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Los animales a través del ojo artístico

Un recorrido por el trabajo de los artistas Rafael Barradas, Carlos Páez Vilaró y Joaquín Torres García

“Quiero pintar lo que queda de una persona cuando se va” - Rafael Barradas

Las imágenes de Rafael Barradas poseen una frescura y vacilación lograda en el experto uso del color y la cotidianidad de las escenas. En su obra Paseo junto al lago muestra la exuberancia de la naturaleza con una línea simple y un tono verde que se complementa con el ocre del bote en el lago. El perro galgo se resalta en una línea expresiva como acompañante de excursión. Una escena diaria que relata la calma de un paseo y al mismo tiempo la energía de la vida moderna.

<em> Rafael Barradas </em>Rafael Barradas

Nacido en la ciudad de Montevideo, el pintor Rafael Barradas fue sin dudas uno de los mayores exponentes del arte moderno del siglo XX. Hijo de inmigrantes españoles, decide aventurarse al viejo continente con tan solo 23 años. Su amigo, el cantante Alfredo Medici, le compartió la beca que el gobierno uruguayo otorgaba para perfeccionarse en distintas disciplinas. En Milán contactó a varios exponentes del arte futurista, con los que entabló amistad y de los cuales se inspiró para promover su propia vanguardia pictórica: el vibracionismo. Este punto de vista sobre la dinámica de la vida moderna se lo interpreta como una combinación de características del cubismo y el futurismo. Tiene un importante contenido relacionado con el estudio del color y sus relaciones con la luz. Parte de sus estudios se relacionan también con otras teorías del color vanguardista, como el fauvismo y el simultaneísmo de Robert y Sonia Delaunay.

Instalado en Barcelona a partir de 1914, comenzó su etapa más prolífica de dibujos en acuarela, trabajó entre la figuración y la abstracción. Se destacó como ilustrador de afiches, escenógrafo y vestuarista en el teatro Eslava, y por una búsqueda constante de creatividad, característica de los creadores de principios de siglo XX en las grandes ciudades europeas. Influenció a artistas cercanos, como Joaquín Torres García, e instruyó a los más jóvenes, como Salvador Dalí y Luis Buñuel.

“Mi historia se nutre de la sorpresa. Yo camino buscando lo inesperado. Eso me da felicidad” - Carlos Páez Vilaró

Su obra solía incorporar animales que jugaban un papel protagónico tanto en su mirada sobre las costumbres callejeras como en la compañía que significaron en los últimos años de su vida. Cuando se le preguntaba por sus gatos, Páez Vilaró decía: “Son mis amigos más antiguos, mis amigos silenciosos, que estéticamente me entretienen, me dan placer. A veces les pregunto: ‘¿Te gusta este color?’. Si me dice ‘miau’, entonces sigo adelante”.

Carlos Páez Vilaró se definió siempre como un artista autodidacta. Fue pintor, ceramista, escultor, constructor y escritor. En su juventud pasó unos años en Buenos Aires, pero volvió rápidamente a su Montevideo natal donde percibió los aspectos únicos de la cultura que lo rodeaba. Se dejó sorprender por el carnaval, los tablados y el candombe, y en sus primeras obras se enfocó en la cultura afrodescendiente que cultivaba los festejos populares. Trabajó incansablemente para lograr su propio estilo alejado de los academicismos y jugó con la libertad y frescura que, según sus relatos, fueron adquiridas durante su infancia. Formó parte del Grupo de los Ocho, agrupación de artistas plásticos uruguayos que surgió en 1958, integrada también por Oscar García Reino, Miguel Ángel Pareja, Raúl Pavlovsky, Lincoln Presno, Américo Spósito, Alfredo Testoni y Julio Verdie, quienes sumaron fuerzas para incentivar el arte del momento en sus vertientes más experimentales. Su estilo logró marcar la identidad de la cultura uruguaya, jugando siempre con las narraciones de la cotidianidad.

<em> Joaquín Torres García</em>Joaquín Torres García

“Lo importante es mantener el espíritu­ despierto, vibrante. Y esto hay que conseguirlo ocupándose en divinas­ cosas inútiles” - Joaquín Torres García, Historia de mi vida, 1934.

De padre catalán y madre uruguaya, Joaquín Torres García fue un artista multifacético e innovador que aportó una mirada de vanguardia a Latinoamérica a través de su obra y su trabajo como docente. Los primeros 12 años de su vida los pasó en Montevideo con gran libertad, descubriendo así su pasión por la pintura. En 1891 se trasladó a España con su familia para comenzar una carrera como artista en la Academia de Bellas Artes. La formación tradicional de la institución lo llevó a renunciar en busca de un camino autodidacta. Las crecientes corrientes de arte de vanguardia en Europa lo impulsaron a participar en la vida bohemia parisina y a acercarse a artistas como Antonio Gaudí, con el que realizó una serie de vidrieras para la catedral de Palma de Mallorca y la Sagrada Familia.

Durante los primeros años del siglo XX comenzó a aventurarse como docente y fue a partir de sus técnicas de enseñanza que se involucró en la creación de juguetes infantiles. Allí comenzó a experimentar sobre formas geométricas y ritmos horizontales y verticales que lo llevarían a crear todo tipo de criaturas. Los perros poseían un lugar destacado entre sus modelos. Hacia 1918 consolidó la Sociedad del Juguete Desmontable, junto con Francisco Ramblà, emprendiendo la producción de objetos lúdicos que lo llevaron a afirmar: “Voy a meter toda mi pintura en los juguetes; lo que hacen los niños me interesa más que nada; voy a jugar con ellos”.

En 1934 el artista regresa a Uruguay, donde vivió el resto de su vida, dedicado a la tarea de introducir las vanguardias europeas y desarrollar su constructivismo universal a través de la fundación de la Asociación de Arte Constructivo y el Taller Torres García.