El 1 de marzo de 1973, una banda inglesa que tenía unos ocho años en el trillo, gozaba de cierto éxito y tenía unos cuantos miles de fieles como público editó The Dark Side Of The Moon. Pink Floyd llevaba un tiempo mostrando su sonido psicodélico, lisérgico y complejo, no apto para todo público. Para este, su octavo disco, el bajista y cantante Roger Waters les había propuesto a sus compañeros dejar las complejidades de lado, las letras crípticas y los mensajes cifrados para hacer canciones de las cosas que “les molestaban”: la rutina, el trabajo, la angustia existencial, los mandatos sociales, el sistema. Con Vietnam desangrándose, con Watergate a punto de estallar y el hipismo ya fenecido o en vías de, eran años difíciles para estos músicos, integrantes de una generación que se suponía iba a cambiar el mundo. El disco, algo así como un álbum conceptual que giraba en torno al ciclo de la vida, buscaba darle sentido a tanto sinsentido.
Desde este trabajo y por casi una década, Waters se convirtió en el letrista excluyente de Pink Floyd, decisión que tanto les daría prestigio y popularidad como tensiones internas. El resto de los miembros —el baterista Nick Mason, el tecladista Richard Wright y el guitarrista y cantante David Gilmour— aportaron su talento para componer la música. Las 10 canciones que lo integrarían, en rigor, habían sido presentadas en vivo en enero de 1972 en el Brighton Dome londinense, en un espectáculo titulado Dark Side of the Moon: A Piece for Assorted Lunatics.
Se grabó entre mayo de 1972 y enero de 1973. El ingeniero de sonido fue el mítico Alan Parsons. Las grabaciones se interrumpían para que Waters fuera a ver al Arsenal, del cual era hincha fanático, y para ver a los Monty Phyton en la BBC. Con este disco, de manera inesperada esta banda casi de culto se transformó en una de las más exitosas del mundo. De ser bocado para unos pocos, pasó a jugar en las mismas ligas que Led Zeppelin o The Rolling Stones. Temas como Money (con la caja registradora más famosa de la historia del rock), Time, Us And Them o The Great Gig On The Sky hicieron que The Dark Side Of The Moon se convirtiera en uno de los álbumes más exitosos de la historia, con 45 millones de copias vendidas en todo el mundo y 736 semanas consecutivas en la lista de los 200 más vendidos de la Billboard. La portada elaborada por el colectivo de diseño gráfico inglés Hipgnosis también se volvió icónica. La influencia que tuvo este trabajo nunca podrá mensurarse de manera que le haga justicia.
Tamaño éxito, si se quiere, fue el principio del fin para Pink Floyd. Desde entonces fueron capaces de ofrecer discos espectaculares (Wish You Were Here de 1975, Animals de 1977, The Wall de 1979 y The Final Cut, casi un disco solista, en 1983) y recitales descomunales. Pero la interna de la banda, dividida entre Waters —el incuestionable ideólogo de la época de oro del cuarteto, sí, pero un tipo muy difícil de tratar— por un lado y el resto —liderados por Gilmour— en el otro, se volvió miserable. La partida del bajista y compositor en 1985 dio lugar a una dura batalla legal primero y más dura en el plano personal después, en que cada bando reivindicó para sí el legado del grupo. No es de extrañar que en este año, el del 50 aniversario de su trabajo más reconocido, cada parte lo quisiera homenajear a su manera.
Revisión reflexiva. Cuando los caminos se bifurcaron quedó claro que, más allá de que de la pluma de Waters surgieron los mejores temas y álbumes de los británicos, el público se decantó por el Pink Floyd hecho trío. La carrera solista de Roger Waters, quien el 6 de setiembre cumplió 80 años, nunca estuvo a la altura de sus antecedentes. Como pasa con varios íconos del rock de su generación, el éxito de sus giras actuales —como la que lo vuelve a traer, cinco años después, este 17 de noviembre al Estadio Centenario— se basa en echar mano a su pasado glorioso con la banda y no en su material posterior (en el que muy poca gente repara, es la verdad).
Además de mantener una retórica contra el capitalismo y el establishment que en el hemisferio norte no dudan en calificar de izquierdista, Waters se ha pasado buena parte del último tiempo en tiras y aflojes (sobre todo lo primero) con sus viejos compañeros de carretera. Sus detractores, muchos de los cuales admiran su trabajo igualmente, le han endilgado la típica contradicción de “hablar como Mao y vivir como Rockefeller”. Y en lo relacionado con Pink Floyd y con The Dark Side Of The Moon su postura en estos tiempos es clara y se resume así: está todo bien con los muchachos, pero ese disco es mío.
Esa postura será antipática pero no surge de la nada. Todas las letras de ese trabajo fueron escritas por él. Y más allá de que Gilmour sea un tremendo guitarrista y tenga la mejor voz de Pink Floyd, y más allá de los aportes musicales de Wright y Mason, el 75% del álbum, su concepto, su concepción e incluso la idea de incluir voces de personas conocidas y anónimas salpicadas a lo largo de los 42 minutos y 59 segundos de grabación son suyas. Así lo dijo, y así fue que el 6 de octubre pasado ya estuvo disponible en plataformas digitales The Dark Side Of The Moon Redux.
“Dave, Rick, Nick y yo éramos muy jóvenes cuando lo hicimos (al disco original), y cuando mirás el mundo que nos rodea, claramente ves que el mensaje no ha quedado. Por eso comencé a considerar qué podría aportar la sabiduría de una persona de 80 años a una versión reinventada”, dijo Waters en una declaración de prensa.
El nuevo disco son las mismas 10 canciones, iguales y a la vez distintas, lo que permite una extensión de casi cinco minutos más. Los grandes solos de guitarra, como en Time o Money, brillan por su ausencia. No participa ningún otro integrante de Pink Floyd (Richard Wright falleció en 2008) y ninguno de los músicos que acompañan a Waters trata de suplirlo. La potente base rítmica, incluso su bajo original, está bastante evaporada. La “sabiduría de una persona de 80 años” sí está patente en todo momento y contrasta con la furia de una de 30. Eso, desde ya, puede no dejar contentos a todos.
La hinchada del italiano Salernitana se sumó a los festejos por el aniversario del disco. Foto: Guiseppe Maffia, AFP
Es que más allá del miedo que podía generar esta aventura (¿para qué modificar algo que estaba perfecto?, ¿para qué distanciarse más de Pink Floyd?), este disco de Roger Waters, porque eso es lo que es, es un trabajo realmente valioso. Reflexivo y onírico son dos adjetivos que le encajan bien. Claro que escuchar las viejas canciones con su voz cascada y avejentada no es lo mismo; será mucho mejor letrista que David Gilmour, pero como cantante está varios escalones abajo. Susurrar Money puede ser sorprendente o decepcionante a la vez; como sea, es una versión inquietantemente oscura. Los recitados en Speak To Me (que no son sino la letra de Free Four, canción de Pink Floyd de 1972 dedicada a su fallecido padre) o The Great Gig In The Sky (a partir de la muerte del poeta Donald Hall) resultan conmovedores. Por supuesto, quien prefiera los solos de Gilmour, la legendaria voz de Clare Torry en The Great Gig In The Sky, el saxo de Dick Parry en Money o Us And Them, o la producción cargada de sintetizadores de Parsons, puede verse decepcionado: esto claramente es otra cosa.
Es nada más y nada menos una versión, y una versión a cargo de Waters, que ha sido sincero en el tema. El bajista y compositor siempre priorizó las letras a la música e incluso las melodías vocales (no casualmente, el fuerte de Gilmour). Se puede decir que este es el disco que quiso hacer y que mantiene el alma intacta. Apelando a términos floydianos, no lo eclipsará, no es esa la intención, pero lo revalorizará. Al disco y a él. No deja de ser digno de elogio que no se haya limitado a reiterar lo que funcionó bárbaro. El propio Nick Mason lo elogió públicamente.
Experiencia en Australia. Eclipse, precisamente, es el último tema de The Dark Side Of The Moon. Es un cierre magnífico para el disco, que, al ser un periplo vital, termina con el ocaso, la noche y la muerte: “Todo lo que es ahora, todo lo que se fue, todo lo que está por venir, y todo lo que hay bajo el sol está en sintonía, pero el Sol está eclipsado por la Luna”. En un momento se pensó que fuera el título del disco, ya que en 1972 un grupo llamado Medicine Head había editado un álbum como Dark Side Of The Moon. Pero como no pasó absolutamente nada con este trabajo, Pink Floyd decidió titularlo igual.
Wright, Waters, Mason y Gilmour cuando Pink Floyd pasó a ser un grupo de unos pocos a la total masividad, año 1971. Foto: Bernard Allemane
Eclipse también se llama el documental dirigido por Benny Trickett con el que Pink Floyd decidió festejar el aniversario en el Floyd’s Friday (Viernes de Floyd) del 13 de octubre. Nuevamente, es un registro de algo que excede en mucho la música, al llevar la experiencia de la banda al espacio, algo que le hubiera caído muy en gracia a Syd Barret, fundador y primer (y efímero) líder de los británicos.
Ocho fans de la banda autodenominados The Astronomy Domine Eight (en honor a una canción del primer disco) fueron a Exmouth, en el oeste de Australia, una localidad de unos 3.000 habitantes, a presenciar el eclipse total de Sol del 20 de abril de este año en el parque marino de Ningaloo. Lo hicieron en una playa, junto a una pirámide similar a la diseñada por Hipgnosis para la portada del disco, mientras escuchaban el álbum. No en vano la idea detrás de ese trabajo fue de Aubrey Powell, creador de ese afamado estudio gráfico. La línea final del álbum (“but the sun is eclipsed by the moon”) fue programada de tal forma de coincidir con el fenómeno astronómico.
El documental, de 30 minutos, se puede ver en la cuenta de YouTube de la banda, por lo que adquiere el estatus de homenaje “oficial”. Más allá de la música y de lo que representó Pink Floyd para los fans, para algunos lugareños y muchos miles de visitantes que fueron a Exmouth a ver el acontecimiento, no hay presencia física de ninguno de los miembros del grupo. La película tiene momentos emotivos y una gran realización, las canciones tienen la cualidad de encajar en prácticamente toda situación. Pero al limitarse a ser el registro de una vivencia sensorial, por muy bien logrado que esté, el filme carece de ese plus que caracterizó a Pink Floyd hasta los inicios de los años 80.
Esa es una buena analogía con lo que ha sido Pink Floyd sin Waters y con Gilmour al frente: discos correctos, recitales deslumbrantes, pero la sensación de que lo realmente sublime, rupturista y novedoso ya es cosa del pasado.
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EN VIVO Y EN ESE MOMENTO
Como una tercera vía, también como parte de los festejos de los 50 años del mítico trabajo, el 24 de marzo de este año se editó The Dark Side Of The Moon, Live At Wembley 1974. Es un excelente registro en vivo de Pink Floyd en el Wembley Empire Pool presentando de corrido la obra recién salida. Son David Gilmour, Roger Waters, Nick Mason, Richard Wright, dos coristas, el saxofonista Dick Parry y el mejor álbum de su carrera en directo. Quizá oírlo sea el mejor de los regalos posibles en este aniversario de oro.