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    El dueño de los aplausos

    N° 2043 - 24 al 30 de Octubre de 2019

    Este actual gran momento por el que atraviesa Nacional, y por lógica su técnico Álvaro Gutiérrez, constituye un punto obligado de los comentarios de nuestra afición futbolística. Como es sabido, el actual conductor tricolor se hizo cargo del equipo a mediados de marzo de este año, convocado por la por entonces flamante directiva tricolor, para sustituir al argentino Eduardo Domínguez. En ese momento —en plena disputa del torneo Apertura— Peñarol comandaba la Tabla Anual con nueve puntos de ventaja sobre el equipo tricolor, que obviamente venía exhibiendo un paupérrimo rendimiento futbolístico. Nos llamó entonces la atención —y así lo expresamos en una columna— que habiendo inicialmente manejado la novel directiva el nombre de Gutiérrez para ese cargo, finalmente se hubiera inclinado por un técnico foráneo de discretos antecedentes.

    Es que Álvaro Gutiérrez era (y es) un hombre profundamente identificado con Nacional. Como jugador durante tres temporadas, integrando el equipo que en 1992 salió campeón uruguayo. Pero también como técnico. Primero en un breve interinato a fines de la temporada 2013, y luego —ya confirmado en ese cargo— en las dos siguientes, obteniendo el torneo Apertura (con un récord de 42 puntos sobre 45 posibles) y también el título de campeón uruguayo 2014-2015, derrotando en la finalísima a Peñarol por 3 goles a 2. Antes de este actual ciclo suyo al frente del plantel tricolor, su palmarés en materia de partidos clásicos era casi perfecto, pues estaba invicto en cinco cotejos. Había ganado dos de los tres por el Campeonato Uruguayo y empatado el restante, quedándose también con los dos amistosos disputados en ese mismo período.

    Con un plantel que no había elegido, el nuevo técnico arrancó su tarea con su equipo insólitamente ubicado en el último lugar de la tabla del Apertura, muy lejos del líder Peñarol. De a poco, Nacional fue elevando su nivel y escalando posiciones, aunque la amplia ventaja que le llevaba su eterno rival se mantuvo, aun con altibajos, en el rendimiento de ambos equipos. Se llegó así al primer clásico del año, con la inédita particularidad de que se disputaría en el moderno estadio aurinegro, con ambas parcialidades (aunque la del visitante restringida en su número). Todo pintaba para el dueño de casa, que ya se regodeaba con la posibilidad de una victoria de corte histórico. Pero, en un partido de trámite muy discreto, el Nacional de Gutiérrez —aun con un hombre de menos desde el primer tiempo, por la expulsión de su goleador Bergessio— logró extender la igualdad en un gol por bando hasta el final del partido. Y, por cierto, aunque la diferencia de nueve puntos permaneció incambiada y Peñarol quedó a un paso del título en disputa (que logró finalmente dos fechas antes de su culminación), ese empate sorpresivo y merecido resultó ser el primer logro tangible del técnico tricolor.

    En este muy arduo trajinar de Gutiérrez no debe perderse de vista que, durante la pausa originada por la actividad internacional de las selecciones Sub-20 y la Mayor, los dos equipos grandes coincidieron en una corta estadía en los Estados Unidos, con la finalidad de recargar baterías para mejor abordar la segunda parte del año. En el marco de esa inédita puesta a punto fuera del país, participaron en un cuadrangular internacional, junto con Millonarios y América de Cali. Y quiso el destino que les tocara protagonizar el tercer clásico de la historia jugado fuera de nuestro país, que concluyó con victoria aurinegra por 2 a 1, con un golazo de Darwin Núñez en los descuentos del partido (en lo que resultó ser la primera —y a la postre única— derrota clásica del actual técnico tricolor).

    Tengo presentes los fuertes reproches que, desde propias tiendas tricolores, cayeron sobre Álvaro Gutiérrez, por haber privilegiado entonces la puesta a punto física de sus dirigidos, no utilizando a varios futbolistas para ese decisivo choque ante su tradicional rival. Sin embargo, el paso del tiempo vino a darle la razón, pues a esta exigente y decisiva altura de la temporada su equipo luce una condición física claramente superior a la de Peñarol, lo que explica en buena medida el actual vuelco en el rendimiento y en el consiguiente puntaje de ambos; más aún, de cara a la desgastante seguidilla de partidos que deberán afrontar en esta decisiva etapa del Clausura.

    Sin embargo, para que se haya dado esta nueva e impensada realidad actual (con Nacional comandando el actual certamen y la Tabla Anual, con una muy amplia ventaja sobre Peñarol), resultó aún mucho más trascendente la justa y contundente victoria del equipo tricolor en el clásico del Torneo Intermedio. Previo a este, fue notorio el pronunciado bajón en el rendimiento aurinegro, a medida que se fue desprendiendo de algunos futbolistas importantes. Lo que, aun con profundos altibajos, y sin mejorar demasiado en su fútbol, le permitió a un renovado Nacional ir recortando paulatinamente la amplia distancia que le separaba del puntero, y arribar a esa cita clásica apenas dos puntos por detrás. El partido fue bastante equilibrado hasta promediar el primer tiempo, cuando se produjo la deserción por lesión del argentino Bergessio, quien fue sustituido por el juvenil Vecino. Y cuando parecía que ello iba a debilitar irremediablemente la chance tricolor, casi en la jugada siguiente Castro logró abrir el tanteador. Peñarol quedó atontado por el ines­perado golpe del rival y poco después el mismo volante tricolor estiró la ventaja con un gol de antología. Peñarol se fue derrumbando con el transcurso del partido, hasta que el tercer gol ya en el complemento marcó el cierre de una goleada inesperada. Concretándose así lo que unos meses antes parecía imposible: que el equipo de Gutiérrez superara por vez primera en el año el puntaje de su tradicional rival. Con el impensado aditamento de que, de entonces hasta ahora, mientras un decadente Peñarol viene dejando valiosos puntos por el camino, el tricolor ha ganado todos los partidos disputados (nueve al hilo), con 20 goles a favor y solo uno en contra, liderando el Torneo Clausura (y también la Tabla Anual), con una sólida ventaja sobre su tradicional rival.

    Y es claro que el principalísimo responsable de esa marcada evolución ha sido su técnico. Que supo extraer lo mejor de un plantel que no había conformado, que buscó y encontró la táctica adecuada para su mejor rendimiento, y que en este tramo decisivo de la temporada parece ser el mejor pertrechado para afrontar las exigencias de una carga física desgastante.

    Pase lo que pase en lo que resta por jugar, lo cierto es que Álvaro Gutiérrez supo ganarle al destino y cambiarle la suerte a su equipo. Tanto que lo que parecía iba a ser un tránsito cómodo de Peñarol hacia el tricampeonato, a esta altura ya no lo es tanto.