¡Hola !

En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, tu plan tendrá un precio promocional:
$ Al año*
En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] o contactarte por WhatsApp acá
* Podés cancelar el plan en el momento que lo desees

¡Hola !

En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, por los próximos tres meses tu plan tendrá un precio promocional:
$ por 3 meses*
En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] o contactarte por WhatsApp acá
* A partir del cuarto mes por al mes. Podés cancelar el plan en el momento que lo desees
stopper description + stopper description

Tu aporte contribuye a la Búsqueda de la verdad

Suscribite ahora y obtené acceso ilimitado a los contenidos de Búsqueda y Galería.

Suscribite a Búsqueda
DESDE

UYU

299

/mes*

* Podés cancelar el plan en el momento que lo desees

¡Hola !

El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] o contactarte por WhatsApp acá

Virginia Mórtola: “La lectura es como una dieta, tiene que ser balanceada y variada”

La psicoanalista, escritora y estudiosa de la literatura infantil y juvenil es una activista de la difusión de estos libros y promotora de la narración en general, incluso oral

Editora de Galería

Hay caminos vitales que no van en línea recta, en los que unir el punto de partida con el de llegada exige una búsqueda, no siempre cómoda, y no siempre sabiendo exactamente qué se busca. El recorrido profesional de Virginia Mórtola tuvo varias escalas antes de llegar a destino. Empezó en la herboristería familiar, saltó a Magisterio, siguió en Facultad de Humanidades, después en Psicología y terminó en una Maestría en Literatura Infantil y Juvenil. Claro que contada, la travesía parece más breve y más simple de lo que realmente fue, porque en el medio hubo un sinfín de pequeñas experimentaciones que aportaron a las varias facetas de la Virginia de hoy. Desde que terminó esa maestría, en 2018, pareciera que todas las puertas se abrieran de golpe y de par en par para recibir un alud de oportunidades, a las que ella viene diciendo que sí. “Empecé a dar clases de literatura infantil en la Universidad Católica, publiqué mi primer libro, empecé con la columna en ?(el programa de radio) No toquen nada, pasaron muchas cosas. A partir de ahí no paré de estar entusiasmada”. Además de ese primer libro (La ventana de papel), Virginia lleva publicados cinco libros más para niños y uno para adultos, escribe para la revista Intervalo, de Escaramuza, e inauguró Túquiti, un portal sobre literatura infantil y juvenil.

Desde El Pinar y haciendo confluir tres (o más) profesiones, la psicoanalista y escritora pone el foco en la difusión de la literatura infantil porque, aunque “libros para niños se publican desde el siglo XVIII”, es un campo de estudio “bastante novedoso”. Hace tres años se formó en Uruguay el colectivo Migas de Papel con el objetivo de generar actividades para niños y adultos. Asegura que faltan lugares para la formación institucional en esta área, pero dice que prefiere “pensar no en lo que falta, sino que hay mucho por hacer”.

Convencida de que la idea de que los libros para niños son solo para niños debería ser desterrada, Virginia conversó con Galería sobre qué puede funcionar y qué no para volver a un niño lector y cómo ha ido cambiando la concepción de la infancia. Opinó sobre los libros que sustituyen conversaciones, los pensados para cumplir una función, la censura en los libros infantiles y por qué los clásicos son clásicos.

En su casa no había libros, pero las historias de su familia tenían mucho de fantástico. ¿De ellas nace su vocación por la escritura?

Yo pienso que sí y me encanta que haya sido así. Porque está la idea de que los lectores se hacen leyendo, y yo creo que los lectores se hacen cuando les acercás historias y generás curiosidad por las historias. ¿A quién no le interesan las historias? Todos contamos cosas todos los días. Yo llego a casa y le cuento a mi hija lo que me pasó, me voy armando un relato del día, y me encanta que ella me cuente. Eso tiene que ver con la literatura para mí, la narración. Y que narrar, además, te ofrezca la posibilidad de usar la ficción para decir cosas, me parece maravilloso.

Muchas veces se piensa que si se crece en una casa sin libros, la semilla de la lectura no puede estar. Pero desde su visión, si hay narración, aunque sea oral, alcanza.

Sí. Yo tenía a la tía María Elena, que contaba unas historias muy de miedo, que eran anécdotas de la familia; a mí me daba miedo pero me encantaba escucharla, esa cosa de atracción que tiene el terror, que te tapás pero dejás una rendijita para poder ver atrás del ojo. Después, mi abuelo Pocholo todo el tiempo estaba jugando con el lenguaje. No contaba historias, pero hacía chistes permanentemente que desarmaban el lenguaje, con dobles sentidos de las palabras. Tenía los chistes fijos y tenía los que hacía espontáneamente; era un juguetón. A mí me llegó así el interés por las palabras. Yo pienso que el humor es muy importante. Esta otra tía (María Elena) estaba un poco perturbada, sufría bastante, pero cuando se ponía a contar historias terribles, vos veías que estaba bien, que estaba en su esplendor. Y después hay muchas historias familiares que me contaba mi mamá.

Mi tía Mirella era la única que tenía libros. Ella me hacía leer espiritismo (risas). Fue la primera que me regaló un libro, que fue El principito, en mi cumpleaños de nueve. En su casa había libros de espiritismo y de belleza, porque era recoqueta, y además era directora espiritual de la Escuela Científica Basilio, o sea que yo tomé la comunión y fue una traición que le hice. Todas las religiones circulaban por mi familia.

Todavía conserva muy vívidas algunas experiencias de su infancia y la mirada que tenía en esa época. ¿Es esa una condición imprescindible para un escritor de literatura infantil?

Para mí, sí. Por un lado tengo una conciencia y una vivencia muy clara de mi infancia, que no diría que fue una infancia retriste, pero tampoco refeliz. Tengo conciencia de que pensaba cosas que me complicaban, que no entendía, que a veces me sentía muy sola. Por otro lado, doy talleres de escritura con niños también y los escucho y me parece maravilloso; me encanta la lógica del descubrimiento de las cosas. Cuando estás conociendo algo te sorprende, entonces algo que de repente está supernaturalizado puede cobrar una mirada corrida, desde otro lado, que yo nunca me hubiese imaginado pero que me gusta mucho cuando veo que los niños la tienen.

Todos mis libros para niños los escribí mientras mi hija (Luli) era niña. Seguro ahora (que Luli tiene 13) me pongo a escribir para adolescentes (risas). Ella me requetecorregía. Si yo usaba alguna palabra que no fuera tan adecuada, o en un diálogo usaba una que no era la que usaban los niños, me decía: “No, mamá, eso no, cambialo”. Y yo siempre le hacía caso. Me hizo entender que tenía que cambiar el final de Estrafalarius, por ejemplo, porque yo abandonaba al gato y ella se angustió horrible al final. Me dijo: “No, mamá, tenés que decir qué pasa con el gato. ¿Cómo va a terminar y la gente no va a saber?”. Y tenía razón, porque yo estaba haciendo un abandono, dejando náufrago al lector con un personaje importante en el libro, y no me había dado cuenta.

¿Qué es lo que hay que hacer para fomentar en un niño el hábito de la lectura? ¿Y qué es lo que no hay que hacer?

Esa pregunta es redifícil y es supersingular también. Hay niños que son lectores y no necesitás hacer nada porque ya leen, hay otros a los que no les gusta, y yo no sé si es tan importante exigir, que la lectura se transforme en una exigencia. Me parece que tiene que ver más con la apropiación de la lectura, invitar a que las historias se vuelvan propias. A veces es a través de la narración. Capaz que a alguien le empezás a contar historias oralmente y es ahí que empiezan a engancharse. Me parece que la invitación está buena, no la exigencia, la obligatoriedad. En general, siempre funcionan más las cosas prohibidas que las obligatorias.

Sobre todo si es algo que la idea es que genere placer.

Claro. Cuando doy clase a los alumnos, o cuando doy talleres, lo que está buenísimo es ofrecer variedad, mucha variedad. Dejar libros arriba de la mesa. En mi casa tengo una valija roja llena de libros, yo los ofrezco pero no con la palabra, los ofrezco porque los dejo a la vista. Dejo libros muy variados, con estéticas bien distintas, con historias bien distintas; libros informativos, libros que son para jugar nada más, novelas. Me parece que lo interesante es ofrecer variedad para elegir y no desvalorizar ninguna elección. Yo no soy fan de Gaturro, pero jamás criticaría a un niño por leerlo, me parece que está bien acompañar las elecciones. Yo prefiero siempre validar y que el camino del lector se vaya construyendo en relación con sus elecciones y sí, ofrecer, así como nunca le daría de comer solo lechuga y churrasco a mi hija, le ofrezco variedad. Hay cosas que no le gustan, y cosas que le gustan, pero sí ofrecer. Yo creo que es como una dieta también, la de la lectura, y así como comemos de manera balanceada y variada, los estímulos lúdicos, culturales, tienen que ser variados.

Muchas películas infantiles muestran situaciones muy trágicas que les pasan a los protagonistas, como que fuera un ingrediente necesario en esas historias, cuando uno tendería a pensar que es mejor dejar las desgracias fuera de los cuentos para niños. ¿Cómo lo ve usted?

Eso creo que tiene que ver con la concepción de infancia que tengamos. Los hermanos Grimm, cuando hicieron la recolección de los cuentos clásicos, Caperucita, Blancanieves… son historias muy violentas y trágicas, que en esa época no estaban escritas directamente para los niños. Pero los niños accedían, como los adultos, y accedían también a las ejecuciones; presenciaban y participaban en todo. Ese niño no es el de hoy. Hoy entendemos que un niño es otra cosa. Hay un cambio importante en el siglo XVIII a partir de una investigación que hace (el historiador francés) Philippe Ariès de pinturas que representan a la infancia y cómo antes aparecía representada como hombres pequeñitos. Él dice que no es porque no supieran pintar, sino que la concepción era que los niños eran como miniaturas. La idea de infancia como un ser que hay que cuidar, que tiene cierta vulnerabilidad, aparece en el siglo XVIII porque hay menos mortalidad infantil, antes no te podías encariñar porque se morían. Y las madrastras existían porque se morían las madres y aparecía otra mujer. Hay un asidero histórico.

Entonces, en los libros para niños hay variedad. Está la idea de mostrar lo que pasa en el mundo, porque si uno piensa: “esto no lo leas”, pero el niño va caminando y ve gente durmiendo en la calle… hay algo de la realidad a la que el niño está expuesto. Sobre qué contar y qué no contar, yo creo que se puede contar todo, la cuestión es de qué manera y cómo ofrecerlo. Me parece que hay historias que son para leer en compañía y no en soledad.

No estoy muy de acuerdo en eso del libro para..., que el libro se transforme en un objeto utilitario, pero sí sé que el libro muchas veces es una gran tabla salvavidas en situaciones complejas. Entonces me parece importante no desvalorizar las inquietudes y las demandas, y poder pensarlas. ¿Por qué necesitás un libro ahora en lugar de una charla? Me parece que a veces el libro ocupa lugares que son de inseguridad de los adultos; termina siendo más el libro el que media entre el niño y el adulto, que el adulto el que media entre el libro y el niño.

El adulto sustituye con el libro conversaciones que no quiere tener con sus niños.

O que no se anima, o no sabe cómo. Es muy difícil hablar con niños. Yo creo que los adultos tienen mucho terror a hablar con niños, porque tienen mucho miedo de decir algo que les haga mal, que no entiendan, que no sea adecuado.

Así como en una época era difícil encontrar libros sin una moraleja evidente, que ahora no se ve tanto, ¿a qué es conveniente que los padres estén atentos hoy al elegir un libro para sus hijos?

Los libros para niños son un mercado. Se publica mucho porque se venden, porque además está valorado el libro, entonces regalar uno está muy bien visto. Lo que sucede es que ahí está el tema de la formación, cómo elegís. Yo estoy pila en librerías y escucho: “¿Qué le puedo regalar a un niño de ocho años?”. Yo qué sé, ¿qué le gusta al chiquilín? ¿Lee? ¿No lee? Porque un niño de ocho años es una generalidad tan enorme… Yo creo que las elecciones son singulares. Tus hijos, mis hijos, ¿qué hacen?, ¿qué les gusta? Ofrecerles cosas que te parece que están buenas y aceptar que a ellos capaz que no les gustan, pero no dejar de ofrecerlas por eso, y acompañarlos en sus elecciones. Y si hay algo que perturba, poder hablar, no huir, y poder decir “no tengo ni idea”. Porque de la muerte no sabemos nada, es la verdad. Y si aparecen palabras difíciles en los libros, por ejemplo, las leemos y después investigamos. Para mí, va por ahí, y si sos docente también, primero conocer al grupo y ofrecer lo que te parece que está bueno y estar atenta a qué es lo que a ese grupo le gustaría. Y no frustrarse si no les gusta. Es un camino de acompañar. No es: te pongo esto y te va a encantar porque tenés que leer porque hace bien. A mí me dicen eso y salgo corriendo.

¿Qué opina de la censura que la editorial intentó hacer sobre los libros de Roald Dahl para volverlos inclusivos?

Sí, creo que hay libros que pueden perder vigencia, pero hay otros que son clásicos y no pierden vigencia. Roald Dahl no pierde vigencia porque se transformó en un clásico. Los clásicos tocan temáticas universales, hay algo que te conmueve a vos y a un japonés de otra época. Los temas que nos conmueven son siempre más o menos los mismos: el amor, la muerte, el desamparo, la soledad. La cuestión es cómo se van contando esas cosas, los encuentros, los desencuentros. Y Roald Dahl es maravilloso porque es uno de los autores que se pone del lado de los niños con mucha fuerza. Él escribe para los niños y a los adultos los deja re mal parados. Entonces querer cambiar en el sentido de lo políticamente correcto, no decir feo, ni gordo, ni loco, en una obra literaria, me parece que es un aplanamiento de lo literario, porque vos necesitás que un personaje espantoso sea espantoso, no lo podés volver políticamente correcto si querés decir cosas horribles. Después, los clásicos de (Charles) Perrault y los hermanos Grimm, que en general la visión que tenemos es más la de Disney, igual han sido muy criticados en distintas épocas por distintos motivos, primero por violentos, después por los modelos muy lejanos al feminismo, pero claro, porque son de otra época. Hay un historiador, que se llama Robert Darnton, que escribe y analiza esto y dice que son documentos históricos; (querer cambiarlos) es como querer mirar para atrás y borrar de tu infancia una cosa que dijiste porque ahora no es correcta. Pero en aquel momento vos eras otra persona. La humanidad también tiene su recorrido, no podés borrar lo que pasó porque es lo que hoy hace que seamos lo que somos.

Se ha declarado optimista al extremo. ¿De qué le sirve ese optimismo en su oficio de escritora?

En no darme por vencida. Si no fuera optimista, quizás no me haría espacio de tiempo para escribir porque estoy cansada, pero yo sé que me encanta, que me hace bien, que después cuando me encuentro con los lectores es hermoso. Y también en los momentos en que estoy perdida, el optimismo me ayuda a soportar la incertidumbre. Creo que la tolerancia a la incertidumbre es algo muy importante y que quizás hay que tener una dosis de optimismo para soportar que no tenés ni idea de qué está pasando. No sabés qué es lo que va a pasar, pero no abandonar, seguir adelante.

Casi todos sus libros tienen algún punto de contacto con la naturaleza, fundamentalmente Jardín ambulante. ¿Qué le da ese contacto con las plantas?

Yo pienso a veces qué extraño, y qué sencillo. Las plantas me dan alegría, me pasa eso. Me da mucha alegría ver cuando hay brotecitos. También el cambio de las estaciones, cómo van cambiando los colores, cómo el entorno se va transformando, qué flor aparece en qué momento. Me da tranquilidad, es como una calma fuera de la lógica racional que te muestra que hay algo que va pasando, que cambia y que vuelve, que llueve y que después sale el sol, y que las hojas y las plantas responden a eso. Me da alegría ver que riego las plantas y están bien, como si yo estuviera colaborando con la vida de ellas. Eso, sencillito, me pone contenta.

Seis libros infantiles o juveniles de todos los tiempos recomendados por Virginia Mórtola

Cuentos cansados, de Mario Levrero y Diego Bianki (Amanuense, 2019).

Girilón, de James Gullis y Tony Ross (Ekaré, 2006).

Selma, de Jutta Bauer (FCE, 2008).

El ilusionista amarillo, de Bruno Munari (Niño, 2020).

Los entusiasmos, de Laura Wittner y Matías Acosta (Del Naranjo, 2019).

Momo, de Michel Ende (Alfaguara, 2007).