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Mariana Enriquez: “Estos textos son un paseo por mis obsesiones”

La escritora argentina conversó con Galería a propósito del lanzamiento en Uruguay de su libro Alguien camina sobre tu tumba

Consolidada como una de las voces más interesantes de la literatura latinoamericana y considerada por algunos la reina del género de terror, la argentina Mariana Enriquez acaba de publicar con la editorial uruguaya HUM Alguien camina sobre tu tumba, una colección de crónicas de cementerios

Uno de los talentos de Mariana Enriquez es hacer del terror algo cotidiano, en el que lo sobrenatural se entrelaza con lo mundano y uno no sabe si temerle más al monstruo o al humano. También incorpora el folklore y el santoral pagano, con elementos típicos de su Argentina natal como San la Muerte y el Gauchito Gil. Algo así como el realismo mágico de Gabriel García Márquez, pero de terror.

Ella misma reconoce ese espíritu fundamental en una nota con The Guardian, aunque explica que la diferencia radica en los puntos de partida. Cuando el autor colombiano publicó Cien años de soledad había un espíritu diferente, de optimismo, pese a las décadas de conflicto y pobreza. Enriquez, en cambio, nació en 1973 y creció marcada por los horrores de la dictadura argentina, las torturas, las desapariciones, los silencios. En cierta forma son las dos caras de una misma moneda.

Su última novela, Nuestra parte de noche, habla de eso, y también de otras cosas, como la violencia omnipresente, el peso de la herencia, la impunidad de los ricos y la fluidez de la sexualidad. Pero nunca de manera obvia o burda, sino que se integra orgánicamente a su obra, de la misma manera que se mezclan sus otras obsesiones, como el ocultismo y el rock and roll inglés. “No me interesa mucho la columna de opinión ni convertirme en una escritora panfletaria en ningún sentido. Creo que mis cuentos hablan por sí solos de lo que me afecta. Además, en América Latina en cuestiones políticas hay muchísimo ruido y hay que bajar un poco el volumen. Hay demasiado en juego como para contribuir a la confusión en general, yo estoy tan confundida como cualquier ciudadano”, explicó a Galería.

Cuando se publicó, en 2019, ganó el premio Herralde de novela y recibió muy buenas críticas. De hecho, ese verano el libro era una imagen casi ineludible en la playa —un contraste fantástico con el ambiente pesado de la obra—. Recientemente se tradujo al inglés, lo que le valió otra tanda de aplausos, contó con la recomendación de Patti Smith y Amazon colocó un billboard en las calles de Nueva York para promocionarlo. Sin embargo, Eniquez maneja el asunto con humildad y entiende que ese momento de fama es pasajero. Tal vez tenga algo que ver que su primera novela, Bajar es lo peor, la publicó a los 23 años y rápidamente se convirtió en un fenómeno literario.

Ahora acaba de editar en Uruguay, con HUM, Alguien camina sobre tu tumba, una recolección de sus recorridos por diferentes cementerios que ha visitado, desde Chubut hasta Tennessee. El libro es muy Mariana Enríquez, en el sentido que leyendo su obra de ficción resulta hasta esperable su fascinación por los cementerios —aunque no deja de ser un tópico inusual o incluso tabú por su carácter sagrado para muchos— pero también porque combina una prosa exquisita, con observaciones filosas y una investigación rigurosa de cada destino, mostrando su faceta más periodística.

A propósito de este lanzamiento, la autora conversó con Galería a través de Zoom, desde su casa, donde ahora trabaja como consecuencia de las largas cuarentenas argentinas. La conversación tuvo que ser reprogramada, porque como contó luego en Twitter, la autora fue mordida por un perro justo cuando escribía sobre el tema. Tal vez, una intrusión del mundo de su literatura a su realidad.

Alguien camina sobre tu tumba. Editorial HUM, 302 páginas, 750 pesos.Alguien camina sobre tu tumba. Editorial HUM, 302 páginas, 750 pesos.


Es periodista, da charlas y talleres, lee mucho y ahora también trabaja para el Fondo Nacional de las Artes de Argentina. ¿Cómo encuentra tiempo para tantos proyectos?

Es extraño, porque no sé cómo, a mí me queda tiempo. No sé si es por una cuestión del periodismo de tener muchísimo oficio y poder resolver las cosas bastante rápido. Y en este momento no estoy muy consumida por la escritura, sino que estoy en un período de investigación: hay días en los que tomo muchas notas y otros días que no tanto, en los que necesito un poco más de espacio. La prensa es lo que más tiempo me toma, pero también sé que es parte, no me quejo de eso. Anoche vi el documental de The Velvet Underground y estoy leyendo el libro Possession, de A. S. Byatt, que no tiene nada que ver con lo que estoy haciendo, y esta noche vuelvo a ver la tercera temporada de Succession. El sábado me junté con amigas, después de un tiempo de no verlas, un poco por las restricciones y después porque, como yo trabajo desde casa y ellas no, costó encontrar un momento. No sabría explicar cómo ocurrió. Yo empecé a trabajar en periodismo hace 27 años y tengo una forma de resolver muy rápida.

Alguien camina sobre tu tumba no se trata solo de sus impresiones de esos cementerios, sino que tiene una gran investigación periodística detrás. ¿Cómo fue el proceso de escritura?

Todo escritor de ficción se nutre de muchísimas influencias, pero lo que tiene que ver con lo autobiográfico en la mayoría de los libros está muy cambiado, es muy oculto. No es que no use mi experiencia, la uso bastante, pero no la uso de una forma obvia o como autoficción.

En Alguien camina sobre tu tumba no, son textos que están más cercano a lo autobiográfico. Lo que me pasa es que no puedo evitar relacionar lo autobiográfico con un montón de cosas que no tienen que ver con mi vida y que a mí me interesan y son parte de mí, que tienen que ver con la historia, que tienen que ver con mitos populares, que tienen que ver con consumos culturales, con cierta bibliofilia, con fetiches, con obsesiones. Todo eso es parte de mi vida, pero no de mi vida prosaica, es parte de mi vida en la imaginación, que para mí es totalmente real. Los textos son autobiográficos en el sentido en el que son un paseo por mis obsesiones. Por ejemplo, Nueva Orleans es una de mis ciudades favoritas porque tiene 42 cementerios, porque de ahí es el vampiro Lestat de Anne Rice, porque me gusta la música, la comida.

Lo autobiográfico prosaico a mí no me alcanza, necesito agregarle todas estas referencias y todo este mundo que puede ser superamplio. Hay algo del contar solo lo cotidiano —que si uno es un gran escritor puede ser fantástico— pero que a mí personalmente no me parece suficiente cuando escribo, no tanto cuando leo.

Son viajes de descubrimiento, hay muchas cosas que las investigo ahí. Por ejemplo, en el cementerio de Punta Arenas yo no sabía que estaba Braun-Menéndez, responsable del etnocidio y unos grandes latifundistas de América Latina. Entonces, cuando llegué y me enteré de que había protestas y me interioricé en la historia, hablé con gente, me compré una autobiografía de Menéndez... hay un entusiasmo que trato de transmitir porque para mí son viajes de descubrimiento en ese sentido. No me interesaba hacer el típico libro de escritor que va a tumbas de escritores.

¿Cómo empezó su obsesión con los cementerios?

Cuando era joven tenía que ver un poco con el desafío, el riesgo. Los cementerios a la mayoría de la gente le dan miedo y son lugares un poco sagrados, de respeto. Yo era un poco punk, un poco gótica. Entonces me atraían mucho estéticamente y la transgresión que significaba visitarlos, recorrerlos y no temerles me entusiasmaba, me divertía. Durante mucho tiempo tomé nota e hice investigaciones, lo mismo que después terminó publicado pero de forma privada.

Lo que pasó, y la razón porque terminó convirtiéndose en un libro, es que una de las crónicas es la crónica del entierro de los restos de una mujer que estaba desaparecida, que era la mamá de una compañera de trabajo. Cuando se hizo la ceremonia del entierro, casi un año después de que le devolvieran a la hija los huesos —que no es que los tuvo un año por una cuestión legal, sino porque no sabían qué hacer con ellos, tiene que ver con este desplazamiento un poco fantasmagórico que ocurre con los desaparecidos en los países que los tienen— hubo una ceremonia muy reparadora, muy ecuménica. Lo que yo noté es que como latinoamericana, los cementerios son un cierre, tienen un nombre, es el lugar donde se termina una vida. Si uno tiene una tumba tiene un lugar a donde ir a homenajear, a enojarse, a insultar, porque está el cuerpo ahí, sabe qué pasó, no hay alguien más que tomó esa decisión. Entonces me di cuenta de que podía hacer un libro con eso, porque no se trata solo de paseos de una chica gótica flaneur, sino que también, en un sentido más profundo, tiene que ver con la historia de la región.

<em>Mariana Enriquez recreando la foto de una de sus bandas favoritas, Manic Street Preachers</em>Mariana Enriquez recreando la foto de una de sus bandas favoritas, Manic Street Preachers

Después de haber sido editada por grandes casas ahora publica con una editorial uruguaya de otra escala. ¿Hay una intención detrás de eso?

A mí me parece que los libros tienen que circular en diferentes frecuencias: tenés que tener libros que circulen en frecuencias bastante comerciales, con muchísima visibilidad, y otros libros más secretos. Me parece que un escritor no tiene que perder ese contacto, con ese tipo de lectores y ese tipo de editores, con gente que está haciendo libros en ese sentido, que le pone un entusiasmo que es muy diferente al que le pone una corporación de libros. Esos son los editores que están más enamorados de la literatura, como debería estar uno. Si podés tener un libro editado y apoyado por una corporación también está bien que lo hagas, con la literatura nadie se hace millonario y está bien aprovechar esas oportunidades cuando surgen, pero también está bien tener estas variantes por una cuestión de no perder esa relación con la literatura que es más cercana.

En sus primeras obras se nota que solía mirar mucho hacia afuera, pero luego se va reconciliando de alguna manera con la argentinidad. ¿Es así?

Yo sigo siendo bastante anglófila y si tengo que hablar de una formación, mi formación es esa. Con la edad empecé a recuperar cosas que me eran propias contra las que me revelaba cuando era más joven. En Nuestra parte de noche hay folklore, por ejemplo, que en otro momento jamás lo hubiese puesto en un libro, lo escuchaba en secreto: me desprejuicié. Lo que a mí me pasaba es que la cultura argentina había un momento en el que me apabullaba. Argentina es una sociedad ultrapolitizada —yo soy muy política también—, muy marcada por lo nacional. Hay mucha gente fanática del rock nacional, yo siempre fui muy contrera, muy distante, muy enojada. En los últimos años me abrí mucho más a esas cosas. En los textos que escribo no me gusta impostar nada: necesito que me guste y necesito que me entusiasme para que funcione. Yo sentí que ahí funcionaba. Creo que fue parte de un proceso de madurez.

En sus libros lo político se cuela en la ficción pero sin ser obvio o tratar de satisfacer al lector. Se nota que le preocupa la desigualdad social, las consecuencias de la dictadura. Sin embargo, no es de hacer declaraciones públicas ni meterse en discusiones de Twitter. ¿Por qué? ¿Cree que se les exige demasiado a los escritores?

Me irrita que al artista se lo consulte como voz especializada. El artista en general está en una posición de observador. Es más bien quien mira, no quien está adentro. Eso es una falencia en algún sentido, pero una falencia necesaria para poder ser el que cuenta, porque si sos el que protagoniza es muy difícil contar. Eso implica que uno en general es muy buen observador, pero de lo que le interesa, no de todo. Yo siento que a los escritores se les pregunta como si el trabajar con la palabra implicara que uno entendiese más. Y quizás uno trabaja con la palabra para entender ciertas cosas, es una forma de explicárselas. A mí me interesa la política como trama y creo que es muy difícil que no te interese la política en América Latina porque influye directamente en la vida diaria, en Argentina especialmente.

Yo no soy una persona categórica en ese sentido, soy más observadora. Quiero ver, quiero saber. Y además tampoco me gusta la idea del escritor político y del escritor comprometido, me gusta la idea del escritor que se involucra en política desde la obra, que tiene una posición tomada y que lo habla y que lo pone en su obra. No me gustan mucho los escritores apolíticos tampoco. Una escritora que a mí me gusta mucho es Toni Morrison. Su libro más famoso, Beloved, está basado en la historia real de una esclava que mató a su hija para que no la atrapen los cazadores de esclavos. Lo que pasa en la novela es que ella vuelve como fantasma. ¿Vuelve porque está enojada con su madre por haberla matado? ¿Vuelve porque está enojada con el orden de las cosas? ¿Vuelve porque es una proyección de la culpa de la madre? No sé, no importa, la novela se lo pregunta todo el tiempo. Pero está muy claro que Toni Morrison cree que la esclavitud es un crimen contra la humanidad y después piensa los efectos que tiene sobre los cuerpos y sobre la sociedad en esa novela. A mí me interesa mucho más el escritor que entra en esa búsqueda.

Cuando empezó como periodista cubría rock and roll. ¿Le costó que la escucharan siendo joven y mujer?

Sí, la verdad que sí, pero nunca me desalentó eso. También es cierto que en mi generación era muy esperable y ya sabías que tenías que ir al choque. No te desmoralizaba porque ya ibas desmoralizado.

De hecho, cuando yo empecé en periodismo estaba en información general, pero no me gustaba. Yo quería hacer cultura, música sobre todo, rock, y me acuerdo que vinieron Jimmy Page y Robert Plant, de Led Zeppelin, y yo era superfan. La banda soporte era una banda bastante mala que se llamaba Black Crows, pero que yo conocía porque tenía muchos amigos que les gustaba esa música, el rock sureño y un poco influenciado por los Rolling Stones. Y además en esa época te mandaban discos y los había escuchado. Yo sabía perfectamente que no me iban a mandar a cubrir Page y Plant, lo sabía, pero necesitaba dejar de hacer sociedad. Entonces fui al jefe de Cultura y le dije: “Nadie en esta redacción conoce a la banda soporte, yo sí, mandame y te voy a hacer una nota corta sobre la banda soporte”. Me dijo que sí, no sé bien por qué, y por lo menos vi el show que quería ver. Tenías que buscar estrategias de este tipo, porque sabías que no llegabas. Cuando llegó David Bowie a Argentina yo sabía que no era para mí esa nota, era para el jefe de la sección. Ahora sí sería, pero ahora Bowie está muerto.

La crítica de música hoy cambió un poco porque hay muchas más mujeres en la música y porque la música más popular en este momento no es el rock y tiene muchos elementos que pueden ser mejor decodificados por oyentes mujeres. Si pensás en las grandes estrellas del momento, como Dua Lipa, Taylor Swift, Cazzu o Mon Laferte, son más fáciles de decodificar por una mujer que por un varón. No solo porque ellas son mujeres sino por el contenido que producen, que durante mucho tiempo fue despreciado. Taylor Swift con la canción romántica, Dua Lipa con el pop bailable. Madonna tuvo que ser la mujer más famosa del mundo para que la escucharan. A veces los periodistas escuchan música como mecánica, no les interesa el fenómeno alrededor. A mí es una cosa que siempre me llamó la atención, porque yo cuando era joven veía a los músicos montados, con los ojos pintados, con el pelo, con polleras. Yo no solo me identificaba con ellos y quería ser como ellos, sino que no entendía cómo un varón que estaba viendo eso no veía la androginia en la situación, la seducción con la platea, no solo con las chicas. Vos ves a Jagger y a Richards y cuando cantan juntos son como amantes. Y siempre me llamó la atención cómo había una profundísima negación de esto.

De eso habla en su novela Este es el mar, del fenómeno fan.

Yo siempre fui fan de muchos artistas y siempre sentí que el lugar de la fan era uno de los lugares más despreciados de todos. Y, sin embargo, uno de los lugares culturales más constantes de participación de las mujeres. Hay algo de la relación de las mujeres con la música, de enorme intensidad y que de alguna manera define quién va a ser la persona que va a estar ahí arriba. Y también hay un intercambio estético. Siempre me pareció que ese lugar era un lugar muy despreciado y muy incomprendido.

La idea de Este es el mar la tuve en un recital de los Backstreet Boys horrible, malo, malo, malo, y las chicas gritaban todo el tiempo. Era una cosa muy rara que a mí me pareció muy ancestral, muy antigua, porque parecían un organismo, no escuchaban nada ni viendo. Y me di cuenta de que en realidad lo que necesitaban era producir ese momento entre ellas, que era muy teatral y que tenía que ver con una puesta en escena de su sensualidad, de su desenfreno, de cómo estaban creciendo, de la relación que tenían con su cuerpo y con un objeto de deseo que estaba ahí arriba, inalcanzable. Ahí tuve la idea del libro, de un grupo de mujeres que elijan a esos que el día de mañana van a ser venerados. Con el ocaso de la cultura del rock eso cambió un poco, pero los fandoms siguen siendo muy intensos.

¿Tiene fans?

Alguno me ha escrito, pero yo no busqué a ver si hay más cosas. Lo que hay es un montón de fan art de la novela, que es algo que me encanta. Yo escribí fan fiction de películas online en sitios que casi todos desaparecieron. Es un género que me interesa, la apropiación. Me parece alucinante que la novela tiene dos años y sigue apareciendo fan art, eso fue lo más cercano a esa experiencia de intensidad con los personajes y conmigo que pude vivir. Si hay un poco más no lo sé, no lo busqué, porque sé cómo son esos lugares.

En Alguien camina sobre tu tumba hay una frase muy linda que dice: “Siento nostalgia por todo, sobre todo por lo que no conozco”. ¿A qué se refería?

Yo siento que uno tiene muchas vidas posibles y que toma decisiones por un montón de circunstancias, que te llevan a tomar la decisión necesaria en cada momento.

¿Como la imagen de la higuera en La campana de cristal, de Sylvia Plath?

Exacto. A mí me impresiona mucho esa imagen y siempre pensé en qué hubiese pasado si iba para otro lado, en todas esas vidas que no viví, esos caminos por los que decidí no doblar. Es rarísimo, pero siento una especie de nostalgia por eso, pienso en cómo hubiese sido mi vida si hubiera sido más feliz, más infeliz, más ingrata, no lo sé.

Ese momento de la higuera lo sentí muy cercano, porque dije: “Puta, a mí también me pasa eso”. A lo mejor es condición del escritor, hay un punto en el que escribir es imaginar otros mundos. Capaz alguien me dice que escribo mundos horribles, pero esa es una decisión estética, es un escenario, pero el impulso de buscarlos viene por ese lado.