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Un recorrido a prueba de agua por la Noche de las Librerías

Cincuenta bibliotecas y centros culturales de Montevideo se sumaron a la séptima edición de esta jornada de ventas, lecturas y reflexión, esta vez bajo lluvia
Redactora de Galería

El primer momento de toda lectura es la duda; asegurarse de que tal o cual libro esté realmente hecho o no para uno, su tiempo y circunstancia. Esa intrusiva compañera aparece siempre antes de cualquier decisión trascendental, como la de abstraerse a dimensiones complejas a través del ejercicio mental y visual de la lectura, o ante situaciones más banales como el momento previo a salir de casa o no por la lluvia.

Este viernes 10 de noviembre se llevó a cabo la séptima edición de la Noche de las Librerías. Recorrer solo una cuadra de 18 de Julio bastaba para comenzar a llamarle la noche de los paraguas, o de las medias mojadas, o de los resbalones.

Sótano Puro Verso Sótano Puro Verso

La Intendencia de Montevideo decidió no suspender el evento por mal tiempo. Con esta decisión se priorizó que esta época del año se puede considerar como de zafra importantísima para las librerías. Sin embargo, la lluvia ya estaba anunciada desde bastante antes, al igual que una noche de sábado seca, que hubiera funcionado mejor en cuanto a la convocatoria.

Nadie se atrevió a hacer el tradicional paseo de libros por Tristán Narvaja bajo agua, pero a los circuitos de librerías y centros culturales cerrados poco les importó que aquellos que romantizaban una noche de libros lluviosa llenaran de barro el piso de sus locales.

La Noche de las Librerías está inspirada en el proyecto original del Centro Cultural de España, que la impulsó y sostuvo en sus primeras cinco ediciones hasta volverse un clásico de noviembre. Con actividades especiales en horario extendido (hasta la 1 de la mañana) y descuentos, esta noche existe para darles visibilidad a las librerías como parte de la identidad de la ciudad, así como para destacar la ignorada figura del librero.

Muy a pesar de esto último, el foco estuvo puesto en los y las escritoras del Río de la Plata, y el reclamo dirigido a lo desplazada que se encuentra la literatura uruguaya en las propias librerías nacionales.

Galería visitó La Lupa, Puro Verso y el Club Cultural Charco (que ironía) para empaparse del ambiente que se respira en una noche que convoca a escritores y los convierte en narradores, a autores en calidad de disertadores, a todo tipo de lectores, bibliófilos, amantes del arte, la música y también, esnobs.

Librería La Lupa Librería La Lupa

Cuando los que escriben leen. Raro es ponerle voz a un libro que no sea la de uno mismo. Normalmente las palabras resuenan al interior de la cabeza del lector con su propio tono y no con uno ajeno, menos el de su autor, con el que se guarda esa distancia casi mística. Eso, sumado a descubrir que quienes parecen escribir con tanta convicción y aplomo en realidad son personas que sufren los mismos nervios que cualquier otra al hablar en público, la experiencia se vuelve más rara todavía. Raro y muy muy interesante de ver.

En el reducido espacio de la librería La Lupa, sobre la calle Bacacay, en Ciudad Vieja, una actividad reunió a tres escritoras del Río de la Plata que leyeron en voz alta “lo mejor de la literatura contemporánea de la región”: sus propios libros.

Si las cosas fuesen como son (premio Onetti 2021), de la uruguaya Gabriela Escobar, fue un vómito de genealogías familiares que daba menos gracia que lo que hacía ver el público. Quizá por eso pareció opacar en algo a Tamara Silva Bernaschina y sus cuentos de Desastres naturales (ganador del premio Bartolomé Hidalgo de este año).

Pero lo de la argentina Camila Sosa Villada fue un acto de valentía en todos los sentidos. Vestida de gala de pies a cabeza, estaba a la altura de lo que venía a presentar. Llevaba un vestido crema y tacos rojos que humillaban a la mayor parte de los oyentes que llevaban converse y jeans. Su chaqueta colgaba del respaldo de la silla como si fuera lo único en todo el reducido espacio de La Lupa que se atrevía a quejarse del sofocante calor, sensación que se incrementaba al ver a todas esas personas sentadas sobre una peluda moquet bordó, contagiando la sensación que provoca rozar las piernas al descubierto sobre una alfombra.

La invitación a sentarse fue de ella, para que los de atrás pudieran verla leer un fragmento de su último libro, Tesis sobre una domesticación. Ese momento fue la confirmación de que la piel de gallina existe y es colectiva cuando el vínculo entre arte, erotismo y violencia queda al desnudo.

Camila Sosa Villada Camila Sosa Villada

Sosa Villada le puso voz a un relato que le puso palabras a “todo lo que podía hacerle un hombre a una travesti como ella”, manteniendo la compostura, de no ser por algunos recuerdos que la hacían tartamudear un poco en la lectura. Hablaba de revolcones, de un bienestar agridulce, preguntas hirientes que se les hace a los travestis y enfrían el asunto, cachetadas que no eran parte del juego y mejillas ardidas de la vergüenza.

Por la cantidad de gente que escuchaba a las escritoras desde el suelo se hizo difícil salir de La Lupa para llegar a tiempo al sobrio sótano de piedra de la librería Puro Verso; un espacio donde por la habitual falta de luz, no se notaba realmente que fuera de noche, y que mezclaba el olor a humedad con el de los libros hasta confundirse uno con otro.

Era el lugar con más personas y también el más amplio del recorrido. Allí mantuvieron una amena charla rodeada de oyentes la escritora y música Ana Solari y el publicista, periodista y escritor Claudio Invernizzi. Invernizzi, aunque hablaba con su soltura habitual, sacudía todo el tiempo una pierna, también nervioso.

Claudio Invernizzi Claudio Invernizzi

El negocio. Esa noche los libros se vendieron como papas o zapallos en un puesto de verduras, literalmente. Había compra “al kilo” y quienes refregaban las manos cual mosca de la fruta eran los libreros, pero más las editoriales. No hay que olvidar que las librerías son un hecho cultural pero también un negocio, que perdió su “clase media” desde que dos o tres de las grandes comenzaron a manejar este mundillo adquiriendo a las más pequeñas. Sin apuntar a ninguna con el dedo, así lo explicó —no como una queja sino desde la observación— Invernizzi, quien sí lamentó que la vida promedio de un libro en vidriera, es decir, su tiempo estimado de venta, sea de tan solo seis meses. Transcurrido ese tiempo, los ejemplares que se quedan olvidados en cajas de un depósito lejos de los estantes corren mejor suerte que los que se vuelven tiritas.

Tanto Solari como él desnudaron, sin ánimos de dramatizar sus vidas, la difícil odisea de dedicarse a la escritura. “Venía caminando por la calle Sarandí, me encuentro con una vidriera formidable, llena de libros enormes, tentadores, y ni un solo autor uruguayo”. El escritor le llamó a esto de que “siempre dejan la literatura uruguaya para el fondo” una “desatención”; “estamos pendientes de si la hamburguesa trae o no pepino, confundiendo paladares nacionales con los americanos”.

La bohemia. Invernizzi dijo que la palabra cultura tiene 165 definiciones (en inglés). Sin entrar en detalles de cada una, la Noche de las Librerías podía ilustrarlas todas. En varias mesas del sótano de Puro Verso estaban reunidos los de The Gaming Night Society —en alusión a la película La sociedad de los poetas muertos, de Robin Williams—; un grupo de aficionados por los juegos de mesa que se reúne desde 2008 el primer viernes de cada mes y un sábado dos semanas después a ese viernes.

Los juegos eran desconocidos y complejos, y verlos jugar al ritmo de un “te toca“ tras otro provocaba una suerte de efecto hipnótico. Entre títulos como Cabritos, Colt Express, Flamme Rouge y Arte Moderno, el más atrapante de todos era Dixit, un juego que básicamente propone anticiparse a las conexiones neuronales del compañero­; a partir de cartas grandes, solamente ilustradas, que se colocan al medio de la ronda, la idea es adivinar a partir de una consigna quién puso cuál dibujo, aunque la idea sea engañar al rival.

Juegos, libros, arte, música y comida. Todo se entremezclaba de una forma muy cálida en el Club Cultural Charco, sobre la calle Maldonado. Parejas de veteranos leyendo, parejas de jóvenes bebiendo, grupos de amigos conversando sobre libros, lectores solitarios, comensales probando de la parrilla de Martina Alonso (aunque sus tacos fuesen de copetín), y más del popurrí completo de la noche.

Club Cultural Charco Club Cultural Charco

La cereza del pastel era, como en la vida misma, la música. Desde las 22 horas hasta casi la medianoche estuvo tocando en vivo la cantautora uruguaya Sofía Álvez. Ella no tenía exceso de nada, pero estaba muy lejos de ser música de fondo.

Comenzó dosificando su voz, y uno no entendía el porqué hasta que llegaron las canciones en las que la necesitaba. Cuando abría la garganta, los libros hacían fuerza para no caerse de las estanterías. “¿Qué fuerza tienen tus notas?”, decía en Vaivén, una de sus canciones. Los oyentes le hacían a ella exactamente la misma pregunta.

Sofía Álvez (@alma_depez) Sofía Álvez (@alma_depez)

Todo el dulzor que le faltaba a la limonada se lo robaron las letras de Álvez, cantando rodeada de velas, acústica, íntima y chistosa. Rodeada de sus amigos, hasta su forma de lamentarse era dulce. Un broche tan a la medida que cuando terminó de cantar, paró la lluvia.