son nuestras hijas creativas. Ambos hijos no son nuestros, son del mundo. Nuestras obras le pertenecen al público, entonces puede sentir lo que quieran con ellas.

CARLA ZÚÑIGA:  “No quiero más protagonistas hombres“

Sus decisiones artísticas son claramente decisiones tomadas desde una postura política bien marcada.

Sí. Son decisiones que vienen de estar harta. No quiero más protagonistas hombres, ya tenemos 500 millones de varones escribiendo sobre ellos mismos. En la universidad los profesores son todos hombres, por eso organizo talleres que imparten mujeres, aunque pueda asistir cualquiera. Ese pequeño cambio matemático ya hace que todo sea diferente.

¿Qué dificultades encontró al llevar su visión al escenario?

Cuando empecé a hacer teatro era todo un tema tener actores interpretando papeles de mujeres. A La violación de una actriz de teatro quisieron cambiarle el nombre en México y Colombia antes de estrenarse. Y puedo seguir. A veces me gustaría que el teatro tuviera efectos más radicales, pero no se puede porque en realidad tus obras las suelen ir a ver personas que piensan como tú.

¿Cómo se vale del humor negro, la ironía y lo kitsch para hablar de temas delicados?

Tiene que ver con mi apuesta a dejar de verlo todo binario. O es una comedia o es una tragedia, y la vida real es mucho más compleja que eso. Es todo junto. En los momentos más hermosos de mi vida he sentido profunda tristeza, así como cuando estamos tristes hacemos las cosas más ridículas y patéticas que después nos dan risa. Los grandes temas atraviesan todo, la familia, la amistad, el amor.

MARTA PAZOS: “Primero tenemos carne: si nos cortan, sangramos; si nos pegan, nos sale un moretón”

¿Qué es la vanguardia escénica española?

Hacer algo muchas veces para un contexto que no está preparado para recibirlo, es teatro out of the box. Está surgiendo esta generación de creadores que venimos del under a hacer un trabajo profesional que no está dentro de la ortodoxia, sino en los espacios mentalmente periféricos, en la ruptura constante de estructuras pero sobre todo en la autorrevisión.

En ocasiones habló de “emancipación estética”. ¿Cuántas veces tuvo que reformular el concepto de lo estético?

Cada día. La forma es sagrada, la base de mi trabajo es la percepción del público y transformarla a través de la forma, que da mensajes que la palabra no puede dar. No me lidera el texto ni los intérpretes, yo jerarquizo los materiales, hago un riguroso trabajo de orquestación.

¿La lidera el color?

Depende de tu percepción. La gente dice que sí, que es mi sello, pero el color para mí es un elemento más. Importantísimo, porque hago una notoria apuesta a eso, pero uno más. El gusto por los colores estuvo siempre en mí y nada más dejé que eclosionara, no lo retuve. Me dicen colorista, o luminosa, y es inevitable porque yo soy un poco así también.

También utiliza muchos elementos del cuerpo humano: globos oculares, el sistema nervioso, circulatorio, órganos sexuales…

Qué curioso, no le había prestado atención. Pero es cierto. Es muy importante que vean tu trabajo de fuera, yo no era consciente de que me pasaba lo del color hasta que una persona escribió un artículo en el que decía: “Marta Pazos destierra el negro de la caja escénica”, y yo dije: ¿yo hago eso? Me pasa lo mismo con esto. Supongo que hay algo de fragmentación, de ampliación del cuerpo humano para no olvidarme de que estoy trabajando sobre historias de personas. Y traer lo que somos en forma y contenido, no solo en pensamiento, es muy importante. Primero tenemos carne: si nos cortan, sangramos; si nos pegan, nos sale un moretón.