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Tracy Chapman, la que nunca se fue

Fue estrella casi a pesar suyo y ahora volvió a estar bajo los reflectores a partir de su interpretación en los últimos Grammy

El inicio. El estadio de Wembley de Londres reventaba de público ese 11 de junio de 1988. Era el concierto homenaje a los 70 años de Nelson Mandela, aún un prisionero del apartheid en Sudáfrica. Como había pasado con Live Aid tres años antes, estaba la flor y nata del rock y el pop: Sting, George Michael­, Peter Gabriel, Eurythmics, Bee Gees, Simple Minds, UB40, Dire Straits, Whitney Houston y Stevie Wonder, entre otros. Había unas 74.000 personas en el histórico campo inglés; entre 600 y 1.000 millones de televidentes­ asistían a través de transmisiones en más de 60 países. La idea, que sería conseguida con creces, era apuntalar la imagen de Madiba como un líder negro injustamente encarcelado por un régimen racista —algo de lo que hoy no duda razonablemente nadie—, en contraposición­ a la que predominaba hasta entonces en muchos medios occidentales: la de un terrorista.

Pero todo parecía irse al demonio: Stevie Wonder, que en los  años 80 vivía un gran momento y que tocaba después de UB40, sufrió problemas técnicos y se negó a salir a escena hasta que se solucionaran. Los organizadores­ temblaban ante la idea de un bache en la programación­. Y mientras los actores Richard Gere­ y Whoopi Goldberg alargaban sus intervenciones­, una pequeña mujer apenas conocida se animaba —sola con su guitarra y un micrófono— a hacer una actuación fuera de programa.

Era Tracy Chapman y tenía 24 años. Era una cantautora afroamericana nacida en Cleveland­, con estudios universitarios en antropología, una infancia difícil, una personalidad tímida e introvertida y un álbum debut, homónimo, que apenas había salido dos meses antes. Este deambulaba decentemente, sin sobresalir, en las bateas de las disquerías. Tenía un estilo folk, intimista y letras ricas en compromiso político que lo hacían mucho más disfrutable en teatros que para una multitud inmensa como la que tenía enfrente, que además la miraba como a un bicho raro en el zoológico. 

Ella ya había actuado horas más temprano, ese mismo día, entre los comediantes Fry and Laurie y Wet Wet Wet (unos escoceses que luego serían conocidos por su cover de Love Is All Around en la banda sonora de Cuatro bodas y un funeral), haciendo un corto set consistente en Why?, Behind The Wall y Talkin’ Bout A Revolution­. Esta última parecía ser lo más fuerte de su repertorio y encajaba bien con la consigna del espectáculo. Para los organizadores ella era, siendo claro, un número de relleno, contratable por unas pocas libras, para tratar de que la gente no se durmiera entre espectáculos de artistas más pesados. Ahora, además, era una alternativa fácil para salir del paso, ya que a diferencia de estos, apenas requería iluminación y amplificación y no tenía banda soporte. Sí tenía que apelar a alguna cosita más de su disco. Y arrancó su inesperado segundo set, que iba a ser más breve que el primero, con Fast Car.

Su segunda pasada en Wembley en 1988 fue su presentación triunfal ante el mundo. Su segunda pasada en Wembley en 1988 fue su presentación triunfal ante el mundo.

Tenés un auto rápido, / yo quiero un boleto a cualquier lugar./ Quizá podemos hacer un trato­, / quizá juntos podamos llegar a algún lado­. / Cualquier lugar es mejor, / comenzar desde cero­, sin tener nada que perder. / Quizá consigamos algo. / Yo misma no tengo nada que probar. 

La multitud, que más allá de homenajear a Mandela quería ir a una fiesta, quedó en un súbito silencio escuchando a una negra esmirriada que parecía ser más chica que su guitarra. Algo pasó en ese momento. El disco Tracy Chapman, que había vendido hasta entonces unas honrosamente modestas 250.000 copias, sobre todo en un público universitario, dos semanas después había superado los 2.000.000 de unidades, volviéndose multiplatino. En todo el mundo vendería unos 20 millones.

Fast Car, una canción muy realista y bastante autobiográfica sobre una mujer que quería zafar de la pobreza, llegó al top ten a ambos lados del Atlántico. Es una canción melancólica, porque el sueño se queda en el sueño, y el auto rápido al que alude queda como la eterna promesa de un mejor futuro. Más allá de cualquier sanata que pueda escribirse sobre él, es un temazo.

En esa improvisada actuación en Wembley­, Chapman también cantó Across the Line, ahora ante un público más dispuesto a escuchar qué tenía para decir. Por dos años sería infaltable en eventos masivos como los de Amnesty­ International y en cualquier gala de la industria musical.

El presente. Es muy reciente todo el revuelo que causó Tracy Chapman en la última entrega de los Premios Grammy, el 4 de febrero pasado en Los Ángeles. Luke Combs es un popularísimo cantante country (música muy en las antípodas de Chapman y de casi cualquier artista negro en Estados Unidos) que en 2023 tuvo un éxito arrollador con su versión, justamente, de Fast Car. Pese a ello, es una versión muy respetuosa de la original. 

Ya se sabía que Combs, que ha calificado a esta como una “canción perfecta” y “composición sobrenatural”, iba a estar en la gala de los Grammy. Su versión ya había ganado dos premios en la gala de la Asociación de Música Country de Estados Unidos, algo que nunca había pasado con un tema escrito por un artista negro.  Este músico, a su vez, había nacido dos años después de publicada originalmente la canción y un año después de que esta fuera, a su vez, nominada a tres Grammy (Mejor canción, Mejor grabación, Mejor actuación vocal femenina), de los que ganó uno (el último). 

Su dúo con Luke Combs fue lo más elogiado de la ceremonia de los Grammy. Foto: AFP Su dúo con Luke Combs fue lo más elogiado de la ceremonia de los Grammy. Foto: AFP

Días antes de su actuación se especulaba que Chapman —cuyo último disco con material inédito había sido publicado en 2008, su última gira databa de 2009, su última actuación televisiva había sido en 2015 y que solo se había presentado en vivo de forma esporádica en estos años— podía unírsele. Se podía forzar que era un autohomenaje: ella misma la había cantado en la ceremonia de los Grammy de 1989, 35 años atrás, cuando la industria musical y el mundo eran otros. Esa especulación era la confirmación de las negociaciones necesarias que se desarrollaron­ durante semanas. Chapman­ estaba (está) muy cómoda lejos de los reflectores y es claro que no se moría por volver a la palestra. 

Lo que quizá no estaba en los cálculos de nadie fue, como aquella vez de Wembley, el suceso­. El dueto entre ambos fue conmovedor. Visiblemente feliz de estar junto a la madre de la criatura, Combs le cedió a Chapman el arranque y la guitarra. Ella, más canosa, menos esmirriada, más sonriente y notoriamente menos intimidada que en sus primeras intervenciones, retribuyó el gesto mostrando que su voz, áspera y dulce a la vez, sigue intacta. Los 60 años que cumplirá el 30 de marzo no pasaron en vano. En el público la emoción alcanzó tanto a Taylor Swift como al último de los asistentes.

Tenés un auto rápido, / ¿pero es suficientemente rápido para salir volando? / Tenemos que tomar una decisión; / irnos esta noche o vivir y morir así. / Así que recuerdo que íbamos manejando, / manejando tu auto, / la velocidad tan rápida que me sentía borracha, / las luces de la ciudad desparramadas ante nosotros, / y tu brazo se sentía tan bien sobre mis hombros. / Y tenía la sensación de pertenecer a algún lugar, / tenía la sensación de que podíamos ser alguien, / ser alguien, ser alguien.

Según publicó Rolling Stone en su página web, al día siguiente las reproducciones vía streaming de Fast Car (la original) sumaron 637.000 y las de Fast Car (la versión de Combs) unas 500.000. La creación de Chapman había sido muy beneficiada por el cover del músico country y su aparición en los Grammy la han puesto en el ojo público de una manera que no estaba desde fines del siglo pasado, en mayor parte, por decisión propia.

Los años 90 también supieron de Grammy y éxitos, aunque eclipsados por su debut y su bajo perfil. Foto: AFP Los años 90 también supieron de Grammy y éxitos, aunque eclipsados por su debut y su bajo perfil. Foto: AFP

En el medio. “Estar en el ojo público y bajo la luz de los reflectores fue, y sigue siendo, hasta cierto punto, incómodo para mí. Todo lo que ocurrió en mi vida me preparó para esta carrera, pero soy un poco tímida”, dijo en una declaración de 2015, cuando tuvo que promocionar, posiblemente muy a su pesar, el compilado Greatest Hits, hasta ahora su última producción discográfica. Ese era un año que ella quisiera olvidar: mantuvo un litigio con la rapera Nicki Minaj, que usó sin su autorización para una mezcla su canción Baby Can I Hold You, lo que concluyó con un arreglo extrajudicial. Esto le dolió particularmente, porque ella, justamente ella, nunca tuvo problemas en que artistas emergentes apelaran a su obra.

Pero es cierto que ella no había compuesto canciones pensando en llenar estadios como Wembley. Muy lejos de ser el típico caso de una one hit wonder, con un tema de peso y otros 10 de relleno, Tracy Chapman (el álbum) es un disco unánimemente considerado como de los mejores de los años 80 (o del siglo XX, o de todos los tiempos), que, además del tema que aún sigue sonando, tenía otras varias gemas de contenido político, como la ya mencionada Talkin’ Bout A Revolution, For My Lover o Why? Y además tuvo otra canción con gran rotación radial, Baby Can I Hold You, balada linda de calificarse como tal si las hubo.

Producto de su propio esfuerzo y el de su madre, Tracy Chapman fue criada prácticamente sola por su progenitora, ya que luego de la separación de sus padres, cuando ella tenía cuatro años, el contacto con su padre fue más bien escaso. Su madre le compró un ukelele, luego le acercó una guitarra y la introdujo en el mundo de la música, además de darle herramientas para enfrentar el bullying racista que sufrió en Cleveland. Un programa educativo dedicado a apuntalar a niños afroamericanos que demostraban­ tener­ algún­ talento­, A Better Chance(Una mejor oportunidad), le permitió asistir a un buen liceo y a una universidad lejos de su ciudad natal. Mientras se graduaba en la Tufts University­ de Boston, comenzaba a mostrar su música en calles y cafeterías. Alguien con cierta influencia la escuchó (Brian Koppelman­, estudiante de esa misma universidad e hijo de un empresario musical), la recomendó a un sello importante, Elektra, y grabó un disco, aunque nadie —ni ella— pensaba que tendría la notoriedad que tendría, Wembley, Mandela y Stevie Wonder mediantes.  

Pasado el bombazo de su disco debut, su segunda placa, Crossroads (1989), al no tener ningún tema radiable, fue injustamente olvidado. Para ella fue un avance, ya que ejerció como productora. Que ya había logrado un nombre es evidente: Neil Young toca la guitarra en una canción y el piano en otra. Comercialmente no fue un fracaso: aprovechando la estela que había dejado su debut, este álbum también alcanzó el platino. Pero ya había quien comenzaba a pensar en Tracy como golondrina de un solo verano. La propia artista reforzó esa idea, haciendo giras en recintos pequeños, poniendo énfasis en el costado intimista de su música y publicando discos como Matters of the Heart (1992), en los que su enojo por las injusticias del mundo pareció notoriamente morigerado, en momentos en que con el grunge todo el mundo parecía estar furioso. 

Con New Beginning (1995), su cuarto disco­, la cosa cambió. Give Me One Reason fue un éxito radial y se convirtió en su single que trepó más alto en los rankings de Estados Unidos (sí, por encima de Fast Car). Volvieron las nominaciones a los Grammy, ganando incluso como Mejor canción de rock. El mismísimo Eric Clapton la versionaría. Pero así como regresó a demostrarle al mundo —al menos el mundo que mide el éxito en unidades vendidas y minutos en las FM— su valía, también desdeñó la fama evitando flashes y multitudes. 

“Amo los libros, amo leer y básicamente crecí en una biblioteca pública. Siempre me ha gustado la poesía, la música siempre estuvo en casa y había una gran variedad de música diferente. Mi madre cantaba, mi hermana podía cantar, la música estaba muy presente en mi vida y mi educación. Al mismo tiempo, tengo esta personalidad un poco reservada y que nunca buscó ser el centro de atención. Eso me ha convertido quizás en la persona ideal para este trabajo”, amplió en aquella misma declaración.

Como si se lo buscara, Telling Stories (2000), su disco siguiente, vendió la décima parte que el anterior. Tres años antes, en cambio, le había puesto la voz a una inolvidable versión de The Thrill Is Gone, a dúo con B. B. King.

Su compromiso político la hizo asidua a eventos como el de Amnesty International de 1988, con Sting y Bruce Springsteen. Foto: AFP Su compromiso político la hizo asidua a eventos como el de Amnesty International de 1988, con Sting y Bruce Springsteen. Foto: AFP

Por supuesto, de su vida privada, si es por ella, no se sabría absolutamente nada. “Tengo una vida pública que es mi vida laboral y tengo mi vida personal”, dijo en 2002. “En cierto modo, la decisión de mantener las dos cosas separadas se relaciona con el trabajo que hago”. Quien sí habló fue la escritora Alice­ Walker, premio Pulitzer a Obra de ficción en 1983 por El color púrpura, militante por las causas negras y feministas, quien contó que en la década de 1990 tuvo una relación con Chapman. “Lo nuestro fue encantador, amoroso y maravilloso, y yo lo disfruté por completo, y estaba absolutamente enamorada de ella, pero no se trataba de un asunto de nadie más, era un asunto nuestro”, dijo Walker a The Guardian en 2016. De Chapman, cuyo lesbianismo nunca fue publicitado pero tampoco desconocido, no se ha escuchado una sola palabra al respecto.

Entre 2002 y 2008 Tracy completó su discografía en estudio con Let It Rain, Where You Live y Our Bright Future, que fueron mucho mejor recibidos por la crítica que por el público, qué básicamente los ignoró.

¿Qué pasará ahora con Tracy Chapman luego de este regreso? Ella, que no ha dado notas, seguramente diría que nunca se fue a ningún lado, que siguió haciendo lo suyo como a ella le gusta. Seguramente también pasará este nuevo boom de Fast Car (número 1 en iTunes al otro día de su presentación), lo que le permitirá seguir sumando ingresos e ingresos por streams (de vida muy sencilla, está muy lejos de tener penurias económicas). Treinta y cinco años después, la canción volvió al Hot 100 de la Billboard. Su presente la lleva a su pasado. Uno de los videos que se viralizó luego de su dueto con Combs fue su ya señalada interpretación en los Premios Grammy de 1989, también en Los Ángeles, también con Fast Car, sola ella y su guitarra. 

Eran años muy glamorosos y muy ostentosos para la industria musical, que impulsaba un pop chillón y un heavy metal donde lo más destacado eran en realidad las melenas de los vocalistas. Las imágenes muestran mucho smoking, mucho brillo y mucha laca en el pelo. Ella, que además del Grammy ya nombrado para su canción ganó el de Mejor disco de folk contemporáneo y Mejor artista joven, subió seria, camisa oscura y jeans, cantó como los dioses, saludó y bajó del escenario. No quería y sigue sin querer otra cosa.