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Leandro Erlich: “Despertar interés en una expresión popular me llena de satisfacción”

El artista conceptual argentino Leandro Erlich presentó su segunda obra en Uruguay, donde reside desde 2013: dos semáforos entrelazados en la entrada de Garzón que pretendieron interpelar al espectador y reivindicar la vida de campo

En Pueblo Garzón viven 200 personas. Solo hay una calle asfaltada, el resto son caminos de tierra y, por lo tanto, normalmente no se ven autos. Salvo en temporada alta, cuando llegan visitas a las galerías de arte de la zona —hay alrededor de siete— o al restaurante de Francis Mallmann. No deja de ser una zona rural, sin supermercados ni farmacias, aunque tenga célebres visitantes. Por lo tanto, la idea de colocar un semáforo resulta disparatada: ¿para qué si no hay tránsito? 

Pero al artista conceptual argentino Leandro Erlich le gusta jugar con lo absurdo, con las ilusiones ópticas, con lo inesperado. Así fue que, en diciembre del año pasado, colocó dos semáforos anudados en Garzón, dándole al pueblo una suerte de arco de bienvenida. Para un lugar donde el arte está en cada esquina, parece más que apropiado.

Un par de semanas después de la instalación, Erlich atiende por teléfono a Galería desde París, donde se encuentra trabajando, y en un momento de la conversación reflexiona: “Uno de los valores más elevados es cuando el arte tiene la capacidad de pertenecer a su tiempo”. Y, sin duda, es algo que él mismo ha logrado. 

Como ejemplo basta el cartel que colocó en la fachada del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba) en 2019, que simulando un anuncio inmobiliario rezaba: “Excepcional propiedad. 7.455 m2/ Apto todo destino”. En una Argentina golpeada por la crisis económica y la inflación, perfectamente podría haber sido real. De hecho, durante días los transeúntes —y tuiteros— se preguntaron si era cierto, si acaso el museo del multimillonario Eduardo Costantini estaba a la venta. 

Foto: AFP. Foto: AFP.

Luego, cuando se inauguró su retrospectiva, Liminal, en ese mismo museo, batió récords de visitas. Asistieron 240.000 personas, el público estaba entusiasmado y no le importaban las filas interminables. Eso, en definitiva, es lograr que tu arte sea el arte de ese tiempo. Además, trascendió la experiencia física a través de fotografías y selfies, y algunas de sus obras, como La Piscina, se hicieron virales. Un año antes había hecho una muestra similar en el Museo Mori de Tokio, que visitaron más de 600.000 personas en cuatro meses. También fue récord para ese museo.

Pero si bien el artista bonaerense nacido en 1973 “respeta” a los museos, también le encanta que su arte salga a la calle. Como lo hizo en 2015, cuando, mediante una ilusión óptica “desapareció” la punta del Obelisco. Esa fue la obra que lo catapultó a la fama, aunque para él la más importante, según dijo a Clarín, fue la réplica del Obelisco que intentó hacer en La Boca en 1994. Conservando las dimensiones del monumento original, el nuevo obelisco de Erlich iba a ser construido sobre una estructura de hierro y revestido con láminas de acero. De esta manera, el artista buscaba establecer un vínculo directo entre su réplica y el tradicional paisaje portuario de La Boca, dominado por el puente viejo, los cascos oxidados de los barcos y las estructuras navales. 

Nunca logró materializarlo, pero la semilla de llevar arte a sitios donde normalmente no llega, de impresionar al que pasa por la zona y que tal vez no sabe nada de él ni de su obra, quedó plantada y pasó a ser un faro en su carrera.

El único semáforo que hubo en Garzón fue una obra de arte, algo adecuado para un pueblo que tiene un espacio de arte cada 28 personas. ¿Lo pensó así?

A mí me interesa mucho lo site specific, pensar obras para un contexto, independientemente de que ya no esté en Garzón, fue hecha para el Artfest. Lo que me pareció pertinente y curioso fue esta cuestión de la cosa urbana en relación con un contexto rural, en donde un semáforo es un elemento entre innecesario y obsoleto. Eso contrasta con el orden urbano, donde sí existen los semáforos y sí son necesarios. Por eso, la idea del semáforo anudado, era un comentario entre crítico e irónico en relación con la manera en la que construimos nuestros sistemas.

El título que le puso lo da a entender, “civilización o barbarie”.

Sí, lo tomo del libro de Domingo Faustino Sarmiento, Facundo: civilización o barbarie, que habla de un momento del siglo XIX en el que lo rural era antagónico de desarrollo y de progreso. Creo que hoy, más de 100 años después, ese cuestionamiento ha cambiado y hay un nuevo pensar. Se entiende que era una observación muy peyorativa. Europa marcaba el rumbo de cómo había que construir las ciudades.

Yo necesito estar fuera de los contextos urbanos, entiendo que es esencial. Así como decíamos que hace 150 años la ambición del hombre tenía que ver con el desarrollo, la urbanización, hoy, a partir del desarrollo de las ciudades y la tecnología, hay una gran pérdida de nuestra relación con el orden natural, con modos de vida que nos permiten conectar con la naturaleza. Quizás estos semáforos denuncian algo del absurdo, sin que sean en sí un absurdo nuestras ciudades.

Foto: Adrián Echeverriaga. Foto: Adrián Echeverriaga.

Por otro lado, en la obra de Garzón había algo que funcionaba y era esa idea de puerta, de entrada a un lugar. 

Lo que es fantástico del arte es que las ideas tienen un punto de partida pero no abarcan todo lo que puede ser la lectura. En ese sentido, algo curioso que pasaba en Garzón es que, como vos decís, hay muchas galerías de arte y una población muy chica. Entonces, los locales llegaban al semáforo sin saber si tenían que avanzar o no, porque casi que era secundario el hecho de que estuviera anudado, lo que se ve es el semáforo que da dos órdenes contradictorias: avanzar y detenerse.

Eso es lo que tiene mostrar obras en el espacio público... Muchos pasan sin saber quién es el artista ni de qué va su obra.

Sí, es un lindo desafío. De alguna manera el arte encapsulado en las instituciones que lo cobijan, como los museos, predisponen a la gente a encontrarse con objetos que se sabe que son arte y anticipa cómo tiene que ser ese encuentro. Entonces, es interesante pensar que el arte puede existir fuera de ese contexto que lo determina. Y entender también que el arte no es una actividad restrictiva a un público necesariamente informado, sino que toda persona tiene acceso a mirar un cuadro y a emocionarse desde su lugar. Me parece que eso es lo interesante de trabajar en el espacio público, la idea de hacer una propuesta e invitar a una audiencia amplia.

Es más democrático.

Sí, y tiene que ver con el acceso a la cultura. Hay gente que va a museos y gente que no, de la misma forma que hay gente que va a la cancha y gente que no. Pero eso no quita que el arte pueda despertar interés en personas que pueden tener otro tipo de lectura, más o menos intelectualizada. Sin desmerecer en absoluto a las instituciones, que son hiperimportantes porque dan lugar a la expresión. Hay ciertas cosas que son muy difíciles de llevar a cabo si no: el museo es una barrera hacia adentro y hacia afuera, porque protege. Imaginate una performance de gente desnuda, tirándose tinta en el cuerpo. Si esto sucede en la calle van todos presos, es una acción subversiva. En el museo puede ser más o menos provocador, pero el arte queda un poco esterilizado.

La exposición retrospectiva del artista en el Museo Mori de Tokio alcanzó los 400.000 visitantes. Foto: AFP. La exposición retrospectiva del artista en el Museo Mori de Tokio alcanzó los 400.000 visitantes. Foto: AFP.

El tema del Artfest este año era On Progress: reflexiones para seguir avanzando. ¿Qué reflexión puede hacer en ese sentido?

A partir de lo que estamos hablando ahora, uno podría pensar de qué forma el arte nos interpela dentro del espacio público y cuando está fuera de los contextos que lo contienen y avalan. Yo he hecho proyectos, como el del Obelisco en Buenos Aires y el semáforo, que invitaban a la sociedad a participar de una situación que no está asociada inmediatamente al arte contemporáneo o a la gente que está familiarizada con ello. El título es sugerente y muy positivo. Uno de los pensamientos que yo rescato muchísimo del Artfest es la idea de democratizar el arte. De todas formas, en el Este están pasando muchas cosas, como el museo de (Pablo) Atchugarry.

¿En qué está trabajando ahora?

En este momento hay una gran muestra que está itinerando en Brasil, que ahora está en Río de Janeiro, va a San Pablo en abril y probablemente a Brasilia a fin de año. También tengo varios proyectos en otras partes del mundo, en Francia, una exposición en Houston en junio y otra en Miami en diciembre. Muchas cosas un poco salpicadas. Lo último que había hecho en Uruguay había sido participar en la 2ª Bienal de Montevideo, en 2014. Espero que pronto podamos hacer algo más.

Su retrospectiva en el Malba, Liminal, generó gran fascinación, con 240.000 visitas. ¿Cómo lo vivió?

Yo había hecho una muestra en Tokio, en 2018, una suerte de retrospectiva, y sorprendió a todo el mundo. De hecho, fue el récord histórico de ese museo y también fue récord en Buenos Aires, en el Malba. Me llena de alegría, uno trabaja en lo que hace porque tiene pasión, pero después el grado de interés o receptividad es algo que uno no puede controlar. Me pone contento que de una manera espontánea la gente se interese, ya sea gente que está inmersa en el arte, como gente que no. 

En el transcurso del siglo XX se creó una gran frontera entre la producción del arte y la sociedad. A partir de ahí surge un modelo y un sistema en el que el arte necesita de una suerte de traductores —curadores, críticos— que son complementarios y que ayudan a profundizar las lecturas de las obras de los artistas. Pero me parece igualmente importante que no esté desconectado de la gente. Se generan dos cuestiones, una subestimación del público para poder entender el arte, o para poder acceder a ello. Pero el arte, si bien tiene puntos de contacto con la ciencia, no es una actividad científica en la cual hay cierto orden de conocimiento que termina siendo excluyente. No podemos hablar de biología genética si no estamos informados y entendemos de qué se trata. Pero el arte es una actividad dentro del humanismo, que refleja cuestiones que nos atañen a todos, a la persona que vive en la ciudad, a la persona que vive en el campo, y el poder despertar interés en una expresión popular a mí me llena de satisfacción.

La Piscina es una de sus obras más populares y ha sido un verdadero suceso en redes sociales. Foto: AFP La Piscina es una de sus obras más populares y ha sido un verdadero suceso en redes sociales. Foto: AFP

¿Hay algo de snobismo en el arte? Por ejemplo, al considerar “menos” a quien se saca una selfie con una obra.

Sí, total. Uno de los valores más elevados, que a mí me despierta el mayor de los respetos, es cuando el arte tiene la capacidad de pertenecer a su tiempo. Cuando miramos la historia del arte, vemos que cada momento tuvo su expresión artística. Los artistas, de una manera sensible, fueron cristalizando cuestiones de su época. Cuando yo empecé a hacer este tipo de instalaciones no existían ni siquiera los celulares, ni hablar del smartphone. Y de alguna forma, esto de la selfie y de las redes sociales se ha incorporado a nuestra vida cotidiana. Cuando uno se va de viaje, o va a un restaurante, les saca foto a las cosas porque es una manera de comunicarse, se parece a lo que era una postal. Es casi telepatía, porque hoy la tecnología permite compartir experiencia de forma inmediata con gente que está lejos. Este siglo XXI en el cual nos adentramos nos modifica nuestra vivencia en lo cotidiano. La tecnología ha modificado nuestra manera de ver y de relacionarnos con el mundo. No parece que exista forma de volver atrás.  

Cuando un pueblo se transforma en una gran galería

Hace cinco años, en 2017, la ONG Campo presentó Artfest, un festival de arte que se organiza de forma anual a fines de diciembre con el objetivo de dar visibilidad a diferentes artistas. “La idea era presentar un evento impulsado por la comunidad que reuniría a los artistas, con los visitantes locales y de afuera de la ciudad: Creatividad, Comunidad, Conexión”, explican en su página web. La respuesta fue tan positiva que con los años el evento pasó a durar dos días, durante los cuales Garzón era transformado en un patio creativo.

En 2021, el 29 y 30 de diciembre, más de 30 artistas intervinieron diferentes zonas del pueblo bajo el tema On Progress: reflexiones para seguir avanzando. Así, las taperas que abundan en esta parte de Maldonado pasaron a ser salas de exhibición, donde se podían ver desde formas abstractas de neón (obra de Martín Touzón), hasta cadenas de cerámica (Candela Bado) y una fachada recubierta con una tela pintada (Alicia Mihai Gazcue). Y allí también estuvo el semáforo de Leandro Erlich, la principal atracción de la muestra.

Obra Martín Touzón. Foto: Alejandra Pintos. Obra Martín Touzón. Foto: Alejandra Pintos.

“Fue un éxito impresionante gracias a Leandro, así que estamos muy agradecidos y emocionados de haber tenido Civilización o barbarie acá. Él fue uno de los primeros participantes de Artfest, en 2017, y lo invité a ser parte de la edición en 2020. Él accedió y propuso esta obra, pero como tuvimos que hacerlo online por la pandemia decidimos posponer su exhibición y esperar hasta 2021, porque sabía que iba a ser increíble y no quería que la gente se perdiera de verlo en persona. Es un guiño a la lentitud del pueblo y ha sido realmente divertido e interesante ver las reacciones de la gente, tanto de los locales que no sabían que era una instalación de arte, como de los que sí. Me siento realmente afortunada de que haya creado algo así para Campo, él es un gran amigo y promotor. Me emociona que la obra salga al mundo y forme por siempre parte de la historia de Garzón”, dijo a Galería Heidi Lender, directora de Campo. 

La obra de Erlich luego fue trasladada al espacio de Galerías Xippas, en Manantiales, donde aún continúa exhibida.