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Pasaron tres conciertos de más de tres horas, uno pospuesto por lluvia. Pasaron cerca de 220.000 personas felices, sin contar las que escuchaban y cantaban de afuera, porque no tenían entrada. Contando las que vibraban cada estrofa desde sus butacas de visión restringida, las más baratas del estadio de River Plate. Pasaron mil imágenes, reproducidas por miles de celulares y fotógrafos profesionales. Taylor, Taylor, Taylor. En sus múltiples outfits sobre el escenario, para un show dividido en 10 actos en los que reaparece con nuevo look y se reinventa. En su abrazo con su novio, el jugador de los Kansas City Chiefs Travis Kelce, que se tomó el avión a Buenos Aires para estar con ella y se animó a corear el olé olé olé con la multitud. En sus gestos más o menos espontáneos, qué importa, si todos dejaron huella y cada uno puede quedarse con el que más lo haya interpelado.
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“Llegué como fan moderada y me voy hecha una swiftie hecha y derecha”, dice Lila, 16 años, que no para de cantar y saltar, antes de perderse en el campo de un estadio lleno de fans que conocen cada detalle de las canciones. Su comentario resume el hechizo. The Eras Tour es un show tan extraordinario que no hay manera de escaparle. Un terremoto feliz que arrancó cuando la artista más poderosa del planeta (según Forbes) anunció, con pocas palabras, que volvía a salir a los escenarios. Ahí empezaron a latir los corazones de esta parte del mundo, que la bella y altísima Taylor nunca había pisado. La sexta gira de la artista de Pennsylvania arrancó el 17 de marzo en Arizona, incluyó un épico concierto bajo diluvio en Boston, se reflejó en una película estrenada en octubre con recaudación récord y vendió tres estadios en Buenos Aires en cuestión de horas. También fueron tres en México y otros tantos en su próxima parada, Brasil.
Foto: Martín Bonetto
El paso del huracán Taylor sirvió también para tomar dimensión real de su comunidad, las famosas swifties. Para los neófitos, hubo señales que daban cuenta del poder de su entusiasmo: las entradas que volaban en minutos, el acampe desde hace meses en los alrededores de River. Pero fue recién cuando Taylor bajó del avión, escondida bajo un paraguas oscuro, que muchos tomaron real dimensión del fenómeno. Agotadas las mostacillas en el barrio de Once, el intercambio de pulseritas con frases de sus canciones se convirtió en fiebre. Los foros en redes sociales fueron puro ruido de amor y por fin, antes de que se abrieran las puertas del primer show, el jueves 9 de noviembre, el espectáculo de los looks.
Miles de chicas, chicos, chiques a puro glitter, sombreros de cowboy de colores pastel, minifadas de lentejuelas, labios rojos, remera oficial de la gira, manos pintadas con el 13, el número de Taylor, que nació un 13 de diciembre de 1989 y cuya gira conceptual, este viaje por sus 10 álbumes de estudio, arrancó un 13 de octubre. Muchos movileros de la TV les preguntaban, en la previa, por la tarjeta de crédito de sus papás, o cuánto habían pagado por la entrada, en una Argentina quebrada. Ellas contestaban con desgano: nada podía importarles menos. Las swifties fueron un ejemplo de organización y autogestión.
Foto: Emiliano Lasalvia, AFP
Cuando el show del viernes se pospuso por una tormenta eléctrica, trabajaron para que tuvieran preferencia las que venían de provincias lejanas y no podían quedarse en Buenos Aires hasta el domingo 12, la fecha reprogramada. Puntuales, a las 16, se abrieron por primera vez las puertas del estadio y ellas viralizaron imágenes de una avalancha. Entraban corriendo al campo, aunque el primer telonero, el argentino Louta, recién subiría al escenario a las 19, cuarenta minutos antes de Sabrina Carpenter, que acompaña a Taylor en la gira. Pasados los molinetes, cortada la entrada, recibieron una pulsera ajustable a la muñeca con el logo de la gira y una pequeña pantalla blanca sobre la que se irían encendiendo luces de colores a lo largo del espectáculo.
Foto: Emiliano Lasalvia, AFP
La estrella también es puntual, y un enorme countdown muestra cómo pasan tres minutos antes de que se apaguen las luces del Monumental y empiece la función, a las 20.45. Será un show de más de tres horas, y ella agradecerá a los artistas que amenizaron la espera. Todo poco habitual.
Habrá muchas palabras, entre las que intercala algo de español, pero sobre todo muchos gestos de la artista para su público. Uno de los primeros es una declaración de principios. Cuando exhibe y señala sus bíceps, pícara, mostrando la fuerza de su músculo y dándose un beso ahí, en el brazo del empoderamiento. Girl power, feminismo de purpurina y vestidos de princesa Disney. Un feminismo que reivindica el rosa chicle de la niña que llevamos dentro, como lo hizo la Barbie de Greta Gerwig en este mismo año de abrazo a nuestras muñecas.
The Eras Tour recorre sus discos y canciones hasta Anti-hero, su último hitazo del disco Midnights. Para llegar ahí, Taylor y sus compañeros, músicos y bailarines, ponen en escena canciones que forman parte de un ADN generacional, banda sonora de miles de vidas. Las canciones de sus discos pandémicos, Evermore y Folklore, el arranque con Lover, el pop furioso de Reputation, la belleza de las baladas de desamor de Red, con pico en All too well, la canción dedicada al ex Jake Gyllenhall. La alegría contagiosa y bailable de algunos temas de 1989: Shake it off, Blank Space, Bad Blood, Wildest Dreams.
No hay detalle dejado al azar en una producción espectacular, en sonido e imagen. Centrada en la artista que avanza, sonriente, sobre una pasarela que la acerca a todas las plateas y sobre una tarima que se eleva para que todos podamos verla bien en su tamaño natural. Generosa, gigantesca en su metro ochenta aumentado sobre botas con plataformas. Las diferentes puestas del escenario, imaginativas y asombrosas, se suceden al servicio de las canciones. Lo mismo que los bailarines: más que gente que baila al ritmo de los temas, se trata de actores y performers cuyos movimientos remiten a la canción.
Foto: Emiliano Lasalvia, AFP
Taylor Swift es tan magnética que se entiende enseguida eso de lo que hablaban todos los que ya la habían visto en vivo. No hace falta ser swiftie para enamorarse de esta performer cuyo poder es su talento. Compositora de grandes canciones, una influencer en el sentido más vintage de la palabra: la chica que publicó su primer disco a los 16 y está ahí por el esfuerzo de su trabajo, por su música. Taylor sonríe y camina el escenario con alegría. Toca la guitarra y el piano. Se equivoca una nota en la primera estrofa de la preciosa Champagne Problems, se ríe y propone volver a empezar. “Ustedes pensaban que estaban frente a una profesional —bromea—, pero les juro que practiqué mucho, a veces estas cosas pasan”. Sube o baja el tono de su voz que llega muy cercana, aunque tapada por el griterío del estadio lleno que no cesa. Entonces se saca el retorno de los oídos y se queda muy quieta, boquiabierta, sintiendo el abrazo de esa multitud. Y dice que no pueden creer la experiencia hermosa que les están haciendo vivir, a ella y a su equipo. Dice: “¿Cómo pasé una vida sin conocer esta audiencia épica de Argentina?”. Los mimos mutuos se repetirán en los tres conciertos, entre ella y el “mejor público del mundo”, el que hizo de los Rolling Stones en vivo un fenómeno cultural o llevó a ACDC a elegir el show en River para su DVD oficial.
Más que influyente, la encantadora Taylor Swift es una superpotencia. Tenía 25 años (ahora 33) cuando se le plantó al mercado del incipiente streaming y sacó sus cuatro primeros discos de Spotify. Había que defender los derechos de los creadores frente a la codicia de las grandes corporaciones, y así se lo hizo entender al todopoderoso Tim Cook, CEO de Apple, para que la marca de la manzana pagara a los generadores de contenido. En los últimos años, fue lanzando sus propias versiones de sus seis primeros discos, regrabados después de desavenencias con los productores de su sello original. Una movida arriesgada que, sin embargo, le rindió pronto sus frutos: los fans prefirieron escuchar la versión de Taylor antes que la original.
Foto: Emiliano Lasalvia, AFP
Su poder trasciende a la industria musical. Mueve cimientos culturales y políticos. Le bastó una historia en Instagram para modificar estadísticas electorales, cuando llamó a sumarse a la plataforma vote.org en las elecciones estadounidenses de 2018 y decenas de miles de personas se anotaron en el registro previo requerido para poder votar. Después de una joven vida lejos de las declaraciones políticas, apoyó al candidato demócrata por el estado de Tennessee, al movimiento Black Lives Matter y, otra vez con pocas palabras, en mayo de 2020, tuiteó su famoso “we will vote you out in november”, arrobando a Donald Trump, con dos millones de likes. En honor a ese antecedente, los swifties de la Argentina electoral declararon oficialmente que no votan a Milei. Los alrededores de River se vieron empapelados con ese lema, sobre fondo fucsia. ¿Habrán tenido en cuenta los políticos argentinos el impacto de esa comunidad en el voto del domingo 19 de noviembre? Las fake news no se hacen esperar. Que si en el estadio se coreó contra el candidato de derecha, que si ella hizo declaraciones sobre el tema.
Ni los expertos en marketing más avezados deben ser capaces de imaginar hasta dónde puede llegar ahora la superpotencia Swift, ahora en su alianza con el jugador de fútbol americano. Su nuevo amor ya tiene una letra modificada para él, la del tema Karma. Habrá que ver si el romance perdura más allá de algunos meses, según el promedio de la artista, antes de convertirse en material para una de sus inteligentes y punzantes composiciones. A veces juguetonas, a veces letales. Esas canciones sobre chicos que no valen tanto la pena o se parecen demasiado al próximo error. Las canciones que les vienen hablando a sus fans de sus propias vidas. Nada menos.