Las bailarinas se apoyan en las barras para seguir los ejercicios que Miriam les exige. Sus cuerpos parecen de goma y la rapidez, siempre con elegancia y suavidad, con la que se mueven hipnotiza. Cada vez que un ejercicio termina y el piano se detiene, Miriam explica el siguiente. Nombra las posturas en francés, en algunos casos las interpreta ella misma y en otras lo hace con su mano, que simula cómo debería ser el movimiento. Mientras lo hace, las bailarinas toman agua y estiran.
Luego de los ejercicios de barra, toca practicar saltos. Se turnan para hacerlo. Saltan, van hacia un lado, hacia el otro, y el suelo tiembla. El piano acompaña. Conmueve la sincronía. En el segundo entre que un grupo termina y comienza el otro, Miriam les comenta a las del primero cómo pueden mejorar una postura o un salto.
Una vez terminada la sesión, las bailarinas conversan en voz alta y empiezan a cantar Feliz cumpleaños. Mientras, la homenajeada baila por todo el salón, con una sonrisa gigante, como si de un espectáculo oficial se tratara. El resto la mira mientras aplauden. Cuando termina el canto, la cumpleañera hace una reverencia con su brazo extendido, saluda así a su público. Empiezan los abrazos y las palabras cariñosas. “Esto me encanta”, comenta Miriam. “Que haya alegría en las clases. Porque el trabajo físico de un bailarín es muy exigente y es algo de todos los días, puede ser difícil encontrar la motivación”.
¿Cómo se mantiene una relación sana con la exigencia y la búsqueda de la perfección en la danza?
Es complicado. La frustración y el enojo son humanos. Me ayuda mi creencia en Dios y sigo constantemente trabajando para no sufrir. Uno quiere la mayor excelencia posible y para eso hay que trabajar para llegar al límite de cada uno. Hay que saber que lo perfecto no existe y aceptar los límites propios. Un buen trabajo es hacer lo mejor que uno pueda, de manera honesta y genuina. Lo digo tanto para mí como docente, como lo que espero de un bailarín. Es importante encontrar la motivación dentro de uno para seguir trabajando. Es algo que aplico tanto a nivel profesional como personal. Hay que obsesionarse en dar lo mejor pero tener claro nuestros límites, si no vivimos frustrados.
Dice que bailar para el coreógrafo español Nacho Duato fue una experiencia que la marcó para siempre. ¿Por qué?
Cuando tenía veintipico de años empecé a necesitar un cambio. Estaba instalada en Israel hacía dos años. Antes viví en Nueva York, bailando en The Joffrey Ballet y el Ballet Hispánico, por cinco años. Luego de Israel me mudé a Madrid, después volví a Israel por 10 años más. El movimiento me gusta en todo sentido, no solo en el baile, sino en la vida en general (ríe), soy inquieta. Cada escuela de ballet hace giras para mostrar sus obras y en un viaje que hice a Nueva York con la compañía israelí en la que estaba, me enteré de que Nacho fue invitado por el School of American Ballet durante esos días. Nosotros estábamos ahí mismo tomando clases cada día para no perder el entrenamiento. Me encantaba su trabajo, su manera de ver la danza y su creatividad. Sus coreografías no dejan de ser baile clásico, pero les agrega un toque de movimiento distinto. Supe que era mi oportunidad para conocerlo. Me contó que pronto iba a hacer audiciones para la Compañía Nacional de Danza en Madrid, entonces al tiempo viajé para allá, audicioné y entré. Fue un antes y un después en mi vida personal y profesional. Con él logré entender por primera vez el trabajo físico en coordinación exacta con la música, entendí lo importante que es buscar la calidad del movimiento. Es una persona muy exigente y de una belleza artística impresionante. Repito, muy exigente y demandante. Nos hacía querer llegar al límite de nuestro potencial físico, emocional y técnico. Nos hacía encontrar en nosotros las ganas de llegar al límite, algo que con trabajo duro se logra. En esa compañía estuve seis años, hasta que terminé mi carrera como bailarina.
¿Por qué tomó esa decisión?
Viajaba mucho, era agotador. Íbamos a lugares exóticos, pero me quedaba descansando para poder dar mi mayor potencial al día siguiente en el espectáculo. Era una exigencia de máximo nivel, difícil de mantener. Era tiempo de dejar de bailar de esa manera. Estando en Madrid investigué qué podía hacer con el cuerpo que no fuera ballet. Para enseñar todavía no me sentía del todo capacitada. Descubrí el pilates, que ya practicaba como bailarina. Empecé a dar clases de eso, nunca estuve tanto en forma como en ese momento porque empecé a entender mi cuerpo como nunca antes. Me formé en pilates durante un año, me encantó. Descubrí la anatomía del cuerpo, la biomecánica, comencé a entender la anatomía de los movimientos. Me enriqueció de una manera impresionante y me conecté con el cuerpo desde otro lado. Me abrió otra dimensión, ojalá hubiera sabido, cuando era bailarina, todo lo que aprendí en pilates.
¿Cómo llegó a convertirse en docente de ballet?
Cuando me formé en pilates, quería dedicarme a dar clases a gente normal (ríe), no a bailarines. Pero mis compañeros y conocidos se acercaban a mí para recuperarse de lesiones, en busca de consejos o para darles clases. Así es como el mundo del ballet me volvió a encontrar. Me encantó ayudar a bailarines desde ese lado y poco a poco, aplicando mis conocimientos de danza y pilates, comencé a dar clases independientes de ballet en Madrid. En cuanto a mi vida personal, en ese momento tenía una relación a distancia con mi actual marido, que estaba en Tel Aviv. Al tiempo decidí irme a vivir con él y comencé a dar clases allá, también de manera independiente. No me sentía del todo pronta pero de a poco fui creciendo como docente. También enseñé repertorios de danza que aprendí con Nacho Duato, Jirí Kylián, William Forsythe, Matz Ek, Jacopo Godani y Ohad Naharin, todos nombres conocidos en el rubro.
¿Cualquier docente puede enseñar repertorios de coreógrafos reconocidos?
No, los coreógrafos tienen que dar su permiso. Se enseñan partes, que pueden ser 5 o 10 minutos, de una obra en particular. Cada coreógrafo tiene su repertorio, de creación propia, y los enseña en su compañía, por eso otra persona no enseña su obra completa en otro lugar. Se pueden enseñar partes, con un fin educativo y con el OK de los respectivos coreógrafos. Así, los alumnos tienen la posibilidad de aprender lenguajes diferentes de coreógrafos contemporáneos. Los repertorios de los que uno tiene el permiso de enseñar es lo que diferencia a un docente de otro. Me parece importante enseñar la técnica moderna porque así los alumnos conocen de qué manera avanza la danza.
Vivió en el exterior desde los 18 años. ¿Qué la trajo de nuevo a Uruguay?
En Tel Aviv tuve a mis tres hijos. Hace cinco años decidimos volver a Uruguay porque es en donde está mi familia y la de mi marido. Quisimos venir para que nuestros hijos tuvieran contacto con ellas. Mientras estaba allá, la compañía del Sodre hizo una gira que pasó por Tel Aviv y tuve la oportunidad de dar clase para sus bailarines. Fue una instancia que agradezco a Julio Bocca. Entonces cuando llegué a Uruguay pude retomar mi contacto con el Sodre.
¿Qué tan importante es viajar para quien se desarrolla en la danza profesional?
Es muy personal. Para mí, fue y es muy importante. Lo veo como una necesidad, porque de esa manera una intercambia con otros lugares y personas, ve cómo se trabaja en otro país, cómo trabaja tal docente, cómo bailan otros bailarines. También es importante para encontrar el camino que le interesa a uno. Cada lugar tiene su estilo, es todo muy diferente y ver o experimentar eso, enriquece. Va en las ganas y la ambición de cada uno.
¿Le gustan otros tipos de danzas además del ballet?
En mi opinión, lo mejor es tener la base de danza clásica y que el bailarín o bailarina se vaya enriqueciendo de otros tipos de baile. El toque de movimiento contemporáneo, que antes no se mezclaba mucho con lo clásico, le da cierta libertad al movimiento tradicional. Cuando un bailarín domina la técnica clásica, se puede permitir disfrutar de un movimiento más libre y redondo. Puede aplicar nuevos movimientos capaces de ir más allá y brindar otra calidad.
¿El ballet se puede mezclar con cualquier tipo de baile?
Sí, claro. Con lo que se te ocurra. Hay coreógrafos que lo mezclan con danzas folklóricas, con técnicas de artes marciales, otros se inspiran en movimientos de animales o en otros movimientos de la naturaleza, para hacer sinergia con el ballet clásico. Admiro a los coreógrafos de los que aprendí. Invito a que los jóvenes exploren la coreografía, que se animen a cumplir ese rol, estaría bueno que haya más coreógrafos en Uruguay.
Recientemente viajó a Reino Unido a dar clases. ¿Cómo fue la experiencia?
Los guest teachers (maestros invitados) son algo común entre las compañías. Se invita a docentes de otros países para que den clases. Yo doy clase de técnica de danza clásica, algo que un bailarín debe hacer todos los días. Así como comentaba que el viaje es enriquecedor para un bailarín, las grandes compañías fomentan la diversidad de docentes por la misma razón. Me invitaron del Scottish Ballet en Glasgow hace unos años, pero llegó la pandemia y se tuvo que aplazar. Lo logramos concretar a fines de setiembre y cuando llegué me encontré con dos bailarines que tuve de alumnos en Tel Aviv. Fue muy emocionante verlos ahí, notar su proceso y desarrollo. Hoy soy parte fija del equipo docente del Sodre gracias a María Noel Ricetto. No me podría ausentar mucho tiempo, entonces fui a Reino Unido por dos semanas. En otras ocasiones estos viajes pueden durar más tiempo. Antes de viajar me contacté con el Royal Ballet de Londres, que los conozco de antes, para ver si existía la posibilidad de visitarlos también a ellos. Me dijeron que sí y me invitaron una semana también. Fue una experiencia divina estar en la ópera del Royal Ballet, una compañía que admiro. En estas dos compañías me sorprendió la linda manera en la que me recibieron. Me emocionó que fueran tan amables, el cuidado y el respeto con el que me abrieron las puertas.
¿Cómo evalúa la escena de la danza profesional en Uruguay?
Está muy bien. Siempre hubo talentos en Uruguay y la formación de danza aquí es buenísima. Si bien uno querría más desarrollo, estamos en un muy buen lugar. Somos afortunados, porque no es tan así en otros países de la región. Llegar a más es necesario para poder generar más intercambio con otras compañías, y eso se logra teniendo más medios.
Es judía observante (que sigue los preceptos de la religión pero no es ortodoxa). ¿Eso significó alguna dificultad en su carrera como bailarina?
Si bien conecto directamente mi espiritualidad con la danza, cuando bailaba tenía fe pero no era observante. Por lo tanto, no usaba el pañuelo en la cabeza, que hoy lo utilizo todos los días, todo el tiempo. Mi proceso espiritual más intenso comenzó cuando dejé de bailar. El pañuelo se puede usar luego de formar una familia y no es obligatorio llevarlo puesto. Yo siento que hacerlo mantiene mis ideas en su lugar, gracias a él me siento conectada conmigo misma en todo instante, con los pies sobre la Tierra y me recuerda que hay algo más allá. Tiene muchas más explicaciones cabalísticas. Acepto a los otros y me gusta que me acepten como soy, para mí es lo más importante. Cuando hablé de cómo me recibieron en Reino Unido me refería a eso, tienen un código de ética en el trabajo impresionante. El respeto que hay con respecto a las diferentes razas, religiones, colores, sexo es impresionante y emociona.
El ballet clásico busca la simetría perfecta. ¿De qué manera se puede encontrar un estilo propio?
Cada uno vive el baile y la música de una manera distinta, eso se nota igual a pesar de la simetría característica del ballet clásico. La libertad está en cómo sentir el baile que estás haciendo y su música. La identidad de uno no se pierde y menos hoy en día, que es un tema sobre la mesa. Por el contrario, cuanto más asimétricos sean los movimientos de un bailarín, más interesante es para el baile moderno. El aspecto asimétrico de lo moderno es lo más bello, poder romper esa técnica clásica e ir hacia los límites de cada persona. No sé si es lo opuesto a lo clásico, pero es distinto. De todas maneras, siempre tiene que haber una técnica y un entendimiento homogéneo de hacer lo que el coreógrafo está pidiendo, eso lo comparten todos los bailes. Tiene que haber una conexión entre bailarín y coreógrafo.
¿Qué es lo que le gusta de ser docente?
Todo. Me encanta armar el programa, la clase misma, compartir conocimientos, ayudar a que los bailarines saquen lo mejor de ellos, que lleguen a la excelencia. Para ellos es un trabajo difícil porque es físico y de todos los días. Lo veo un poco como cerrar un círculo, es pasar al otro lado y volcar lo que aprendí. El bailarín absorbe y recibe si está dispuesto. Ver el proceso de cada uno me encanta, ver el resultado, es decir, el espectáculo, es una satisfacción gigante; a pesar de que una se pone crítica porque sabe cómo debe ser cada paso. (Ríe).