Punto de inflexión. En momentos en que el rock no estaba muerto pero sí boqueando, que el reinado de Elvis Presley comenzaba a perder súbditos, que Chuck Berry había caído preso por inducir a una menor a la prostitución, que en Gran Bretaña el skiffle todavía tenía un importante predicamento y que los artistas que querían popularidad se descansaban más en los singles —discos de 45 revoluciones por minutos con uno o dos temas por cara— que en los long play —de 33 RPM con varias canciones—, The Beatles era un cuarteto rockero que estaba queriendo asomar la nariz.
El disco en sí se grabó en una sola maratónica y veloz jornada, en una pausa durante la primera gira del grupo por el Reino Unido, aprovechando el naciente éxito. Fueron 10 canciones registradas a lo largo de tres sesiones que totalizaron 9 horas y 45 minutos, el 11 de febrero de 1963. Vale decir que los otros cuatro temas ya habían sido editados, justamente, como sencillos, por lo que para su inclusión se utilizaron pistas de audio ya existentes. Eran Love Me Do (con PS I Love You en el lado B) y Please Please Me (Ask Me Why). Sobre todo esta última —que muchos analistas consideran una velada oda al sexo oral o, por lo menos, al sexo a secas— había tenido el suficiente éxito como para darles un reconocimiento y ameritar un LP, que por entonces era un formato más común en la música clásica o las orquestas de jazz, y que tenía como objetivo brindarles más respetabilidad que popularidad.
Please Please Me salió a la venta en el mismo año que en Estados Unidos cerraba la prisión de Alcatraz, se estrenaba Los pájaros de Alfred Hitchcock y Martin Luther King pronunciaba en Washington su célebre discurso I have a dream. La beatlemanía llegaría a ese país al año siguiente, 1964, pero este disco debut le daría el disparo inicial en su propia tierra. La discográfica EMI tenía esperanzas en la placa pero no tanto; de hecho, en la portada original lo promocionaban señalando que el álbum incluía Please Please Me, Love Me Do y otras doce canciones”, algo que era bastante común. No era otra cosa que apelar al lugar común de “dos canciones buenas y el resto de relleno” del que muchos artistas de todos los géneros han hecho uso y abuso al día de hoy a la hora de sacar material nuevo.
Please Please Me, de The Beatles Y ahí radicó, si se quiere, la gran diferencia. Con un vocabulario donde love fue la palabra más usada, seguida por know, baby, little, please, now, mine, well o never, según el excelente libro gráfico Visualizing The Beatles de John Pring y Rob Thomas, The Beatles sorprendieron con un disco donde ningún tema parecía estar de más. No era común por entonces, donde el aviso de “otras x canciones” realmente se justificaba, una colección de canciones tan buena. Y aún más: en momentos en los que el intérprete y el compositor solían ser dos entidades disociadas, The Beatles habían peleado por incluir su propio material en el registro: ocho de las 14 canciones estaban acreditadas a Lennon y McCartney (aunque en ese primer disco figuraron como McCartney-Lennon, en ese orden), dando inicio a la dupla compositiva más prestigiosa del siglo XX.
Entre las canciones propias, además de las cuatro ya conocidas en los singles de adelanto, estaban There’s A Place y I Saw Her Standing There (que hasta un minuto antes de entrar al estudio se llamaba Seventeen), grabadas durante la mañana. Misery y Do You Want To Know A Secret (la primera canción cantada por Harrison) fueron registradas en la tarde. A lo largo del día y hasta la noche se abocaron a los covers, presentes en su repertorio desde los inicios: A Taste Of Honey, Anna (Go With Him), Boys (cantada por Ringo), Chains, Baby It’s You y Twist And Shout. Por supuesto, pese al poco tiempo empleado, cada corte requirió entre dos y 12 tomas. Para la posteridad quedaron las 13 versiones de Hold Me Tight, canción que finalmente quedaría para el segundo disco del cuarteto, With The Beatles, que vería la luz ese mismo año. Como curiosidad, las versiones usadas para el álbum de Love Me Do y PS I Love You, que ya habían sido grabadas el año anterior, tuvieron al músico de sesión Andy White en la batería. A Martin no le terminaba de convencer Ringo.
Please Please Me, que tuvo un presupuesto total de 400 libras esterlinas (serían £ 8.220 al día de hoy, casi 10.000 dólares), llegó al número uno de la lista de discos británica de inmediato y permaneció ahí por 30 semanas. En ese entonces, cerca de fin de año, lo reemplazó el ya nombrado With The Beatles, su sucesor. Los Genios de Liverpool, ya profetas en su tierra, estaban a un paso de conquistar los dos lados del Atlántico. Eso comenzó en enero de 1964, cuando en Estados Unidos se editó una versión reducida de este mismo disco titulada Introducing… The Beatles. El mundo ya no fue el mismo.
Buscando sentido. Al primer disco de The Beatles le siguió la beatlemanía y a esta la invasión británica. Esto significó la resurrección del rock con la popularidad efímera de grupos como The Animals o Dave Clark Five y el éxito eterno de otros como The Rolling Stones o The Who. Estados Unidos no quiso perder pie y contraatacó con Bob Dylan, The Beach Boys, The Byrds, The Doors o Creedence Clearwater Revival. Llegó el movimiento hippie, el hard rock que luego derivaría en el heavy metal y la psicodelia. Esta última coquetearía con sustancias lisérgicas para derivar en el prog rock o art rock. En este terreno se movía Pink Floyd.
Para marzo de 1973, 10 años después del disco que cambió todo, la banda inglesa Pink Floyd tenía ocho años de vida, siete discos editados, pocos éxitos en los charts, una buena legión de seguidores en su tierra, un cierto conocimiento no masivo en Estados Unidos, un líder inicial que había quedado por el camino (Syd Barret) por no saber manejar su vínculo con las drogas, y ganas de que, más allá del arte y el prestigio que todos proclaman buscar y que ya tenían, tener algún tema sonando en las radios y algún chelín en el bolsillo.
A inicios de los 70, Pink Floyd tenía más prestigio que éxito, pero su octavo disco le daría las dos cosas y en mucha cantidad. Para esa época también, la esperanza de una revolución de paz y amor pregonada por el hipismo ya había muerto. Los Acuerdos de Paz de París significaban el fin de la participación de Estados Unidos en la Guerra de Vietnam, el conflicto más impopular del mundo, y comenzaba a crecer la bola de nieve del escándalo conocido como Watergate, que al año siguiente haría rodar la cabeza del presidente Richard Nixon. En América del Sur —Uruguay, sin ir más lejos— florecían como hongos las dictaduras militares. La generación que había querido cambiar el mundo tenía motivos para estar frustrada. Y era en este contexto que el bajista Roger Waters, devenido letrista de Pink Floyd, le propuso a los suyos hacer canciones sobre temas concretos que les quitaban el sueño: el dinero, el tiempo, el vértigo, la locura, la violencia, la rutina, la codicia. En pocas palabras, crearon un disco que le buscaba el sentido a la vida entre tanto sinsentido. Quizá en esta simpleza descansó buena parte de su éxito.
El mundo ya había evolucionado y las técnicas que se usaron para grabar The Dark Side Of The Moon en los estudios Abbey Road de la EMI (otro inocultable link con The Beatles) eran los mejores en plaza. Además, la idea de un álbum conceptual y no solo una colección de canciones ya hacía tiempo que se había instalado en la música popular (uno de los responsables fueron The Beatles). Para darle más unidad al disco, el propio Roger escribió una serie de preguntas genéricas —“¿Tenés miedo a morir?”, “¿cuándo fue la última vez que estuviste violento?”, “¿qué significa ‘El Lado Oscuro de la Luna’— y grabó las respuestas de quienes andaban dando vueltas por el estudio, ya sea funcionarios o el propio Paul McCartney (sí, ese, el de The Beatles) que también estaba trabajando. Las más interesantes fueron incluidas en el trabajo inicial, entre pistas o sobre ellas.
The Dark Side Of The Moon, de Pink Floyd La grabación fue más espaciada, entre mayo de 1972 y enero de 1973. Una gira por Estados Unidos, el fanatismo de Waters por el Arsenal y de toda la banda por el programa televisivo de los Monty Python fueron los principales motivos de las interrupciones. El resultado final, donde se notó la mano mágica del ingeniero de sonido Alan Parsons (que también había trabajado con The Beatles, otro vínculo más), fue un disco que de alguna manera era un ciclo vital, abriendo con los latidos del corazón naciente de Speak To Me y las pulsaciones finales de Eclipse. En el medio se sucedían el bucolismo de Breath, la paranoia de On The Run, la rutina alienante de Time, la tristeza desgarradora que emana de The Great Gig In The Sky (gracias a la improvisación vocal imponente de la cantante Clare Torry, a quien apenas le dijeron “pensá en algo triste” como toda indicación, que recibió 30 libras por todo pago), la codicia y todo lo que podemos llegar a hacer por dinero en Money (que logró el milagro de darle un hit radial a Pink Floyd, con el sonido de la caja registradora más famosa de la historia musical y el tremendo saxo de Dick Parry), la calma en Us And Them, el instrumental Any Colour You Like (posiblemente lo menos relevante del disco) y la apología a la locura que es Brain Damage.
Hay quien dice que es el mejor disco de la historia del rock, extremo condicionado por subjetividades y por ende imposible de verificar. Sí es uno de los más vendidos: entre 45 y 50 millones de copias en todo el mundo. Si Pink Floyd pasó de ser una banda de teatros a estadios, del culto a la masividad, es gracias a él. The Dark Side Of The Moon estuvo 741 semanas consecutivas en la lista de 200 discos más vendidos de la Billboard (catorce años y tres meses), a la que volvió en sucesivas reediciones sumando más de 900 en total.
El tiempo erosionó la relación entre los Pink Floyd y quizá este disco, a partir del cual crece el protagonismo creativo (y la infumabilidad) de Waters, haya marcado el inicio de sus tensiones internas. Hoy, 50 años después, el cantante, bajista y compositor ha vuelto a grabarlo, en el entendido personal (no descabellado) de que él fue su principal impulsor. Esto es más un nuevo capítulo de sus tensas relaciones con sus excompañeros Gilmour (que a partir de este disco se posicionó como la principal voz de Pink Floyd, además de su guitarrista) y Mason, que un intento de mejorar algo casi inmejorable. Rick Wright, así como los beatles Lennon y Harrison, ya no está en este mundo.
Esta actitud egoísta y resentida de Waters fue interpretada como una muestra de que hasta los responsables de las mejores obras de arte suelen sucumbir ante las debilidades más humanas. Quedan como legado dos masterpieces que marcaron, cada una a su manera, la historia de la música.
Otros cumpledécadas
Solo por masoquistas, solo para que alguien lo lea, se ubique en la época y se horrorice por el paso del tiempo, Galería recuerda otros discos muy notorios que se editaron este mismo mes, hace 40, 30 y 20 años. No tendrán el impacto que tuvieron Please Please Me y The Dark Side Of The Moon pero el ruido que hicieron en su tiempo sigue sonando hoy.
Marzo de 1983. Este mes cumplen 40 años: Eliminator de ZZ Top (Gimme All Your Lovin’, Sharp Dressed Man, Legs), Metal Health de Quiet Riot (Methal Health, Cum On Feel The Noize).
Marzo de 1993. Están soplando 30 velitas: Are You Gonna Go My Way de Lenny Kravitz (Are You Gonna Go My Way, Believe, Heaven Help), Ten Summoner’s Tales de Sting (Fields Of Gold, Shape Of My Heart, It’s Probably Me), Everybody Else Is Doing It, So Why Can’t We? de The Cranberries (Linger, Dreams).
Marzo de 2003. Ya van 20 años de la edición de Meteora de Linkin Park (Somewhere I Belong, Faint, Numb).