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Laura Pouso: “Soy una artista sin obra; siempre trabajo para la obra de otro”

La recientemente designada como directora de la EMAD habla de las múltiples formas en las que ha incidido en el teatro y del lugar que ocupa en la cultura

Laura Pouso lleva tres décadas en el teatro, en un camino que empezó por la actuación pero que derivó en producir con 21 años la recordada puesta de Cuarteto, de Heiner Müller, con referentes como Estela Medina, Levón y Eduardo Schinca. De la Escuela Multidisciplinaria de Arte Dramático Margarita Xirgu (EMAD) se lanzó a un viaje a la tierra prometida de su familia materna, Francia. El amor la llevó a París, donde siguió profundizando su trabajo en producción de espectáculos y descubrió un oficio teatral: el dramaturgismo. Allí se convirtió en un puente teatral entre Francia y Uruguay. Allí nació Clara, su hija. Al poco tiempo, Pouso, quien llevaba 10 años en Francia, volvió a vivir a Uruguay.

Al regresar se convirtió en dramaturgista de Gatomaquia, la obra dirigida por Héctor Manuel Vidal. De ahí en más produjo, fue encargada de prensa, sugirió numerosas obras e hizo traducciones para el teatro independiente y la Comedia Nacional. Introdujo en Uruguay al dramaturgo Wajdi Mouawad (con Litoral, dirigida por Coco Rivero en 2013 para la Comedia). Entre las obras que ha traducido se encuentran Incendios, también de Mouawad, dirigida por Aderbal Freire Junior en El Galpón en 2017; Encuentros en la Estación del Este, dirigida por Margarita Musto en 2016 en El Circular, o Clausura del amor, que se presentó recientemente en la Sala Verdi. Hizo la producción de La sangre de los árboles, con Victoria Césperes y Juana Viale, y el dramaturgismo de una de las obras que más se destacaron en 2022: Estudio para la mujer desnuda, dirigida por Leonor Courtoisie para la Comedia Nacional, entre otros trabajos. El dramaturgismo, explica Pouso, “es un diálogo desde una perspectiva artística. Es participar del proceso colectivo, de la puesta en escena, de la producción, es un oficio amplio”.

Pouso recibió el premio a la Excelencia Docente en la Universidad ORT, donde imparte Comunicación Institucional, fue asesora académica de la EMAD en las gestiones de Santiago Sanguinetti y Levón, y se convirtió en su nueva directora este año. Con 49 años y con la juventud y la locuacidad intactas, se define como una “artista sin obra”, para quien la programación de espectáculos es también una obra artística en sí misma. De palabras rápidas, enérgicas y reflexivas, habla de su andar transoceánico, de su nuevo rol como directora de ese “semillero” que es la EMAD y de la inserción del teatro en la sociedad uruguaya.

“Somos cinco hermanos y en mi familia siempre hubo una rama científica y una artística: mi papá era médico, mi mamá gastaba lo que podía de su sueldo en libros y mi papá también era un gran lector. Tengo dos hermanos médicos, una hermana que también se dedicó al teatro y un hermano vinculado a la agronomía. Fui al colegio José Pedro Varela. En mi familia se privilegiaba el conocimiento, era la herramienta que íbamos a tener para salir adelante, la única que ellos podían ofrecernos, porque no éramos una familia de dinero, éramos clase media. Siempre fui muy buena alumna, nos pasábamos la bandera de hermano a hermano. Llegábamos a casa y mi madre tenía la paciencia de hacer los deberes, de explicar, era época de dictadura, del texto único, y mi madre decía: ‘Acá hay que ampliar’. Siempre me acuerdo la frase de mi padre, que era definitoria, me la dijo a los 8 o 9 años: ‘Sos mujer y sos inteligente, las cosas te van a costar mucho en la vida’. No había inglés para los cinco, entonces íbamos las mujeres a clase, porque sabían que iba a ser más difícil para nosotras. Mis viejos fueron fundamentales en la consolidación de mi libertad”.

Pouso cuenta que su abuela la hizo socia del Teatro El Galpón a los 12 años y que desde chica comenzó a estudiar teatro. Su madre y su abuela tenían adoración por Francia. “Se hablaban por teléfono en francés cuando no querían que nosotros entendiéramos. Mi madre había ido a la Alianza Francesa, su segundo nombre es Arlette. Mi abuela se sabía la historia de Francia, sabía de memoria los nombres de las calles y la ubicación de los monumentos en París y, pese a que tuvo los medios económicos para ir, nunca fue. Era como no matar la fantasía”.

Pouso ya había egresado como actriz de la EMAD cuando conoció a Laurent Berger, director de teatro que había sido convocado por esta institución para dirigir un posgrado. Se hicieron amigos y luego se pusieron de novios. Ella tenía 21 años y, con su compañero de clase, Gustavo Zidán, actual director de la Sala Verdi, crearon una productora de teatro con la que hicieron la recordada obra Cuarteto. Berger tenía que regresar a Francia y sugirió que ella lo acompañara, que probara tres meses. “Fui en plan vacaciones y me quedé 10 años”, cuenta y aclara que en ese momento no hablaba francés. “Estuve muchos años en pareja con él, somos muy amigos ahora. Nuestra casa en París era como una casa de los uruguayos, fui tejiendo vínculos con quienes eran mis amigos de acá. Como a los seis meses ya estaba en la universidad y al poco tiempo conseguí mi primer trabajo como productora ejecutiva en el Festival de Avignon. Tuve actividad laboral interrumpida en Francia. Estudié una carrera que se llama Artes del Espectáculo opción Teatro y después hice dos másteres. Trabajaba en investigación y ahí empecé a inclinarme hacia el dramaturgismo, aprovechaba también el bilingüismo que fui adquiriendo para hacer traducciones y trabajé como productora”. En París se desempeñó además en la célebre Comédie-Française.

Años después conoció a un director de orquesta francés en el teatro Colón, de Buenos Aires, donde trabajaba en una coproducción franco-argentina. Él, quien luego se convertiría en el padre de su única hija, residía en Alemania y ella lo acompañó a vivir a Frankfurt. “No pasaba bien por las nieves eternas, no hablaba alemán, es una ciudad muy chica y yo vivía en las afueras. Pienso que la distancia cultural con el país y el hecho de ser pareja de un director de orquesta es difícil porque son personas que no están nunca. También me enfermé y me tuvieron que operar y pasar la primera operación de mi vida entre desconocidos, sin hablar el idioma, fue una experiencia difícil pero rica al mismo tiempo. Dije: ‘Me vuelvo a París’. Volví y ahí es cuando empecé a pensar en la posibilidad de establecer puentes laborales en Uruguay. Hice una primera experiencia en la Comedia Nacional con Héctor Manuel Vidal, como dramaturgista, en una obra llamada El gran día”.

Su hija nació en París el 25 de agosto de 2006, “el día de la Declaratoria de Independencia de Uruguay”, subraya Pouso. “Cuando era muy chiquita me separé del papá y vinimos a Uruguay, pero fue una separación en la cual las visitas del padre fueron muy frecuentes. Decidí que a mi hija la criaba acá porque ahí yo estaba muy sola. La vida pasa entre ser y tener; si yo me hubiera quedado en Francia, hoy tendría más estabilidad económica y mayor desarrollo profesional. Me costó muchísimo tener reconocimiento en Uruguay, es muy difícil reinsertarse en tu país de origen, más en un país chico donde hay cinco culos para una silla. Pero quería volver y ser la madre que quería ser porque en París me esperaba una guardería municipal 10 horas por día y yo fui madre a los 32 años y el papá de mi hija tenía la ventaja de ser un hombre que podía viajar. Dije: ‘Pruebo unos meses a ver qué pasa y si no, vuelvo”. Me había podido comprar antes de venir un apartamento en Punta Carretas y, claro, llegué en noviembre con ese sol a ese barrio, con el cochecito a pasear por todos lados y a tener a los amigos y la familia cerca. No volví más. Pudimos construir una familia diferente con mucho afecto y unión, y hoy mi hija tiene su hermana por parte del padre, que tiene 10 años. Yo nunca me casé pero por suerte él se casó con una mujer fantástica. Viven en París, mi hija viaja ahora sola a Francia pero tuve la suerte de acompañarla seguido. Empezó con 14 años a tomarse el avión sola y ahora va a cumplir 17. Estas vacaciones estuvo tres meses en Francia, fue un primer desprendimiento, quiere estudiar ahí y vivir con su padre, lo cual es lógico. Es muy buena alumna y quiere estudiar algo relacionado con las ciencias. Ella vio que la vida artística es una vida de mucha zozobra”.

Pouso se define como una “madre 7 sobre 7”. “Entiendo que ahora mi hija tiene que vivir la otra experiencia porque nosotras vivimos solas, yo tengo pareja pero no vive con nosotras, en eso soy de una antigüedad… No soy muy de la convivencia cuando vos tenés una hija de otra pareja, no lo critico en otros y me parece que funciona maravillosamente. Yo también podría haberme vuelto a casar y tener otros hijos o elegir una pareja más convencional o no separarme, siempre fui en ese sentido una mujer muy libre, de dedicarme al teatro, de vivir de mi profesión, tiene un costo pero estoy bien con la vida que tengo aunque no sé si elegiría que mi hija pase todas las vicisitudes que pasa una mujer que está sola, eso sigue siendo en nuestro país algo muy difícil”.

Pouso habla de muchas personas que le han abierto puertas en su carrera, como Vidal, Musto, Levón y Gabriel Calderón, y dice que le encanta la libertad que tiene el teatro uruguayo: “Acá faltarán medios económicos pero en Francia estás más condicionado por un sistema que tiene sus formas. En ese sentido, cuando volví fue precioso porque Uruguay estaba en plena efervescencia”. Pese a que su trabajo ha nutrido la cartelera local durante años, como una mano invisible en la programación teatral, puede que mucha gente en el medio no la conozca. “Siempre he sido una persona de muy bajo perfil, no sé si hice bien o mal pero fue lo que me salió y eso está buenísimo porque te da mucha libertad pero no está tan bueno porque invisibiliza tu trabajo, entonces dependés de que la persona con la que trabajás sea generosa”.

“Lo que más me gusta es el dramaturgismo de programación, disfruto de recomendar obras y es lo que más he hecho y el trabajo que menos reconocido está. Cuando hago la traducción en general va de la mano de que sugiero esa obra. He alimentado la programación de varias salas, lo que pasa es que por una cuestión ética me callo, pero es un trabajo que en general no es ni remunerado. En un momento cerré la canilla de dar obras. Sé lo que se puede programar y lo que funciona. Me puedo equivocar, pero tengo un gusto por la programación y estudié eso. Y como no podía ejercerlo, lo ejercía ad honorem. Pero después me di cuenta de que eso no estaba bien. Mi trabajo ideal sería trabajar con un director artístico en la elaboración de la programación de un teatro”.

Sin embargo, Pouso se topó con el “mejor lugar para trabajar”: ser directora de la EMAD. “Me fascina la escuela, la quiero, le debo todo. Con la formación de la EMAD en Europa me fue bárbaro. Este rol de directora dura tres años y, a pesar de las exigencias que tiene toda institución educativa y artística, llego acá y vibro. Aunque no soy muy proclive a cargos, porque he tenido otros ofrecimientos, capaz que no me han ofrecido puestos en los que yo considero que soy mejor”.

Como directora de la EMAD Pouso dice que intenta establecer una línea de continuidad y de avanzar hacia “una escuela moderna”, en el sentido de conjugar una “forma tradicional de enseñar la actuación, desde una perspectiva de la ética del actor, pero también esa búsqueda del actor y la actriz modernos. La escuela está inserta no solo en la ciudad y el país, sino a nivel internacional. Tenemos acuerdos y programas de intercambio. Ese es mi objetivo: cambiarle la vida a la mayor parte de estudiantes que pueda, en el sentido de abrirles la cabeza”. Pouso habla de proyectos con Francia, Suiza, España, Chile y Argentina. Quiere que se trabaje más a los autores uruguayos, impulsar a que se escriba más para actrices y para elencos numerosos, renovar el plan de estudios y seguir apostando al desarrollo de la Tecnicatura en Dramaturgia y de los becarios que desde el año pasado ingresan a la Comedia Nacional. Y comenta: “Tenemos un coro que es fabuloso, fue una de mis primeras acciones. Está dirigido por Sara Sabah, que es un lujo. Cualquier persona puede venir a cantar acá. Toda institución educativa tiene que tener un coro. No puede ser que se haya perdido como tradición”.

Pese a dar clases de Comunicación Institucional, Pouso no quiso trabajar en el mundo corporativo. “Nunca me interesó el dinero. Cuando uno empieza a envejecer se da cuenta de que con dinero capaz comprás libertad. Pero bueno… el ser y el tener. En realidad haría todo de la misma manera. Lo único es que para esta segunda etapa de mi vida me he propuesto levantar un poco el perfil”.

“Me defino así: soy una artista sin obra. Siempre trabajo para la obra de otro. Es la mejor definición de ser dramaturgista. Creo que tengo que hacer algo propio como parte de un desafío personal. Pienso que va a ser la escritura o el arte conceptual. Quizás algún día dirigiré un espectáculo. Y si pudiera, me gustaría hacer una experiencia completa de programación, por lo menos un año. Para mí, la programación es obra y la obra propia es eso. Un problema que se me presenta a menudo es que la gente piensa que soy una intelectual. Pero la labor intelectual tiene una exigencia de estudio y de conocimiento que yo no tengo. Me considero una artista”.

Un vínculo que falta. Respecto a la situación del teatro uruguayo, Pouso dice que “hay exponentes muy fuertes y activos. El teatro uruguayo gusta y tiene capacidad de renovarse. Se publica teatro y hay una efervescencia creativa”. Sin embargo, le llama la atención el poco interés en este arte por parte de las personas de mayor posición socioeconómica. “Voy a hablar de Montevideo. En su ciudadano no encuentro una voracidad por la cultura. Me deprime un poco porque la verdad, gente con buena formación universitaria, con medios y que hacen viajes internacionales, no es el tipo de población que veo en las salas teatrales. Y me pregunto por qué. Se trabaja mucho en las políticas de accesibilidad, haciendo que las clases medias bajas y bajas o poblaciones excéntricas puedan acceder. Creo que la clase media es la que consume más, incluso a veces hasta la clase media baja. Por suerte, tengo una vida fuera del teatro, que es muy importante porque te devuelve un principio de realidad, y te das cuenta de que hay gente con capacidad, pero que no tiene una propensión al consumo cultural. Por ejemplo, mi pareja, con una carrera y una muy buena formación, empezó a ir al teatro para ver lo que yo hacía, o lo que hacían mis amigos”.

Continúa Pouso, que antes de la entrevista dio una clase en la EMAD: “Hoy estábamos hablando con los alumnos de por qué se considera que la invención del teatro la hacen los griegos en el siglo de oro de la democracia ateniense. Y yo les decía que teatro había antes, pero ahí surge el teatro como institución, porque no podían sostener la democracia si no tenían gente pensante. El teatro ayuda y el consumo de buen cine, sin establecer categorías, pero por lo menos salir de la estructura de los distribuidores, poder consumir otro tipo de lenguajes. Yo también miro Bailando por un sueño. No hay problema, pero no miro solo eso”.

Respecto al porqué de esta situación, Pouso reflexiona: “Pienso que es un fenómeno posdictadura, que los países se empobrecen después de haber vivido algo así porque hay una fractura social que permanece mucho tiempo. Es un fenómeno de empobrecimiento del pensamiento. Y después hay algo que es mundial y de la época. Hay como una cierta decadencia. Para mí, está vinculado a los medios masivos de comunicación. En Uruguay hay mucho producto importado y entrás en esa lógica y te apartás de la producción local, entonces se consumen realidades de otros países como si fueran nuestras. Yo lo que veo en Uruguay es que no es equivalente el nivel de consumo cultural al nivel de formación académica”.

“Creo que lo que pasa acá es que hay una determinada clase social que no se vincula con la clase artística de su tiempo y de su espacio. Si la clase social que tiene mayor poder adquisitivo, que logra los mejores empleos, que son los padres de quienes los superarán y tendrán aún más poder adquisitivo y mejores empleos todavía, no se está vinculando con la sensibilidad de su tiempo y de su época producida en su espacio, yo creo que como sociedad tenemos un problema”.

Pouso considera que es necesario apuntar a la educación. “Hay algo en la educación secundaria. Y en la familia. Quienes me formaron el gusto por la cultura fueron mis padres y profesores excepcionales que tuve en Secundaria. En mi casa había una biblioteca y había muchas chances de aburrimiento, porque éramos cinco hijos, entonces no podés estar todo el tiempo haciendo actividades. La chance del aburrimiento en la esfera familiar es muy importante para generar avidez y voracidad. Ahora cada quien tiene su dispositivo, porque estamos en esa lógica del entretenimiento constante. Uruguay tiene una cultura gastronómica muy importante, la gente lo que hace básicamente es comer”.

El tema, afirma Pouso, es que ya no parece haber preocupación por el capital cultural. “Antes daba vergüenza decir que uno no había leído y ahora es como que uno se jacta. Es la pretensión del ignorante, el consumo, las 4x4 que han hecho un daño tremendo porque miran de arriba a las personas, el interés excesivo por los animales, hay como un consumo de la mascota, algunas cosas new age que se usan mucho y que parece que te desarrollaras espiritualmente mirándote el ombligo, respirando bajo un eucaliptus y consumiendo ayahuasca”.

“Pienso que se hacen muchas políticas públicas. Por ejemplo, en Uruguay los museos son gratuitos. Tenemos elencos públicos, estamos al nivel de capitales europeas en este sentido, faltan cosas, por supuesto siempre van a faltar, pero veo que hay equipos que trabajan. Pero hay algo que está vinculado con el desarrollo personal y eso no pasa tanto por las políticas culturales sino por las políticas de educación. Uruguay tiene un sistema de universidad pública, eso nos distingue todavía. Y bueno, creo que es ahí, en el liceo se puede hacer, en la escuela se puede hacer. Voy a hablar de un sistema que no tiene nada que ver con el nuestro, pero en todas las universidades americanas prestigiosas hay teatro, hay un coro, hay una orquesta. Forman al individuo”. Pouso cree que sería importante que la clase política hiciera ciertos gestos. “El presidente no va a un estreno. Podría ir alguna vez al ballet, por ejemplo, es una señal”.

“El arte desarrolla pensamiento propio. Y el alma es un órgano que se llama cerebro, que para mí es el más importante del cuerpo. Y es el que ayuda a desarrollar pensamiento y sensibilidad. La sensibilidad, el espíritu que está ubicado allí, hace que las personas sean mejores. Y necesitamos ser, en esta época tan azarosa, la mejor versión que podemos ser. Por algo el conocimiento se desarrolla siempre en países importantes. Estados Unidos tiene una industria cultural impresionante. Francia es la excepción cultural de la humanidad. ¿Por qué no pensar que un país que es excepcional como Uruguay no merece que su propia población privilegiada consuma lo que nosotros somos capaces de producir en arte y cultura? Puede haber una mayor comunicación con nosotros mismos. Pero no con un espíritu nacionalista, porque la cultura es universal, el arte es universal, pero sí consumir lo propio. Como el consumo deportivo. Bueno, Peñarol jugará espantoso, pero el hincha lo sigue mirando. Hay que tener un vínculo con la cultura de su propia época, de su propio espacio. Y esa clase social me preocupa porque esa clase es la que nos gobierna”.